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Voces desde mi exilio, una subjetividad que se confiesa

Fuentes: Rebelión

Mantén tu rostro siempre / hacia la luz del sol, / y las sombras caerán / detrás de ti. WALT WHITMAN

No es usual hallar un libro de poemas más ceñido a la poesía libre y a la prosa poética que a la poesía en verso, que a su vez recurra con tal fuerza y de modo exhuberante al diálogo entre culturas, con menciones a la Cábala y a los libros sagrados del judaismo la Torá y el Talmud; a la mitología, tanto profana/realista como sagrada/mística; a la multi-referencialidad cultural y a la lírica como expresión de la subjetividad que se confiesa: así como la épica proviene de la pasión, no solo en tanto sufrimiento, por apropiarse de la subjetividad del mundo, al decir de Kundera en El arte de la novela. (1) Y esa lírica como expresión de la subjetividad que se confiesa, en el caso de Antonio Dumetz Sahér, tiene relación con su percepción de la Cábala (en hebreo “recibir el conocimiento”) que es la misma que tenía el pensador alemán Walter Benjamin, pregonero de cierta “fuerza mesiánica”. Para él hay un abismo insalvable entre el lenguaje y la realidad, idea muy afincada en la teología judía que establece una diferencia absoluta entre el lenguaje sagrado, el hebreo original y el lenguaje profano de la diáspora judía. (2) De la que hace parte Dumetz como judío, según lo expresa desde el primer poema: Mi país. (3) En el que habla del que gravita en su ser, en lo hondo de su alma, para combatir la impotencia frente a la violencia de la realidad, porque como me dijo: “La única manera de yo lavarme es refugiándome en mi alma”: “Un país de proscritas fronteras, / donde la tristeza y el exilio son sombras, / arenas de prehistórica soledad”; que está en el centro de su alma; al que viaja cada noche, “para lavar mi conciencia manchada por el día canicular de la muerte,” (y se desdobla para hablar de Fosa Común) “que habita en tu país”. (2021: 17) En suma, ese país es, primero, su alma; segundo, ex Colombia; y, tercero, el de adopción: Israel.

Aunque no soy creyente, en el sentido tradicional del término, sí soy lo suficiente amplio de entendederas, como diría un gilipollas, para respetar, tomando distancia, el credo de Dumetz, mi amigo y sobre el que, no obstante, no voy a hablar pues lo que interesa aquí es su texto. Esto, porque los cabalistas creen que las letras de un libro no son simples convenciones, sino “una expresión del poder creador de Dios”, para el caso judío Boré Olam, quien habría generado todo lo que existe a través de las letras: así que para ellos hay vínculos indisolubles entre el lenguaje y las cosas. No olvidar que para Benjamin, lo había observado ya Marx, la economía está en la base de la superestructura y, por ello, atraviesa las relaciones humanas, algo que, de paso, afecta al lenguaje: “El número se ha hecho todopoderoso y ha desintegrado el lenguaje”. (2016: 35) Constante en su obra: la idea del abismo insalvable entre lenguaje y realidad, entre el ánimo de nombrar las cosas y la poca eficacia para hacerlo. De ahí el silencio como el lenguaje más sublime: el que es propio del joven, del genio, de las relaciones sexuales. Lo que ya emparenta a Benjamin con el “romanticismo verdadero”, el que parte de la idea de “humanidad” y con voluntad de verdad y de acción, no la idea cursi avalada por ese dudoso nexo U./Statu quo según la cual el romanticismo sería mera abstracción e ideales, sin raíces en la realidad, divorciado de la acción y de la verdad ya citadas. Lo otro sería el “falso romanticismo” que se basa en la visión estética de la vida, en dramas y poesías fáciles, fuera de defensor del individualismo/particularismo y, por tanto, leal al mundo burgués, del que ya había hablado Benjamin en 1913 en su trabajo Romanticismo. Romanticismo que en Dumetz está vinculado a sus afectos tanto sentimentales como ancestrales de ayer o de hoy.

