Recomiendo:
0

Para la guerra, nada

Fuentes: Rebelión

  El que espera desespera, dice la voz popular. ¡Qué verdad tan verdadera! La verdad es lo que es, y sigue siendo verdad aunque se piense al revés. Antonio Machado, Campos de Castilla, Proverbios y Cantares XXX Imagino que el maestro andaluz bien podría haber recitado este poema en el «tablao» abierto del concierto «Para […]

 

El que espera desespera,
dice la voz popular.
¡Qué verdad tan verdadera!
La verdad es lo que es,
y sigue siendo verdad
aunque se piense al revés.

Antonio Machado, Campos de Castilla, Proverbios y Cantares XXX

Imagino que el maestro andaluz bien podría haber recitado este poema en el «tablao» abierto del concierto «Para la Guerra Nada», en el lado venezolano del puente Tienditas. Mientras tanto, a pocos cientos de metros, la vulgaridad pop revestida de atuendos níveos en el intento de confundir oscuras intenciones, se desgañitaba para hacer creer al mundo que su objetivo es ayudar a los pobres de Venezuela. Ese concierto, al otro lado de la frontera estatal y moral, fue organizado por ricos como el billonario empresario Branson, quien se mudó a las Islas Vírgenes Británicas -uno de los principales paraísos fiscales del mundo- para no pagar impuestos, o sea, para estafar a los pobres a quienes ahora dice querer ayudar.

Pobres que sin embargo, a pesar de la dificultad manifiesta producida por la guerra político-económica desatada contra la Revolución Bolivariana, siguen dando la espalda a quienes envueltos en banderas extranjeras piden a gritos una invasión armada.

Pobres, a quienes la misma revolución sacó del analfabetismo, de la falta de establecimientos públicos de salud cercanos, a quienes facilitó estudio, a quienes ofreció vivienda digna, a quienes cobija en la vejez y a quienes invita a ser protagonistas de su propia libertad.

Libertad que tiene en esas tierras un significado diferente a la «liberty» del Norte. En las tierras del sur, la libertad implica la aspiración aún pendiente de emancipación colectiva de la dominación imperial y la superación de la segregación social instalada por la historia colonial. La libertad del liberalismo, preeminente en Estados Unidos, es individualista, reactiva al compromiso con la comunidad y propicia a la acumulación sin límite. Opuesta, en sus fundamentos, a la liberación de los pueblos del Sur global.

Esperar desespera, dice el poeta y con razón. Estados Unidos está impaciente. Trabajó durante 20 años en la oposición al chavismo con resultados relativamente magros, en relación a la magnitud del esfuerzo invertido. Controla apenas una oposición fragmentada y un «prescindible encargado», cuyo encargo es cumplir el papel de extra en el guión del extremismo gobernante en Washington, tristemente secundado por gobiernos lacayos.

Ninguno de los objetivos de la estrategia golpista se alcanzó. A la idea de una revuelta popular empujada por la estrechez y animada por grupos delictivos en las guarimbas de 2017, pueblo y gobierno respondieron con la victoria de la paz en la elección de la Asamblea Nacional Constituyente.

El propósito criminal de desencadenar una guerra civil fracturando a las fuerzas armadas bolivarianas tampoco dio resultado. Las amenazas, la extorsión, la propaganda y la seducción estadounidense no lograron la sedición de altos mandos o la deserción masiva. Los casos aislados de algunos efectivos son irrelevantes en número y no configuran muestra evidente de que esta artillería pesada psicológica haya hecho mella en el apego de los militares venezolanos a la Constitución y al proyecto revolucionario.

El que espera, desespera. Pero la desesperación es mala consejera.

El fake gobierno

La historia no sólo la cuentan los vencedores, según escribió George Orwell en Febrero de 1944. También intentan escribirla los que van a la zaga, para recuperar terreno y forzar sus objetivos. Relatar la ficción primero, para que resulte real después. O insistir en la mentira, como manda Goebbels, para que se transforme en verdad. Bien lo saben Hollywood y Netflix. Cuando la realidad no coopera, se necesita inventarla.

Todo es falso en la ofensiva político-diplomática de EEUU para hacer efectivo el intento de un nuevo golpe de Estado -sí, uno más y en pleno siglo XXI- en América Latina y el Caribe. Falso es el protagonismo de un ignoto diputado del Estado Vargas, catapultado por la ingeniería golpista al estrellato de los medios masivos internacionales. Falsos sus embajadores, falsas las «órdenes» que emite, desde un sitial ficticio sin potestad alguna. Falsas las declaraciones de gobiernos que apoyan el golpe y «reconocen» al títere, mientras exigen al gobierno real y constituido que haga esto o haga lo otro. Falsas las informaciones que muestran los mentimedios concentrados y los trolls de la oposición en las redes sociales. Falsos los motivos y falsas las acusaciones.

