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Entrevista a Luciano Wexell Severo, profesor de Economía, Integración y Desarrollo en la Universidad Federal de Integración Latinoamericana (UNILA)

«Pese a los grandísimos avances en el campo social, la cúpula del PT apostó por la desmovilización social y la despolitización»

Fuentes: Rebelión

Bruno Sgarzini.- Con el ascenso de Jair Bolsonaro ha salido también que es apoyado por Steve Bannon. En este sentido: ¿Qué influencia tiene el movimiento Alt Right en la candidatura de Bolsonaro? ¿De dónde viene Bolsonaro y qué sectores de peso lo apoyan? Luciano Wexell Severo.- Es cierto que uno de los hijos de Jair […]

Bruno Sgarzini.- Con el ascenso de Jair Bolsonaro ha salido también que es apoyado por Steve Bannon. En este sentido: ¿Qué influencia tiene el movimiento Alt Right en la candidatura de Bolsonaro? ¿De dónde viene Bolsonaro y qué sectores de peso lo apoyan?

Luciano Wexell Severo.- Es cierto que uno de los hijos de Jair estuvo con Steve Bannon, quien fue estrategista-jefe de la Casa Blanca en el gobierno de Donald Trump y director del Breitbart News, una página web de noticias falsas y comentarios de extrema-derecha. En Brasil se habla muy poco sobre alguna influencia de Bannon en el proceso electoral. Todavía hay pocos elementos para afirmar que Bolsonaro, aunque asuma posicionamientos fachos, haga parte de la llamada «onda populista global», atada con financiamiento de Estados Unidos, de países europeos y grandes empresas, vía Organizaciones No Gubernamentales.

Como se sabe, Brasil es un país inmenso, con muchas particularidades regionales. No es posible decir que el gran capital brasileño, industrial o bancario, hoy, esté con Bolsonaro. Eso no es cierto. Una parcela de la élite, sí. Hay sectores de las Fuerzas Armadas que sí. Hubo algunos grandes cambios en las últimas semanas. Desde el rarísimo ataque al candidato con un arma blanca, la Rede Globo parece haber extendido algún apoyo. Antes, el conservador tenía un tiempo de solamente 8 segundos del horario electoral. Después, aumentó su presencia en los noticieros y periódicos. Hay una masacre comunicacional que promueve la condolencia, el sentimentalismo y la consternación. Así se busca convertir el bufón en salvador de la Patria. El agresor fanático en víctima. Y le viene rendiendo frutos. Quizás, frente a la imposibilidad de tener a alguno de sus candidatos preferenciales (Geraldo Alckmin y Marina Silva) en la segunda vuelta, la élite, en un acto de desesperación, escoja a Bolsonaro.

Todavía es importante decir que Bolsonaro ascendió hasta el grado de capitán, pero fue retirado del Ejército por insubordinación e indisciplina. Sus superiores confirmaron textualmente su falta de lógica, de racionalidad y de equilibrio al intentar argumentar. Como parlamentario también es limitado, sin expresión. Jamás fue relator de proposiciones destacadas, tampoco presidió comisiones. Se luce por asumir un discurso de odio en contra de los movimientos populares, negros, homosexuales, indígenas, mujeres, migrantes y sin tierra. Es decir, en contra de gran parte de la gente. Defiende una pauta muy primitiva, de violencia e intolerancia, como un hombre de las cavernas. Desgraciadamente, expresa una parcela de la opinión de la población brasileña. Desde 1991, es elegido consecutivamente diputado federal por Río de Janeiro, alcanzando un 6% de los votos de ese estado.

Su diferencia con Trump es la siguiente: no es nacionalista sino entreguista. Es liberal, privatizador, aperturista. Después hay similitudes. Atrapa a la gente insatisfecha con problemas reales, como la inflación, la corrupción o la inseguridad. Atrae personas decepcionadas con la situación política y económica del país. Pero parece demasiado afirmar que integra la denominada «global populist wave«, compuesta, entre otros, por el banquero y presidente francés Emmanuel Macron, la primera-ministra británica Theresa May y el italiano Silvio Berlusconi. Se trata de gente mucho más expresiva. De derechas, pero de otro nivel. Ese perfil se encajaría mejor en otra postulante, por ejemplo, Marina Silva.

