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Poner fin a la guerra

Fuentes: Naomi Klein

Traducido para Rebelión por J. A. Julián

La principal pregunta que nos exige una respuesta es ésta: ¿Cuáles fueron las verdaderas razones que impulsaron a Bush a la invasión y la ocupación de Irak?

Cuando lleguemos a determinar porqué fuimos realmente a la guerra -no las razones encubiertas o manipuladas, como la libertad y la democracia, sino las verdaderas razones- podremos convertirnos en activistas pacifistas más efectivos. La manera más efectiva y estratégica de poner fin a esta ocupación y también de prevenir guerras futuras es negar a las personas que declaran las guerras el beneficio de su botín, es decir, hacer que la guerra no rinda beneficios. Y no podremos hacer esto a menos que identifiquemos efectivamente los objetivos de la guerra.

Cuando estuve en Irak, hace un año, intentando contestar a esa pregunta, una de las maneras más efectivas que encontré fue seguir en su recorrido a los bulldozers y la maquinaria de construcción. Yo estaba en Irak para investigar la llamada reconstrucción, y lo que me chocó más fue la ausencia de maquinaria de construcción, de grúas y bulldozers, en el centro de Bagdad. Esperaba ver actividades de reconstrucción por todas partes.

Vi bulldozers en las bases militares, vi bulldozers en la Zona Verde, donde se continuaba construyendo sin parar, los vi también en la construcción de la sede central de la transnacional Bechtel y de la nueva embajada de EE UU. Había también muchísima construcción en todas las bases militares de EE UU. Sin embargo, en las calles de Bagdad los antiguos edificios ministeriales no habían sido tocados en absoluto. Ni siquiera habían quitado los escombros, ya no digamos comenzado cualquier actividad de reconstrucción.

La única grúa que vi en las calles de Bagdad alzaba una gran cartelera publicitaria. Una de las cosas surrealistas de Bagdad es que la ciudad vieja sigue en ruinas, y sin embargo hay allí estas nuevos y brillantes carteleras publicitarias a mayor gloria de la economía global. El mensaje es: «Todo lo que usted era antes no merece ser reconstruido. Vamos a importar un país nuevo flamante.» Es la versión iraquí de esos programas de exaltación del fitness y la cirugía plástica, tipo «Extreme Makeover.»

No es una coincidencia que los americanos miren en sus casas esta explosión de reality TV radical que muestran la reconstrucción quirúrgica de cuerpos humanos y el derribo y posterior construcción de sus hogares. El mensaje de estos shows es: «Todo lo que usted es ahora, todo que posee, todo lo que hace es una porquería. Vamos a borrarlo completamente y a reconstruirlo con ayuda de un equipo de expertos. Relájese y deje todo en manos de los expertos. Esto es exactamente lo que representa «Extreme Makeover: Iraq».

Los iraquíes no tienen ningún papel en este proceso, todas las empresas modernizadoras son extranjeras. Los iraquíes titulados superiores, con doctorados en ingeniería, que construyeron el sistema de electricidad y el sistema telefónico no tienen ningún lugar en el proceso de reconstrucción.

Si queremos saber cuáles son los objetivos de la guerra, debemos tener en cuenta lo que Paul Bremer hizo tan pronto llegó a Irak: despidió a 500.000 personas, 400.000 de ellas militares. Hizo trizas la Constitución de Irak y redactó una serie de leyes económicas que The Economist describió como «la carta a los Reyes Magos de los inversores extranjeros.»

Básicamente, Irak se ha convertido en un laboratorio de las políticas radicales de mercado en que sueñan el American Enterprise Institute y el Cato Institute[1] en Washington, DC, pero que sólo pueden imponer en pequeñas dosis en nuestro propio país.

