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Pequeña filosofía de la basura (reflexiones a partir de una huelga reveladora)

Fuentes: Rebelión

1. Recordaba Marx en El Capital que «la riqueza de las sociedades donde impera el modo de producción capitalista se anuncia como «una inmensa acumulación de mercancías»». Mercancía es en el capitalismo un objeto producido por el trabajo que se destina desde el principio a ser vendido a fin de obtener un beneficio de esa […]

1. Recordaba Marx en El Capital que «la riqueza de las sociedades donde impera el modo de producción capitalista se anuncia como «una inmensa acumulación de mercancías»». Mercancía es en el capitalismo un objeto producido por el trabajo que se destina desde el principio a ser vendido a fin de obtener un beneficio de esa venta. La mercancía, como tal, solo tiene como función secundaria satisfacer una necesidad. Tan secundaria es esta función respecto del la ganancia mercantil que la producción de mercancías llega a generar por sí misma su propia demanda, a producir una necesidad. Es lo que demuestra la ley de Say, una ley fundamental de la economía capitalista conforme a la cual «es la producción la que abre un mercado (un débouché) al producto». La utilidad del producto que adquiere la forma social de mercancía es así secundaria y residual, siendo el rasgo principal de la mercancía su participación en la sustancia del valor como una cantidad determinada de valor de cambio. El interés del productor capitalista no es la satisfacción de necesidades sociales ni individuales, sino el lucro que puede obtener por medio de la venta de los productos. Estos pueden ser útiles, inútiles o incluso nocivos para quien los consuma, pero serán siempre útiles para el capitalista en la medida en que haya extraído de su venta un beneficio. En las circunstancias históricas en que las mayorías sociales no han conseguido ponerle freno -como en el siglo XIX o en el presente siglo- el capitalismo puede definirse como unrégimen de producción mercantil que por el mínimo posible de utilidad y de calidad en sus productos procura obtener el máximo posible de beneficio.

2. En cualquier caso, lo que se produce bajo relaciones capitalistas se produce con el fin exclusivo de obtener una acumulación indefinida de capital: que esta se logre mediante la producción y venta de mercancías o, como en el capitalismo financiero, obteniendo directamente beneficios de la transformación mediante el crédito (y la deuda) de dinero en más dinero, el capital nunca tiene por finalidad satisfacer ningún tipo de necesidad. De ahí que sus productos, las mercancías, generen siempre una satisfacción muy efímera. Cuando se obtiene directamente del trabajo propio o ajeno un bien de uso como un pan o un abrigo, este se ha producido para satisfacer una necesidad, la de comer o abrigarse, por ejemplo. Cuando estos mismos objetos se compran en el mercado, la causa por la que se han comprado puede estar muy apartada de la necesidad inmediata y ser un deseo imaginario socialmente producido, no tanto de usar el producto como de apropiárselo. Así, la mercancía siempre decepciona una vez que se posee, pues nada más comprarla pierde el brillo de lo que todos los demás desean y queda relegada a nuestro poco «brillante» espacio de intimidad. Pierde valor de uso en cierto modo, pues, en una economía capitalista, su valor de uso converge cada vez más con su valor de cambio, haciéndose el valor de uso mero soporte inesencial del valor de cambio. En último término, respecto de la función esencial de la mercancía para el capitalista y para los sujetos del espectáculo capitalista, la mercancía como objeto físico útil es basura.

3. La «inmensa acumulación de mercancías» corre pareja con una «inmensa acumulación de basura», pues la vida y las necesidades humanas son respecto del proceso fundamental del valor de cambio y de la acumulación de capital mero residuo y así lo son también los medios de la vida humana que son los valores de uso encarnados en productos. En cierto modo, antes de ser consumida, la mercancía es ya residual respecto del proceso de valoración social fundamental que es el del intercambio con fin de lucro. No solo es el dinero como equivalente general, como mercancía -que, según Spinoza es «imagen de todas las cosas»- el «estiércol del Diablo». Estiércol son ya todas las demás mercancías en la medida en que, en virtud de la propiedad de reciprocidad de la relación de equivalencia, equivalen en su función -e incluso, cada vez más en sus propiedades formales y materiales: estabilidad, desplazabilidad, uniformidad)- al propio dinero. Los tomates o las manzanas casi idénticos -y perfectamente insípidos- que adornan nuestros supermercados son equivalentes del dinero que, como él tardan en corromperse (gracias a distintos tratamientos contra la descomposición química o bacteriana), pueden transportarse a muy largas distancias (normalmente por su falta de madurez que genera su insipidez) y por su uniformidad comparable a la de los billetes o las monedas que los hace más que manzanas o tomates reales, algo parecido a manzanas o tomates esenciales, ideas platónicas.