Bruno Sgarzini.- En las otras candidaturas del establisment aparecen figuras como Marina Silva y Geraldo Alckmin. De Silva se sabe que en algún momento fue apoyada por George Soros y de Alckim, que viene de un partido ampliamente respaldado por el dinero de Sao Paulo ¿En algunas de estas candidaturas se replica la contradicción entre Wall Street y ultranacionalismo, como sucede hoy con Donald Trump y los demócratas en EEUU? Si no es así o es más complejo ¿Qué diferencias hay entre estas tendencias del establishment?

Luciano Wexell Severo.- Maria Osmarina da Silva Vaz de Lima es celebrada en Estados Unidos y Europa. Considerada «líder mundial», promueve algo llamado «Nueva política». Sus charlas son un conjunto de ideas sueltas, reproducidas como si fuesen grandes contribuciones para la construcción de «un mundo diferente». Integra el movimiento internacional «Tercera Vía», que en Brasil asume la denominación de «Nueva Política». Es como una Dalai Lama amazónica, financiada por la Fundación Ford. Realiza conferencias sobre esa «Nueva Política Global» y el «Desarrollo sostenible» del planeta. Fue bastante celebrada por Barack Obama y Hillary Clinton o por «socialistas» como el inglés Tony Blair o los franceses Lionel Jospin y François Hollande. Igualmente, por el alemán Gerhard Schroeder, el italiano Matteo Renzi y el nazi-israelí Ehud Barak. En las elecciones presidenciales de 2014, alcanzó un 21% de los votos en la primera vuelta, superando los 22 millones de electores.

Claramente ha perdido bastante apoyo en los últimos cuatro años. Como reflejo de sus limitadas alianzas partidarias, tendrá solamente 21 segundos en el horario electoral. Pero sería la candidata ideal para profundizar el liberalismo, destruir todavía más el Estado, entregar la Amazonia a los intereses internacionales y someter Brasil a las grandes potencias. Podría surgir como una alternativa a la polarización entre derechas e izquierdas, a los dos partidos tradicionales PSDB y PT. Eso también podría servir para otros dos candidatos, Bolsonaro y Ciro Gomes.

Es importante notar que lo que está en juego en esas elecciones es el futuro de los BRICS, las gigantescas reservas de petróleo del Presal, el proyecto de integración sudamericana, el respaldo a las iniciativas emancipadoras de la UNASUR o la CELAC. Sin dudas, sobrará dinero de la National Endowment For Democracy (NED), del Departamento de Estado de los Estados Unidos. Lloverá plata del International Republican Institute (IRI), del Partido Republicano, y del National Democratic Institute for International Affairs (NDI), del Partido Democrata. Detrás de algunos de los candidatos están los recursos de la Open Society Fundation, de George Soros. Ya conocemos los impactos de la Revolución Colorida promocionada por Otpor (hoy llamado Center for Applied Nonviolent Action and Strategies – Canvas), con las multitudinarias manifestaciones de 2013 y el impeachment de Dilma Rousseff en 2016. Los tentáculos de esa guerra indirecta se extienden hasta el grupo de jóvenes liberales del denominado Movimiento Brasil Libre (MBL), cyberguerrilleros que ahora son candidatos a cargos legislativos por el partido DEM.

Otro de los postulantes liberales con peso es Geraldo Alckmin, del Partido de la Socialdemocracia Brasileña (PSDB), la agrupación de Fernando Henrique Cardoso. El PSDB perdió los últimos cuatro comicios presidenciales para el PT. Derrota de José Serra contra Lula, en 2002; derrota del propio Alckmin frentre a Lula, en 2006; nueva derrota de Serra por Dilma, en 2010; y derrota de Aécio Neves frente a Dilma, en 2014. Alckmin es un médico de Sao Paulo, con larga experiencia en la administración pública. Fue vice y es gobernador del mayor estado de Brasil desde 1995, hace casi dos décadas. Tiene nada menos que el 44% del tiempo de la propaganda electoral en la radio y en la televisión, más de cinco minutos y medio. Su equipo económico es la más fina flor del liberalismo verde y amarillo, casi todos con experiencia en el ministerio de Hacienda, en el Banco Central y en el Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social (BNDES) durante la Era Cardoso.

