Simplemente hay cosas que obligan al menos a fijar posición, en este caso toca hacerlo a todo riesgo de fallo o estupideces. Lo cierto es que el propio presidente introdujo en estas semanas tanto en una reunión cerrada del Polo Patriótico como en su última alocución de Aló Presidente del 8 de enero, la reiterativa […]
Simplemente hay cosas que obligan al menos a fijar posición, en este caso toca hacerlo a todo riesgo de fallo o estupideces. Lo cierto es que el propio presidente introdujo en estas semanas tanto en una reunión cerrada del Polo Patriótico como en su última alocución de Aló Presidente del 8 de enero, la reiterativa crítica respecto a las posiciones que defienden la tesis del antipoder, y el anti Estado y a las tendencias crecientes que las defienden, dicho así en sus propias palabras según entiendo. Soy el menos indicado para responder a estas posiciones ya que no estuve presente personalmente ni en la reunión cerrada del Polo -creo que tampoco estaba invitado- ni estaba delante de televisor alguno este domingo, y por tanto no sé exactamente cuales son uno tras otro los argumentos expuestos. Pero el hecho obliga por dos cosas: primero porque mi nombre según tengo entendido en algún momento salió a la palestra de «la crítica contra la crítica» por parte del presidente y por otra porque ojalá hubiese un mejor testigo que responda con palabras escritas y públicas a este tipo de posturas pero no lo hay, hasta donde sé. Lástima porque además -y eso hay que agradecerlo a Chávez al asumir que el debate existe y es real- son a mi parecer debates claves dentro de toda esta enredadera que constituye la revolución bolivariana y hasta socialista.
Lo que puedo relatar como persona presente dentro de una situación por tanto es muy pobre. Lo que sí puedo confirmar es que este asunto que gira alrededor del poder, de dónde está el poder y en definitiva el lugar de la política revolucionaria como tal, no es para nada, para nosotros los que nos llamamos venezolanos y venezolanas -para no herir a nadie- un tema de la famasmagoría teórica sino una realidad central al menos en lo que corresponde a estos años donde se ha querido poner en marcha una revolución, es decir, un cambio radical de las relaciones de poder.
Existe una tensión tremenda, vivida en cada rincón de nuestro país entre un poder instalado, llamado igualmente constituido (seres muy bien arrimados al «partido», a los «jefes» de la revolución, seres igualmente muy bien instalados en sus cuotas de riqueza ya sea por herencia burguesa o por tratarse de uno de los lugares donde los entramados de lo que llaman «boliburguesía» se ha afianzado) y un poder revolucionario, llamado también constituyente, con muchos matices, confusiones y angustias en su seno pero que en definitiva es el poder del pobre, del que no cuenta con acumulados materiales ningunos, salvo su propia memoria, pasiones y situación, pero además entre ideas y haceres es un poder que se materializa en Otra Política fuera del Estado. Si hay algo que hemos logrado en estos años es el convertir esta tensión en una realidad absolutamente verificable, cosa que nada tiene que ver con controversias metafísicas. Es una pelea cuerpo a cuerpo que le toca asumir hasta al propio presidente porque es parte de ella, porque si llegó hasta donde llegó lo hizo, más allá de las virtudes personales de liderazgo, porque hubo un acuerdo que se hizo política, y si fue así es porque se convirtió en decisión colectiva (victoria del 98). De muchas maneras y procedimientos allí se produjo un acuerdo fundamental entre El y Nosotros, es decir, el que encarnaba un movimiento histórico de revuelta y los simples militantes del mismo, el cual fue totalmente Político, es decir, se hizo en función de transformar una realidad y nada más (de sentimental no tuvo nada para responder a los que les gusta decir que la relación del «pueblo» -tratado como una masa estúpida- y Chávez es meramente afectivo). Por ello nuestro agradecimiento a que doce años después desde sus propios malestares o críticas no importa, sea el mismo asunto el que sea reconocido por parte del jefe del Estado como uno de las controversias importantes de nuestra historia. En otras palabras, para no complicarlo mucho, de alguna manera estamos metidos en el mismo rollo: El y Nosotros (pueblo en lucha). Esto ya es una ganancia, poquita pero maravillosa. Quizás aún podemos decir que la presidencia Nos pertenece.
