Si el enemigo se equivoca, no lo distraigas (Napoleón Bonaparte)
Las grandes potencias viven un intenso proceso de innovación marcado por el tránsito de un desarrollo dirigido al conocimiento y la información. Este proceso se caracteriza por ajustes y cambios económicos, sociales, culturales y políticos. Dominado por la innovación tecnológica con el avance de la automatización, el desarrollo de nuevos procesos productivos, la nanotecnología, la ingeniería genética, la información ocupa en esta disputa un lugar central dentro de cada bloque. En esta batalla por desbaratar o mantener un mundo unipolar, se encuentran Estados Unidos y sus aliados para conservarlo y Eurasia con su sustitución de importaciones y desconexión, para competirle y desbaratarlo.
La crisis energética y alimentaria mundial se convierte en una parte clave de la dinámica del desarrollo económico tanto local, regional como mundial. El sistema agroalimentario, el desarrollo de semillas, la producción y venta de pesticidas, la compra de cultivos, el procesamiento de alimentos y su transporte, su distribución están, tanto en el caso energético como alimentario, controlados por un número reducido de países y empresas. La energía y la alimentación dejan de ser un derecho de los pueblos, convirtiéndose en mera mercancía y lucro para algunos conglomerados transnacionales, que nada tiene que ver con una lógica regional de desarrollo.
Dentro de este entorno, el mundo actual vive una crisis civilizatoria, que se traduce de manera más alarmante en crecimiento de las desigualdades sociales, en financiarización especulativa a escala global, discriminaciones de todo tipo e impactos ambientales nunca imaginados. En este tablero Brasil y Argentina miran de lejos todos los cambios, convirtiéndose en parias internacionales o simplemente capitulan ante las grandes multinacionales en el ámbito local, que se vuelve extensivo al ámbito internacional, apoyando la obstinación de un sistema unipolar americano que pierde cada vez más sustento y sentido.
Ambos países parecen estar a la deriva, y la única acción tomada es depender de los monopolios exportadores extranjeros, en el caso de Argentina, para tener dólares necesarios para pagar la deuda, y en el caso de Brasil entregar lo que los dólares externos puedan comprar: riqueza mineral, productos agrícolas, empresas energéticas o bonos del gobierno. En ambos casos hay varias coincidencias: la pérdida del salario y el incremento de los beneficios empresariales para la economía en general y, en el caso del sector financiero, las ganancias obtenidas por la mano visible de la banca invisible, como dice la CELAG.
El núcleo de la estrategia neoliberal, al menos con claridad, en una nueva ola desde el año 2016 es el desmantelamiento del Estado nacional, como las anteriores embestidas, con el debilitamiento y la eliminación de instrumentos que permitan coordinar políticas de desarrollo autónomo. Llámese estas endeudamiento o golpe de Estado, que limitan el accionar no solo actual, sino futuro de los países. Tanto es el condicionamiento y la persistencia de parálisis política hacia adelante que el propio Lula, referente indiscutido de su pobre y desbastado Brasil, tiene que negociar con la derecha extrema su vicepresidencia, en una puja electoral, con final anunciado.
Quizás, para entender la lógica y su continuidad, en el caso de los modelos, quede más en claro si exponemos lo que pasó en ambos gigantes sudamericanos desde el golpe de Estado en Brasil de Dilma Rousseff y la asunción de Mauricio Macri en Argentina, aunque no sea el eje central del artículo. Brasil planificó y ejecutó un conjunto de acciones, denominado “un puente para el futuro”, desde el 2016, que en gran medida fue replicado en Argentina y que tomaremos como hilo conductor, por su similitud y su prolongación en la actualidad.