Según las encuestas, todavía estaría ocupando un lugar inferior entre las opciones de voto. Sin embargo, hay quienes apuestan en un crecimiento del volumen de su campaña y en una subida que lo conduzca hacia la segunda vuelta contra el petista Haddad, reeditando la disputa aparentemente bipolar que ocurre desde 1994. Sólo aparentemente, porque se trata de dos partidos paulistas, cosmopolitas, liberales en esencia, aunque de distintos colores, matices, intensidades y tonalidades. El tema es que, en un escenario de esos, sin dudas, Haddad y el PT siempre serán la mejor opción para cualquier progresista, humanista, nacionalista o militante de izquierdas. Así como lo fueron, pese a cualquier crítica en su contra, Lula y Dilma.

Hay otros dos candidatos liberales conservadores, además de Marina y Alckmin, sin posibilidades de superar, juntos, los 8% de los votos. Uno es el banquero Henrique Meirelles (del MDB), quien fue funcionario del Bank Boston por casi 30 años, llegando a ser su presidente internacional. Entre 2003 y 2010, durante el gobierno de Lula, fue la autoridad máxima del Banco Central de Brasil. Desde la salida de Dilma, en 2016, aceptó ser ministro de Hacienda de Michel Temer. Tendrá casi dos minutos de propaganda en el horario electoral. Su principal función será, muy probablemente, vender el apoyo a algún candidato, más o menos cercano, en la segunda vuelta. A su vez, el banco Itaú-Unibanco, la mayor institución financiera privada del país, también tiene su nombre. Se trata de otro banquero, que atiende por João Amoêdo. Se lanzó por un partido llamado Novo (Nuevo). Entre sus principales atributos se pueden citar el trabajo en Citibank, algunas iniciativas de financieras propias y una humilde carrera de triatleta. Su currículum apunta que ya completó seis ironman y diez maratones.

Ninguno de los cuatro (Alckmin, Marina, Meirelles ni Amoêdo) representaría alguna contradicción con los intereses de Wall Street. Son los propios candidatos de los bancos.

Bruno Sgarzini.- Según los últimos sondeos Ciro Gomes y Fernando Haddad aún tienen chances de pasar a una segunda vuelta y ganarle a Bolsonaro. En un contexto de gobierno de facto, utilización de la justicia y los medios, encarcelamiento ¿Cuál crees que son los escenarios y las posibilidades?

Luciano Wexell Severo.- Bolsonaro todavía no está en la segunda vuelta. Este año la campaña es más corta que en otras oportunidades. Los candidatos se dieron a conocer más tarde. Las propagandas empezaron después. El cielo todavía está bastante encapotado. Es muy complicado hacer previsiones faltando veinte días para los comicios. Cualquier analista con algún sentido de precaución y responsabilidad podría presentar tres o cuatro escenarios más previsibles. Eso es muy arriesgado, pero desde mi punto de vista, tomando en cuenta el cuadro tal cual lo vemos hoy, los escenarios serían los siguientes:

1) Que el candidato del mercado, de la oligarquía paulista, de los grandes empresarios y los sectores conservadores, es decir, Geraldo Alckmin, vaya al segundo turno contra el candidato de Lula, Fernando Haddad;

2) Que Bolsonaro, desde el hospital, pueda sostenerse y llegue a la segunda vuelta contra uno de los candidatos de las llamadas «izquierdas», Haddad (en un escenario mucho más probable) o Ciro Gomes (en un escenario menos probable);
3) Que Bolsonaro se mantenga y vaya a la segunda vuelta contra uno de los candidatos de las «derechas», Alckmin o Marina (esa situación parece muchísimo menos probable); y
4) Que siquiera haya elecciones, debido al ambiente de tensión, relacionado con el supuesto atentado en contra de Bolsonaro. Los comentarios del Comandante del Ejército, Eduardo Villas Boas, sobre la instabilidad política, la intolerancia creciente, la débil gobernabilidad e, incluso, la posibilidad de cuestionarse la legitimidad del futuro elegido sonaron como una amenaza.
El desorden institucional en Brasil, después de los tramposos mecanismos que sacaron a Dilma de la Presidencia de la República sin haber cometido crimen de responsabilidad, es tan brutal que los militares expresan opiniones políticas en los periódicos como si nada. Y la Constitución simplemente los prohíbe.

