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Pinceladas venezolanas (rojas, por supuesto)

Fuentes: Rebelión

Para Víctor Ríos y Juan Valdés, que una noche nos hablaron con entusiasmo y pasión razonada de la revolución bolivariana y la revolución cubana.


¡Los árboles se han de poner en fila para que no pase el gigante de las siete leguas! Así afirma la declaración final del IV Foro Internacional de Filosofía de Venezuela celebrado en Maracaibo en julio de 2008. La filosofía no debe limitarse a interpretar el mundo sino que debe intentar transformarlo. Esa interpretación, que debe incluir la diversidad de saberes y perspectivas epistemológicas comprometidas con el ser humano y la vida, sólo es realmente transformadora si surge y se enmarca en procesos revolucionarios emancipatorios como los que se están produciendo en el continente americano -Cuba, Venezuela, Bolivia y Ecuador- así como en las múltiples rebeliones que han irrumpido, e irrumpen, en varias partes del mundo.

La tarea, se señala en la declaración venezolana, es particularmente urgente en un momento en que un capitalismo, desbocado, caníbal, devorador, que se niega a ceder el paso a nuevas formas de organización social a través de una violencia militar que mantiene ocupados países como Afganistán, Irak y Palestina y que ha desatado una ofensiva contrainsurgente en América Latina, ha fracasado como orden económico y civilizatorio, destruyendo bosques, lagos, ríos, minando (o intentando anular) las conciencias y la voluntad de resistencia de la ciudadanía, y amenazando a la humanidad con crisis alimentarias y energéticas. Es por ello imperativo elaborar una teoría socialista del consumo que ajuste las necesidades a los límites materiales del planeta, garantizando reciprocidad entre humanidad y naturaleza, y asegure la construcción de nuevos sujetos no sólo políticos y éticos, sino eróticos, pedagógicos y estéticos, capaces de generar y conservar un orden social justo y humano. Es urgente asimismo elaborar una teoría socialista de la comunicación que articule saberes, visiones y proyectos emancipatorios en un marco comunicativo construido y controlado por las propias comunidades, los trabajadores y los pueblos en lucha, y que concilie, tarea esencial pero nada elemental, la calidad estética y los contenidos con la creatividad y el compromiso.

El manifiesto expresa también su rechazo enérgico a la criminalización de la movilidad humana en el espacio europeo y en Estados Unidos y apoya decididamente al pueblo de la República Bolivariana de Venezuela en su propósito de convertirse en protagonista de su propia historia, en su proyecto socialista de autodeterminación política, soberanía económica y democracia participativa.

La actividad filosófica debe abandonar toda clase de elitismo y etnocentrismo para contribuir a enriquecer metodologías de emancipación que sólo revelarán su eficacia y necesidad en la acción colectiva. «Ya no podemos ser el pueblo de hojas, que vive en el aire, con la copa cargada de flor, restellando o zumbando, según lo acaricia el capricho de la luz, o lo tundan y talen las tempestades… Es la hora del recuento, y de la marcha unida, y hemos de andar en cuadro apretado, como la plata en las raíces de Los Andes».

Desalambrar los territorios y los pensamientos, la filosofía debe generarse con y desde los pueblos rebeldes, resistentes. Esa es la cuestión esencial se señala con júbilo y veracidad en la declaración.

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En abril de 2002, el primer día del fracasado golpe fascista contra el presidente Hugo Chávez y la revolución bolivariana, un general del ejército que apoyó el levantamiento salió de Miraflores informando a la banda militar de palacio que estaba a punto de aparecer el nuevo presidente y que, como de costumbre, debían tocar el himno nacional. Como fuera que los soldados no le obedecieran, el general irritado se volvió hacia un joven corneta de 18 años y le dio orden expresa de tocarla cuando viera al nuevo mandatario. El joven soldado siguió negándose a hacerlo y respondió al general con estas palabras: «Disculpe, ¿de qué presidente habla? Nosotros sólo conocemos uno, el presidente Hugo Chávez». El golpista enfurecido, gravemente tocado en su honor de mando en plaza, le exigió enérgicamente al corneta que callara y que obedeciera sus órdenes. El soldado, el joven soldado de dieciocho años, no se acobardó. Cedió su instrumento al general amedrentador y le replicó: «Parece que a usted le gusta mucho la corneta. Tenga, tóquela usted». «Casablanca» en vivo y con el rojo de la rebeldía y la dignidad.

Ese mismo día, 11 de abril de 2002, el vicealmirante golpista Ramírez Pérez se expreso en términos muy distintos. «Tuvimos un arma fundamental: los medios de comunicación. ¡Gracias!», gritó entusiasmado pensando que habían logrado escribir otra página exitosa en la historia universal de la infamia.

