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Política del lenguaje

Fuentes: Rebelión

Traducido para Rebelión por Ricardo García.

El capitalismo y sus defensores mantienen el domino a través de los «recursos materiales» de cuyo control disponen, en especial el aparato del Estado y sus empresas productivas, económicas y comerciales, así como mediante la manipulación de la conciencia popular a través de ideólogos, periodistas, profesores universitarios y publicistas, que fabrican los argumentos y el lenguaje donde enmarcar los asuntos diarios.

Hoy día, las condiciones materiales de la inmensa mayoría de la población trabajadora se han deteriorado enormemente cuando la clase capitalista ha depositado la totalidad de la carga de la crisis y la recuperación de sus beneficios sobre las espaldas de las clases asalariadas. Uno de los aspectos llamativos de esta regresión en curso y sostenida de los niveles de vida es la ausencia de un levantamiento social importante hasta la fecha. Grecia y España, con una tasa de desempleo superior al 50 por ciento entre la población de 16 a 24 años y de casi el 25 por ciento en general han vivido una docena de huelgas generales y numerosas protestas de ámbito nacional en las que han participado millones de personas; pero no han conseguido producir ningún cambio real de gobierno, ni de política. Los despidos masivos y los dolorosos recortes salariales, de pensiones y servicios sociales prosiguen. En otros países, como Italia, Francia e Inglaterra, las protestas y el descontento encuentran expresión en el espacio electoral, donde se ha expulsado de sus cargos a quienes los ocupaban, que han sido sustituidos por la oposición tradicional. Pero a lo largo de toda la agitación social y profunda erosión socioeconómica de las condiciones de vida y de trabajo, la ideología dominante que da forma a los movimientos, los sindicatos y la oposición política es reformista : emite llamamientos para defender las prestaciones sociales existentes , incrementar el gasto público y las inversiones y ensanchar el papel del Estado allá donde la actividad del sector privado no ha conseguido invertir o crear empleo. En otras palabras: la izquierda proponer preservar aquel pasado en el que el capitalismo sintonizaba con el estado de bienestar.

El problema es que este «capitalismo del pasado» ha desaparecido y ha emergido un nuevo capitalismo más virulento e intransigente creando un nuevo marco mundial y un aparato del Estado poderoso y afianzado inmune a todo llamamiento a la «reforma» y reorientación. La confusión, frustración y desorientación de la oposición popular masiva se debe, en parte , a la adopción por parte de autores, periodistas y profesores universitarios de izquierda de los conceptos y el lenguaje propugnado por sus adversarios capitalistas: un lenguaje concebido para hacer ininteligibles las auténticas relaciones sociales de explotación brutal, el papel central que desempeñan las clases dominantes en la inversión de las conquistas sociales y los vínculos profundos entre la clase capitalista y el Estado. Los publicistas, universitarios y periodistas capitalistas han desarrollado toda una letanía de conceptos y términos que perpetúan el gobierno capitalista y distraen a los críticos y a las víctimas de quiénes son los responsables de este marcado deslizamiento hacia el empobrecimiento generalizado.

Incluso cuando formulan sus objeciones y denuncias, los críticos del capitalismo utilizan el lenguaje y los conceptos de sus defensores . En la medida en que el lenguaje del capitalismo ha ingresado en el lenguaje general de la izquierda, la clase capitalista ha consolidado una hegemonía o dominio sobre sus adversarios más antiguos. Peor aún: la izquierda, al combinar algunos de los conceptos básicos del capitalismo con críticas aceradas, crea ilusiones sobre la posibilidad de reformar «el mercado» para que sirva a fines populares. Esto no consigue identificar a las principales fuerzas sociales que deben ser expulsadas de las alturas del control de la economía, ni el imperativo de desmantelar un Estado clasista. Mientras que la izquierda denuncia la crisis capitalista y los rescates de la banca por parte del Estado, su propia pobreza de pensamiento socava el desarrollo de acciones políticas masivas. En este contexto, el «lenguaje» de la confusión se convierte en una «fuerza material»: un vehículo del poder capitalista cuyo uso principal es desorientar y desarmar a sus adversarios anticapitalistas y obreros. Lo hace asimilando a sus críticos intelectuales mediante el uso de términos, los marcos conceptuales y el lenguaje que presiden el análisis de la crisis capitalista.