Lo único verdadero es que el golpe es directamente comandado por los Estados Unidos de Norteamérica y que su interés reside en apropiarse de las reservas naturales de Venezuela, destruir al eje rebelde de la región y alinearla por completo con sus intereses geopolíticos.

El imperio de la ley o la ley del imperio

La inaudita agresión, disimulada bajo el rótulo de «ayuda humanitaria», no cuenta con aval mayoritario a nivel internacional. Ni en las Naciones Unidas, ni en la OEA -que muestra su verdadera cara al actuar su secretario Almagro por fuera de su mandato formal-, ha conseguido el golpismo los votos necesarios que le permitan al menos una delgada pátina de legalidad. Ni siquiera la Unión Europea, hoy dominada por las derechas, logró consenso en el reconocimiento al gobierno fake a pesar de las temerarias e irresponsables actuaciones de algunos países, seguramente presionados por las fuerzas de ocupación de la OTAN.

La Cruz Roja Internacional y la Media Luna Roja se deslindaron de la maniobra mediante una declaración oficial que implicaba la falta de consenso interno de sus miembros, mientras que un importante número de gobiernos y personalidades mundiales advirtieron sobre la vulneración de soberanía y peligro para la paz que representaría una invasión militar disfrazada de ayuda humanitaria, tal como ocurrió anteriormente en Libia, Irak o Siria.

Trump no cuenta con el visto bueno del Congreso para desatar el infierno en Sudamérica, escenario esquivo que aumentaría su debilidad política institucional. Al mismo tiempo, una nueva guerra reforzaría el amplio rechazo de su población, la que debe lidiar con severas dificultades sociales y está muy poco interesada en cargar con las muertes y los costos derivados de una política exterior afiebrada y violenta. Probablemente el país enfrentaría una extendida rebelión interna y una fuerte desestabilización. Quizás ése, junto a la segura oposición de Rusia y China en la arena internacional y la probable defección de aliados para un eventual ataque, sea un elemento que pese en el cálculo del establishment norteamericano para frenar la barbarie.

Una aventura bélica en Venezuela no cuenta tampoco con el beneplácito de los militares de países latinoamericanos. Tanto los altos mandos en Brasil como en Colombia han rechazado -al menos hasta ahora- la posibilidad de sumarse a una cruzada intervencionista, oponiéndose incluso a la posición política de sus propios países, hoy en situación de vasallaje imperial.

Y esos mismos gobiernos, nucleados en el cártel de Lima (con la muy honrosa excepción mexicana), tampoco quieren cargar con el peso que supone la acción militar y temen, justificadamente, el desastre regional que supondría una guerra civil en Venezuela.

Desastre que no solamente segaría vidas y destruiría infraestructuras, sino que también acarrearía una oleada imponente de refugiados. La sumisión a la estrategia estadounidense, involucrando a sus países en una guerra contra hermanos, levantaría una ola generalizada de rechazo y pondría en crisis terminal la legitimidad, de por sí frágil o inexistente, de sus propios gobiernos.

El único campo en el que este plan subversivo cuenta con una amplísima mayoría es el mediático, a partir del cual se ha elaborado la estrategia de descrédito y de presión contra el gobierno de Nicolás Maduro y la nación bolivariana.

Tal como es la costumbre del actual régimen estadounidense, cuyo líder no se cansa de repetir ¡America first! -lema que trae a la memoria el «Deutschland über alles» [1] del nazismo-, la irracionalidad del comportamiento unilateral parece ser la única norma. La legitimidad no proviene ya del derecho o los acuerdos internacionales, sino que emana de la fuerza bruta y del propio interés. No es el imperio de la ley, sino la ley del imperio.

¡A la trinchera de la paz!

Sin embargo, el día anunciado por la oposición para el «ingreso de la ayuda humanitaria», no le trajo los esperados frutos. La escenificación contó con conocidos cantantes latinos que actuaron como teloneros el día 22, con el propósito de convencer a la audiencia mundial acerca de la supuesta (y en realidad inexistente) catástrofe humanitaria y política que atraviesa hoy el pueblo de Venezuela. Las únicas armas de destrucción masiva, como las que sirvieron de pretexto a la destrucción de Irak, son los medios que propagan infundios y ayudan a desatar, ellos mismos, verdaderas catástrofes.

La intrusión de ayuda no solicitada estaba prevista para el sábado 23, desde pasos en la frontera venezolana con Colombia y Brasil. Respecto al programado ingreso desde Roraima, Brasilia se distanció a último momento de apoyar un envío masivo. El gobierno de Curazao, súbdito de Holanda, luego de una nota remitida por el gobierno de Venezuela, señaló que no enviaría nada desde el centro de acopio instalado en la isla.