Sobre el asunto del «antipoder»
Ahora vamos al asunto. Una y otra vez, hasta el cansancio, se han tratado a todas las expresiones políticas que reniegan de alguna manera -fuera o dentro del mando burocrático o partidista- como «anarquistas». Esto cuando la crítica es franca (aunque ojalá alguien entre nosotros tuviese la moral, la práctica y los principios para llamarse de verdad anarquista que no es cualquier cosa: examinen nada más la historia de personajes como Durruti o Malatesta y vean lo que es un auténtico anarquista). Pero seremos, de contrarrevolucionarios y «quinta columnas» para abajo, cuando se trata de seres desesperados por quedarse con sus cuotitas de poder y verse cuestionados por alguno que le pega el grito y la denuncia que se merece. Primera equivocación del presidente: mimetizarse con estos rincones oscuros, mediocres, improductivos, desleales, de lo que plaga hoy en día su partido y el Estado en general. Tengo entendido que la «crítica a la crítica» que hace el presidente él mismo se ubica desde el lugar «del poder» y reniega de los que claman por un supuesto «antipoder»: además de ser «antiestado», «zapatistas», «utópicos», etc. Hermano, por decirlo como si se tratase de una conversación de iguales cara a cara, si no me equivoco nadie más «pro-poder» que muchos de los que hemos asumido esta historia, con una sola diferencia que no situamos «el poder» por el cual luchamos en los cargos burocráticos por los cuales miles se pelean a estas alturas casi hasta la muerte y que solo la ficción democrática del régimen representativo pacifica hasta ciertos límites (o su decisión de jefe de que este va y este no va, que también pacifica a lo interno del partido a pesar de las lágrimas de muchos). Si hay algo que de alguna manera dejó en claro las luchas posteriores a la rebelión guerrillera, o de los partidos armados de los sesenta y los setenta, fue el hecho de que allí donde es posible transformar una realidad nada tiene que ver con los manejos monopólicos de los cargos públicos, sino la fuerza y la potencia que demuestren a través de su organización y definición política y programática, los que nada tienen que ver con esos «poderes» ni lo que «representan»: sus leyes, su jueces, sus armas, sus gerentes. Por ello, el Estado claro que es muy importante, una máquina determinante para la vida y destino de todos, también un asunto clave si quiere en algún momento como lo fue el 98 (de hecho sacar a la basura adeca y copeyana del Estado propiamente era un asunto por demás de importante), pero nunca el lugar concreto y afirmativo para el ejercicio del poder revolucionario necesario. Si asumimos que con esa victoria «tenemos el poder», como de hecho muchos lo hicieron por intereses muy utópicos o de otra índole menos romántica, hasta yo mismo me sumo a la lista por ingenuo, sencillamente ya tienen o tenemos estos doce años de prueba para comprobar lo contrario.
El Estado en ese sentido, ese Estado que conocemos y del cual usted es presidente, para un movimiento revolucionario y libertario es un poder por negación, es un polo de fuerza estructurado e impositivo cuya gerencia se la quitamos al enemigo al menos en parte, pero cuya lógica y origen jamás nos servirá de instrumento positivo a la transformación revolucionaria. Nada más absurdo que haber llamado a cosas tan grotescas como el Ministerio de la Salud o del Trabajo (pero son todos como lo sabemos), «ministerios del poder popular…». Allí lo que probamos es una inmensa burla para ser más claros, ejercida por un poder negativo (se asume para negarle a un enemigo real la posibilidad de seguir gerenciando a placer la esfera de lo público) que en algún momento se ha creído con la facultad de manipular lo que le da la gana gracias «al poder» virtual que maneja y convertirse en el lugar «virtualmente real» desde donde se dirige el proceso revolucionario. Llegando a la siguiente ecuación: «como lo llamemos eso es o eso queremos que crean que es». Es decir se creyó y se cree -o quiere hacer creer, no importa si es de buena o mala fe- el lugar donde se afirma el poder revolucionario. Entra entonces en la misma lógica de todo régimen burgués y representativo.
Lo cierto es que la equivocación del presidente, si se trata de tal (al menos en cuanto a sus críticas a los supuestos utópicos, anarcoides y vaya a saber que otra palabra ha utilizado) no es gratuita. No es un problemita que el compañero tiene con algunos descarriados que fastidian y sabotean, aunque en muchos casos así se quiera ver, y a lo mejor lo sea en su apreciación. Es el fruto de un proceso regresivo desde el momento en que se «perdió la brújula» en cuanto al lugar de una política, es decir, el lugar desde donde se materializa un pensamiento político y una praxis política como tal en su sentido afirmativo y revolucionario. En mi consideración, en el 98 se «tomó el poder» del Estado, en su sentido negativo para sacar y acabar políticamente sabemos a quien, y afirmativamente para desatar un movimiento que superaba ampliamente lo que supone cualquier gerencia burocrática estatal-representativa, cuyo norte se centraba en la realización de justicia y en el quebrantamiento de los viejos lazos de dominio: la «refundación de la república» se dijo. Entre otras palabras inventadas a eso llamamos el «proceso popular constituyente» «democracia revolucionaria», principios muy repetidos por el propio presidente.
