La contundente derrota propinada al proceso revolucionario el pasado 2 de diciembre, por parte de sectores agrupados en la oposición, no puede pasar para los revolucionarios como una consecuencia más de algunos errores de apreciación. Preocupa que se establezca cierta matriz de opinión según la cual el revés que padeció el chavismo se debe sin […]
La contundente derrota propinada al proceso revolucionario el pasado 2 de diciembre, por parte de sectores agrupados en la oposición, no puede pasar para los revolucionarios como una consecuencia más de algunos errores de apreciación. Preocupa que se establezca cierta matriz de opinión según la cual el revés que padeció el chavismo se debe sin más a que la población que viene acompañando el proceso no está aun preparada para secundar políticamente un proyecto de avanzada como el que supuestamente estaba contenido en principio en los 33 artículos reformados que propuso el presidente Chávez a la nación, para modificar la Carta de 1999.
En primer lugar, hay que calificar el acontecimiento con la palabra que describa bien lo ocurrido el 2 de diciembre. Se trató entonces de una importante derrota, que si se le logra dar una orientación audaz podría traer importantes enseñanzas y un crecimiento cualitativo del proceso revolucionario. Esta consecuencia seguramente se debe generar de la sinceridad y del sentido crítico que se le imprima a las lecturas que puedan producir cada uno de quienes hemos secundado el proceso desde distintas posiciones y responsabilidades.
Para materializar este objetivo, es preciso alejarse de la lógica de la polarización política, según la cual cualquier señalamiento crítico y distanciado a lo interno del campo popular, constituye un motivo para las censuras y la utilización de toda clase de adjetivos que no por fáciles y faltos de imaginación, constituyen un intento reaccionario de liquidar el disenso, es decir, parte consustancial de la política.
La derrota hubiera sido más contundente, si el sentido de la oportunidad y el liderazgo del presidente Chávez no se hubieran expresado con la fuerza y la honestidad con que lo hizo, a pocos minutos de que el país se enterara del primer boletín emanado del Consejo Nacional Electoral. En esos momentos de confusión para el chavismo, escuchar las orientaciones del presidente resultó clave para controlar la situación, al tiempo en que se distanció enormemente del liderazgo opositar venezolano, de ideas chatas y miras cortas.
Sin embargo, preocupa el contenido de algunas de las opiniones que hasta ahora se han vertido para el debate plural que ahora debe protagonizar el campo popular. Tales versiones sobre los acontecimientos que derivaron en el escenario del 2 de diciembre parten de la acostumbrada exaltación de quien sin dudas es el líder del proceso, pero que como consecuencia de serlo, debe correr con alguna responsabilidad. Él mismo se ha encargado de poner esta realidad de bulto. Es patético que se diga en televisión y desde la tribuna de la Asamblea Nacional, que luego del jalón de orejas que supuso el resultado del referendo, ahora sí la reforma sería apoyada por el movimiento popular.
En verdad, el procedimiento escogido para tramitar la propuesta constitucional llevaba plomo en el ala, una vez puestos en la cándida idea positivista de creer que a una nueva sociedad se llega aprobando leyes, decretos, impulsando mudanzas en las constituciones, y fortaleciendo en consecuencia considerablemente al Estado. Con todo, unos cambios tan ambiciosos debieron ser introducidos y debatidos como parte de un proceso constituyente. Volver a convocar a la nación y al constituyente originario, como lo hizo el presidente aquel 2 de febrero de 1999, hubiera rodeado la propuesta de una legitimidad incontestable, que pasaba porque se escogiera un grupo de revolucionarios encargados de elaborar una nueva Constitución a la luz de los previamente identificados principios fundamentales del socialismo del siglo XXI. En cambio, la proposición adelantada desde el poder ejecutivo contuvo siempre el peso de presentarse como un conjunto de planteamientos bastante burocratizadas, entre otras cosas porque fueron diseñados en los cerrados cotos de unas oficinas del Estado, y por un reducido grupo de individuos que conforman parte del funcionariado que hace parte del establecimiento bolivariano.
Una de las peculiaridades de la revolución venezolana consiste en ser un proceso que se ha preocupado por guardar en grados apreciables las formas legales. No es simple formalismo burgués, esta característica no le ha impedido implantar importantes reformas que en otras experiencias su materialización ha tenido un costo social y político enorme.
Uno de los puntos cruciales de esta etapa, y acaso como consecuencia de concentrar las fuerzas gubernamentales en tratar de llevar adelante la reforma, fue que se descuidó en alguna medida el ejercicio de gobernar, por ejemplo, en áreas tan delicadas como el asunto de la seguridad. Ya se sabe que la situación delictiva que vive la sociedad, la padecen particularmente los sectores populares. Los mismos que con razón conforman las bases sociales más comprometidas del chavismo, y que hasta el 2 de diciembre han dado regularmente pruebas de lealtad al proceso, son quienes más afectados se encuentran como consecuencia de los índices de inseguridad. ¿Por qué no se ha avanzado en políticas efectivas que redunden en más protección y seguridad? Una parte considerable de quienes se negaron a votar, seguramente lo hicieron porque no ven soluciones más o menos definitivas a este problema. Probablemente desde sus urgencias y dificultades cotidianas, el socialismo del siglo XXI se percibe como un conjunto de ideas un tanto nebulosas, por no decir esotéricas.
