La Organización Mundial de Propiedad Intelectual (OMPI) trabaja en el diseño de un sistema de patentes más afín a las necesidades de los países en vías de desarrollo. La OMPI pretende recuperar algo del terreno perdido frente a la OMC y su absurdo acuerdo sobre aspectos de propiedad intelectual relacionados con el comercio (TRIP, por […]
La Organización Mundial de Propiedad Intelectual (OMPI) trabaja en el diseño de un sistema de patentes más afín a las necesidades de los países en vías de desarrollo. La OMPI pretende recuperar algo del terreno perdido frente a la OMC y su absurdo acuerdo sobre aspectos de propiedad intelectual relacionados con el comercio (TRIP, por sus siglas en inglés). Pero en este debate es importante no perder de vista que el sistema de patentes no es, como muchos piensan, el instrumento que permite fomentar el progreso técnico y la difusión de innovaciones en una economía. La siguiente historia es un ejemplo interesante.
Wilbur y Orville Wright completaron en 1903 su primer vuelo e inauguraron la era de la aviación. El viaje de su Flyer duró doce segundos, pero para los Wright fue la coronación de todos sus esfuerzos.
Los hermanos Wright habían acumulado gran cantidad de información en su taller de bicicletas en Dayton, Ohio. Su experiencia con sistemas de transmisión por cadenas resultó clave para el control aerodinámico de su primer avión. Para maniobrarlo y contrarrestar turbulencia, dos cadenas de bicicleta permitían torcer el armazón completo de las alas en la dirección que el piloto escogiera. El sistema era estorboso, pero funcionaba.
Además, el Flyer incorporó el primer motor de aluminio, un sencillo mecanismo sin carburador ni acelerador ni bomba de gasolina o bujías. Sus cuatro cilindros en línea permitían generar doce caballos de fuerza, más que suficientes para despegar: fabricar motores no era la especialidad de los hermanos, y si su avión pudo volar fue porque el buen diseño de las alas compensaba el mal desempeño del motor.
En 1906 los Wright obtuvieron lo que estaban buscando: su «máquina de vuelo» recibió la patente número 821 mil 393 y la flamante era de la aviación tomó la ruta de los litigios de propiedad industrial. El diseño era novedoso, pero impráctico, y la patente otorgada cubría no sólo el sistema de control del Flyer, sino cualquier sistema de maniobras.
En 1908 Glenn Curtiss voló su primer avión utilizando un motor más ligero y potente, así como un sistema de control aerodinámico basado en alerones móviles. Ese sistema permitía ejecutar maniobras que los Wright nunca habían intentado. Pero éstos resultaron ser más ágiles en el terreno legal y demandaron a su competidor por invasión de patentes.
Después de muchas acrobacias legales, en 1915 se dictó el fallo definitivo: cualquiera que quisiera producir y volar su propio avión tendría que pagar regalías a los Wright. En su decisión, el tribunal interpretó la cobertura de la patente en el sentido más amplio posible: cualquiera que resolviera los problemas de maniobrar un avión estaría invadiendo la patente Wright. El paralelismo con las patentes sobre recursos genéticos otorgadas recientemente es extraordinario. El hecho es que esa decisión condenó al estancamiento a la industria aeronáutica que había sido pionera en Estados Unidos. Mientras tanto, en Alemania, Inglaterra y Francia los fabricantes de aviones recuperaron el terreno perdido al amparo de programas subsidiados por sus gobiernos.
En 1917, de cara a la guerra en Europa, el gobierno estadunidense puso fin a este enredo decretando un drástico sistema de licencias obligatorias: cualquier fabricante de aviones podría usar los inventos de los demás pagando regalías muy reducidas. Pronto la industria aeronáutica estadunidense regresó a la vanguardia. La lección es impecable: cuando las patentes frenaron la innovación y cuando fueron suprimidas, el cambio técnico se aceleró.
La justificación del sistema de patentización es que el monopolio recompensa a los innovadores que divulguen sus inventos. La realidad es otra. Primero, la gran mayoría de las patentes no se utiliza en la producción y sólo sirve para segmentar mercados y extender la vida de las rentas monopólicas de una innovación. Segundo, una proporción muy elevada de patentes protege «seudo innovaciones» que cubren muy pequeños cambios a inventos anteriores. Estas seudo innovaciones constituyen un cinturón protector de las patentes medulares y permiten disuadir a competidores potenciales por la amenaza de ser demandados por invasión. Finalmente, gran número de patentes no contienen una divulgación adecuada del invento. Hasta hay abogados especializados en el arte de la no divulgación: la descripción del invento reúne los requisitos exigidos por las oficinas de patentización, pero no divulga el invento.
Las patentes son un obstáculo a la innovación y el desarrollo tecnológico. Los casos de medicinas para el HIV, software, recursos genéticos y formas de vida son ejemplos que no pueden ser ignorados. Aunque soy escéptico, la OMPI podría abrir la puerta para que cada país cuente con sistemas de propiedad intelectual más acordes con sus estrategias de desarrollo. Un requisito mínimo sería regresar a los principios de la Convención de París de 1883: cada país define los sectores en los que se confieren patentes, así como la duración de las mismas. Los fanáticos en la OMC estarán rabiosamente en contra de esto, pero si no se modifica el TRIP, su ronda de Doha es sólo un montón de mentiras.