«Los pecados del Fondo (Monetario Internacional) no fueron sólo de omisión, sino también de activa diseminación de las políticas que condujeron al desastre». En un año en que la reunión de primavera (boreal) del Banco Mundial y el FMI no tuvieron manifestaciones en la puerta, críticas como estas se oyeron el pasado fin de semana […]
«Los pecados del Fondo (Monetario Internacional) no fueron sólo de omisión, sino también de activa diseminación de las políticas que condujeron al desastre». En un año en que la reunión de primavera (boreal) del Banco Mundial y el FMI no tuvieron manifestaciones en la puerta, críticas como estas se oyeron el pasado fin de semana adentro de las salas de reuniones. En este caso, de boca del ministro brasileño de Finanzas, Guido Mantega, quien hasta hace poco era visto como gran defensor del organismo multilateral.
En efecto, como miembro del Grupo de los 20, convocado para enfrentar la crisis financiera global desatada en 2008, Mantega no sólo aprobó el fortalecimiento del FMI como principal supervisor de las finanzas mundiales, sino que además compró miles de millones de dólares de bonos del institución, para ayudarlo a prestar a los países en mayores dificultades. Además, Brasil se hizo eco de las recomendaciones del FMI de aumentar los gastos como forma de combatir los efectos de la crisis mundial y evitar una recesión en la principal economía latinoamericana. Así, el gasto del gobierno federal subió de 572,000 millones de reales en 2009 a 700,000 millones en 2010… pero en enero de 2011 el FMI, en vez de elogiar la contribución de Brasil al esfuerzo anticrisis, dijo en un informe sobre la situación fiscal mundial que «el deterioro de las cuentas fiscales brasileñas es particularmente pronunciado» y que el país no cumpliría en 2011 con su meta de lograr un superávit fiscal de tres por ciento del producto previo al pago de los intereses de la deuda.
«Alguno de los viejos ortodoxos del FMI se distrajo y escribió esta estupidez», dijo en ese momento Mantega. Ahora el ministro brasileño ya no sólo ataca el «error de un funcionario» sino que el sábado 16 de abril fue más lejos en su análisis y criticó los «puntos ciegos» en el análisis del FMI, «acrecentados por la falta de diversidad en el entrenamiento académico del staff» y una cultura organizativa que hace que las propuestas novedosas y las ideas desafiantes sean vistas «con indiferencia o total hostilidad».
Ya no se trata sólo de distintas evaluaciones sobre la coyuntura brasileña, sino de aspectos doctrinarios y políticos más profundos. Durante décadas el FMI promovió la apertura financiera y la liberalización de las cuentas de capitales, una política que Brasil siempre rechazó, ya que la veía como el fin de sus bancos nacionales y también de su política industrial.
Hablando en Sao Paulo en 2004 desde la autoridad de su cargo de secretario general de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD), pero recordando su experiencia de ministro de Finanzas, el brasileño Rubens Ricupero había advertido a los demás países en desarrollo sobre los riesgos de la liberalización financiera: «Abrir los mercados de capitales es como ingresar a la mafia. Uno toma la decisión con grandes expectativas, pero si después se arrepiente uno no puede volver atrás enviando una cartita de renuncia». Hace un par de semanas el FMI finalmente cambió su política oficial y ahora admite los controles, en particular en situaciones como las de Brasil en las que hay enormes cantidades de capitales dispuestos a realizar inversiones especulativas de corto plazo para beneficiarse de las elevadas tasas de interés. Pero a pesar de reconocer implícitamente que su énfasis anterior en la liberalización estaba equivocado, el organismo financiero quiere seguir determinando las políticas nacionales, ahora a través de un «marco regulatorio para manejar el control de capitales».
Mantega elogió en la reunión de gobernadores del FMI el reconocmineto de que estos controles son «útiles y necesarios» pero se opuso tajantemente a «cualquier directriz, marco o código de conducta directo indirecto» que quiera limitar las políticas nacionales de respuesta a la volatilidad de los capitales. Tales propuestas serían «innecesarias e inequitativas», sostuvo el ministro brasileño.
A Mantega le parece «ironic» que «algunos de los países responsables por la mayor crisis desde la Gran Depresión y que aun no han resuelto sus propios problemas estén deseosos de imponer códigos de conducta al resto del mundo, incluyendo países que sufren los desbordes de las políticas que éstos adoptan».
La alusión a Estados Unidos es obvia, y en particular a la acelerada impresión de miles de millones de dólares por parte de la Reserva Federal, que sería una de las causas de la abundancia de capitales especulativos. El FMI quiere que antes de controlar el flujo de capitales, los países aprecien su moneda, aumenten sus reservas y ajusten sus políticas fiscales y monetarias… con lo cual el control de capitales quedaría como un último recurso teórico pero sin aplicación práctica.
Mantega sostuvo que la liberalización financiera no fue parte de los objetivos para los cuales el FMI fue creado y recordó que el artículo VI de sus estatutos, redactado personalmente por Sir John Maynard Keynes, dice que los «miembros pueden ejercer los controles que sean necesarios para regular los movimientos internacionales de capital». Es una suerte, dijo, que los intentos de suprimir este artículo a fines del siglo XX no tuvieran éxito.
* Director del Instituto del Tercer Mundo (ITeM).