Venezuela, uno de los países menos afectados por la debacle financiera mundial, ha reaccionado contra la misma, implementado una serie de medidas que el Presidente Hugo Chávez bautizó como «Plan anticrisis». Pero lo que son medidas de protección hacia los sectores más bajos de la sociedad, ciertamente no son acciones que contrarrestan y meten en […]
Venezuela, uno de los países menos afectados por la debacle financiera mundial, ha reaccionado contra la misma, implementado una serie de medidas que el Presidente Hugo Chávez bautizó como «Plan anticrisis». Pero lo que son medidas de protección hacia los sectores más bajos de la sociedad, ciertamente no son acciones que contrarrestan y meten en causa al capitalismo neoliberal, todavía fuerte en la sociedad venezolana. En otras palabras, el «plan anticrisis» es – no cabe duda – pro-socialista, pero no anti-capitalista.
Contrariamente a lo afirmado por el «oposicionismo» mediático de la derecha venezolana, este plan no tiene nada que ver con los «paquetes económicos» que en la IV República se implementaron, tales como el de diciembre de 1986, cuando Lusinchi devaluó la moneda nacional en un 93% y aumentó el precio del combustible, o aquel célebre «paquetazo» de Carlos Andrés Pérez en febrero de 1989, que dio origen a un Caracazo que produjo miles de muertos.
Otra vez la derecha que vaticina dramáticos paquetazos, se encuentra contradicha por una realidad que es mucho menos espectacular, apoteósica y apocalíptica de lo que ella piensa.
En la realidad se plantearon como medidas anticrisis un aumento del salario mínimo y las pensiones en un 20%, así como también la reducción equivalente al 6.7% del gasto público para el 2009, sobre todo en los llamados gastos suntuarios del Estado.
Estas medidas, no lo podemos dudar, protegen a la clase más desfavorecida y, al mismo tiempo, dan mensajes éticos y de disciplina socialista a las más altas esferas del Estado. Pero también, y en esto se debe ser francos, dejan intactos los grandes capitales venezolanos que han surgido precisamente de la acumulación llevada a cabo a través de metodologías, mañas y acciones neoliberales.
De hecho, por una parte se aumenta un IVA que, como lo sabemos, es el impuesto más injusto que existe a nivel planetario , por cobrar un porcentaje único a todos los ciudadanos. Por otra, (a pesar de limitar tímidamente los dólares preferenciales para caviar, limosinas, etc.), no se plantean medidas tributarias de gran talante que toquen, por ejemplo, las grandes riquezas, las millonarias transacciones bancarias, las suntuosas herencias, las engordadas cuentas bancarias, etc.
Dicho de manera más clara: se toman medidas socialistas para amortizar los efectos nefastos de un capitalismo planetario, pero no para tocar su causa primera que, no es otra, que la acumulación grosera de capitales en manos de pocos.
Por todo ello, el «oposicionismo mediático» celebra el haberse equivocado en sus horribles predicciones, de que «finalmente a través del tan anunciado paquetazo de Chávez se llegaría sin más a un «comunismo del siglo XXI». Mientras que, al mismo tiempo, una parte del chavismo mira con rara ingenuidad a los grandes capitales y sus intereses, como diciendo: «una vez más se equivocaron, la democracia socialista, en nombre de quién sabe qué derecho humano, respeta los intereses de la oligarquía».
El saldo es de ensueño para «nuestra querida, contaminada y única» oligarquía venezolana, la cual posee el país añorado por todas las oligarquías del mundo en la actualidad: un país donde el gobierno protege el trabajo, los planes sociales y la estabilidad de los más pobres; sin tocar por ello, de manera enérgica y definitiva los grandes capitales.
Venezuela se encamina entonces hacia el ideal planetario de la socialdemocracia, en el cual ricos y pobres convivirán sin mayores complicaciones: los pobres, protegidos por un Estado que prevendrá cualquier levantamiento social a través de importantes políticas sociales. Los ricos, amparados por esa *pax perpetua*, condición necesaria para todo buen negocio.
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