Por otra parte, se sabía que la derecha, con el objetivo de aminorar la ascendencia que iba a tener la idea de la reforma constitucional, trabajaría en las áreas del comercio de alimentos para producir desabastecimiento. Una maniobra que debidamente explotada por los medios de comunicación, afectaría la situación social, y así produciría consecuencias en los resultados electorales. La respuesta gubernamental se orientó con la acostumbrada demora, a suplir los productos faltantes con más importaciones, lo que constituye una respuesta coyuntural a un problema de naturaleza estructural que afecta la propia soberanía nacional. Tal vez este problema se menosprecie en algunos círculos del establecimiento, porque se piensa que procurar que cada venezolano cuente con una porción razonable para alimentarse no sea un resultado suficientemente revolucionario, pero es una aspiración crucial que se espera del hecho sencillo de gobernar.
La forma cómo se encaró la campaña estuvo plagada de errores desde la misma concepción sobre cómo se debía llevar el proceso. Posiblemente el breve tiempo, y lo complicado del articulado propuesto, llevó al proponente a plantearse una campaña vertiginosa con la idea de que entre otras cosas no le diera a la derecha la oportunidad requerida para preparar alguna estrategia como respuesta a la audacia del presidente Chávez. Esto repercutió, y este elemento es decisivo para comprender el desenlace del 2 de diciembre, en el discurso con que se pretendía convencer al pueblo para que fuera a votar por un primer programa nominalmente socialista.
Dentro de esta lógica, se imponía elaborar un discurso de agitación que privilegiara criterios de lealtad y fidelidad vertical hacia la figura presidencial, al tiempo en que se despreciaba cualquier planteamiento secular que señalara algunos correctivos en la marcha por la aprobación del articulado. En estas condiciones, se había creado una atmósfera en el seno del campo popular de intolerancia y polarización un poco artificial, que contradecía el momento político, porque objetivamente no estaba en juego la presencia de Chávez en la presidencia ni la continuidad del propio proceso revolucionario. Tal vez muchos funcionarios estatales, típicamente descerebrados, se sentían cómodos con una situación que sólo contemplaba para ellos el fácil imperativo de obedecer, pero pronto porciones del chavismo popular captaron el incómodo estilo que se reproducía; más de una vez llamaron la atención sobre lo que estaba ocurriendo.
Siempre hubo y habrá argumentos o razones para apoyar y defender en las condiciones más difíciles al gobierno bolivariano, y en el caso que nos ocupa, a las diversas iniciativas por darle un rumbo socialista a la sociedad. No se entiende entonces por qué no se utilizaron estos recursos valiosos, que redundan además en la tan invocada necesidad de profundizar «la conciencia revolucionaria» del pueblo.
Fueron varios los señalamientos que se le hicieron al articulado, en eso no es prudente detenerse demasiado, pero si en una lectura general producto de una evaluación de conjunto de la propuesta. En principio, la aprobación de la reforma iba a sancionar una situación ambigua, en la que el viejo modelo liberal de Estado conviviría seguramente por un tiempo determinado con las nuevas formas de organización, cuya estructura tampoco se presentaba en forma acabada. Probablemente de esta situación indeterminada se crearían contradicciones pensadas para alimentar la transición hacia una implantación más acabada de la nueva sociedad. El diseño, en últimas, parte del principio según el cual es estratégico fortalecer el Estado, con la idea de que éste contribuyera a crear las condiciones para empujar la fábrica de la sociedad socialista. Y la responsabilidad por la conducción del proceso en estas circunstancias, recaía considerablemente en el presidente Chávez. Precisamente, esta propuesta reproducía la estrategia que siguieron los socialismos reales, que terminaron negando el contenido libertario del programa socialista.
El socialismo venezolano, para que sea en verdad del siglo XXI, debe superar el dilema que agotó a la mayoría de las izquierdas en el siglo XX. Por una parte, no está planteado en el país el ejercicio de formas socialdemócratas de gobierno, que reduzcan la política a la simple administración más democrática de los recursos públicos. Pero tampoco es conveniente ni aplicable introducir propuestas muy cercanas a las estalinistas, que reclamaron los socialismos reales del siglo XX. Lo sucedido el domingo pasado debe servir a los revolucionarios para afinar correctivos indispensables en la estrategia de gobierno, pero también para pensar la nueva sociedad. Esta responsabilidad no debe descansar sólo en la opinión exclusiva de algunos «ingenieros sociales», que con todo y sus buenas intenciones se reúnen cada cierto tiempo en Miraflores.
Leonardo Bracamonte es profesor de la Universidad Central de Venezuela.