Así, v. gr., en Óleo poético, al hacer la figura poética del símil, poesía/pintura, y referirse a una amada desconocida, le señala que un día la sorprenderá “al dibujar con el óleo de mi poesía las líneas de tu rostro”; luego, en dos versos señala lo que hace ya mucho el checo Jan Skácel hiciera: “Los poetas no inventan los poemas / El poema está en alguna parte ahí detrás / Desde hace mucho mucho tiempo está ahí / El poeta no hace sino descubrirlo”. Dumetz dice: “Susurraré en tu oído un ‘te quiero’ en noches de mar / mientras el tiempo me canta poemas”; y, por último, en otro símil, poesía/cine, parece volver sobre el filme Escrito en el cuerpo (1996), de Peter Greenaway, en inglés The Pillow Book o El libro de la almohada, lo que alude a la costumbre japonesa de guardar allí los diarios íntimos, para agregar a lo anterior: “que sobre tu cuerpo mi pluma escribirá”. (2021: 39) Esto en el plano romántico. En el ancestral, dos poemas del comienzo le hablan al lector, ese “autor ampliado” al que Benjamin alude para buscar el sentido universal de cuanto leyere, de la relación con su padre (Baba) y con su abuelo (de sangre Pinto), lo que, por un lado, amplía el espectro intercultural y, por otro, el espacio geográfico: en el primero, se remite al Sheik o ‘Jeque’ (título árabe para líderes políticos o religiosos, cuya etimología lo equipara al arquetipo de ‘viejo sabio’) Manssour Ibn Sahér, a quien el poeta se queja para dejarle saber: “Ya no diviso el cielo estrellado de Bagdad [capital de Irak], / ni nuestro rezo diaspórico se escucha en el Kotel [El Muro de los Lamentos, en hebreo Hakótel Hama’araví, apocopado Kotel], para luego pasar a denunciar la traición de los hombres. “Aquellos que comieron en nuestro plato hoy ladran como perros en nuestros rostros…” y concluir con la sabiduría de Baba, quien le pide al hijo jamás confiar en los que para pedirle a Boré Olam tienen que impostar la voz. (2021: 19)  

Dicho poema corresponde al título Tehilim de Baba Sheik Manssour Ibn Sahér. El otro es Hilloulla para el Tzadik Rabbi Haïm Pinto Hakatane, en el que Dumetz amplía el paisaje humano, no tanto geográfico, puesto que el hombre es el paisaje, no el paisaje mismo, para guiarnos a Marruecos donde el ‘pequeño’ Pinto Hakatane “volvía cada día y luna tras luna con un parnasá [‘buen sustento’] a la mesa de esos humildes hombres”, con una sonrisa que siempre trae esperanza a esas casas de arcilla, allí donde el poeta se dirige a una dirección exacta “en la 36 Rue du Commandant Provost”, donde está el retrato “blanco y negro que mi abuelo hilo de sangre Pinto, en árabe me conversó…” Lo que, de algún modo, también alude al plurilingüismo que subyace en los odres mentales de Dumetz, como quiera que habla español, hebreo y árabe de forma fluida, como lo supe aquella noche que conversamos en Sincelejo con nuestra común amiga Patricia Hasbun y ambos lo hicieron en un sonoro árabe.