 

Los eufemismos fundamentales que prestan servicio de la ofensiva capitalista

Los eufemismos tienen un doble significado: lo que connotan los términos y lo que realmente significan. Las concepciones eufemísticas bajo el capitalismo connotan una realidad favorable o una conducta y actividad aceptables que están absolutamente disociadas del engrandecimiento de la riqueza de la élite y la concentración de poder y privilegio. Los eufemismos disfrazan el empuje de las élites de poder para imponer medidas de clase y reprimir sin que se les identifique adecuadamente , ni se les haga responsables , ni sean blanco de la oposición de la acción popular masiva.

El eufemismo más habitual es el término «mercado», al que se atribuyen rasgos y potencialidades humanas. Como tal, se nos dice que «el mercado requiere recortes salariales», disociándolo así de la clase capitalista. Los mercados, el intercambio de bienes o la compra y venta de artículos llevan existiendo desde hace miles de años en diferentes sistemas sociales de contextos enormemente diferenciados. Han sido globales, nacionales, regionales y locales. Involucran a distintos agentes socioeconómicos y comprenden unidades económicas muy diferentes, que abarcan desde iniciativas comerciales de ámbito estatal gigantescas hasta plazas de pueblos y aldeas campesinas en régimen de semi-subsistencia. Los «mercados» han existido en todas las sociedades complejas: esclavistas, feudales, mercantiles, de principios del capitalismo y del capitalismo tardío competitivo, monopolista industrial y financiero.

Cuando se estudian y analizan los «mercados» y con el fin de dar sentido a las transacciones (a quién benefician y a quién perjudican), se debe identificar con claridad las clases sociales principales que dominan las transacciones económicas. Escribir en general sobre «los mercados» es engañoso porque los mercados no tienen existencia independiente de las relaciones sociales que definen qué se produce y qué se vende, cómo se produce y qué constelaciones de clases sociales conforman la conducta de los productores, los vendedores y la mano de obra. La realidad del mercado actual se define por los bancos y las corporaciones multinacionales mastodónticas, que dominan los mercados de trabajo y de bienes. Escribir acerca de «los mercados» como si se desenvolvieran en una esfera situada al margen y más allá de las atroces desigualdades de clase es ocultar la esencia de las relaciones de clase contemporáneas.

Para comprender mínimamente la situación, es fundamental tener en cuenta, pero se deja al margen de los análisis actuales, el poder incontestado de los capitalistas propietarios de los medios de producción y distribución, la propiedad capitalista de la publicidad, los banqueros capitalistas que conceden o deniegan créditos y las autoridades del Estado (designadas por capitalistas) que «regulan» o desregulan las relaciones comerciales. Los resultados de sus políticas se atribuyen a las demandas de ese «mercado» eufemístico que parecen estar divorciadas de una realidad brutal. Por tanto, como dan a entender los propagandistas, ir contra «el mercado» es oponerse al intercambio de bienes:algo a todas luces absurdo. En cambio, identificar las demandas que el capitalismo impone a la mano de obra, incluyendo los recortes en salarios, bienestar y seguridad, es enfrentarse a una forma de conducta mercantil explotadora concreta según la cual los capitalistas pretenden obtener mayores beneficios en perjuicio de los intereses y el bienestar de la mayoría de trabajadores asalariados.

Al refundir las relaciones mercantiles de explotación capitalistas con los mercados en general, los ideólogos obtienen varios resultados: disfrazan el papel fundamental de los capitalistas al tiempo que evocan una institución con connotaciones positivas, es decir, un «mercado» en el que las personas adquieren bienes de consumo y se «socializan» con amigos y conocidos. En otras palabras, cuando «el mercado», al que se retrata como un amigo y benefactor de la sociedad, impone medidas dolorosas lo hace supuestamente por el bienestar de la comunidad. Al menos, eso es lo que los propagandistas empresariales quieren que la opinión pública crea cuando comercializa su imagen virtuosa del «mercado»; enmascaran la conducta predadora del capital privado de perseguir mayores beneficios.