La idea neoliberal del puente al futuro se sustenta en doce pilares, de los cuales nombraremos seis que tuvieron similares destinos en ambos lados de la frontera. Equilibrio fiscal, límite para los gastos corrientes, restringir la emisión monetaria, impulso a un desarrollo centrado en el sector privado, a través de las transferencias, concesiones amplias en todas las áreas de logística e infraestructura, mayor apertura comercial, flexibilización laboral, modificación de la liquidación previsional y libre circulación de divisas.
En los hechos, las medidas se implementaron en ambos países con disparidades menores. El congelamiento del gasto por 20 años en Brasil, reducción del gasto en Argentina; emisión monetaria limitada en Brasil, cero en Argentina; aumento de tasas de interés, flexibilización laboral, endeudamiento, reformas previsionales, desmantelamiento de cualquier tipo de fiscalización estatal, aumento desmedido de servicios públicos, incremento de la inflación, reducción de impuestos, entre otras, se aplicaron en ambas naciones.
Como se ve, las políticas tuvieron poco éxito en cuanto a la expansión del producto. Un estudio realizado por el profesor de economía Eduardo Costa Pinto, subdirector de la Instituto de Economía de la Universidad Federal de Río de Janeiro (IE-UFRJ), muestra que, desde 2016, las ganancias privadas apropiadas por la élite en Brasil crecen a “tasas chinas”, igual que en Argentina. En 2021, la tasa de ganancia de las 240 mayores las empresas que cotizan en bolsa en Brasil aumentaron un 22%, casi cinco veces el PIB. En el caso argentino, las ganancias de las 376 mayores empresas durante la pandemia se aproximaron al 27%. Cuando el PBI retrocedió -9.9%.
En el caso de Brasil, este profesor explica que tal aumento de las ganancias de la “megaburguesía” está relacionado con varios factores. Cita una serie de elementos de aumentos recientes, como el de las materias primas en el mercado internacional, además de las fusiones y adquisiciones entre empresas, que vienen concentrando aún más el mercado y reduciendo la competencia. Pero la reducción de los costes laborales es el punto principal.
Brasil cerró 2021 con más gente trabajando, a pesar que desde 2016-2021 la tasa promedio de desocupados rondó el 13.5%, según la Encuesta Nacional Continua por Muestreo de Hogares (Pnad) del IBGE. Si bien el número de personas con contratos laborales aumentó un 2.6%, el trabajo informal lo hizo en un 11.1%. Como resultado de esta lógica, los ingresos cayeron 7%, en promedio, el nivel histórico más bajo.
En Argentina, según datos del INDEC, el desempleo en el cuarto trimestre de 2021 cayó al 7%, el nivel más bajo desde 2016. Pero entre 2016 y 2021, el empleo asalariado registrado cayó casi 1,7%, mientras que el informal aumentó 1,4 puntos. Para el 2022, según el Centro de Investigación y Formación de la República Argentina, los datos muestran que el salario promedio de las y los trabajadores registrados tuvo en el mes de marzo de 2022 un poder de compra 20% menor al de diciembre de 2015. Para ponerlo en términos más concretos, perder 20% del salario real es como perder el equivalente a casi dos meses y medio de trabajo en el año. Con el trabajo no alcanza, aun trabajando se sigue siendo pobre.
Al igual que en Brasil, el hecho más notable de esta recuperación fue la debilidad que encontró el proceso de recuperación de los salarios reales a pesar de la reducción del desempleo. La caída del salario promedio anual de los trabajadores registrados en el sector privado fue del 2,3% en 2021, en tanto que la de los no registrados fue del 7,1%. La perspectiva es negativa, si se tiene en cuenta la aceleración del proceso de inflación, la pérdida seria de 4,7% y 6,7%, respectivamente, para el primer trimestre de 2022.
Como dijimos, la caída del costo laboral es el principal impulsor de los beneficios de las grandes empresas, pero ahora los mayores aumentos de commodities por la guerra y la inflación, multiplican estas ganancias gracias a la mayor caída del salario. En Argentina en el 2016, para las grandes empresas el costo laboral implicaba un 18.9% de sus gastos, en el 2021 representaban un 12.2% y bajando. En 2017 el costo fue del 17,7%, en 2018 descendió al 14,7%, en 2019 al 10,8% y para 2020 cayó al 13.3%.
