¿Se ha preguntado alguna vez por qué Estados Unidos quiere detener la construcción del gasoducto Nord Stream 2 que llevaría el preciado combustible desde Rusia hasta varias naciones europeas?
La principal respuesta es sencilla: Washington quiere seguir siendo el país hegemónico que durante décadas, y sobre todo después de la desaparición de la Unión Soviética, se convirtió en el imperio que imponía su dominio en el orbe.
La situación ha ido cambiando drásticamente con el desarrollo y poderío de países como China, Rusia, Irán, Turquía, Corea del Norte y otras naciones que han logrado disminuir las constantes extorsiones económicas, financieras y políticas de Washington.
Ahora el imperio en decadencia se voltea hacia la Unión Europea, hasta hoy uno de sus fieles aliados a quien también amenaza con aplicarle “sanciones” si continúa con la construcción del gasoducto Nord Stream 2.
El proyecto que ya está casi por concluir tendrá 1 230 kilómetros de tubería por el fondo del mar Báltico dividido en dos tramos con capacidad para transportar 55 000 millones de metros cúbicos de gas natural al año. Ucrania y Estados Unidos se oponen (además de Polonia, Lituania y Letonia). Kiev porque teme perder el papel clave que desempeña en el tránsito por su territorio de gas a Europa, y Washington debido a que trata de imponer la venta de gas natural licuado que produce mediante la técnica de fracking el cual resulta mucho más costoso.
La empresa rusa Gazprom en alianza con Alemania, Austria, Francia y Países Bajos acordaron la majestuosa construcción ingeniera la que fue detenida en diciembre de 2019 después que senadores estadounidenses introdujeron un proyecto de ley para sancionar a las compañías que proporcionaran certificación, seguros e instalaciones portuarias para el Nord Stream 2.
Seguidamente Washington amenazó con extorsiones a la empresa contratista Swiss Allseas, encargada de las obras, la que detuvo de inmediato los trabajos.
Cuando solo quedan por terminar 160 kilómetros de tuberías la aplicación de las “sanciones” mediante una llamada ley de protección de la seguridad energética afecta a casi todas las empresas que participan en la construcción, explotación y mantenimiento, es decir, a más de 120 compañías de 12 países europeos.
El diario alemán Handelsblatt denunció que las agresiones de Estados Unidos amenazan la soberanía europea y requieren unas medidas de represalia, y señaló que aunque cualquier guerra comercial será negativa, “la Unión Europea tiene que defender sus propios intereses en el sector de la energía”.
Otra importante publicación digital, la estadounidense Bloomberg ha informado que Alemania se prepara para contrarrestar a Washington si éste cumple sus amenazas de intentar bloquear el gasoducto.
Agregó que el gobierno de la canciller alemana, Angela Merkel, está considerando llamar a la Unión Europea a responder coordinadamente a Estados Unidos.
En recientes declaraciones, Merkel ha dicho que esa ley es “una clara declaración de guerra de Estados Unidos” y ratificó en alusión al proyecto “no vamos a retroceder”.
Por su parte, el ex canciller alemán, Gerhard Schröder, puntualizó que las sanciones contra un aliado de la OTAN durante la recesión económica “no son más que el fin deliberado de la asociación transatlántica, un ataque a la economía europea, y un atentado inaceptable contra la soberanía de la UE y la seguridad energética de Europa occidental”.
Según el ex canciller, las consecuencias financieras de las sanciones serían extremadamente graves pues estarían en peligro las inversiones de 12 000 millones de euros en la infraestructura europea, mientras los consumidores enfrentarían costos adicionales de 4 000 millones de euros anuales.
La excusa norteamericana para adoptar esas belicosas medidas es que esos países se vuelvan “dependiente de la energía rusa” lo cual no tiene base real pues Europa ha equipado 35 terminales y diversificado en los últimos años sus importaciones de gas, que recibe de Catar, Malasia, Indonesia y Australia. Esos envíos son cuatro veces superiores al Nord Stream 2.
La realidad es que Washington lo que pretende es que Europa Occidental le compre el gas que produce en sus yacimientos con la técnica de fracking, mucho más costosa, lo que además aumentarían los precios por tenerlo que transportar en barcos en vez de gasoductos.
También las compañías extractoras norteamericanas aportan grandes capitales a senadores, congresistas, políticos y a las campañas presidenciales. Toda una jugada de poder y chantajes.
Rusia ha informado que está dispuesta a terminar la obra y su ministro de Energía, Alexandr Novak informó que utilizarán al buque Akademik Cherski para colocar las tuberías que faltan. Ese barco, con toda la tecnología necesaria para los trabajos, llegó a un puerto alemán del Báltico después de un viaje de dos meses desde el mar de Japón.
Ahora habrá que esperar por la respuesta de la Unión Europea y conocer si por fin se quitará las amarras, ya tradicionales que le ha impuesto Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial.
Hedelberto López Blanch, periodista, escritor e investigador cubano.