Para ir al siguiente poema, cabe volver sobre Benjamin, quien no sin ironía se llamaba a sí mismo “Doctor Nebbich”, en hebreo, “Doctor que da lástima”. Lo que viene se dice con humor, aunque detrás de una comedia puede haber una tragedia: y esta en el contexto de Voces desde mi exilio, es la de la impotencia frente a tanta violencia injustificada, como la que hoy se ve por doquier en Fosa Común, ejercida sobre todo por el Estado; o frente a la (no tan) simple idea del exilio, como se dijo al comienzo, porque ella conlleva la idea de la desterritorialización de la que hablaba Foucault: un enajenado de sí mismo en otro suelo. Así, en Yehudah el poeta, el último macabeo, la burla de los demás es el revés del miedo que a la vez es sinónimo de odio y ya se sabe por Baudelaire: “Y así el Odio está condenado a la suerte lamentable / de no poder dormirse jamás bajo la mesa”. Y por ello, antes, el poeta pregunta: “Se han unido a sirios-griegos para derramar su cólera biliar sobre mis sienes, ¿se habrá olvidado esta piara que sus dientes no me aterran, ni sus muecas dentelladas me pueden matar? Porque en verdad sus burlas enmascaran sus miedos, carencia en sus vidas de un arte mayor. // Y derrotados les condeno en su descenso hacia la nada que… // ¡Donde mi poesía imprima sus letras hálito de vida, sus verbos no se conjugarán!” (2021: 25) Aquí se ve la fuerza de la palabra que no hiere/ofende ni mata; que apenas expresa un profundo malestar; pero que, no obstante, permite filtrar cierta soberbia del poeta. Lo que igual ocurre en Máscaras, en griego, persona/nadie/todos, poema en que una reina enana gobierna ese reino de barro, donde no se ve el aprecio tenderse como puente, sino que en tal república “la orilla está llena de hipócritas guijarros” y por eso el poeta inquiere: “Alguien me ha dicho que usarás las máscaras que adornan tu puerta // ¿Crees volver a engañar? Te olvidas que mi palabra es espada cortante // Y algo más te digo… // ¿Adónde huirás de la poesía?”; y en Hipocresía, palabra tan inherente al humano habitado por la envidia (que en Fosa Común mata más que el cáncer: Cochise), poema en el que el poeta amenaza a alguien que está con sus fauces dispuestas a desgarrar al poeta, a distorsionar la verdad, a lamer las heridas del Otro… y por eso pregunta: “Acaso Farid: // “¿Será que la amistad en el día es la asesina en la noche?” // No sabe ese mísero perro, que un pretérito destino castró su presente / y que soy único hijo, letra viviente, palabra de fuego, aeda del tiempo…” (2021: 25-27-29) En los tres casos, aunque Dumetz, por fortuna, no sea Doctor, sí produce cierta lástima, jeje, al esgrimir tal autoalabanza, afán de reconocimiento, no poca vanidad. Lo que, en vez de ennoblecer la figura del poeta, en cierto modo la lastima. Así esa no sea su intención; así se sepa que el arte no obedece a intenciones, sino que produce efectos. Y esos efectos no hablan bien de él en esos casos. Para equilibrar las cosas, quizás valga escuchar aquí al Blades aún sincero entonces, no como cuando se torció frente a Venezuela, en su tema Hipocresía. (4)        

Lo anterior, podría agudizarse en el poema Ex amigo: el poeta discute de modo acre con el que ayer comía y bebía en su mesa y, no obstante, le brindaba “mis manos hospitalarias”; ahora el Otro embiste contra él y lo llama “pontífice maligno”. El texto sube de tono, hacia la esfera de la burocracia, para recriminarle al que come de las “publicas cenas” detrás de cuya máscara blanca se esconde una “enorme sonrisa de hipócrita amigo”. Y le decreta: “Por mi parte, cuando la soledad te abrace / te aconsejo visites al Espejo, tu hermano narciso, / que ahora él no te mentirá…” (2021: 31) Aunque aquí se trata a toda luces de una amistad traicionada y, en cierta forma, se justifica la queja del poeta, también es posible advertir que lo que achacas a otros a veces está en ti y por eso es preferible saber disipar al enemigo. Es bueno no gastar pólvora en gallinazos, así ella esté a punto de estallar en las manos del vate. Ahora bien, no todo va en su contra (pues se trata de una subjetividad que se confiesa): no, sino que a los ojos de ciertos malpensantes, de cierta ‘gente de bien’, el lastre recae sobre él.