Se equivocó por supuesto, pero fue veraz en su diagnóstico: los medios fueron una sistemática, afilada y falsaria arma de la contrarrevolución. Todo los indicios siguen apuntando en la misma dirección

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Tras del golpe, después de su regreso al poder, el presidente Chávez describió a los cuatro canales de la televisión privada venezolana como los «cuatro jinetes de la Apocalipsis». Muchas razones se agolpaban en su apreciación.

Sus propietarios están entre los grandes magnates del país. Venevisión, un canal con enorme audiencia, es propiedad de Gustavo Cisneros, a quien a veces se describe como «el rey de las empresas de riesgos compartidos». Inmensamente rico, vinculado a grupos empresariales estadounidenses de la derecha extrema, Cisneros ha ido construyendo su imperio mediante alianzas con multinacionales: de la Pepsi-Cola a la Coca-Cola, pasando por Pizza Hurt y finalizando con AOL Warner.

Por lo demás, el señor Cisneros es íntimo amigo del antiguo mandatario venezolano Carlos Andrés Pérez. Sus amistades españolas son significativas: Isabel Presyler, Carolina Herrera, Miguel Boyer, Felipe González, José MªAznar y el rey Juan Carlos I, el Borbón que mandó callar a un presidente democrático de forma soez y servilmente aplaudida por algunos sectores.

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Tariq Alí ha dedicado su último libro a Eduardo Galeano cuya pluma, escribe el autor de Piratas del Caribe , «es como la espada de Bolívar: busca desplazar un imperio y unir un continente». ¿No es quimérico lo que Alí atribuye a Galeano y que él parece compartir?

No, Alí no cree en absoluto que el tema sobre el que Galeano escribe sea utópico. «Él no escribe sólo sobre su país, sobre Uruguay, sino que cree que su país forma parte del continente, y eso es algo realmente conmovedor. Cuando uno lee sus tres volúmenes sobre América Latina, ve que son realmente maravillosos, y lo que precisamente es más conmovedor es que él ve a sus países como un solo continente, lo cual es, por otra parte, lo que yo creo también».

En ese mismo ensayo, Tariq Alí explica que se ha reunido en varias ocasiones con Hugo Chávez, a quien presenta como un líder político extremadamente inteligente e instruido. ¿Qué impresiones concretas sacó del presidente de la República bolivariana como político y como persona, se le preguntó durante una reciente visita a Barcelona? Esta fue su respuesta: «Creo que la primera conversación que tuve con Hugo Chávez fue muy breve. Fue en Porto Alegre, en 2002 me parece. Vino hacia mi para conversar un rato, y me dijo: «He leído sus libros y me gustaría que viniera a Venezuela y pudiéramos vernos». Así ocurrió. Ese mismo año fui a Venezuela donde mantuvimos largas conversaciones y, en concreto, una larga charla sobre la guerra en Irak, sobre lo que iba a ocurrir y sobre el posible grado de resistencia que se iba a producir ante esa guerra. Le dije que yo creía que rápidamente surgiría mucha resistencia y que los norteamericanos se darían cuenta con rapidez de que entrar en Irak sería fácil pero que mantenerse allí sería muy, muy difícil, tal y como efectivamente ha ocurrido. Posteriormente, tuvimos otras conversaciones y discutimos sobre muchas cosas: el estado actual del mundo, el papel de Estados Unidos, sobre Cuba, sobre la situación en Venezuela tras el golpe. Aunque le había conocido hacía muy poco tiempo, discutimos de forma muy relajada y tranquila, como si fuéramos viejos amigos, sobre un gran número de temas.»

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Tiene 59 años. Hace cerca de 30 que Eduardo es «el» pintor de la plaza Bolívar, centro histórico de Caracas, una capital símbolo de su país, dividida en dos, globalizada y fuente de ebullición vital para una sociedad que se atreve al cuestionamiento, que grita non serviam.

El tinte mate que usa en sus pinturas es en recuerdo de su padre criollo. Eduardo es primer vocero de los Obreros de las Artes, un pequeño taller improvisado en un terreno abandonado a algunos pasos de la avenida Urdaneta. Lo consiguieron tras una toma. Son nueve los obreros del arte. Allí resisten. Pintores, escultores, artistas plásticos, no olvidan defender la revolución que les ha permitido tener este espacio, aunque las condiciones no sean perfectas. Nunca lo son. Pero, en la actualidad, existen, y luchan por sus condiciones de vida y el ejercicio de su arte, reflejo de su historia y la de tantos otros.

A pocos pasos de allí se encuentra la sede de los «Sin Techo», también obtenida tras una toma y punta de lanza de la organización popular. Agrupan más de 40.000 familias en todo el país y tienen en su exitoso palmarés más de 160 edificios tomados. Responden a una necesidad común a todos, la de tener un techo, derecho negado a miles y miles de personas alejadas de las perspectivas de igualdad y de justicia y lejos de los centros de las ciudades, agrupadas en ranchos o haciendo de las calles urbanas un hábitat forzado.

