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Texto sobre la emigración andaluza antes y ahora

Partir es volver a casa

Fuentes: Rebelión

Era una fila de cuerpos desnudos. Algunos no habían estado nunca desnudos delante de otras personas. Ni siquiera bajo unas sábanas, con las luces apagadas o encendidas. Les abrían la boca para inspeccionarles la dentadura. A los que les faltaba algún diente o muela eran rechazados. Los apartaban de la fila. Les miraban las uñas. […]

Era una fila de cuerpos desnudos. Algunos no habían estado nunca desnudos delante de otras personas. Ni siquiera bajo unas sábanas, con las luces apagadas o encendidas. Les abrían la boca para inspeccionarles la dentadura. A los que les faltaba algún diente o muela eran rechazados. Los apartaban de la fila. Les miraban las uñas. Las manos. Cualquier defecto físico o psíquico. Les tocaban los testículos. Miradas de hombres del campo tan tristes como pájaros otoñales volando sobre los campos se reproducen frente a personas vestidas de blanco. Personas con el poder del futuro. Mi abuelo fue apto.

El andaluz emigrante I

Entre 1840 y 1920 millones de Europeos emigraron a América, un continente aún, tras siglos de genocidio y expolio, con grandes tierras despobladas, desconocidas, por conquistar, repletas de riqueza y oportunidades para todo europeo que se atreviera a cruzar el charco; algunos con unas intenciones, otros con otras. Entre ellos se encontraban miles de andaluces. Andaluces que soportaron epidemias de gripe, de cólera, viruela, sarampión, grandes sequías, hambrunas, incluso terremotos y una gran plaga de filoxera que termina por destruir el mal nutrido campo andaluz ahogado bajo el antiguo Régimen de la Restauración. Andalucía sumida en esta especie de miseria intrínseca vive su gran extensión como su mayor mal. Su alto índice de natalidad y a la vez de mortalidad por las condiciones en las que se encuentra hace que en 1853 tras la Real Orden que permite la migración a América, Andalucía se convierta rápidamente en el foco central del éxodo español hacia el continente americano, aprovechando la gran tradición e infraestructura portuaria de nuestra región. Este tránsito sería una constante hasta la primera década del siglo XX, donde el disparo demográfico rumbo a América se logra estabilizar.
El flujo migratorio a partir de la entrada al nuevo siglo desciende sobre todo gracias a la bajada de los índices de mortalidad, provocado por la mejora de las condiciones de vida, y la toma de conciencia de gran parte de los trabajadores y jornaleros andaluces en ser partícipe de las decisiones políticas que les afectan, dando lugar a un gran movimiento campesino regional que influiría activamente, en su principio, en la proclamación de la II República; aunque luego fuera un verdadero problema para esta como se pudo comprobar en los sucesos de Casas Viejas. En 1941 después de la guerra Civil Franco prohibe el exilio económico para no quedarse sin mano de obra y mantener, de ese modo, el silencio internacional sobre la dictadura. El analfabetismo y la pobreza se prolongan en nuestra región, una especia de finca cerrada llena de jornaleros famélicos bajo el yugo de terratenientes y caciques. Esto deriva en que los desplazamientos se concentren dentro del territorio nacional hasta que Madrid, Barcelona y País Vasco no pueden absorber más paro rural, principal motivo de que en 1960 Franco firme un convenio con Alemania, que después de la Segunda Guerra Mundial con la ayuda de los EEUU, vive un renacer económico de la mano del capitalismo (queda patente que hablamos de la Alemania Occidental). Ese convenio permitirá la emigración asistida, aquella que se efectúa bajo el control y a petición del país receptor, con la cual se marcharán del país entre 1960 y 1970 unos 270.000 andaluces (40% de la emigración española) a toda Europa y unos 8.000 fuera del continente (lugares como Australia sobre todo), sin contar aquellos andaluces que recurrieron a la emigración no asistida, es decir, bajo ningún control estatal, ya fuera de otro país o del gobierno franquista, y que se calcula que fueron unos 2.000. 000.