Muchas cosas bellísimas, una victoria maravillosa, se lograron con esto, pero algo pasó, debe ser un poder que no consumamos después de derrotada la conspiración fascista 2001-2004 por estúpidos y creyentes, que de pronto nacieron por todos lados señores del Estado y luego del partido (por un lado tenía que aparecer) que dejaron muy en claro que fuera de ellos solo habían saboteadores y contrarrevolucionarios. Desaparecieron aquellas palabras originales (que casi se convirtieron en conceptos políticos) y en su lugar fueron sustituidas por una que ciertamente puede ser mucho más radical pero que a la vez conviene bastante a los menos interesados en el desarrollo de la revolución como verdadero movimiento del pueblo. Porque aún es inmensamente hegemónica la memoria stalinista y revisionista que gira alrededor de su significación; esta palabra es ¨socialismo¨.
El cacique Sabino y Maria Corina Machado, los Sin Techo o Antonio Ledezma, son más o menos lo mismo a la final, seres opuestos a la revolución y al socialismo que estas cortes burocráticas personifican sencillamente porque los niegan, no importa desde que lugar de la realísima lucha de clases lo hagan. Pero lo más triste es que no hubo una réplica corajuda y multiplicada a esta locura interesada, más bien se manifestó una tendencia masiva hacia el acomodamiento y luego por evolución casi mecánica, un proceso rápido de burocratización, despolitización, clientilización y corrupción de muchísimos cuadros y movimientos populares. El socialismo, amparado por sus interpretaciones más pesadas y desvanecidas en lo que fue su historia en el siglo XX, aunque parezca una locura termina a través de estas mentes confirmándose como un modelo de mando único y estatizante e interpretando su posibilidad solo desde esa condición. Hasta llegar a lo que se tenía que llegar: la consolidación de un aparato de gobierno que se hace Estado donde lo único que cabe, aparte de las almas utópicas que sobreviven dentro de él, es una visión totalmente corporativa y unicentral del poder, virtualmente afirmado revolucionario y socialista. Aparece por otro lado la necesidad urgente de institucionalizar todo lo que en realidad le pueda dar una cara vital y creadora. Entre tantos fenómenos tenemos a las benditas leyes del poder popular que al definirlo y normarlo legalmente, independientemente de los buenos corazones, lo que se manifiesta es la necesidad de capturarlo y desarmarlo por completo, como debe ser dentro de un Estado burgués e inteligente.
Luego, si hay alguna equivocación es estar tratando toda esta crítica de base, cada vez más desplegada y furiosa, de sectores utópicos, anarcoides, antipoder, antiestado, o en último término manipulados por estas posiciones ideológicas. Aquí, desde hace más de veinte años definitivamente nos estamos jugando el poder, y esto no es manipulación de nadie, es una voluntad política si no mayoritaria al menos masificada: «lo queremos todo», dicen algunos, ¿pero en qué términos y desde qué lugar nos afirmamos poder o se afirma el poder revolucionario como tal?.
Es allí donde podemos decir que la equivocación, más allá de las calificaciones justas o no y del asunto de los juicios políticos y morales, por otro lado contrae consecuencias reales que la misma «critica a la crítica» denota, y que no tengo ni idea si Chávez está conciente o no de ello, o al menos que piensa de ello. Pero lo cierto es que indirectamente se conjuga en un gigantesco problema que comienza a atravesar todos los laberintos de la gobernabilidad y mucho más allá, atraviesa la posibilidad misma de la revolución en cualquiera de sus versiones y radicalismos.
El problema se manifiesta a mi parecer al menos en tres puntos.
