El error luterano Rangel investiga por qué seres racionales toman decisiones irracionales como las que toma Alemania sobre España. Nos hace purgar el pecado del derroche con drásticos recortes, que aumentan el déficit que pretenden reducir, porque estrangulan nuestro crecimiento. Su moralina luterana prevalece sobre la ortodoxia económica, que, en EE.UU., ha vuelto a demostrar que de la recesión se sale sólo con crecimiento. Si nos dieran más tiempo para reformar, podríamos crecer y reducir el déficit. Lo dijo Rangel el jueves y lo repitió The New York Times el viernes: la economía no es una moraleja bíblica de virtuosos y vagos, es un sistema complejo. Sufrir más no nos hará más competitivos.
España sufre el error que Alemania y su núcleo cometen al imponer sus prejuicios morales contra toda lógica económica…
¿Es su opinión personal?
¡Es de manual! Lo estudié en Harvard y lo enseñé en Stanford: está demostrado que, cuando un país entra en recesión, todo estímulo es poco para la que debe ser su única gran prioridad: volver a crecer.
Pues aquí usted es un radical.
Pero en vez de la ortodoxia económica bien contrastada, el directorio europeo aplica su moralina: creen que España debe purgar sus excesos para aprender a no cometer más. Es ridículo y antisistémico y, por eso, España está empeorando, no mejorando.
El problema es cómo financiar precisamente nuestro excesivo déficit.
Sin crecimiento, el déficit aumenta y su financiación se encarece, y los va a estrangular como a Italia, Portugal, Irlanda y Grecia.
En cambio, EE.UU. también tuvo recesión tras burbuja inmobiliaria y ya sale.
Porque allí no han castigado a nadie: han aplicado justo la receta contraria, la que mandan los libros: reformas y liquidez para crecer. Y ya sabíamos todos que funciona.
España no tiene elección.
Porque ha cedido su soberanía monetaria: aquí el error fue, de nuevo, poner la ideología -¡qué hermoso una Europa unida!- por encima de la lógica sistémica: la moneda unida sólo puede ser el destino de una política económica común y no su origen. Y cada vez les costará más enmendar ese error.
Washington le ha dado a la máquina de fabricar dólares y ahora crea empleo.
Más que eso, lo esencial es que la Reserva Federal y nuestra Administración están coordinados y actúan al unísono y rápido; no como los estados europeos y el BCE.
La UE hoy es un lamentable guirigay.
España, en vez de sufrir, debe plantar cara.
¿Qué propone?
Traten a Alemania como socios y no como súbditos y adviertan que, antes de vivir peor que con la peseta y empobrecerse sin esperanza, prefieren irse del euro. Esa amenaza tal vez les haga ceder tiempo para que cundan las reformas, volver a crecer, reducir el déficit y, paradójicamente, salvar el euro…
¿El prejuicio ideológico lleva al error?
Y no sólo en dirigentes alemanes. Yo en el CalTech leo LaVanguardia.com y me escandaliza su cifra de paro juvenil.
Un error y un horror.
¡Están liquidando una generación! Por eso, si yo fuera joven, estaría pidiendo a gritos más reforma laboral y el despido libre.
Pues los jóvenes gritan lo contrario.
De nuevo, la influencia ideológica de los mayores en ellos les hace asignar valores equivocados a sus opciones. Pero la pura realidad es que la rigidez laboral perpetúa en sus puestos a los ya mayores y deja a los jóvenes en el paro, aunque estén más preparados y sean más productivos.
¿Por qué los humanos se equivocan?
Porque al decidir asignamos valores erróneos a las opciones disponibles. Después, comprobamos que los valores de la experiencia no se corresponden con los de la elección.
¿Y por qué asignamos mal los valores?
Una razón es que nos cuesta separar nuestro estado de ánimo presente de las decisiones que tomamos para el futuro. Y esos errores acentúan los ciclos económicos.
Vivimos entre la euforia y la depresión.
Proyectamos una y otra vez lo que sentimos ahora sobre nuestra previsión de futuro: no haga la compra semanal hambriento, porque comprará más comida de la necesaria.
Somos criaturas anticipatorias.
Tanto, que en nuestra decisión influye no sólo lo que sentimos, sino lo que anticipamos que vamos a sentir en el futuro: si decide que se va a comprar un Ferrari el año próximo, empieza a disfrutarlo ahora mismo.
¿Y eso nos induce al error?
Continuamente, porque nos dificulta planificar racionalmente. También por eso tomamos decisiones erróneas sobre el futuro para sentirnos mejor en el presente: para mitigar la ansiedad de estar parado hoy, me pago un curso de chino que nunca acabaré.
En la crisis hay quien ve oportunidad.
Pero no porque sea más valiente y venza su miedo, sino porque hay quien -literalmente- lo ve menos: le presta menos atención. La atención modifica la opción. Por eso, el buen vendedor sabe qué enseñar y qué no.
Decides ya al decidir en qué te fijas.
Y por eso podemos anticipar la decisión que tomará el comprador por la duración de la atención que presta a cada detalle.
Y, por eso, la respuesta a una pregunta depende de cómo la formules.
Es así sólo cuando decides para maximizar tu beneficio. Pero, cuando tomas decisiones altruistas, el mecanismo es otro.
¿Qué ha descubierto en su laboratorio?
Que somos altruistas de dos formas: o porque nos fijamos ante todo en que nuestra acción sea buena, sea cual sea su resultado…
Doy limosna aunque se gaste en vino.
… o porque nos importa, sobre todo, el resultado y no la buena acción en sí: si el pobre se gasta mi limosna en vino, no le doy, pero si veo que aprende un oficio, le doy el doble.
¿Y no podemos practicar ambos?
Todos practicamos esos dos altruismos, pero están gobernados por circuitos neuronales diferentes e inversamente proporcionales. Si te preocupa mucho el resultado, te preocupa poco la bondad de tu acción en sí y viceversa: conociendo ese mecanismo, podremos incentivar la solidaridad.