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Perspectivas 2016 en la economía española

Fuentes: Rebelión

Se abre un nuevo año. Si contamos con fechas y datos de España, el reconocimiento de la crisis se sintió en 2008 (agosto del 2007 en Estados Unidos). El descenso en tasas de variación inter-trimestrales del PIB desde un máximo a finales de 2005 no se percibe como crisis (véase mi artículo Evolución del total […]

Se abre un nuevo año. Si contamos con fechas y datos de España, el reconocimiento de la crisis se sintió en 2008 (agosto del 2007 en Estados Unidos). El descenso en tasas de variación inter-trimestrales del PIB desde un máximo a finales de 2005 no se percibe como crisis (véase mi artículo Evolución del total de efectos de comercio (años 2002 a 2009): Expansión, crisis y recuperaciones, en Fomento del Trabajo, nº 2128, 2010/01), la alegría continuaba hasta la caída en los inicios de 2008, y en punta después, hasta el batacazo de 2009. Han pasado 7 años, como podríamos decir que pasaron 7 años desde la salida de la crisis de 2002 (aquellos que lo quieran tomar por el lado de las plagas bíblicas, pueden).

Los principales daños producidos son conocidos: el primero de ellos, el paro de millones de personas, con consecuencias para los directamente afectados y sus familias, pero también para las empresas, que han perdido una parte de las personas que sabían manejar los asuntos en las empresas, y, al ser un hecho colectivo, social, ha reducido la demanda y ha alterado la composición. La gente ha cambiado los hábitos de gasto, incluso los alimentarios (desde los que no tienen para comer y vemos recorrer los contenedores hasta los que han dejado de comer pescado, por poner ejemplos). Una parte de las inversiones realizadas antes de la crisis por las empresas, para alcanzar niveles de demanda en cantidad, calidad y precio, se han dañado o quedan infrautilizadas reduciendo los beneficios empresariales; no digamos ya, por sabido, el número de pisos y locales sin comprador, estén en los balances de los bancos, en la Sareb o en manos de inversores privados individuales.

Los que viven de cobrar una nómina han visto también reducirse sus ingresos, incluso si han tenido que aumentar su productividad, sin olvidar el millón y medio largo de microempresas sin trabajadores, de los que un millón y pico de personas físicas, que han visto drásticamente reducida su trabajo, reforzando la caída de la demanda como consecuencia del paro. La demanda nacional menguante ha contribuido negativamente al PIB hasta 2014, salvo un trimestre en el 2010, lo que se ha emparejado a una aportación positiva insuficiente de la demanda exterior (salvo el trimestre mencionado), obtenida en buena parte gracias a la bajada de costes en una devaluación interna de salarios y de precios que han llevado la preocupación por una peligrosa deflación que todavía vigilamos.

La inversión se ha congelado, no tanto o no sólo por la insuficiencia de crédito, cuanto por el endeudamiento de las empresas, por las negativas expectativas de la demanda a las empresas y del retorno del crédito a una banca más que debilitada, herida profundamente por haberse atrevido con operaciones anteriores de una alegría y falta de responsabilidad que aún pagamos todos, como pagamos el papel de incendiarios que han tenido los bancos centrales de los Estados Unidos (la Reserva Federal) y de la Unión Europea (BCE) , que mantuvieron los tipos de interés bajos y no supervisar el sistema financiero con las exigencias debidas.

Y teniendo en España un Estado escasamente endeudado antes de la crisis, ha acumulado déficit y deudas muy elevados para salvar el sistema financiero y evitar que se instaurara el pánico y arrastrara el sistema productivo al caos. Esto ha llevado a que los ahorradores hayan pagado y sigan pagando la crisis que ha provocado el endeudamiento privado involucrando al sector público, forzándolos a soportar una retribución negativa de su ahorro en cuentas bancarias, a consecuencia de la intervención de los bancos centrales vertiendo dinero a los bancos gratuitamente o casi.