Primero:
La lealtad como valor de primera importancia en cualquier movimiento revolucionario se va convirtiendo en servilismo. Si el poder revolucionario se afirma en el Estado mismo y en último término, para salvarlo del propio Estado, en la figura de Chávez que es a la vez jefe de Estado pero también un comandante del proceso revolucionario y cuyas decisiones no se discuten, es imposible la formación de cualquier expresión de dirección colectiva, muchos menos en el sentido policéntrico que ha de tener cualquier movimiento revolucionario en el mundo de hoy. Por el contrario, van verticalizándose las relaciones al interno de la relación pueblo-gobierno hasta el punto de solo aceptar actitudes acríticas y serviles como prueba de lealtad. El movimiento mismo se hace servil y homogéneo, desaparecen la pluralidad de liderazgos y voces que hablan por una lucha común y Chávez termina obligado a hablar horas diarias por televisión como único vocero (no sólo el máximo y más importante sino el único) del proceso revolucionario (¿quién no se enferma así?). Se reproducen y multiplican las tarimas donde uno habla y el resto aplaude, las manifestaciones unicoloras, sin aquellas bellas pancartas y cuerpos rabiosos y expresivos como ha de ser un pueblo en lucha, sino constancias de servidumbre y ausencia de autonomía en su pensar y su reclamo. Cada encuentro público con figuras de Estado tiende a ser así, nadie interpela y recuerda al menos dónde está la rendición de cuenta de su gestión. Todo el mundo aplaude y calla, hablar desde la verdad da miedo, se oscurece el pueblo y brilla una burocracia donde sabemos que no les queda ni velitas donde encontrar luz: y si te alzas estas botado. La impunidad se generaliza, regresa «el hacerse rico» desde el Estado como prueba de inteligencia y éxito personal, el siervo es a la vez «el que se las sabe todas», el más oportunista, el ser más admirado (¿esto nos recuerda algo no?). Aparecen los «movimientos sociales» consentidos por el poder, gracias a su reflejo servil. Ni locos se nos pasa por la cabeza que desde PDVSA hasta los militares -a sus soldados, a sus trabajadores, a la asamblea popular- tienen que rendir cuenta antes que todo a su propia base, y vaya que la tienen que rendir. En fin toda esta conversión de la lealtad por el servilismo poco a poco se va haciendo cultura dentro del chavismo, y si sigue va a terminar por desmoronarlo.
A mi criterio, hay dos pequeños ejemplos, entre muchos, que sin ningún tipo de razones personales vale la pena puntualizar porque constituyen al menos dos de los puntos climax de esta actitud. Por un lado está el caso de Arias Cárdenas, No voy a recordar la tamaña traición en que este hombre cayó en plena batalla antifascista que muy bien la conocemos. Pero bueno, Chávez por decirlo de alguna manera «lo perdonó». Perfecto, está en su derecho a riesgo de él mismo. Ahora el problema no está allí por más discusión que pueda haber (además ya sabemos que la decisión no se discute). El problema está en el propio Arias Cárdenas que de perfecto traidor pasó a ser el perfecto siervo. Eso es mucho más peligroso. El amigo que yo sepa ni siquiera se dispuso a dar explicación y disculpas públicas algunas. Sencillamente Arias Cárdenas como sujeto político no existe, ni le interesa existir y mil veces menos como militar del pueblo y militante revolucionario. Existe como perfecto oportunista y servil interesado. Todo pasó perfecto, no se explica nada, y detrás regresan los regalos de poder que apetecen al individuo gris, y ni tan siquiera una respuesta a tales ofrecimientos donde lo menos dentro de una condición ética mínima es que los rechace y solo acepte, por decir, la dirección de una escuelita en el Táchira. Cosa que pudiese redimirlo y hasta convertir el desastre en un ejemplo constructivo del derecho a renacer que tenemos todos, y por supuesto de moral revolucionaria. Nada de nada, ahora hasta candidato a gobernador «por la revolución y el socialismo», es el indiscutido señor que es una nada pero a la vez es un ejemplo para todos de éxito político. Ustedes dirán, ¿qué poder revolucionario sobrevive así?…El otro caso es esa patética dirección de la autonombrada Central Socialista de Trabajadores o algo así. Cuatro de sus cinco principales directores todos ex adecos y copeyanos, entre ellos, nada menos que su cuadro principal, quien fue mano derecha de Carlos Ortega en Fedepetrol. Todos firmaron la llamada «traición de las prestaciones», ahora son los líderes de su reconquista. Nadie dice nada, y que me perdonen los compañeros de la UNETE, sin embargo aunque separados de este espectáculo tampoco manifiestan su esperado rechazo claro y tajante a semejante cinismo. Nada pasa porque el servilismo es cultura y no solo una conducta particular o una posición personal o grupal específica. Este se hace regla inviolable para todos. Con la anuencia de Chávez y con estos señores a la cabeza se declara que ha renacido el cuerpo organizado de la clase trabajadora revolucionaria… hasta el teatro es de mentira.
Segundo:
Este sería un problema mucho menos subjetivo pero más grave aún. La afirmación del Gobierno-Estado como sujeto único, central y estratégico del proceso revolucionario que a la final y de manera inevitable nos lleva a reestablecer en la práctica la simbiosis fracasada entre Estado-partido-pueblo: el triángulo maldito del stalinismo. Un triángulo tan indicado para tantas estructuras de dominio que hasta los actuales dirigentes capitalistas de la China resolvieron conservarlo con mucho éxito en sus planes. Pero en el caso nuestro donde afortunadamente -y gracias a la revolución que sobrevive- no hay dictadura a pesar de la llorantina escuálida, este esquema por el contrario lo que hace es descomponer progresivamente los dos entes en juego, tanto al pueblo como al propio gobierno.