En mi interpretación hay dos cuestiones. Primero, algo polémico para los lectores simpatizantes de la izquierda petista. La sociedad brasileña podría entrar en una falsa polarización entre Jair Bolsonaro, un liberal de la derecha más rabiosa, tosca y rudimentaria, y Fernando Haddad. Ese sería un enfrentamiento bizarro entre el mal y el bien, casi una disputa del siglo XIX entre la oscuridad y la luz. Parece imprevisible lo que podría pasar en una segunda vuelta en términos de conflictividad, aunque sea razonable prever que Haddad vencería la contienda con poco margen. Segundo, algo todavía más polémico, aunque sea necesario reafirmar. Que el PT, pese a los avances entre 2003 y 2015, no representaría una amenaza real a los intereses estadunidenses, a las transnacionales, al sector financiero, a las petroleras, a los bancos o a la oligarquía brasileña. Y eso no dependería, para nada, de la figura de Haddad, quien sin dudas se trata de un intelectual, un político y un ser humano de altísimo nivel.

Incluso por lo que se manifestó anteriormente, habría una baja probabilidad de que el PT pudiera gobernar en un eventual escenario de victoria en segunda vuelta, sea contra quien sea. El actual momento no es simple. El estado de cosas no es normal. Hubo una trama que caracteriza un golpe de Estado reconocido en todo el mundo. El poder judicial, los medios de comunicación, las Fuerzas Armadas, el parlamento, están bien atados y muy claros con relación a lo que pasó y lo que debe hacerse. El grado de tensión, de conflictividad y de polarización de la sociedad brasileña es altísimo. Y el grado de insatisfacción y desilusión con el PT también. Eso probablemente será verificado en estas elecciones para presidente, diputados estadales, diputados federales, senadores y gobernadores, como ya lo fue en las elecciones municipales del 2016, cuando el partido retrocedió más que cualquier otro.

Es que ahora el hechizo se volvió en contra del hechicero. Pese a los grandísimos avances en el campo social, desde 2003, la cúpula del PT apostó por la desmovilización social, por la despolitización, por la anti-lucha política, por la homogenización y la pasteurización del discurso y las acciones. La parálisis impactó visiblemente a la Central Única de Trabajadores (CUT), a la Unión Nacional de Estudiantes (UNE) y al Movimiento de los Trabajadores Sin Tierra (MST). Si acaso un extraterrestre bajara a Brasil, en 2014, tendría mucha dificultad para identificar quién era de «izquierdas» o de «derechas». Y eso sucedería porque la directiva del PT apostó a atenuar esas diferencias. No hubo acciones para la formación de conciencia política e ideológica. No hubo esfuerzo por politizar, por reforzar la comprensión de los elementos que ayudaron a empujar y promocionar la transformación económica y social de Brasil. Hubo poco contacto con la población vía televisión, radio o periódicos. Se apostó a un alejamiento y una esterilización, que refleja tanto las disputas internas dentro del gobierno como la «flacidez ideológica» de la dirección del PT. Los resultados más bizarros son los llamados «pobres de derecha» y la «clase media mal-agradecida», dos de los sectores más beneficiados por el progresismo, que atribuyen su éxito a Dios o al merecimiento personal, sin asociarlo a las políticas públicas del gobierno del PT o al economista inglés John Maynard Keynes.

Es decir, el gran problema es que el PT sintetiza una «izquierda» gaseosa, humanista y liberal, que no asimila el nacionalismo. Tradicionalmente asocia el nacionalismo con la derecha. No entiende a Getúlio Vargas. No posee un Proyecto Nacional. Pasa lejos del llamado nacionalismo popular, antiimperialista y latinoamericanista de algunos grandes partidos políticos de nuestra región. Obviamente, no se niega la realidad. Hubo, con Lula, una reorientación hacia el mercado interno, incorporando a millones de personas al consumo. El número de pobres y miserables se desplomó, las fuentes de trabajo formal crecieron, los bancos públicos ampliaron sus créditos. Aun así, prevaleció intocable el llamado «tripé» (las tres patas) de la política macroeconómica ortodoxa:

1- Las tasas de interés más altas del planeta, para supuestamente controlar la inflación;
2- Las tasas de cambio sueltas, «flotantes» y sobrevaluadas;
3- El «control» del gasto público, contrario a la «macroeconomía irresponsable» y al «manejo populista del Estado».
Según informes de la consultoría KPMG, la ola de desnacionalizaciones de empresas brasileñas no disminuyó con Lula y Dilma. Continuaron los remates de estructuras públicas, como puertos, aeropuertos, carreteras o centrales eléctricas.