4. El consumo no movido por la necesidad ni por un deseo autónomamente formulado es un consumo heterónomo y de apariencia caprichosa. Muchos productos comprados apenas se usan, pues han perdido su lustre social y, si se usan se desperdician también en gran medida, pues se dejan pudrir antes de consumirse o se utilizan solo en pequeña parte. El consumo de mercancías genera toneladas y toneladas de basura así como de insatisfacción. La basura producida es un buen indicador de esa íntima insatisfacción con las mercancías que, en solo aparente paradoja, inclina al sujeto del espectáculo capitalista a regresar al mercado a adquirir más mercancías que correrán idéntica suerte. Que en toda mercancía las propiedades mercantiles priman sobre ese residuo que constituyen su objetividad y utilidad es algo que se puede comprobar fácilmente atendiendo a la importancia de envases y envoltorios que, en muchos productos llegan a ser más voluminosos que la propia mercancía, pues de lo que se trata es de privilegiar su imagen social y publicitaria sobre sus características efectivas. Esto genera, junto al desperdicio del propio producto, otra enorme fuente de basura. Las bolsas de plástico y otros envases han llegado a crear así vastas islas en el Atlántico y el Pacífico que asfixian y envenenan las aguas y destruyen a numerosas especies. Y es que el capitalismo solo puede funcionar mediante la producción en masa de «externalidades negativas», transfiriendo al exterior del ciclo mercantil, a la sociedad o a la naturaleza una parte importante de sus costes de producción. Una externalidad negativa como la contaminación o el desempleo masivo debería integrarse en los costes de producción si estos reflejasen el coste social real, pero en el capitalismo no es este el caso. Estas externalidades negativas pueden ser externalidades sociales como el paro o la pobreza o externalidades naturales como la contaminación, pero en cualquier caso, el capitalismo es un régimen que, al disociar casi completamente el valor de cambio de la utilidad (valor de uso) llega a producir fundamentalmente residuos, basuras, convirtiéndose incluso la propia vida humana en el principal residuo del proceso de acumulación.

5. La valiente y prolongada huelga de los barrenderos y jardineros de Madrid ha puesto de manifiesto -entre otras muchas cosas- estas características del capitalismo antes descritas. Mientras las basuras se recogen, nadie se da cuenta de su inmenso volumen ni del inmenso disparate social y económico en que se ha convertido nuestro medio de vida. La mercancía, antes de su compra, tiene que exhibirse, mostrarse en escaparate ante la sociedad para que sea objeto de deseo y el deseo de los unos alimente por imitación el de los otros. Después de su compra, se integra en el discreto ámbito del consumo, esto es, de lo íntimo, y es ocasión de decepción para el consumidor, pues ha perdido de inmediato «ese algo más» que tenía en la vitrina. Los actos de consumo que sobre ella se practican son así caprichosos y limitados, llevando la insatisfacción a su reproducción indefinida.

Tras estos actos de consumo queda una importante masa de residuos que, a diferencia de la mercancía inicial, no deben ser mostrados. Por lo demás, ocurre exactamente lo mismo en el capitalismo actual con esos «residuos humanos» que son los cadáveres, rápidamente quitados de la vista e inhumados o, mejor aún, incinerados en el marco del negocio de las pompas fúnebres. Hay que evitar que se establezca una relación entre la cosa de apariencia eterna que estaba en la vitrina o se exponía en el supermercado y ese resto que carece de atractivo, pues en su decadencia hace ver lo que siempre fue: mera inherencia desprendida de la sustancia del valor de cambio. La labor de los barrenderos es mantener limpia la ciudad, esto es, quitar de la vista todo lo que sea residuo para que así resplandezca la mercancía. La ciudad del capitalismo es una ciudad escaparate: por eso nos chocan las ciudades mucho más «sucias» de otras civilizaciones. La extraordinaria vuelta de tuerca en la explotación del trabajo, por la que el Ayuntamiento de Madrid intenta pagar menos por los servicios de los barrenderos imponiendo una drástica reducción de sueldos y plantillas a las empresas adjudicatarias de este servicio ha tenido por respuesta la firme resistencia de los trabajadores del sector. Tras algo más de una semana de huelga, la basura cubre muchas calles de Madrid y lo que el sistema debe ocultar por todos los medios, que la mercancía del escaparate es siempre ya residuo, se hace patente e incómodo para todos los viandantes. El escaparate de mercancías que es la capital española -al igual que las demás grandes ciudades del capitalismo- se está convirtiendo en un gigantesco vertedero y muestra así la profunda e intolerable identidad entre la mercancía y la basura. A los barrenderos de Madrid, además del ejemplo de su coraje y tenacidad en la resistencia, les debemos una gran lección sobre el funcionamiento de esta sociedad.

Blog del autor: http://iohannesmaurus.blogspot.be/2013/11/basura-reflexiones-sobre-una-huelga.html

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