Colonia

Tras superar el control médico del Instituto Español de Emigración mi abuelo fue confinado en un tren bajo la supervisión de agentes sociales y enfermeros alemanes. Sevilla-Madrid-Irún-Colonia. Un tren de cuerpos hambrientos. De rostros oscuros por los ojos y las barbas de varios días, de miradas cansadas e incluso perdidas por los tres o cuatro días de tren. Por la sensación de ser algo y no alguien. Una herramienta. Recién llegado a su destino fue trasladado a una oficina de empleo la cuál le asignó un trabajo. Obrero de la construcción. También una habitación en un barracón con otros andaluces, algunos conocidos del pueblo. Un barracón con un jardín bello y cuidado pero artificial. Allí mi abuelo, una especie de recitador profesional en reuniones y eventos sobre todo de índole religioso, citaría una y otra vez este fragmento del poema Olivo del Camino de Antonio Machado al que había sometido a cierta modificación:

Hoy, a tu sombra, quiero ver estos campos de mi Andalucía, Olivo solitario, lejos del olivar, junto a la fuente, olivo hospitalario que das tu sombra a un hombre pensativo y a un agua transparente, al borde del camino que blanquea, guarde tus verdes ramas, viejo olivo, la diosa de ojos glaucos, Atenea para poder volver a ver los campos de mi Andalucía.

Mi abuelo estuvo un año trabajando en Alemania. Cumplió su contrato y volvió a casa. En el transcurso de ese año regresó a España sólo una vez, ya que mi abuela dio a luz a su tercer hijo. Desde Alemania, ya venía imaginando que en vez de vivir en un barracón estaba en el campo andaluz, en una casa pobre de vecinos, pero llena de luz, donde recitaría este poema, que me ha llegado inconcluso y del cual desconozco su origen:

Quedarme en tus brazos muertos como un cuchillo de punta siempre pendiente del pecho salgo de mi casa al campo sólo con tus pensamientos para acariciar la tela de aquél pañuelo que se te cayó un domingo cuando salía del templo ay nunca te he dicho vida que yo no tengo
y mira sus iniciales y las contempla en silencio para que el campo vea lo que yo te estoy queriendo

la otra tarde mira, no vuelvas hacerlo te vi besar a mi hijo a mi niño el más pequeño ¿¡y cómo lo besaría! ? que a mí se me llegó a inflamar vena tendón y nervio
Salí corriendo a mi casa alcé a mi niño del suelo como un ladrón al acecho en su cara de amapola ay mordió mi boca tus besos
pase lo que pase y aunque se entere todo el pueblo …

Lituania es Verde y Roja, Andalucía es Verde y Blanca.

En 1944 Jonas Mekas con tan sólo veintidós años se ve obligado a huir de Semeniškiai, una pequeña aldea al norte de Lituania, tras descubrir que la máquina de escribir en la que traducía las noticias de la BBC , y con las que publicaba un boletín semanal sobre las novedades de la guerra contra Alemania, fue robada del granero de su tío donde estaba escondida. Mekas que ya antes había sido perseguido por los soviéticos por su postura Anti-estalinista, se ve obligado a escapar de su país junto con su hermano Adolfas. Esta huída les llevaría a vivir en campos de prisioneros, obligados a trabajar en las fábricas alemanas. Y al final de la guerra, en campos de refugiados, hasta que en 1949 logran llegar a Nueva York donde Jonas desarrollará su carrera artística, llegando a ser el máximo exponente de lo que se conoció como el New american Cinema Group, referente del cine experimental y hombre a la cabeza de los Anthology Film Archives. Jonas Mekas tardaría veinticinco años en volver a su tierra. En la película Reminisciencias de un viaje a Lituania nos muestra el fin de ese viaje. Al comienzo de dicha película vemos una reunión de lituanos en un parque de Nueva York. Su descripción es la siguiente: «Animales tristes y moribundos, en un lugar al que no pertenecen, que no reconocen«. Como los andaluces en los barracones alemanes. A pesar de las alegrías y los cantos pasajeros en la compañía del compadre, un emigrante no deja de ser un desplazado. Un desplazado por el hambre o la persecución. Mekas vuelve a beber el agua fresca de Semeniskiai sacada de un pozo por su madre, una anciana ya, que aún cocina al aire libre. Rodeada de una tierra verde y roja por la hierba y las bayas. El emigrante en su vuelta a casa busca momentos del pasado, momentos que ya no reconoce en una nueva realidad, aunque en su cabeza hayan permanecido suspendidos.
Jonas Mekas nunca olvidó los largos, profundos y gélidos inviernos lituanos. El viento quemando su cara a través de los campos. Como el seco invierno del interior andaluz. Que corta el rostro de los jornaleros convertidos en obreros de la construcción en Alemania. Rostros que a pesar del frío permanecen a la espera siempre del sol, en una Andalucía verde y blanca.