Uno de los eufemismos más habituales lanzados en plena crisis económica es la «austeridad», un término empleado para encubrir la cruda realidad de los recortes draconianos de salario, pensiones y bienestar social, así como el acusado incremento de los impuestos regresivos (IVA). Medidas de «austeridad» significa políticas para proteger e incluso incrementar los subsidios del Estado a las empresas y generar mayores beneficios para el capital y mayores desigualdades entre el 10 por ciento más rico y el 90 por ciento más pobre. La «austeridad» lleva implícita disciplina, simplicidad, ahorro, responsabilidad, límites con los artículos de lujo y el gasto, evitación de gratificación inmediata en aras de la seguridad del futuro… una especie de calvinismo colectivo. Connota un sacrificio compartido hoy día por el futuro bienestar de todos.

Sin embargo, en la práctica, la «austeridad» describe políticas diseñadas por la élite financiera para instaurar reducciones de los niveles de vida y los servicios sociales específicos de clase (como la salud y la educación) disponibles para trabajadores y asalariados. Significa que se pueden desviar fondos públicos en una medida aún mayor para pagar las elevadas tasas de interés a los ya acaudalados titulares de bonos de deuda, al tiempo que se somete a la política pública a los dictados de los amos del capital financiero.

En lugar de hablar de «austeridad», con sus connotaciones de disciplina severa, los críticos de izquierda deberían describir con claridad las políticas de la clase dominante contra las clases trabajadoras y asalariadas, que incrementan las desigualdades y concentran aún más riqueza y poder en la cúspide de la pirámide social. Las políticas de «austeridad» son, por consiguiente, una expresión de cómo las clases dominantes utilizan el Estado para depositar la carga del coste de sus crisis económica sobre el trabajo.

Los ideólogos de las clases dominantes asimilaron conceptos y términos que la izquierda utilizaba originalmente para promover mejoras en el nivel de vida y los convirtieron en sus guías. Dos de esos eufemismos, tomados de la izquierda, son «reforma» y «ajuste estructural». «Reforma», durante muchos siglos, se refería a cambios que reducían las desigualdades e incrementaban la representación popular. «Reformas» eran cambios positivos que aumentaban el bienestar público y limitaban los abusos de poder de los gobiernos oligárquicos y plutocráticos. Sin embargo, durante las tres últimas décadas los principales economistas académicos, periodistas y autoridades bancarias internacionales han subvertido el significado de «reforma» para convertirlo en su contrario: ahora alude a la supresión de los derechos laborales, el fin de la regulación pública del capital y el recorte de subsidios públicos que facilitan el acceso de los pobres a la comida y el combustible. En el vocabulario capitalista actual, «reforma» significa inversión de cambios progresistas y restauración de los privilegios de los monopolios privados. «Reforma» significa fin de la seguridad laboral y promoción del despidos masivo de trabajadores mediante la reducción o eliminación de las indemnizaciones por despido. «Reforma» ya no significa cambios sociales positivos; ahora significa inversión de aquellos cambios que tanto esfuerzo costaron y restauración del poder sin límites del capital. Significa retorno a la fase anterior y más brutal del capital, anterior a la existencia de organizaciones sindicales, cuando la lucha de clases fue eliminada. De ahí que «reforma» signifique ahora restauración de privilegios, poder y beneficios para los ricos.

