El presente texto forma parte de la presentación de la novela «Año tras año», Armando López Salinas editada por Dyskolo (junio 2015) en formato digital (.epub, .mobi, .pdf) y bajo licencia creative commons que permite la libre descarga. A veces las citas se vuelven insoportablemente dolorosas, brutalmente reales; a veces lo figurado, lo alegórico, la […]
El presente texto forma parte de la presentación de la novela «Año tras año», Armando López Salinas editada por Dyskolo (junio 2015) en formato digital (.epub, .mobi, .pdf) y bajo licencia creative commons que permite la libre descarga.
A veces las citas se vuelven insoportablemente dolorosas, brutalmente reales; a veces lo figurado, lo alegórico, la letra se torna insensiblemente materialista: «si el enemigo vence, ni siquiera los muertos estarán a salvo». El pasado 8 de abril del 2015 fue profanada la tumba en la que descansaban, junto a su esposa, los restos mortales del escritor Armando López Salinas en el madrileño cementerio de La Almudena.
Walter Benjamin se suicidó, acorralado por el fascismo europeo, en Portbou, en la frontera entre Francia y España, en tierra apátrida. Pero antes, en París, dejó escrito un iluminador ensayo, para pensar la historia dialécticamente, a «contrapelo» de la historia positivista oficial de los vencedores. Las «Tesis sobre la filosofía de la historia» proponen pensar las ruinas que deja el progreso capitalista a su paso, iluminar con un fogonazo las huellas históricas borradas de la violencia exterminadora de la modernidad en pos de un horizonte mesiánico de justicia. «Si el enemigo vence, ni siquiera los muertos estarán a salvo», escribe admonitoriamente Benjamin en estas tesis. Y eso, que ya sucedía antes con los miles de muertos de la represión fascista que yacen olvidados en cientos de fosas comunes por todo el territorio español, parece haberse cernido ahora sobre los restos materiales del escritor comunista Armando López Salinas y sobre los de su compañera, María Teresa Balduque.
Dicen que el autor de este nefando robo era una trastornado mental, pero los locos no son ajenos a las sociedades en las que viven, son parte del cuerpo social, no son radicalmente otros, son nuestros y, por lo tanto, sus actos de insania se inscriben dentro de una cultura que propicia unos actos psicóticos y no otros. La profanación de la tumba de López Salinas, más allá de las responsabilidades penales individuales que se deriven de ello, es un acto de sadismo, un modo de ensañarse con la memoria y la historia del escritor comunista. Ese enemigo victorioso parece no poder dejar descansar en paz ni la memoria de López Salinas ni la historia del comunismo en nuestro país, objetos sobre los que debe seguir imperando el odio y el deseo de destrucción, como si temieran el retorno del fantasma -un fantasma recorre Europa y es siempre el fantasma del comunismo- y tuvieran que seguir ensañándose sobre el cuerpo muerto para asegurarse que no retorne al presente con su sed de justicia e igualdad.
Por eso, nos corresponde a nosotros -los vivos, los críticos insomnes, los y las lectoras- velar por el cuerpo y la obra de López Salinas. Eso implica, por supuesto, que su cuerpo no vuelva a caer en campo ajeno, que tanto su obra como sus cenizas dejen de ser profanadas por el olvido o la violencia. Para ello, creo, que no debemos construirle una cripta para protegerlo de la agresión, sino desenterrar y discutir en público su obra, con sus virtudes y sus limitaciones, pero sabiendo que ya es tiempo de leer y discutir una novela como Año tras año, de pensarla, por ejemplo, a la luz de los debates contemporáneos sobre la recuperación de la memoria histórica, desde una perspectiva feminista o desde cualquier otra mirada que nos sirva para iluminar el presente con un fogonazo de esperanza, porque si el enemigo vence, si se sigue imponiendo una memoria no procesada de nuestro pasado más inmediato, efectivamente, ni siquiera los muertos estarán a salvo, sólo seremos nuestro marasmo social.
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