Recomiendo:
0

Perú: fiebre de consumo y pobreza estructural, en un país de contrastes

Fuentes: Clarín

Con el gobierno de Toledo el país creció 4% anual. Pero la euforia no fue para todos.

El centro comercial de Larcomar -en un barranco que cuelga sobre el Pacífico en el coqueto distrito de Miraflores- hierve de gente al atardecer. Bares, restaurantes, cines, casinos, negocios de ropas y de electrodomésticos viven tiempos de euforia, como hacía tiempo no se veía en esta capital. Un fenómeno indiscriminado de consumo se ha instalado en las clases medias y medias altas urbanas, sostenido en la estabilidad, la baja inflación y el crecimiento de la economía de manera constante en los últimos cinco años.

El fenómeno se reproduce -en menor escala, pero de todos modos bien visible- en zonas populosas de esta capital, en donde megacomplejos comerciales le han cambiado la fisonomía a esas barriadas, ocupando manzanas completas con rubros para todos los gustos. Las cifras macroeconómicas del país explican, en parte, la transformación estética que han sufrido varias zonas de Lima: entre 2001 y 2005 -los 5 años de gobierno de Alejandro Toledo- la economía creció 21%, las exportaciones un 44,7% y la inversión privada poco más del 25%. La inflación fue de apenas el 1,5 durante todo 2005.

«Los indicadores macroeconómicos son engañosos porque no responden a una estrategia de crecimiento, sino que son parte de un ciclo económico mundial que favorece al país. Hay un contexto que favorece a la economía peruana, exportadora de las materias primas necesarias para el mundo desarrollado», explicó a Clarín el economista y profesor universitario, Denis Falvi.

Para Falvi, el problema de Perú es «estructural», porque es un país que no tiene la infraestructura necesaria para crecer y desarrollarse. «Si la economía mundial sufre un ciclo de retracción, toda esta burbuja de consumo y de estabilidad se derrumbaría inmediatamente, como pasó en Argentina, por ejemplo. Pero nosotros no estamos en condiciones de hacer frente a una crisis de esa magnitud», agregó Falvi.

Carlos es un profesional. Tiene trabajo estable, dos hijos y una esposa que también trabaja. Un crédito a 20 años en dólares para comprar una vivienda. Y también tarjeta de crédito, con la que financia sus compras más importantes, como ropa o electrodomésticos. Según datos de Visa Perú, el consumo de su plástico creció un 45% el año pasado y el consumo total entre tarjetas de crédito y débito fue de 1.200 millones de dólares.

«Hay un proceso de gasto casi compulsivo y no hay ahorro. Y tampoco parece importar que las tasas de interés de las tarjetas sean altas. Cualquier sacudón en la economía puede ser fatal», dice el economista.

El interior de Perú, en particular la selva y la sierra, es la región del país al que no ha llegado el «derrame» del crecimiento económico del 6,7 por ciento del año pasado. Allí se ve con claridad la pobreza estructural, que llega al 54 por ciento según cifras oficiales, pero que datos privados la ubican por encima del 60 por ciento.

Allí no llegan, tampoco, los beneficios de las exportaciones récord en minería, un rubro que no genera puestos de trabajo formal, uno de los dramas de este país: el 65 por ciento de la población es considerado «trabajador informal», pese a que la desocupación -en cifras oficiales- esté por debajo del 10 por ciento.

A la sierra o a la selva tampoco le corresponde otro dato que marca la fiebre del consumo que embarga a sectores medio y medios altos: la venta de autos aumentó en un 50 por ciento en 2005 respecto del año anterior, según cifras del sector.

El distrito de Independencia se parece a cualquier partido del conurbano bonaerense, típico de sectores medios y bajos. El movimiento por la mañana es incesante en el Mega Plaza, un imponente centro comercial en el que se vende de todo a precios razonables, con infinidad de ofertas, sobre todo en indumentaria. El año pasado, ese shopping vendió por 150 millones de dólares, sobre todo ropa y calzado.

«No es que estemos mejor, pero hay algo más de platita ahora», dice Martha, un ama de casa que administra como puede el dinero que lleva a la casa su marido, empleado en una casa de venta de electrodomésticos, en otro centro comercial de Miraflores.

Con todo, Lima tiene arraigado el drama de la mayoría de las capitales latinoamericanas: decenas de chicos que en las esquinas de esta capital se ganan unas pocas monedas limpiando los vidrios polarizados de las 4×4. Como esos nenes que no pasan de los 10 años y que a las 12 de la noche, en una estación de servicio de San Isidro -otro distrito coqueto de esta ciudad- llevan varias horas trabajando y pocas monedas en sus latitas.