El emigrante andaluz II
Ahora, yo mismo he recurrido a la emigración asistida. Un contrato de diez meses para trabajar en Alemania. Aunque la mayoría de los emigrantes andaluces en la actualidad tengan que recurrir a la emigración no asistida, destino Reino Unido o Alemania, o a cualquier otra parte del mundo. Los actuales emigrantes andaluces seguimos yéndonos de nuestra casa, seguimos alimentándonos en nuestro viaje de toda esa luz que nos da nuestra tierra y que dependiendo del paso del tiempo se convertirá en meras reminiscencias. Pero con el peso de lo que significa ser andaluz. Con el peso de la historia de miseria que nos persigue bajo el yugo en el que nos encontramos. Del que huimos, pero conscientes de que en el momento que partes ya estás volviendo a casa.

Al igual que hace dos siglos, Andalucía sigue siendo la región más poblada del estado español. Y también sigue siendo una de las más pobres. Esta miseria de carácter intrínseco que mencionábamos antes no es una miseria natural que nazca de nosotros los andaluces ni de nuestra tierra. Nuestra tierra es rica. Esta miseria ha sido impuesta externamente durante siglos (podríamos concretar que desde la conquista cristiana pero merecería un estudio aparte). ¿Cómo es posible que el andaluz, siendo un hombre rico, ya que es hombre de su tierra y de su sol, que alimenta e ilumina sus ideas y su vida, haya permitido la instauración de esta pobreza y este sometimiento? Quizás este hecho, en el que siempre salimos perdiendo, tenga que ver con que el andaluz no es un hombre que se encuentre cómodo en el enfrentamiento, y no sea dado a la confrontación en esa relación de Poder que como personas, como Pueblo, nos encontramos todos. El andaluz ha preferido durante siglos el instante de libertad bajo el olivo que una amplitud verdadera de libertades. Pero no por cobardía como demuestran los numerosos casos de lucha vividos en nuestra tierra históricamente. Sino por su carácter. Su carácter pacífico y amante de la libertad. Carácter que reflejamos ya sea agachados en el campo, erguidos en universidades americanas, orgullosos en salas de exposiciones europeas, o trabajando en un café de Londres. Porque la paz de nuestra tierra y nuestro sol así nos ha hecho. Hombres de paz. Hombres que siempre intentan volver a casa con la misma esperanza que en estos momentos intento , siguiendo los pasos de Jonas Mekas en este pequeño país. Buscando sus recuerdos, intentando no perder los mios, siempre volviendo a casa.

Epílogo

Mi abuelo emigró a Alemania en 1969. En 1974 emigraría de nuevo durante tres meses a Suiza. En todo ese tiempo tuvo que exiliarse por motivos económicos en diferentes periodos a Cataluña, donde residía, también exiliada, parte de su familia. Aunque en este texto no trate la migración interna, que duda cabe mencionar que especialmente durante el Franquismo los andaluces se hicieron presentes en todo el norte peninsular, sobre todo en Cataluña. Yo también he tenido que cruzar Despeñaperros para ir a trabajar a Madrid, donde durante cuatro años he podido comprobar qué es ser un emigrante andaluz o cualquier otro emigrante. Una persona que siempre quiere volver a casa y a la que en demasiadas ocasiones «sólo le quedan memoria, evocaciones, reminiscencias».