Para monitorear y «colaborar» con la función se apersonaron, junto al diputado Guaidó, peligrosos intrigantes como Elliot Abrams y Luis Almagro, funcionarios de la USAID y la tríada de presidentes de las democracias más refinadas y respetuosas de los derechos humanos del continente: Sebastián Piñera, Iván Duque y Mario Abdo Benítez.

El cuadro se completó con dirigentes de los partidos de oposición de derecha Voluntad Popular y Primero Justicia, algunos de ellos probados «resistentes» en las guarimbas de 2014 y 2017, y un par de centenas de «voluntarios» – cuya apariencia y accionar remite a la probabilidad de bandas alquiladas para la ocasión.

El gobierno venezolano dispuso la noche anterior el cierre de fronteras y por su parte, el gobierno colombiano también cerró el paso en el puente internacional Simón Bolívar, con la intención de impedir el paso a gandolas enviadas por Venezuela con cajas CLAP para las barriadas pobres de la ciudad colombiana de Cúcuta. Obviamente una señal del gobierno de Nicolás Maduro acerca de las propias insuficiencias sociales existentes a lo largo y ancho del territorio colombiano.

Los objetivos previstos por el montaje opositor eran evidentes. Si el gobierno bolivariano dejaba pasar la «ayuda humanitaria», convalidaría la primera acción de poder efectivo del presidente ficcional, debilitando al mismo tiempo la posición inequívoca de protección territorial del gobierno y las fuerzas armadas.

Si por el contrario, se detenía a los intrusos, abundarían las declaraciones en los medios sobre la «sangrienta» represión desencadenada por el «régimen dictatorial». Para aumentar la veracidad, estaba previsto que se consumaran auto atentados, tipificados -y no casualmente- en Colombia como «falsos positivos».

Más allá del impacto en la opinión pública, se pretendió generar un quiebre en las fuerzas armadas, mostrando por TV algunas deserciones y convocando a un alzamiento masivo del sector militar contra el gobierno constituido.

Como era previsible, hubo algunas incidencias, algunos heridos, una docena de efectivos desertados, gandolas y buses ardiendo. Como señaló un analista, «trajeron las guarimbas desde Plaza Altamira (Este de Caracas, bastión opositor) a la frontera con Cúcuta».

En relación a la propaganda y la ambición opositora, la acción culminó en fracaso total. El movimiento chavista mostró una vez más su capacidad de movilización y el pueblo, junto a la unidad cívico-militar una férrea voluntad de paz y soberanía.

La decepción en las filas de la oposición y su radical dependencia externa, muy negativa a ojos del venezolano de a pie, podrían llevar -aunque sin admitirlo y a mediano plazo- a la posibilidad de que una parte importante de ella se avenga a iniciar un nuevo diálogo con el gobierno bolivariano.

El gobierno de Estados Unidos y 13 de los países del grupo de Lima, no retrocederán, al menos oficialmente. Declararán a principio de semana desde Bogotá, en un nuevo acto del «grupo de Lima» su repetida letanía de condena a la violencia del gobierno de Venezuela. El gobierno venezolano, a su vez, ha roto las relaciones diplomáticas con Colombia e iniciado un proceso de cooperación técnico-humanitaria con Naciones Unidas y con la Unión Europea. Mientras tanto, Guaidó salió de escena por una puerta lateral, con destino incierto.

Movida por la falta de éxito acumulada en la estrategia golpista, la opción de la guerra sigue existiendo.

El mundo parece estar inmerso en una corriente de crueldad extrema. Los pueblos somos hoy rehenes de la barbarie financiera que se parapeta detrás del fascismo, sofocando todo impulso libertario. Es preciso fortificar masivamente la trinchera de la paz y los derechos sociales. La lucha por la paz y la soberanía en Venezuela es crucial y no admite matices.

Ya preguntaba el poeta, por boca de Juan de Mairena [2] «¿Necesitamos plañideras contra las guerras que se avecinan; madres desmelenadas, con sus niños en brazos gritando: «No más guerras»? Y la musa colombiana Marta Sánchez, le respondió. Para la guerra, nada.

Javier Tolcachier es investigador en el Centro Mundial de Estudios Humanistas y comunicador en agencia internacional de noticias Pressenza.

Notas:

[1] Alemania sobre todo, también similar a la consigna que usó la campaña de Jair Bolsonaro en Brasil.

[2] Antonio Machado, Juan de Mairena, sentencias, donaires, apuntes y recuerdos de un profesor apócrifo, 1934-1936.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.