Su historia está vinculada a la de la Revolución Bolivariana. Nacidos el mismo año, luchando por ella y fundando en ella sus esperanzas. La lucha de los «Sin Techo» representa el corazón de un volcán en llamas, la unión de numerosas personas demasiado tiempo expuestas a situaciones de exclusión social que han decidido auto-organizarse para no tener que vivir más en esa calle común a todos y, en ocasiones, asesina para algunos.

Los «Obreros de las Artes» se han beneficiado, continúan beneficiándose de las tomas que ofrecen perspectivas de alojamiento pero también salas de exposiciones, de producción de TV y musical, gabinetes de odontología, espacio para cooperativas de trabajo. Son ya cerca de 50 grupos los que se crearon dentro de esta estructura organizativa y que están vinculados a este combate por el derecho al alojamiento. Saben bien que en paralelo debe efectuarse un trabajo de concienciación importante: «Juventud Guevarista» para las actividades deportivas, el «Canto Hindú Afroamericano» para la música, Soberana TV.

Trabajadores de las artes, obreros de los sueños. Sueños que transmiten cada semana a treinta niños que van a aprender a dibujar en lo que han soñado, siendo por el momento el papel su sola herramienta para expresarlo.

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Lo recordaba recientemente el filósofo y escritor argentino, afincado en España, Nicolás Alberto González Varela.

En el debate sobre la cuestión sindical en la URSS de los años veinte, el que fuera director soviético de la edición de las obras de Marx y Engels, se enfrentó a Trotsky y a Lenin, defendiendo la independencia y la autonomía de los sindicatos. También luchó denodadamente por la libre expresión dentro del partido, la legalidad fraccional, la genuina democracia. Una quijotesca cruzada contra la entonces incipiente burocracia. Era tal su prestigio, intelectual y militante que nadie tenga autoridad para hacer callar o intentar expulsar a Riazanov. Ni siquiera Lenin.

Poco a poco fue neutralizada su influencia. En el ámbito sindical primero. Riazanov no se amedrentó por ello. Ya muerto Lenin y durante el Congreso del Partido de 1924 declaró: «Sin derecho y responsabilidad a expresar nuestras opiniones esto no puede llamarse Partido Comunista». En un discurso en la Kommunistischeskoi Akademii, la Academia de los profesores rojos creada en 1918, declaró ese mismo año: «No soy bolchevique, no soy menchevique y no soy leninista. Sólo soy un marxista, y como marxista soy comunista».

Stalin visitó el IME, el Instituto Marx-Engels, en 1927 y al ver allí los retratos de Marx, Engels y Lenin, el máximo responsable de los asesinatos de Bujarin, Trotsky, Zinoviev y de tantos otros, preguntó a Riazanov: «¿Dónde está mi retrato?». Éste le replicó: «Marx y Engels son mis maestros; Lenin fue mi camarada. Pero, ¿qué eres tú para mí?».

El director del IME fue asesinado en 1938, durante las abyectamente llamadas «purgas estalinistas».

Toda revolución sin excepción, toda revolución socialista más concretamente, necesita ciudadanos, revolucionarios como Riazanov.

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Autor de una gran obra centrada en la Teología de la Liberación, militante ecológico, luchador contra la opresión social y la cultura patriarcal, Leonardo Boff dejó el ejercicio sacerdotal oficial en 1992, luego de padecer sanciones del Vaticano. En agosto de 2008 hizo unas declaraciones al diario Clarín en las que habló de las utopías y sueños. Una sociedad no vive sin utopías, afirmó, sin sueños de dignidad, de respeto a la vida y de convivencia pacífica entre personas y pueblos. Sin ellas nos empantanamos en intereses individuales y grupales y perdemos el sentido del buen vivir en común. A juicio de Boff, «la utopía que puede reencantar a la vida es una relación de reverencia y respeto a toda vida, de sinergia con las fuerzas de la naturaleza, de hospitalidad con todos los seres humanos y de convivencia en la diversidad de culturas, religiones y de visiones de mundo. Una utopía de una Tierra organizada desde una articulación central de valores, principios y poderes que administren los recursos escasos para todos, habitando como una familia en la misma casa común, la Tierra».

Esto no es imposible concluyó. O construimos una sociedad así o Gaia, la Tierra viva, no nos va a soportar y va a expulsarnos como una célula cancerígena. La revolución bolivariana no apuesta por maltratar la Tierra y sus pobladores y está empeñada en construir algo así. Que así sea diría Boff, que sea así diríamos todos.