De manera similar, las cortesanas lingüísticas de la profesión económica han cooptado el término «estructural», como cuando se emplea en «ajuste estructural», para ponerlo al servicio del poder desbocado del capital. Nada menos que a finales de la década de 1970, cambio «estructural» aludía a la redistribución de tierras de los grandes terratenientes para los sin tierra; cambio de poder de los plutócratas a las clases populares. «Estructuras» se refería a la organización de poder privado concentrado en el Estado y la economía. Hoy día, sin embargo, «estructura» se refiere a las instituciones y políticas públicas que nacieron de las luchas sindicales y ciudadanas para garantizar la seguridad social, para proteger el bienestar, la salud y la jubilación de los trabajadores. «Cambios estructurales» es hoy día el eufemismo para aplastar esas instituciones públicas, poner fin a las restricciones sobre la conducta depredadora del capital y destruir la capacidad de la mano de obra para negociar, luchar, o preservar sus conquistas sociales.

El término «ajuste», como en «ajuste estructural», es en sí mismo un eufemismo anodino que lleva implícito la sintonización , la modulación cuidadosa de las instituciones y políticas públicas para que recuperen la salud y el equilibrio. Pero, en realidad, «ajuste estructural» representa un ataque frontal contra el sector público y un desmantelamiento generalizado de la legislación protectora y los organismos públicos organizados para proteger la mano de obra, el medio ambiente y los consumidores. «Ajuste estructural» enmascara un ataque sistemático contra los niveles de vida del pueblo en beneficio de las clases capitalistas.

La clase capitalista ha cultivado toda una cosecha de economistas y periodistas que hacen proselitismo con un lenguaje desvaído, evasivo y engañoso con el fin de neutralizar la oposición popular. Por desgracia, muchos de sus críticos «de izquierda» suelen recurrir a la misma terminología.

Dado que la corrupción generalizada del lenguaje es tan preponderante en los debates actuales sobre la crisis del capitalismo, la izquierda debería dejar de recurrir a este conjunto de eufemismos engañosos asimilados por la clase dominante. Resulta frustrante ver la facilidad con la que los siguientes términos entran en nuestro discurso:

 

Disciplina de mercado.- El eufemismo «disciplina» connota un carácter fuerte, serio y deliberado ante los obstáculos, en contraposición a la conducta evasiva e irresponsable. En realidad, cuando se empareja con «mercado» se refiere a que los capitalistas se aprovechan de los trabajadores desempleados y utilizan su influencia y poder políticos para despedir masivamente a los trabajadores e intimidar a quienes conservan un empleo para ser más explotados y recibir más carga de trabajo, con lo que producen más beneficios por menos sueldo. También encubre la capacidad de los amos capitalistas de elevar la tasa de beneficio reduciendo los costes sociales de producción, como la protección laboral y medioambiental, las prestaciones sociales y las pensiones.

 

«Shock de mercado».- Se refiere a que los capitalistas se dedican a realizar despidos masivos y bruscos, recortes salariales y reducción de planes de salud y pensiones con el fin de mejorar las cotizaciones bursátiles, aumentar los beneficios y garantizar mayores incentivos para los directivos. Al vincular el término neutro y anodino «mercado» con «shock», los apologistas del capital disfrazan la identidad de los responsables de las medidas, de sus brutales consecuencias y los inmensos beneficios de que goza la élite.

 

«Demandas del mercado».- Esta expresión eufemística está pensada para antropomorfizar una categoría económica, para difuminar las críticas de quienes detentan el poder y son de carne y hueso, sus intereses de clase y sus garra despótica sobre la mano de obra. En lugar de «demandas del mercado», la expresión debería decir: «la clase capitalista ordena a los trabajadores que sacrifiquen sus salarios y su salud para garantizar más beneficios a las corporaciones multinacionales», un concepto claro que tiene más probabilidades de despertar la ira de quienes se ven afectados negativamente.

 

«Libre empresa».- Eufemismo ensamblado a partir de dos conceptos reales: la empresa privada que busca el lucro y la libre competencia . Al suprimir la imagen subyacente del beneficio privado de la minoría en perjuicio de los intereses de la mayoría, los apologistas del capital han inventado un concepto que subraya las virtudes individuales de la «empresa» y la «libertad», en contraposición a los vicios económicos auténticos de la codicia y la explotación.

