La Plaza del Sol de Madrid se llena de jóvenes y ciudadanos indignados; así como llenaban por mayores motivos la Plaza Tahrir (de la Liberación) en El Cairo, y el 21 de diciembre de 2001 la Plaza de Mayo en Buenos para derrotar al gobierno de F. de la Rúa y su estado de excepción. […]
Los jóvenes de la Plaza del Sol discuten si permanecerán más tiempo en ella. Ellos querrían permanecer para siempre ahí (como enuncia el postulado), pero realistamente deberán volver a sus tareas cotidianas, y no podrán evitar a la representación frecuentemente corrupta y sin posible control por parte de la organización de la participación. ¡Volverá a gobernar representativamente! Aquel: ¡Que se vayan todos!
, enuncia el postulado, la idea regulativa, pero no es factible. Factibilidad y gobernabilidad no están contra los ideales, los postulados, pero le marcan sus límites.
Es decir, es imposible permanecer siempre en la plaza. ¿Hace esto imposible una participación diaria, cotidiana, organizada, eficaz del pueblo? ¿Cómo puede alcanzarse la práctica permanente de una participación auténtica? ¿Es para ello necesario negar la representación (que se va corrompiendo en todos los países actualmente) e intentar una participación directa imposible? El aparente dilema se disuelve comprendiendo que es necesario organizar la participación desde la base (como en los ejemplares caracoles zapatistas o en la legislación venezolana promulgada el 21 de diciembre de 2010 sobre Leyes del Poder Popular
) en las asambleas de la comunidad o las Comunas, con la representación respectiva (el concejo comunal
, por ejemplo en Venezuela). Pero después, hay que ascender a un segundo nivel organizativo de la participación en la Comuna, representada en el consejo ejecutivo
; para sólo en un tercer nivel llegar participativamente a la Asamblea conjunta de las Comunas (en el nivel municipal), con la representación en el parlamento comunal
o municipal. Es decir, desde abajo hacia arriba, desde la base hasta el municipio, estado provincial o Estado federal, se van organizando, de manera muy diversa, las dos instancias de la democracia: la participación y la representación. El liberalismo burgués sólo institucionalizó la unilateral democracia representativa, hoy en crisis. No hay sin embargo que eliminar la representación. Hay que darle contenido y controlarla con la organización de la participación en todos los niveles. Esto último nunca se ha practicado (ni siquiera ideado, en cuanto articulado con la representación). Es la revolución política del siglo XXI.
Es decir, las masas que pueblan las plazas inconformes y rebeldes no han imaginado todavía cómo permanecer en la participación factible, organizada, institucionalizada, cotidiana, eficaz. No es ciertamente gracias a una asamblea directa permanente.
No serán ya los partidos políticos, necesarios en la representación, los que organicen la participación. Ahora son los movimientos antisistémicos, las instituciones de la sociedad civil (como sindicatos, grupos de vecinos, tercera edad, niños de la calle, pueblos originarios, feministas, etcétera), que con las redes electrónicas (los nuevos medios de producción de las decisiones políticas se transforman en instrumentos revolucionarios en manos del pueblo mismo), los que convocan multitudes a las plazas del mundo. Pero esta revolución de participación no sólo necesita organización, institucionalización (constitucional y legal, como en Venezuela2), además de estratégica y táctica cotidiana, sino también necesita una teoría para dar contenido político al movimiento, y la aparición de cierto liderazgo orgánico (como enseñaba A. Gramsci), sin las cuales condiciones se cae inevitablemente en un espontaneísmo ahora sí populista (y es el peligro inminente de todas esas muchedumbres indignadas justamente).
Queremos indicar entonces que la humanidad, las grandes masas de los países periféricos y centrales, comienzan a tomar conciencia de que la democracia representativa (no la democracia sin más) y los organismos internacionales (en especial del capital financiero) no son dignos de confianza por el alto grado de corrupción de sus burocracias (como lo manifiesta el FMI) y por su opción capitalista. Ante ellos, se levanta un pueblo en estado de rebelión (que deja al estado de derecho y al estado de excepción en el aire, al menos en Egipto o en el ejemplo argentino), y que convoca a la imaginación para organizar una nueva estructura participativa del Estado que exija, con planificación mínima pero estratégica, el cumplimiento de las necesidades del pueblo a las instituciones representativas, y que las controle eficazmente. Es la organización participativa del pueblo la que debe vigilar y castigar
(no disolver) a la representación. A la representación le corresponde aquello de «mandar obedeciendo«; no a la participación, que «manda mandando«.
1 Filósofo.
2 Expresar esto en los medios intelectuales y filosóficos de los socialdemócratas europeos o estadunidenses, y sus comentaristas latinoamericanos, crea fuertes reacciones, donde se confunden los lentos progresos de la participación (en el cuerpo legal y en la práctica) en Venezuela con un populismo vulgar, cuando no fascista.
Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2011/05/25/index.php?section=opinion&article=021a1pol