Mientras se aplicó una política externa más independiente (tanto de apoyo a la integración regional como a la promoción de un mundo multipolar o la cooperación Sur-Sur) se mantuvo una política económica interna de carácter convencional. Pese a los grandes avances sociales, la acción macroeconómica siguió oscilando entre el neoliberalismo de los años anteriores y una suerte de keynesianismo tímido, avergonzado. Se ampliaron las oportunidades de los brasileños más pobres vía acciones paliativas de transferencia de los recursos oriundos de la creciente extranjerización del centro decisorio de la economía nacional.

Bruno Sgarzini.- Teniendo en cuenta el desmantelamiento del Estado brasileño que ha emprendido el gobierno de Temer y se ha producido con un modelo no convencional de intervención de Estados Unidos a través, entre otros, del dispositivo mediático judicial parlamentario, ¿qué opciones pensás que tiene Brasil para reconstruir su proyecto geopolítico? ¿Qué posibilidades existen y cuál serían los sectores que podrían movilizar una coalición de poder?

Luciano Wexell Severo.- Brasil necesita de un proyecto de unión nacional, no de fragmentación. Los enemigos de nuestro desarrollo interno y de nuestra autonomía externa son el imperialismo y la oligarquía. La contradicción principal es entre la Nación y los intereses extranjeros, asociados a  sus representantes internos. Construir esa unión nacional es el principal desafío de los brasileños hoy. El otro camino significará el despedazamiento del país, el enfrentamiento entre hermanos, la intensificación de las profundas desigualdades regionales, la intensificación de los conflictos étnico-raciales. No vendría mal para las grandes potencias la fragmentación de Brasil. Por eso, en mi interpretación, deberíamos huir de una falsa polarización entre el PSDB y el PT. Después de todo, y sobre todo tomando en cuenta las experiencias negativas de Dilma en 2010 y 2014, parece evidente que la salida no será por ahí.

Hay que observar los programas electorales y las propuestas escritas de cada candidato. El tema es que ya no estamos en 2002. Siquiera estamos en 2010 o 2014. El PT ya no representa lo mismo que hace algunos años. Desde entonces, tuvimos el desastre del gobierno de Dilma, que aplicó medidas macroeconómicas exactamente al revés de lo prometido en su campaña electoral. La gente se sintió engañada. Eso incluso fue denunciado por más de una centena de intelectuales, sociólogos, economistas y militantes del propio partido. No sólo dijeron sino gritaron. Hasta la fundación editorial del PT publicó un libro contra el ajuste fiscal de 2015, denominado «Alternativas para o Brasil voltar a crescer».

Por otro lado, el rechazo al PT es mucho mayor después de la prisión de algunos de sus líderes. Parece imposible negar que, en algunos casos, sin dudas, los juicios y encarcelamientos fueron resultado de una postura unilateral, selectiva y direccionada por parte del poder judicial y de los medios de comunicación. El caso de la prisión de Lula es el más vergonzoso. Se trata de una clara persecución en contra del mayor líder político del planeta Tierra. Un tremendo fiasco, inaceptable para cualquier persona que tenga dos dedos de frente. Por otro lado, es bueno pensar que, a lo largo de 500 años, los brasileños demostraron muchas veces que cuentan con la fortaleza moral para retomar el rumbo. Fuerza para levantarse y empezar otra vez. Reconocer el fin de una etapa, admitir los errores y asimilar las pérdidas. Obviamente, no hay forma de apretar un botón y regresar hacia 2002 o hacia 2010. De una u otra manera, pese a grandes avances, no se hicieron los cambios necesarios y caminamos hacia un callejón sin salida.