Al pueblo, más o menos militante y organizado, lo contrae cada vez más en su autonomía, le revienta sus deseos y espacios autogobernantes, lo delimita dentro de un poder popular encajonado y legalizado, y en definitiva no solo le impone un mando externo que por lo general tiene tanto de revolucionario como mi abuela de negra, sino que le impide su crecimiento formativo; un problema terrible. Y es que da risa cuando algunos dicen que todo esto pasa porque el pueblo «no tiene formación», y así lo justifican todo, si es precisamente esta pesadumbre encima lo que impide que se forme en el único lugar donde la verdadera formación revolucionaria es posible: la dirección propia, colectiva y autónoma de los procesos transformadores, allí donde somos los responsables de nuestro sueño y destino y sobretodo del cómo realizarlo; es el momento en que tenemos que aprender y entender cómo y porqué hacerlo. Es un problema vital no académico: la formación y la conciencia se da cuando nos convertimos en artesanos de nuestra propia condición política. Las masas movilizadas de Mao, la alianza soviética obrero-campesina de Lenin, fueron para estos máximos maestros el único lugar de formación y afirmación del sujeto revolucionario, siendo el lugar de materialización de la revolución misma; unos perfectos «antiestado» si se quiere pero consecuentes comunistas. Por muchas y terribles razones el horizonte que trazaron falló por completo, pero el axioma político que dejaron no, por el contrario ya en el siglo XXI se confirma como nunca. La prueba está en el «somos el 99%» de los «Ocuppy Walt Street», repetido por los «indignados» europeos o los rebeldes egipcios, que en sus dispersas declaraciones y manifestaciones no hacen sino confirmar a Lenin y a Mao. Para nuestro caso, más humilde quizás, empezando por Chávez llegamos a hablar y todavía se hace de un «pueblo gobernante y constituyente». Ahora lo rebajaron a «pueblo legislador». Dejemos de lado las hipocresías evidentes o el caso del viejo Soto Rojas que una y otra vez, creyendo al menos en esta premisa, insistió que la nueva Ley del Trabajo ha de ser discutida ampliamente por los trabajadores. Resultado: fin de su mandato en la Asamblea Nacional. ¿Habrá manera de que brote por completo ese pueblo gobernante y constituyente?.
Al gobierno: Vamos ahora con el otro polo afectado que es el mismo gobierno. La afirmación del Estado como mando y protagonista central del proceso no siendo esto una dictadura obliga al gobierno, más allá de las posiciones ideológicas netamente corporativas, a tomar las riendas de un propósito justiciero y transformador que lo exceden por completo y lo convierten necesariamente en un híbrido contradictorio que además de corromperlo aún más lo llenan de una burocracia inútil, que succiona y explota todo el quehacer político de una masiva militancia convirtiéndola en masa de funcionarios «contratados por la revolución». La revolución de los funcionarios no solo «no funciona» sino que le impide al mismo gobierno jugar el mínimo rol de gerente eficiente de los asuntos públicos, a distancia de todo populismo demagógico y cualquier neoliberalismo privatizante; es decir, lo caotiza.
El gobierno además de ser el gerente de un plan interno y externo de gobernabilidad, lo es todo. Es la revolución, es la propaganda permanente y fastidiosa de él mismo en sus redes mediáticas, es el lugar único desde donde se dirige la redistribución de la riqueza, mesías de grandes planes justicieros (salud, vivienda, educación, producción) que desesperan al presidente al constatar su fantasía, es un empleador imparable que rebaja el desempleo pero a la vez redobla presupuestos improductivos del gasto público, es el gran expropiador y estatizador de medios de producción monopólicos y no monopólicos, por tanto es el nuevo propietario de tierras y empresas cuya mayoría hace de todo menos producir, es el gerente centralizado de todos los servicios públicos cuya situación la conocemos, es el constructor de una nueva legalidad progresista pero hasta donde se lo permite su propia naturaleza de poder y el sistema capitalista del cual es parte, es el «creador del hombre y la mujer nueva» pero repleto de desaforados consumistas, es el fomentador de alianzas y novedosas instancias tendientes a un nuevo orden mundial pero que también es el que se ajusta a sus actuales normas e imposiciones imperiales, a la vez es el defensor de la soberanía y un controversial antimperialista pero lleno de transnacionales que lo rodean y nos hacemos dependientes, con grandes negocios y negociantes de por medio que nos llenan de deudas externas.