Bajo esas circunstancias, se acentúa la tendencia regresiva en términos de la distribución del ingreso. La caída en la participación de los asalariados en el ingreso fue del 48,0% al 43,1% entre 2020 y 2021, cuando en 2017 era de 51,8%. A la inversa, el excedente apropiado por los empresarios subió del 50,5% al 54,3% del PIB entre 2020 y 2021, cuando en 2017 era de 46,4%, como muestra el cuadro de CIFRA.
Según el Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica CELAG, América Latina tiene el sector financiero más rentable del mundo, después de África. Argentina muestra el mayor registro (5,9%), un nivel 12 veces mayor al de España, que, a su vez, es uno de los más altos de la Unión Monetaria Europea.
Argentina y Brasil destacan porque la mayor fuente de beneficios son las actividades especulativas en el mercado de valores y cambios, que explican la mitad de sus ingresos y aportan 4,6% de rentabilidad sobre activos en Brasil y 5,9% en Argentina.
En la Argentina durante la pandemia los bancos ganaron US$ 4.400 millones de dólares, cuando otros sectores de la economía caían como moscas. “Si en la Argentina los bancos pagaran un impuesto a las Ganancias igual al de Bolivia, se recaudarían casi US$ 2.000 millones adicionales por año, es decir, que en una década se obtendría sólo en ese concepto un ingreso equivalente a casi la mitad de la deuda con el Fondo Monetario Internacional (FMI)«, según el economista Guillermo Oglietti.
Los bancos en Brasil están de parabienes. Solo en el primer trimestre del 2022 sus beneficios aumentaron entre un 52 y 60%, todo un récord, que desbancó al alcanzado en 2021 con un 51%, más que en el 2020. El gobierno de Bolsonaro transfirió a los bonistas de deuda pública (bancos, fondos de inversión, inversores), en forma de pago de intereses, en 12 meses hasta febrero último, U$S 88.600 millones (4,78% del PIB), según informaciones del Banco Central (BC). Y como en los 12 meses anteriores, hasta febrero de 2021, trasladó U$S 67.777 millones, es decir, un 37% más lo que significó una ganancia extra de más de U$S 22.000 millones para los rentistas.
El arsenal de dólares que Argentina pagó, para quedar de todas maneras condicionada al FMI, es sólo una parte de los desfalcos, como los anticipos de importaciones, pagos de deuda o la burla del Decreto-Ley de Videla Martínez de Hoz, por nadie tocado, Ley 21.453/76, y su permisividad de presentar la declaración jurada de exportaciones y realizarla hasta un año después pudiendo congelar los impuestos. Estos negocios palidecen antes los rendimientos de intereses de sus pasivos, remunerados al 40% anual y subiendo, que el Banco Central devengara –la cuenta no es definitiva– este año, equivalente a pagar U$S 17.800 millones, o 3,9% del PBI. Es decir, los bancos privados se apropiaron, sólo por intereses, al menos, de casi un 100% más de los que se le pagó en 2020. Esto es, unos U$S 40.000 millones desde la pandemia hasta hoy, un FMI en total silencio.
¿A alguien le interesaría el desarrollo de su país con esta concentración, monopolización y tasas de beneficios? Pensar en un crecimiento homogéneo, una moneda regional, que acompañe una consolidación de bloque zonal ante la grieta mundial, sería una buena idea. Pero la burguesía del sur sigue creyendo que el desarrollo, la tecnología y el conocimiento implican desperdiciar de recursos, como los realizados por Argentina tirando lavarropas al espacio, con el nombre de satélites.
Fuente: https://eltabanoeconomista.wordpress.com/2022/06/12/parias-internacionales-siervos-locales/