Los monopolios de desinformación y de alienación masiva, controlados por pocas familias, se convirtieron en cajas de resonancia de las denuncias de «corrupción». Los medios de difusión impresos, radioeléctricos o radiofónicos se presentan como los defensores de las libertades individuales, los guardianes de la justicia y de los derechos ciudadanos. Los mismos medios hegemónicos que nacieron, se crearon y se callaron durante la dictadura militar. Ahora, respondiendo a sus inconfesables intereses económicos, denuncian la existencia de la «mayor corrupción de la historia». Sostienen permanentemente que el PT quebró a la economía.

Algunos sugieren que la anulación del PT requiere obligatoriamente, para justificarse, la anulación del PSDB. Los principales caciques de ese partido también están metidos hasta el pescuezo en escándalos de corrupción, obviamente sin recibir el mismo tratamiento por parte de la justicia o de los medios de comunicación. La lista es larga. Va desde Aécio Neves hacia José Serra, pasando por otros peces grandes. El MDB después de Temer está enterrado. Es decir, podríamos pensar que la candidatura de Alckmin, a pesar de todos los recursos y del tiempo disponible, tendría pies de barro. Eso es un punto clave. Otro punto clave es que la campaña de Marina no logra despegar. Sumados esos dos puntos, las debilidades del partido de Alckmin y la apatía de Marina, surge Bolsonaro. Quizás el ultra conservador gane fuerza como última alternativa de los sectores más reaccionarios. Quizás eso ya haya quedado claro. Quizás sea esa la opción de Globo. Eso es lo que todavía no queda claro.

Por fin, es importante notar que hay tres supuestos outsiders con posibilidades reales de ir a segunda vuelta: Bolsonaro, Marina y Ciro. Probablemente, el escenario de los sueños de la élite sería Bolsonaro versus Marina, lo que solucionaría el inmenso problema de eliminar al PT y al PSDB juntos, alzando al poder políticos «nuevos» y «limpios». Lo bueno de lo «nuevo» sería, propagandísticamente, espantar el fantasma de la corrupción y, a la vez, poder enseñarles a gobernar con «buenas políticas» y «buenas prácticas». Vale apuntar que, según los actuales sondeos, siempre totalmente cuestionables, Bolsonaro perdería facil la segunda vuelta contra cualquiera, excepto frente a Haddad.

En ese sentido, el gran problema para la élite brasileña sería tener al otro outsider, Ciro Gomes, en la segunda vuelta. Se trata de un político con experiencia. Fue alcalde, gobernador de Ceará y ministro de Hacienda del presidente Itamar Franco y de la Integración Nacional de Lula. Representa el partido de Leonel Brizola, reivindica a Getúlio Vargas y asume un discurso en defensa del desarrollismo y del nacionalismo. Su programa de gobierno sugiere, entre otros puntos relevantes, anular las medidas aplicadas por Temer, sea con relación a las políticas sociales, de gastos públicos o de desnacionalización de pozos petroleros, centrales eléctricas y la empresa de aviación.

Trató de invitar al empresario Benjamin Steinbruch, uno de los mayores de Brasil, quien es alto directivo de la Federación de Industrias de Sao Paulo (FIESP), para ser su vice. Terminó aliado a una diputada exponente del agronegocio. Es rarísimo observar que un sector de la izquierda logra justificar que un banquero de Bank Boston haya sido presidente del Banco Central de Lula por ocho años y no haga el mismo esfuerzo para interpretar la presencia de Katia Abreu como vice de Ciro. Pareciera que la economía es un tema secundario, trabajado por pocos doctores formados en Wall Street, mientras la producción agrícola se trataría de algo muchísimo más importante.

Según los datos de hoy, Ciro estaría en tercero lugar, detrás de Bolsonaro y Haddad. Transita por un sendero embrollado, asumiendo un discurso interventor y al mismo tiempo presentándose como posible salida para la polarización. El cuadro actual sugiere que la sociedad brasileña podrá ser conducida, por séptima vez seguida desde 1994, a un punto de chantaje en el cual tenga que elegir obligatóriamente entre el neoliberalismo del PSDB y la, en el mejor de los casos, socialdemocracia del PT. El otro escenario diseñado por las instituciones que hacen las encuestas electorales, faltando veinte y pocos días para los comícios, sería aún peor: entre Bolsonaro y el PT. En cualquiera de las dos situaciones, repito, Fernando Haddad sería la opción para todos los que comulgamos en las anchas fileras del nacionalismo popular, del progresismo, del humanismo o de las izquierdas liberales.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.