Benjamin cifró en los lenguajes artísticos, particularmente en poesía y filosofía, cierta “fuerza mesiánica” capaz si no de restituir al menos de buscar la verdad, así como el auténtico nombre de las cosas y, con ello, intentar conciliar un mundo desfigurado por el pragmatismo y la instrumentalización: en lo básico, por el capitalismo y su trabajo alienante/enajenador. Consideró al lenguaje poético el más excelso entre las expresiones artísticas, toda vez que no requería de un material distinto al de las capacidades lingüísticas de la palabra humana. Para él, la mayor probabilidad de acercarse al nombre de las cosas residía en la poesía porque su significado se estiraba hasta el límite; para él, el lenguaje artístico era “ambivalente” pues, de una parte, y de modo inevitable, manejaba signos convencionales, pero, de otra, trataba de establecer una “relación sensorial” con las cosas, aproximándose lo máximo a ellas, pretendiendo “nombrarlas”; para él, en fin, fiel a estas ideas que se engarzan en la mística judía, la escritura, más que la oralidad, no es mera convención sino signo que se acerca a las cosas. Idea que procede de la tradición de la Cábala, que estima que las letras de uno de los libros sagrados, la Torá (el otro es el Talmud, se dijo), no son simples convenciones, sino expresión del poder nominador/creador de Dios. Para la Cábala, el alfabeto es a un tiempo origen del lenguaje y de todos los seres. Así, para Benjamin si “el hablar conquistaba el pensamiento, la escritura lo dominaba”. (2016: 39-40) Dicha “fuerza mesiánica” emerge en Revelación en sus dos primeras líneas de prosa poética: “Vine al mundo a descubrir con mis huellas el propósito de mi existir. // A revelar con mi pluma las preguntas de D-s… [Boré Olam]; se alimenta con otras que destazan al ‘Ángel de la Muerte’, el ‘todo ojos’ del que nadie escapa, más tarde figura de la muerte en el folclor judío: Satán: […] “A descarnarle el alma al Malaj Hamavet cortando en él el hilo rojo que lo une con la vida”; para luego aterrizar en modo romántico hacia los dos últimos versos: […] Y [por contraste] algo más… A desnudar el amor de tu silencio que está trepando las paredes de mi soledad”. (2021: 33)  

Dicha predestinación poética del autor se replica en otros tres poemas: El pájaro de fuego (que no tiene que ver con el cuento de hadas musicalizado por Stravinski), Identitatem y el citado Óleo poético. En el primero, señala: “Pero me derramé sobre el nombre femenino de hermosa fertilidad, con la poiesis de mi verbo; con los miles de máscaras que el Or Ein Sof me obsequió. // Solo he sido el Pájaro de Fuego que te venció, el Aeda de versos vivientes, el poeta inmortal que incinera tu alma”. Aquí, el poeta es un ave que surca el cielo gracias al poder de su palabra, “porque escribo no con el lápiz del senil carpintero, sino con la tinta resplandeciente de mi largo plumaje”. (2021: 35-37-39) En el segundo, el poeta se identifica, como judío sefardita que es, con los poetas judíos Yehuda Amijai y Abraham Shlonsky y sujeto de la voz profeta como sus ancestros; un poeta judío que resucitó de la muerte en las antiguas civilizaciones e incluso en los Pogroms (linchamientos multitudinarios de un grupo étnico, religioso o de otra índole que conllevan la destrucción o el expolio de sus bienes) y en la Shoah (‘Catástrofe’ u ‘Holocausto’, nombre dado al genocidio que se dio en Europa en la II GM por cuenta de los nazis). (5) En el tercero, lo dicho: el poeta solo descubre el poema, es apenas el intermediario entre lo que para Eco es la ‘intentio operis’ o ‘intención de la obra’ en tanto opuesta a la ‘intentio auctoris’ y a la ‘intentio lectoris’ pues ya se dijo que el arte no obedece a intenciones, sino que produce unos resultados concretos, así sea dentro de la obvia subjetividad matizada, eso sí, por el equilibrio que da la relativa objetividad producto de los abismos y los demonios, la coherencia y la razón, la lucidez y la ecuanimidad del poeta.