Este es el zócalo que nos ha dejado la crisis al menos claramente hasta 2014, con un 2015 donde se aprecian cambios y desde el que divisamos el inicio del 2016 y tratamos de ver a qué entorno se pueden enfrentar las empresas, después de haber pasado por una crisis en «W» de la que ahora estamos en la segunda rama de subida, pero que es más baja que la inicial, como más suave ha sido la segunda valle, y más bien pareciendo que estemos ahora en la rama lateral del símbolo de una raíz cuadrada a la antiguas usanza, y que el riesgo de recaer no llega al 50%, tal vez estamos en un 45% de caer, frente a un 55% de salir adelante (tal vez 40% / 60%, pero no acabo de sentirme seguro de ello), porque el hecho principal es que la globalización sitúa fuera de las fronteras de un país una parte de los factores determinantes. En cierta medida, viendo los indicadores estadísticos en general, parece que estamos o hayamos rebasado, justo en 2015 el punto más bajo.

Para empezar, tenemos que ver lo que se puede esperar del resto del mundo. La primera pregunta a hacerse es si habrá crecimiento económico mundial. Y la respuesta es indudablemente sí; a menos que un descalabro político lo derrumbe todo, lo que tiene aún una probabilidad baja, pero no nula, o que pongamos en primer plano del recuerdo los errores de predicción de antes de la crisis hechas por instituciones que siguen haciéndolas (a modo de ejemplo, la Banque de France, en sus Proyecciones macroeconómicas de diciembre de 2015, da un abanico de crecimiento de su PIB que va de 0,5% hasta cerca del 3%, según acumule desviaciones de errores de predicción anteriores). En su informe Perspectivas de la economía mundial, de octubre de 2015, el Fondo Monetario Internacional prevé un crecimiento del producto mundial del 3,6% en 2016 respecto de 2015, que fue 3,1% en 2015 respecto de 2014, descendiendo del 3,4% de 2014 respecto a 2013, si bien algún analista financiero francés lo pone en cuestión considerando que se está creciendo al 2% (Les inmanquables du scénario 2016, Riches Flores Research. Diciembre 2015). De modo que nos estamos moviendo en torno a una misma cifra desde hace 3 años (pensemos en el posible error estadístico que conlleva juntar las predicciones de todos los países del mundo), pues si bien las economías avanzadas progresan año tras año (1,8% en 2014; 2% en 2015 y 2,2% en 2016), en las economías emergentes no existe esta regularidad, y es por ello que el informe comienza señalando que «la vuelta a una expansión robusta y sincronizada sigue siendo incierta.» Añadimos que el comercio mundial está en descenso (-11,5% en un año, en septiembre, si tomamos el índice de exportaciones mundiales del Instituto francés Coe-rexec).

¿Cuál será el crecimiento de los miembros de la Unión Europea y de su Zona euro? Las previsiones hechas por los expertos del BCE y del FMI lo sitúan en el 1,7% anual en el 2016. Incluso si dejamos de lado la posible influencia del terrorismo en Europa y las incertidumbres derivadas de los factores políticos mundiales, parece que el año entrante haya de ser mejor que el actual, pero no conviene hacernos grandes ilusiones, pues, al fin y al cabo, el crecimiento trimestre a trimestre en la zona del euro es inferior al que hubo entre finales de 2009 e inicios de 2011 (a pesar de llevar dos trimestres más positivos) pero recordemos que después vino la segunda ola de crecimientos negativos hasta entrado el 2013. Y si bien el consumo ha alimentado el crecimiento (convendrá aquí tener presente el efecto riqueza que se haya producido por aumento de las cotizaciones bursátiles, alimentando la «alegría» de un parte de los consumidores, que las últimas decisiones del BCE han truncado el 3 de diciembre de 2015), la inversión ha permanecido sin dinamismo. Hay factores de sustentación del crecimiento no exentos de riesgos, como por ejemplo la crisis de precios de materias primas y la desaceleración china o las consecuencias de los cambios monetarios en Estados Unidos. Además, la zona euro es sostenida por remedios a los que nos hemos acostumbrando con facilidad, pero que no se pueden mantener indefinidamente, como las actuaciones del Banco Central Europeo para mantener el tipo de interés abajo del todo, dar facilidades a los bancos y las compras de activos, que está previsto que duren hasta marzo de 2017 (en vez de septiembre de 2016 como estaba previsto, porque el BCE las ha prolongado el 3 de diciembre de 2015). Por no decir el tipo de cambio favorecedor de las exportaciones por descenso del euro, pero que también ha cambiado de signo su camino después de la conferencia del Gobernador del BCE este 3 de diciembre.