Así pues, sólo tenemos que examinar las políticas y las acciones de la administración Bush. No es preciso manejar documentos secretos o grandiosas teorías conspirativas. Tenemos que considerar el hecho de que se están construyendo bases militares permanentes y de que no se reconstruye el país. La primera acción de nuestras tropas fue proteger el Ministerio del Petróleo, a la vez que dejaban en llamas el resto del país, la que fue calificado por el secretario de Defensa Donald Rumsfeld con un escueto: «Son cosas que pasan.» Al permitir la quema de Irak, el suyo era un júbilo casi apocalíptico. Permitir que el país fuese borrado, dejando una pizarra en blanco sobre la que podían rediseñar a su gusto. Éste era el objetivo de la guerra.

La gran mentira

La administración Bush dice que la guerra tuvo que ver con la lucha por la democracia. Esta es la gran mentira a la que recurrieron cuando los pillaron en otras mentiras. No obstante, es una clase diferente de mentira, en el sentido de que es una mentira útil. La mentira de que Estados Unidos invadieron Irak para traer la libertad y la democracia no solamente a Irak sino, por fin, al mundo entero, es asombrosamente útil porque podemos ponerla en evidencia, en un primer momento, y luego podemos unirnos a los iraquíes para intentar hacerla verdad. Por esta razón, me molesta que muchos progresistas tengan miedo a utilizar el lenguaje de la democracia ahora que George W. Bush lo está utilizando. De alguna manera, estamos renunciando a las ideas emancipadoras más potentes creadas hasta hoy: autodeterminación, liberación y democracia.

Es absolutamente crucial no permitir que Bush acapare y difame impunemente estas ideas, que son demasiado importantes.

En relación con la democracia en Irak, es preciso en primer lugar hacer la distinción entre elecciones y democracia. La realidad es que la administración Bush ha luchado contra la democracia en Irak en cada ocasión.

¿Por qué? Porque si la democracia auténtica llegara alguna vez a Irak, se perderían los objetivos reales de la guerra: el control del petróleo, el apoyo a Israel, la construcción de bases militares permanentes, la privatización de toda la economía. ¿Por qué? Porque los iraquíes no comparten dichos objetivos y no los aceptan. Lo han dicho una y otra vez, en primer lugar en encuestas de opinión, por lo que la administración Bush rompió su promesa original de celebrar elecciones a los pocos meses de la invasión. Creo que Paul Wolfowitz pensó realmente que los iraquíes responderían como los concursantes de uno de esos reality shows televisivos, cuando dicen: «Oh, Dios mío. Gracias por mi flamante y esplendoroso país.» No fue así. Los iraquíes protestaron porque 500.000 personas habían perdido sus trabajos, protestaron porque se les cerraban las puertas a la reconstrucción de su propio país, y manifestaron con claridad que no querían bases permanentes de EE UU.

Fue en ese momento cuando la administración Bush rompió su promesa y designó a un agente de la CIA como primer ministro interino. En ese período encadenaron a los futuros gobiernos de Irak a un programa del Fondo Monetario Internacional hasta 2008, lo que agravará mucho más la crisis humanitaria de Irak. Un sólo un ejemplo: el FMI y el Banco Mundial están exigiendo la eliminación del programa de entrega de raciones de comida en Irak, del que depende el 60 por ciento de la población para su alimentación, como condición para la reducción de la deuda y para los nuevos préstamos aprobados en negociaciones con un gobierno no elegido.

En las recientes elecciones, los iraquíes votaron por la Alianza Iraquí Unida. Además de la exigencia de un calendario de retirada de las tropas, esta coalición de partidos ha prometido que alcanzaría el 100 por cien de pleno empleo en el sector público, es decir, un rechazo total de la agenda de privatización de los neoconservadores. Ahora, sin embargo, no pueden hacer ningunos de esto porque su democracia ha sido encadenada. Es decir, tienen los votos, pero sin ningún poder real para gobernar.