Dicho orden mental le permite a Dumetz escribir dos poemas bajo la égida de una figura similar basada en la metáfora de la delgadez: Un rostro de luz en la delgada línea del amor y Los delgados hilos de nuestra felicidad, lo que de entrada permite asimilarlos, por un lado, a la idea del amor y el erotismo como la llama doble de la vida, de la que habla Octavio Paz en su libro La llama doble (1993), así como a la tenue luz que alumbra al amor si no se cuida y a esa especie de sinestesia de los besos que cobran voz para arrastrar a los amantes con la fuerza de la marea, todo ello gracias a la memoria: “[…] palabra donde habito para siempre enraizado en tu rostro y en la voz de tus besos que me arrastran como ola empujada por la marea, hasta penetrar tu húmeda gruta donde propagas mi flama con la volatilidad esparcida de tu squirting en la delgada línea del amor…”; y, por otro, a la idea de la felicidad (“La felicidad no existe, lo único que existe es el deseo de ser feliz”: Chéjov) como sucedáneo de la inmortalidad por la palabra: “Porque queriendo hemos hecho el amor con nuestras almas que se hilvanan con los delgados hilos de nuestra felicidad hasta inmortalizarte en estas cortas letras que ahora lees”. (2021: 41-43) Para redondear la idea alrededor de ambos poemas de Dumetz, cabe citar la explicación de Paz en el ‘Liminar’ de La llama doble: “Según el Diccionario de Autoridades la llama es ‘la parte más sutil del fuego, que se eleva y levanta a lo alto en figura piramidal’. El fuego original y primordial, la sexualidad, levanta la llama roja del erotismo y este, a su vez, sostiene y alza otra llama, azul y trémula: la del amor. Erotismo y amor: la llama doble de la vida”. En Dumetz están la llama roja/brillante y la azul/trémula como quien advierte sobre la fragilidad de los límites entre ambas, así como lo harían, primero, Epicuro, con su singular mirada sobre la amistad y, luego, Ribeyro, sobre el mismo asunto en su cuento Terra incognita, basado en la relación del Dr. Álvaro Peñaflor y esa especie de negro bruto y a la vez de héroe mítico, Aristogitón: en la medida en que ambos van emborrachándose, el tenue/delgado hilo de la amistad se va diluyendo/desintegrando. (6)

En los siguientes poemas, Dumetz vuelve sobre la idea del exilio, así como del erotismo, de la memoria y de los recuerdos, del dolor por la ausencia y de la palabra que sana, para consolidar la unidad del poemario: Confinado en tu mano: el poeta ofrece su pequeño corazón a la amada, con la renuncia manifiesta a lo material, recorre su cuerpo, planta su semilla y concluye: “porque te amo sin tener un principio ni un fin, / porque te amo sin egoísmos ni sombras / sin esperar un acuse de recibo”; Frente al mar: conteniendo el aliento ante todo lo que se pierde, el poeta intenta no escuchar ya a su amada pues el bálsamo mortífero de sus recuerdos lo entumece de dolor, pero que ella no se equivoque porque: “siempre hay una mano invisible escribiéndome una glosa que me salve del texto inexplicable de tu rostro ornado de marchita flor de Cuba”; Contraluz: aunque siempre hay árnica para los golpes o romero para el dolor, el poeta deja constancia que no hay nada que hacer frente a la irrupción de esas pequeñas cosas de las que habló Serrat o esos detalles sin importancia que pueden echar a perder toda una vida, al decir de Wilde: “Sin embargo, hoy que tu ausencia se hace eterna, que no hay árnica ni romero que cure mi viejo dolor, un contraluz en la distancia, una mano, un adiós (aquí el eco de Nino Bravo en Un beso y una flor); Fuera de tu embajada: la nostalgia del poeta por un amor que se extinguió, del que solo quedó incólume su poesía y él vuelve a su exilio donde su ex amada lo halló; Penélope I: aquí el poeta retoma la figura mítica griega de la esposa ideal, aquella que teje durante el día y desteje en la noche mientras espera que su esposo Ulises regrese de Troya: así, mezcla la historia con un amor contrariado de otra latitud y propone, por último, un renacer del mismo: “Penélope, […] salvó el hilo de mi alma que se había enredado en tu tejido de treinta y seis lunas de hiel. // Penélope fue sutil y delicada al desatar los nudos que me ataban en el sudario mefistofélico de tu piel e hizo de mí su túnica de nuevo amanecer”; Penélope II: con el objeto de su amor distante, tras 24 lunas descubre que su amado corazón ya no está, se ha mudado. (2021: 45-47-49-51-53-55) 