Y además por debajo, desde sus zonas «no públicas», es también el lugar de nuevos focos de concentración de riqueza, es un explotador que no tiene fondos para poder dar seguridad laboral y salario justo a sus trabajadores burocráticos o productivos, es un vigilante paranoico -y también un represor por obligación- de las manifestaciones populares, es un negociante del equilibrio entre intereses (mafias, tribus de poder, aristocracias corporativas, personajes de influencia interna, burguesías amigas viejas o nuevas, etc), es un gobierno obligado a mantener el control de todos los poderes del Estado si no quiere que caigan en manos de la derecha (muy fracasado en ese sentido, además rojos o blancos ya son casi todos igualitos a la hora de ejercer su función en estos lugares), es un paralizador estratégico de importantísimos derechos conquistados como es el caso de la territorialidad indígena, etc.
En fin, un ente que al querer acaparar el todo revolucionario se condena a sí mismo no solo a ser esencialmente un generador de desigualdad (que en tanto Estado siempre lo será) sino el enemigo inmediato de los procesos efectivos de liberación. Probablemente cualquier gobierno revolucionario o progresista tenga de alguna manera que pasar por esta agenda hibrida y contradictoria al menos mientras exista Estado y por tanto capitalismo. Nuevamente el problema no es moral. El problema en el caso venezolano es que se trata de una agenda tan absorbente que se ha ido agigantando de tal manera que lo carcome al interno. Se muestra así por la ausencia al interno de lo que supondría ser una dirección revolucionaria con un plan real y no demagógico o ideológico de desplazamiento hacia las «masas movilizadas» -por tomar otra vez a Mao- de la decisión y quehacer revolucionario, cosa que a la final lo termina de caotizar y desbordar por completo. Si sigue así, a mi parecer, esto lo va a llevar irremediablemente a tener que conciliarse enteramente con la derecha, en un plan de desconcentración del poder estatal pero hacia los intereses privatizantes de la burguesía y las transnacionales, esté Chávez o Carlos Marx en la presidencia. El proyecto corporativo del Estado-Gobierno es absolutamente inviable hoy en día.
Pero entonces ¿esto es solo un desastre?, ¿viva cualquiera de la basura escuálida o un nuevo mesías revolucionario que nos saque de esta tragedia? No la pregunta debería hacerse al contrario: ¿cómo dentro de semejante caos y vagabunderías generalizadas todavía ha sido posible algún avance cierto en cuanto a reformas justicieras y derechos adquiridos protagonizados por el Estado?. Es que Chávez debe ser un genio, pero tan obligado a serlo que terminó enfermándose (ojalá el genio físico interno que todos tenemos lo termine de sanar). Además es por esa ganancia «inexplicable» que va a ganar las próximas elecciones presidenciales aunque por otro lado muchos de sus candidatos a gobernadores van a perder como expresión del desencanto innegable que se va a situar allí y no en la estratégica presidencia «que nos pertenece» (hay un pueblo político no «sentimental»). Esto hace que siga siendo válida dentro de «otra política», aquella consigna hermosísima del 2004 cuando se forzó desde abajo la decisión de ir a referendum: «así pierda comandante usted se queda». Consigna para aclarar, totalmente antigolpista y absolutamente insurreccional.
Por lo tanto, a mi parecer la decisión de apoyo no necesita ninguna discusión, sea cual sea el cuadro de gobierno que queramos hacer, bonito o feo. El problema se presenta por el lado de la tendencia, siendo el verdadero problema político que nada tiene de electoral. Es decir, más allá de las elecciones ya se está manifestando una tendencia hacia un fenómeno de implosión de la propia revolución, cosa que se va a ir agudizando en mi criterio si esta situación sigue como está y esta doble contracción sobre el pueblo y el gobierno que produce la afirmación estatista del sujeto revolucionario y la delegación unipersonal de la palabra y la decisión política-revolucionaria, se mantiene sin cambio.