 

«Libre mercado».- Eufemismo que presupone la competitividad libre, justa e igualitaria en mercados no regulados, restando importancia a la realidad del dominio del mercado por parte de monopolios y oligopolios dependientes de los rescates estatales masivos en tiempos de crisis capitalista. «Libre» alude específicamente a la ausencia de normativas públicas e intervención del Estado que defiendan la seguridad laboral, así como la protección de los consumidores y el medio ambiente. En otras palabras, «libertad» enmascara la desvergonzada destrucción del orden ciudadano por parte de los capitalistas privados a través del ejercicio desbocado del poder político y económico. «Libre mercado» es el eufemismo para aludir al gobierno absoluto de los capitalistas sobre los derechos y los medios de vida de millones de ciudadanos; en esencia, la auténtica negación de la libertad .

 

«Recuperación económica».- Esta expresión eufemística significa recuperación de los beneficios por parte de las principales corporaciones. Disfraza la ausencia total de recuperación de los niveles de vida de las clases media y trabajadora, la inversión de los beneficios sociales y las pérdidas económicas de los titulares de hipotecas, los deudores, los desempleados de larga duración y los propietarios de pequeñas empresas en quiebra. Lo que se pasa por alto con la expresión «recuperación económica» es que el empobrecimiento masivo acabó convirtiéndose en un requisito esencial para la recuperación de los beneficios empresariales.

 

«Privatización».- Este concepto describe la transferencia de empresas públicas (por lo general, las que arrojan beneficios) a grandes capitalistas bien relacionados a precios muy inferiores al de su valor real, lo que conduce a la pérdida de servicios públicos, de empleo público estable y al aumento de los costes para los consumidores cuando los nuevos propietarios privados elevan los precios y despiden a trabajadores… todo en nombre de otro eufemismo, la «eficiencia» .

 

«Eficiencia».- Aquí la eficiencia no se refiere más que a las cuentas de resultados de una empresa; no refleja los elevados costes de la «privatización» soportados por los sectores correspondientes de la economía. Por ejemplo, la «privatización» del transporte añade costes a las empresas volviéndolas menos competitivas en relación con sus competidores de otros países; la «privatización» elimina servicios en regiones menos lucrativas, lo que desemboca en el colapso económico local y el aislamiento con respecto a mercados nacionales. A menudo, las autoridades, que sintonizan con los capitalistas privados, retirarán deliberadamente inversiones de empresas públicas y nombrarán a compinches políticos incompetentes en el marco de una política de paternalismo con el fin de degradar servicios y fomentar el descontento público. Esto genera una opinión pública favorable a la «privatización» de la empresa. Dicho de otro modo: la «privatización» no es una consecuencia de las ineficiencias intrínsecas de las empresas públicas, como les gusta argumentar a los ideólogos del capitalismo, sino un acto político deliberado concebido para reforzar los beneficios del capital privado a costa del bienestar público.

 

Conclusión

El lenguaje, los conceptos y los eufemismos son armas importantes de la lucha de clases «desde arriba», concebidos por periodistas y economistas capitalistas para maximizar la riqueza y el poder del capital. En la medida en que los críticos progresistas e izquierdistas adoptan estos eufemismos y su marco de referencia, sus críticas y las alternativas que proponen se ven limitadas por la retórica del capital. Poner «comillas» entre los eufemismos puede ser una señal de desaprobación, pero no sirve para promover un marco analítico distinto, necesario para el éxito de la lucha de clases «desde abajo». Y lo que es igual de importante, elude la necesidad de una ruptura fundamental con el sistema capitalista, incluido su lenguaje corrupto y sus conceptos engañosos. Los capitalistas han derribado las conquistas más esenciales de la clase trabajadora y nosotros no podemos contraatacar el dominio absoluto del capital. Esto debe volver a plantear la cuestión de la transformación socialista del Estado, la economía y la estructura de clases. Una parte intrínseca de este proceso debe ser el rechazo absoluto de los eufemismos utilizados por los ideólogos capitalistas y su sustitución sistemática por expresiones y conceptos que reflejen fielmente la cruda realidad, que identifiquen claramente a los responsables de esta decadencia y que definan a los agentes políticos de la transformación social.