Con todo y el apoyo dado a las economías de la zona euro, no se ha conseguido todavía una reducción importante de los niveles de desempleo. Con datos del primer trimestre de 2015, la zona euro tiene una tasa de paro por encima del 10%, muy cerca del pico que tuvo antes. España sigue cerca del 25%, cuando en el último trimestre de 2007 esta tasa no llegaba al 10%. Portugal es cerca del 15%; Italia está justo por debajo del 15%, casi al mismo nivel del pico que tuvo. Otros países tienen tasas más bajas, pero el ajuste de la tasa de paro no se ha corregido suficientemente; sólo Alemania la ha mejorado. Ahora bien, las empresas de la zona euro han visto aumentar sus beneficios (después de impuestos, intereses y dividendos) a los más altos niveles desde 2002, llegando a superar el 12% sobre el PIB en valor. Si lo miramos a partir de las empresas del Eurostoxx 600, el beneficio neto por acción, tras los negativos 2011 (-17,1%); 2012 (-1,27%) y 2013 (-1,94%), tenemos los positivos en el año 2014 (7,76%) y 2015 (13,56%), esperando que aumenten un 8,49 al año 2016, según cálculos hechos por el banco Natixis en diciembre de 2015.

Recogemos como síntesis la valoración que han hecho en septiembre de 2015 los expertos del Banco Central Europeo que elaboran las proyecciones macroeconómicas para la zona euro: «Se prevé que la recuperación de la actividad en la zona del euro continúe, aunque a un ritmo algo más lento de lo esperado anteriormente».

En cuanto a la economía española en su conjunto, en base a los indicadores oficiales, nos hace pensar que hemos iniciado la salida del segundo pozo de esta crisis. Salimos con daños sociales difícilmente reparables: marginación y empobrecimiento, desempleo extraordinario -facilitado por unas reformas laborales que lo han propiciado-, tejido empresarial dañado (si bien han sido ayudados algunos de los más grandes, los pequeños han sido reducidos a la nada si no han podido por ellos mismos), reducción de la prevención sanitaria, etc. Los gobernantes eligieron la devaluación interna, y con ella se hunde el mercado nacional favoreciendo las exportaciones, con mano de obra barata para poder exportar a mejor precio, adaptándose entonces el coste de la cesta de la compra a la baja también y encaminando el aparato productivo hacia una economía dual propia de países subdesarrollados. La desigualdad de rentas aumenta y juega en contra de la demanda a los comercios residentes, forzando la bajada de precios… de la calidad y los servicios, pues la concentración de mayor peso de la renta en manos de los más ricos, merma la capacidad adquisitiva de la mayor parte de la población con rentas inferiores.

Desde el reconocimiento de la crisis en el 2008 hasta el 2014, y salvo el primer semestre de 2010, la demanda exterior ha aportado crecimiento al PIBpm (Producto Interior Bruto a precios de mercado), sirviendo de contrapeso parcial a la aportación negativa que hacía la demanda nacional. A partir del segundo trimestre de 2014, la demanda nacional se ha ido consolidando en su aportación positiva al PIBpm y se ha hecho negativa la aportación exterior. Las importaciones crecen más rápidamente que las exportaciones, y el gasto en consumo final de las hogares crece cada vez más trimestre tras trimestre desde el primero de 2014. La de las Administraciones Públicas lo hace desde este 2015. La formación bruta de capital fijo (la cuarta de la UE en variación interanual, con un 5,4% de previsión por la Comisión europea, recogida por el IEE vinculado a la CEOE española), crece cada trimestre, tanto en activos fijos como la construcción. En cambio, el crecimiento de los Productos de la propiedad intelectual es escaso y hay que remarcarlo.

