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Pídeselo a Al Gore

Fuentes: Rebelión

Volvía ayer de mi trabajo en el autobús nº 9, que atraviesa la calle Serrano, la milla de oro madrileña como la llaman, cuando me sorprendió ver en las numerosas marquesinas la publicidad de la campaña «No Hunger». El cartel se repitió a lo largo de todo el trayecto. «No Hunger» y debajo «Pídeselo a […]

Volvía ayer de mi trabajo en el autobús nº 9, que atraviesa la calle Serrano, la milla de oro madrileña como la llaman, cuando me sorprendió ver en las numerosas marquesinas la publicidad de la campaña «No Hunger».

El cartel se repitió a lo largo de todo el trayecto. «No Hunger» y debajo «Pídeselo a Al Gore», sobre la fotografía del típico y atroz niño africano hambriento.

Me pregunté de inmediato que tenía yo que pedir a ese señor, que fue vicepresidente de los Estados Unidos durante la era Clinton, y ahora se ha vuelto una empresa de buenas intenciones.

Muchas otras preguntas fueron surgiendo, no sólo por el hecho de que las noches frías y lluviosas como la de ayer ayudan a la duda, sino porque empecé enseguida a calcular el precio de esa campaña y a imaginar que bien podrían haber devuelto ese dinero al niño de la fotografía, a su familia, a su tribu, a su país en vez de gastar en tantas tonterías. Un razonamiento simple, básico, quizá provocado por el cansancio que todos sentimos al volver del trabajo, que se sumó al cansancio que me provocó esa imagen demagógica enmarcada en el lujo de las marquesinas de una calle lujosa.

Sin embargo, al volver a casa, abrí la página web, leí varias páginas más sobre esta campaña y las otras que ha emprendido el señor Gore, imagino que con buena fe, con la fe de un hombre que ha ejercido el poder y que debe haber aprendido algo sobre los modos en que funciona el poder económico en el mundo. Quiero decir que debe haber estado obligado a tratar con las grandes empresas y los bancos, y sus representantes políticos, entre los que él mismo se contaba y se cuenta.

En la página de «No Hunger» aparecía una ventana para escribir una carta a Al Gore, en relación con su campaña. Y fue lo que hice. Escribí una carta.

En la carta le explicaba al señor Gore que por lo que yo había podido estudiar, entender y conocer, había un país a tener en cuenta en la búsqueda de soluciones al hambre en el mundo. Y ese país era una pequeña isla llamada Cuba, que desde hace cincuenta años había sido castigada, hostigada y bloqueada por los Estados Unidos y sin embargo puede decir hoy con orgullo que ningún niño cubano pasa hambre. Y más aún, ningún niño cubano pasa hambre, todos tienen una educación pública y gratuita envidiable, se les garantiza también la educación superior y el acceso a la universidad. La salud también es un bien del pueblo cubano. Son derechos que ninguna penuria económica -producidas básicamente por el brutal bloqueo americano- ha conculcado.

Le explicaba en mi carta al señor Gore, que la limosna no es lo mismo que la justicia social. Le decía que sólo una gran transformación social permite la justicia y la distribución racional de alimentos, ya que estamos hablando de derechos humanos básicos como la salud y la educación. Le comenté que es verdad que Cuba ha tenido y tiene graves problemas económicos, pero que ningún niño cubano ha pasado hambre en estos últimos cincuenta años. La infancia -y no solo la infancia- están protegidas absolutamente, a pesar del bloqueo que tampoco cesó durante los años en que el señor Gore fue vicepresidente.

Cuando terminé esta carta y la envié, mi sorpresa no tuvo límites. La fundación Gore me contestó que muchas gracias por mi voto a la campaña «Pídeselo a Al Gore».

Inmediatamente volví a escribir diciendo que no quería pedirle nada a ese señor sino sólo explicarle que el hambre no se puede vencer sin invertir las reglas del juego de la máxima ganancia para unos pocos, que están destrozando el planeta. El capitalismo, en fin, le decía.

Por supuesto les pedí que borraran mi firma, no quería ser ni el nº 300.000 o ningún otro número de esa lista para pedirle a Gore que haga una película para el «no hunger».

Mi única intención era pedirles que estudiaran a conciencia otras formas que han dado resultados y que han sobrevivido gracias al tesón y la dignidad del pueblo cubano.

Sigo empeñada en borrar mi nombre, porque lo último que haría sería pedirle algo a Al Gore, más aún sabiendo que nos estafa desde el comienzo, hasta en la cuenta de votos cuando recibe una carta crítica. ¿Cómo deshacer este equívoco? ¿Por qué no quiere saber que el castigo a Cuba es injusto porque sólo allí se ha conseguido eso que él llama «no hunger»? ¿Apelo a la «democracia» de Gore?

Creo que no, sólo imaginando que otro mundo es posible y necesario y que no empezará jamás por las marquesinas lujosas de la calle Serrano, sino por la justicia y el derecho a la vida de todos los seres humanos, que en algunos lugares del mundo como Cuba ya existe y es una realidad y una victoria, a pesar del bloqueo y del castigo impuesto por el rico y gordo occidente durante cincuenta años.