Los cinco últimos poemas de Voces desde mi exilio, son una sentida reflexión: Soy un río, sobre la metáfora de Heráclito, la del río en cuyas aguas nadie se baña dos veces, a su vez el padre de la dialéctica: una subida es al tiempo una bajada. Un pájaro extraño y cromo, un tributo a la Voz de América, la tucumana Mercedes Sosa, la misma que con su canto de esperanza/paz/alegría sigue “vendando los huesos quebrados de esta América herida”. Memorias de un dibujo, las de uno en el que el alma y sus colores vuelan como las gaviotas, siempre mirando hacia el sol, hacia la luz, tras una nueva utopía que redima las huellas del poeta para que a su vez pueda dejar atrás las sombras que lo agobian: no en vano aquí cita a Whitman y de ahí el epígrafe del ensayo. Retrato, una evocación sobre el eterno retorno a los sitios donde amamos o fuimos amados y en los que no faltan los retratos en b/n, la alusión al teatrero del pueblo, a los burdeles de cierta calle, a las revoluciones que terminan en buró… al loquito de Rökken que tanta cordura ha brindado a Occidente, al Picasso de las señoritas de Avignon, para luego sentenciar: “Que mientras existan poetas las palabras tendrán alma. / Y aunque las polillas se coman los lienzos / y el viento desgaste mis manos / aun así no moriré”. Quizás porque, como decía Nietzsche mismo: “El arte es lo único que sobrevive a la muerte”.  Para terminar, Peores cosas, sobre aquellas que son peores que la muerte misma: la tenacidad de los bolsillos vacíos y sin razón para apegarse a la esperanza: quizás, porque como dijo el sabio “la esperanza es una puta que se parece a la desesperanza”: mucho más en ese ‘Mi país’, Fosa Común, del primer poema, donde la fuerza pública está minando al pueblo por la sinrazón, el descaro, la corrupción de unos “dirigentes” que solo dan pena; el estómago que devora vivas a sus víctimas en gritos de silencio “que una hoja en blanco jamás escucha” o la respuesta que nunca retorna; en fin, hay cosas mucho peores que la muerte, como la imaginación que ya no visita/habla al poeta o la desdicha por la ausencia de la amada.

En conclusión, Voces desde mi exilio, poemario de A. Dumetz S., responde a las expectativas que cualquier lector comprometido buscaría en relación con ciertos temas: más que poesía en verso, prosa poética cuya fuerza y exhuberancia es inusual respecto al diálogo entre culturas: fosacomuniana, judía, palestina, africana, del muntú (singular de bantú = hombre, como en Changó, el gran putas, de MZO) (7), con citas a la Torá, al Talmud, y a la Cábala, cuyo acercamiento/estudio comparten Dumetz y Benjamin en tanto fuente de cierta “fuerza mesiánica”; la mitología profana/realista, como la de los pueblos del Pacífico y Atlántico, así como la sagrada/mística de antiguas civilizaciones: etrusca, egipcia, babilonia, persa, griega, romana; la multi-referencialidad cultural: Fosa Común, Israel, Palestina, Marruecos, Francia, España; la poética como expresión de una subjetivación que se confiesa (así como la épica intenta apropiarse de la subjetividad del mundo por vía de la pasión) sin ambages aun a costa del propio prestigio del poeta, que no teme a envidias/prejuicios y ni siquiera a la muerte. Quizás porque sabe que en paralelo corre la vida para salvarlo del naufragio/derrota/fracaso: sabiendo, de antemano, eso sí, que no hay fracaso mientras no haya traición a los propios principios, los que parten de la ética por honestidad, llegan a la poética por limpieza y gritan solo por oír el grito, así nadie responda, porque a dicho grito nadie podría sustraer su potencia.

Benjamin entendía la caída como la victoria de la subjetividad, como la “irrupción de una dominación arbitraria sobre las cosas”, lo que ocurrió cuando el lenguaje humano quiso emular al “divino” y ser, también, creador: al hacerlo, se cargó de una intencionalidad y de una arbitrariedad que no tenía. Así, quedó incapacitado para dar con la esencia de las cosas. A partir de entonces el lenguaje se hizo abstracto, incapaz de nombrar las cosas según lo que comunican. Esto desde la Cábala y desde la óptica de Benjamin. La obra de Dumetz oscila entre dicho triunfo de la subjetividad, la emulación del lenguaje “divino” y a la vez creador. Y tal vez se resienta un poco de esa carga de intencionalidad/arbitrariedad, por su proclividad a la autoalabanza, al afán de ser reconocido, a caer en la vanidad: igual, dentro de la vorágine de esa “fuerza mesiánica” a la que aludía Benjamin en relación con el lenguaje artístico.