Tercero:
Este tercer punto que me gustaría tratar lo veo también como el más complicado y donde de verdad «inventamos o erramos», y esta vez de manera mucho mas creadora y política que nunca. Ojalá ahora el que está totalmente equivocado sea yo, pero en mi criterio la posición del presidente Chávez es a estas alturas irreversiblemente contraria a toda modificación a fondo de esta situación de afirmación estatista y centralidad unipersonal del mando, y por ser quien es entendemos lo que implica. Se condena a ella obviamente por ser una posición ideológica pesornal, pero también estimo que tiene mucha importacia otra equivocación muy reiterada: es el hecho de que cualquier crítica o confrontación que se sitúe desde dentro de las relaciones de poder que se han desarrollado entre mando estatal y movimiento popular, un cuestionamiento a las políticas de gobierno, al manejo orgánico de la revolución, y mucho más si se incluye directamente su persona, es tomada como un cuestionamiento a su liderazgo y no a la política o la relación misma. Una actitud muy llanera por cierto y que se entiende por la inmensa presión de lo que supone no solo ser presidente sino comandante de un proceso revolucionario, pero equivocada. Cosa que ha tenido consecuencias generales de inmenso peso. Por nombrar una sola: la desaparición progresiva y poco a poco absoluta de lo que es una línea de comunicación realmente informativa y polémica, sustituida por la propaganda y la declamación servil (se diría que una verdadera información y crítica equivale a negación) donde están vetadas no menos de la mitad de las voces militantes de este proceso. Eso le quita de manera bestial oportunidad y fuerza al sistema público de comunicaciones. Si no lo quieren ver, «suave camaradas» de todas formas sabemos que esto ya es un asunto «indiscutible».
Luego, si todo esto que estamos exponiendo y lo digo en plural porque de ninguna manera soy el único loco que lo hace, recoge algún nivel de verdad y necesidad y no es una simple «opinión democrática» tan válida como inútil y risible (que también lo puede ser), el problema planteado nuevamente no es el de estar negando liderazgos o la importancia central de la continuidad del comandante Chávez en la presidencia. El problema a mi entender es ¿cómo hacemos para que la presidencia, al menos ella, «siga siendo nuestra» y por tanto se pueda seguir desplegando el proceso revolucionario sin la necesidad por un buen tiempo al menos, de una confrontación abierta, general y definitiva con el Estado? Asunto crítico que también conocemos muy bien lo que implica y el riesgo de que todo eso sea alimento perfecto para las apetencias imperialistas sobre nuestro territorio: Libia enseña.
No estamos por tanto intentando convencer a nadie, ni aspiramos a un debate a esos niveles que no se va a dar. Hay posiciones tomadas y modelos políticos de mando incuestionables y muy probablemente inalterables; el problema es de fuerza no de argumentos. El reto se centra en este caso desde dentro del «nosotros», desde dentro del campo militante y de base a nivel comunal, obrero, campesino, indígena, etc. Es decir, desde el auténtico lugar desde donde se afirma un proceso revolucionario y se constituye el sujeto colectivo para el mismo. Es entonces el reto de «otra política» que se pone a distancia del Estado, confrontando su lógica y estructuras sin decretar guerras o divisiones, pero a la vez no desecha en absoluto la lucha por el poder, por el contrario, lo afirma y constituye desde fuera del Estado y «negativamente» a su interno. Asumiendo toda la dialéctica concreta de lo que esto implica, desde la creación de consejos populares y territoriales de gobierno, auténticas comunas autogobernantes, consejos revolucionarios de trabajadores, hasta la necesidad en muchos casos de ocupar, porque lo indica la situación misma y así lo decide el colectivo, espacios de representación (alcaldías por ejemplo) o de función pública.
Horizontes mínimos
No soy nadie para estar indicando líneas políticas específicas. Pero hay horizontes que sí podemos puntualizar que sirvan a la diversidad de líneas de acción.
- El primero tiene que ver con que ese «otro poder» (poder popular en su versión original y no la que corre actualmente legalizada e institucionalizada) pueda forzar una situación de «equivalencias de poderes» (Estado y no-Estado), desde donde, la presidencia en particular, se sienta en la obligación no solo de reconocerlo sino de «pensar» y decidir la revolución de manera común y conjunta (la única manera de seguir haciéndo de la presidencia algo «nuestro»). No hay posibilidad de una dirección colectiva, al menos que este totalmente equivocado repito, pero sí hay posibilidad de hacer brotar fuerzas que impidan la autodestrucción del proceso que se está promoviendo desde la burocracia servil e impongan con su fuerza la «desestatización» de la construcción socialista. Esto pudo haber empezado a brotar desde el Polo Patriótico pero según entiendo, una vez rechazada -¿o no?- la propuesta hecha por Carlos Carles de asambleas de discusión y consenso programático cuyas resultantes se «negocien» con Chávez, se firmen por todos incluido él y sirvan de norte a lo que va a ser el programa del próximo período presidencial, me pregunto, ¿cuál es la condición política de ese Polo si no emplaza a nadie y no dirige nada, salvo una parte limitada de la campaña electoral?. Tampoco creo que hay mucha voluntad desde dentro de él -en la mayoría de los movimientos y colectivos presentes- para darse esa condición política, nuevamente ojalá me equivoque. El lugar está entonces en las mismas bases que han ido politizando su lucha, construyendo su espacio y tomando conciencia del inmenso problema en que estamos metidos, estén en el Polo, el partido, por fuera o lo que sea.