El gasto en consumo final pasa a ser el soporte del crecimiento, pero de cara al 2016, con una subida de sueldos del 0,6% como se anuncia (según nota de prensa del IEE de la CEOE: «España entre los cuatro países de la UE con menor subida de la remuneracion por asalariado en 2016. Según las últimas previsiones de la Comisión Europea, España mantendrá en 2016 la tónica de moderación en el Crecimiento de los salarios con una subida del 0,6% «), no podemos contar con un fortalecimiento serio del consumo privado en términos reales si no bajan los precios, los impuestos a los ciudadanos o crece el empleo.

No podemos esperar mucho de la bajada de precios, porque las materias primas ya han bajado considerablemente y pueden seguir haciéndolo pero menos pronunciadamente, incluso los escenarios macroeconómicos para el 2016 cuentan con un pequeño repunte del precio del petróleo, y hay que añadir esfuerzo del Banco Central europeo y de la FED para evitar una deflación, empujando a subir los precios.

No podemos tampoco esperar un empuje al consumo proveniente de unas administraciones públicas requeridas por la Unión Europea a reducir sus déficits, siendo la reducción del gasto más fácil que la subida de impuestos (que detrae también recursos en manos del público y / o encarecerían el adquisición de productos). El posible aumento de retribuciones de los funcionarios públicos, forzosamente requeriría una compensación con reducción de gasto en otras partidas para ir recortando el déficit.

Finalmente, el crecimiento del consumo de los hogares requiere que mejore el empleo, indicador más importante ahora que la tasa de desempleo. El empleo en España tuvo, en el tercer trimestre de 2007, el máximo de empleo desde el año 2002, con 20.753.400 de personas. Desde entonces ha ido disminuyendo trimestre tras trimestre hasta el mínimo de 16.950.600 de personas en el primer trimestre de 2014, siendo todos los trimestres posteriores en crecimiento, salvo el primero de 2015, hasta situarnos en 18.048.700 personas en el tercero de 2015; por lo tanto, parece que vamos a un mayor empleo, pero lejos aún del casi 21 millones de 2007. Con el mismo ritmo de crecimiento medio, se necesitarían 19 períodos para alcanzar el nivel de empleo trimestral máximo, el de 2007, de los que han transcurrido 6. El aumento de empleo público que se comprueba en los datos del Instituto Nacional de Estadística, que ha comenzado en el cuarto trimestre de 2014, habrá que ver si se mantiene después de las próximas elecciones o si dichos ajustes a requerimiento de la UE, se deberán congelar o echar atrás.

Quizás el elemento que genera mayor incertidumbre en estos momentos venga precisamente del ámbito político. El hecho de que haya elecciones a Cortes y el fraccionamiento que las encuestas publicadas señalan, hace pensar en un Gobierno del Estado del que no podemos saber de antemano ni qué tonalidad tendrá ni a qué problemas dará prioridad, ni a qué actores escuchará con preferencia. Podríamos decir que el año 2016 se vislumbra con mejores posibilidades para las empresas, si bien, debemos ser prudentes y estar atentos a que lo que ahora son incertidumbres no se transformen en acontecimientos negativos, pero esto rebasa la capacidad previsora de todos. No confiaremos excesivamente en las interpretaciones cartográficas y pronósticos que faciliten las autoridades públicas, navegaremos a vista, vigilando los escollos que puedan aparecer, y siempre pendientes de tener un cobijo donde guarecernos si vienen mal dadas.

Dr. Fernando G. Jaén Coll, Profesor Titular de Economía y Empresa de la UVIC-UCC.

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