Con la “caída” (= pecado original, que hoy desde lo digital/virtual sería copia) el nombre adánico se hizo palabra, simple signo, “nada”, porque al separarse del lenguaje divino, según Benjamin y la Cábala, perdió cualquier garantía de objetividad: así se inauguraba un abismo entre significantes/significados, entre la palabra y las cosas que designa. El sujeto y el objeto de conocimiento aparecían ahora separados y el lenguaje se convirtió en un “instrumento” con el que los humanos, que dejaron de ser espectadores desinteresados del mundo, trataban de dominar las cosas, con lo que a la vez las privaban de manifestarse como son. Eso no solo hacía trágica la relación hombres/Naturaleza, sino todos los ligámenes existentes entre seres humanos pues los otros aparecían también como “objetos de dominio”: de ahí su afirmación: “No hay forma de diálogo humano que no sea trágico”. Y Dumetz en Voces desde mi exilio, al plantear de principio a fin la idea del exilio como una tragedia del paisaje interno, el alma, más que del paisaje externo, la geografía, reafirma a Benjamin. Y, sin embargo, por contraste, prende también su propia llama doble, la de amor y erotismo, para así contribuir al equilibrio vital de la sagrado y lo profano, de lo mítico/real y lo sagrado/místico, a través de lo que para románticos e intérpretes/estudiosos de la Cábala es el auténtico lector: ese “autor ampliado” que busca el sentido universal no solo en todo lo que lee, sino en todo lo que piensa y cree.   

Notas:

(1) KUNDERA, Milan. El arte de la novela. Tusquets, PDF, 53 pp.: 44.

(2) BENJAMIN, Walter. Recuperar la historia de los vencidos para redimir su sufrimiento y transformar el presente. RBA, 2016. PDF, 135 pp.: 25-26.

(3) DUMETZ S., Antonio. Voces desde mi exilio. Amazon, 2021, PDF, 73 pp. Corrección de estilo: LCMS.

(4) https://www.youtube.com/watch?v=vDlSXv0ZJ9U 

(5) https://www.infobae.com/america/cultura-america/2018/07/10/shoah-el-documental-que-narra-el-holocausto-a-traves-de-las-voces-de-sus-sobrevivientes-y-victimarios/

(6) https://www.literatura.us/julio/terra.html

(7) ZAPATA OLIVELLA, Manuel. Changó, el gran putas. Biblioteca de Literatura Afrocolombiana, Ministerio de Cultura de Colombia, Tomo III, Bogotá, 2010, 667 pp.

Luis Carlos Muñoz Sarmiento, (Bogotá, Colombia, 1957) Padre de Santiago & Valentina. Escritor, periodista, crítico literario, de cine y de jazz, catedrático, conferencista, corrector de estilo, traductor y, por encima de todo, lector. Colaborador de El Magazín de EE, 2012, y columnista, 23/mar/2018. Su libro Ocho minutos y otros cuentos, Colección 50 libros de Cuento Colombiano Contemporáneo, fue lanzado en la XXX FILBO (Pijao, 2017). Mención de Honor por Martin Luther King: Todo cambio personal/interior hace progresar al mundo, en el XV Premio Int. de Ensayo Pensar a Contracorriente, La Habana, Cuba (2018). Siete ensayos sobre los imperialismos – Literatura y biopolítica, en coautoría con Luís E. Soares, fue publicado por UFES, Vitória (Edufes, 2020). El libro El estatuto (contra)colonial de la Humanidad, producto del III Congreso Int. Literatura y Revolución fue lanzado por UFES, el 20/feb/2021. Autor, traductor y coautor, con Luis E. Soares, en portal Rebelión. E-mail: [email protected]