- Además, ese «otro poder» de alguna manera ya ha empezado a existir, y es por ello mismo que esta revolución hay que defenderla así sea con la vida. La misma dinámica movimiental y libertaria de este proceso y la incapacidad de ese monstruo burocrático de acapararlo y corromperlo todo, no solo ha dejado espacios que lo exceden y lo niegan, sino que empiezan a reconocerse como «el legítimo lugar» de la transformación revolucionaria. Por tanto, y si no me equivoco, hay un proceso de liberación cierto y en marcha cuya tarea más importante es su organización masiva y de base además de verse a sí mismo como una república autogobernante en construcción. Algunos llaman esto «república comunal» (¿porqué no le decimos de una vez «comunista», no es lo mismo pero mas claro?). En otras palabras, aquí es donde se refunda la república realmente y de nuevo se promueve el proceso popular constituyente, solo que a estas alturas, con muchos acumulados consagrados de alguna manera, es posible acelerar pero además ir materializando sistemas de comunicación, producción, defensa, educación y hasta salud (conquistados por la toma o la creación de los mismos) que vayan creando nervios comunes en todo el país y se sinteticen en espacios de gobernabilidad popular territorialmente definidos. Pero aquí el gran problema son los recursos que como sabemos están en manos del Estado o la burguesía, o cuando los bajan «al poder popular» ya están predestinados, limitados y a los que se «porten bien».
- Nuevo horizonte entonces: la tarea fundamental de sacar ya sea de los medios de producción que se tomen (fábricas, tierras, etc) o se fabriquen, no solo el control sino una base estratégica de recursos que sirva a proyectos más allá de ellos. Allí es donde podemos abrir la base de «otra economía». En esto es fundamental el papel que puede jugar toda esa tendencia por el control obrero, ya que si ponemos realmente esas fábricas a producir y desplazamos a la tecnocracia inútil y ladrona, entonces podemos generar controlar un excedente cada vez más importante que puede servir a otros en relaciones directas y multiplicadas de pueblo a pueblo, movimiento a movimiento. Por otra parte, es imprescindible «llegar hasta el subsuelo». Siendo Venezuela la que es: un país de economía extractiva, ¿quién dijo que no podemos al menos forzar la socialización de una parte al menos importante de la producción de petróleo, oro, minerales, y en general los productos de la naturaleza y convertirlos en base estratégica de esta «república autogobernante»? Este es otro punto fundamental también en la línea de «otra economía» y otros modelos de vida y producción. Y finalmente está la propia negociación con el Estado pero donde valga la «equivalencia de poderes» y no el «portate bien, pasame algo y te daré tu regalito». La muerte del servilismo y la reafirmación autónoma es la condición.
- Termino reafirmando el punto de siempre: la movilización creadora y permanente, firme y combativa donde se esté muy consciente que, en la medida en que vamos avanzando es posible que logremos ir derrotando «al Estado burgués» por decirlo en términos clásicos e incluso a muchos sectores de la burguesía, pero nos espera un gran problema ya que este avance es al mismo tiempo un peligro latente y será cada vez más real para el criminal imperio que se ha ido formando desde hace veinte anos. No vamos a decir que vamos a crear un «ejército propio» paralelo al existente, pero hay que prepararse. Quizás ni siquiera sea un problema el de las armas en sí y del cuerpo armado en sí, pero si lo es una subjetividad organizada para lo que toca y no digo más. Si hay un «ejército de multitudes» por fabricar este corre en muchos sentidos y allí hay que inventarlo todo, «volviendo por todos los caminos» como dice la consigna e inventando nuevas. A lo mejor hasta nos ganemos muchos oficiales que les gustaría ir más allá de la cuadratura de sus cuarteles y su vertical y sospechoso mundo. La «diplomacia de los pueblos», el encuentro nuestramericano, también se ha ofrecido como campo de notable importancia en este asunto. En todo caso son simples evidencias que a mi parecer ninguna «democracia» y su conducción por un gobierno revolucionario resuelven de suyo ni muchísimo menos. Solo el pueblo salva y emancipa al pueblo.
Esperando que estas letras al menos hayan aclarado algo e invalidado ciertas acusaciones absurdas, regreso a la ficción de la carta o del cara a cara, me despido con afecto comandante, salud y cuidado con todas esas medicinas químicas que a la largo mucho es lo que malgastan y poco curan.