Un movimiento en favor de la democracia

El futuro del movimiento pacifista exige que éste se convierta en un movimiento en favor de la democracia. Nuestro orden de marcha nos ha sido dado por el pueblo de Irak. Es importante comprender que el movimiento más potente contra esta guerra y esta ocupación está en Irak mismo. Nuestro movimiento contra la guerra no debe practicar únicamente la solidaridad verbal, sino también la solidaridad activa y tangible con la inmensa mayoría de iraquíes que luchan por poner fin a la ocupación de su país. Es preciso que ajustemos nuestra dirección a la suya.

Los iraquíes están resistiendo de muchas maneras, no solamente con las armas. Están organizando sindicatos independientes. Están sacando a la calle una prensa crítica, que luego les cierran. Están luchando contra la privatización de las fábricas del Estado. Están formando nuevas coaliciones políticas en un intento por poner fin a la ocupación.

Así pues, ¿cuál es nuestro papel en todo ello? Debemos apoyar al pueblo de Irak y sus demandas claras de finalizar tanto con la ocupación militar como con la ocupación de las transnacionales. Esto significa que nosotros debemos ser la resistencia en nuestro propio país, exigir que las tropas vuelvan a casa, que las empresas estadounidenses vuelvan a casa, que los iraquíes sean liberados de la deuda de Sadam y de los acuerdos del FMI y del Banco Mundial firmados bajo la ocupación. Esto no significa hacer el juego a ciegas a «la resistencia.» Porque no hay sólo una resistencia en Irak. Algunos elementos de la resistencia armada toman como blanco a civiles iraquíes cuando rezan en las mezquitas chiítas: son actos brutales que sirven a los intereses de la administración Bush, dando credibilidad a la opinión de que el país está al borde de la guerra civil, y de que, por lo tanto, las fuerzas de EE UU deben permanecer en Irak. No todo el mundo que lucha contra el ocupación de EE UU está luchando por la libertad de todos los iraquíes; algunos están luchando por su propio poder elitista. Por ello debemos seguir centrados en el apoyo a las demandas de autodeterminación, y no aplaudir cualquier revés del imperio de EE UU.

Además, no podemos rendir el lenguaje, el territorio de la democracia. Cualquiera que diga que los iraquíes no desean la democracia debería avergonzarse profundamente de sí mismo. Los iraquíes claman por la democracia y habían arriesgado sus vidas por ella mucho antes de esta invasión, por ejemplo en la sublevación de 1991 contra Sadam, cuando se permitió que los diezmaran. Las elecciones de enero tuvieron lugar únicamente a causa de la presión tremenda de las comunidades chiítas iraquíes, que insistían en obtener la libertad prometida.

«El valor de ser serios»

Muchos de nosotros nos opusimos a esta guerra porque era un proyecto imperial. Ahora, los iraquíes están luchando por las herramientas que harán de la autodeterminación algo significativo, no solamente por unas elecciones de escaparate o por unas oportunidades de negocio para la administración Bush. Esto significa que es hora, como Susan Sontag dijo, de tener «el valor de ser serios.» La razón por la que el 58 por ciento de estadounidenses que están contra la guerra no se haya traducido el mismo porcentaje de gente en las calles que vimos antes de la guerra es porque no hemos presentado una agenda política seria. No deberíamos tener miedo de ser serios.

Parte de esa seriedad consiste en repetir las demandas políticas hechas por los votantes y los manifestantes en las calles de Bagdad y Basora, y traer esas demandas a Washington, donde se están tomando las decisiones.

Pero la lucha principal se desarrolla en torno al respeto del Derecho internacional, y sobre si todavía hay algún respeto por éste en Estados Unidos. A menos que nuestra batalla principal sea contra el desdén total de esta administración por la idea misma del Derecho internacional, las particularidades no importan realmente.

Vimos esto muy claramente en la campaña presidencial de EE UU, cuando John Kerry permitió que Bush determinara completamente los términos del debate. Recuerden la ridiculización de la mención de Kerry de una «prueba global,» y la acusación de que era una muestra de cobardía y debilidad permitir cualquier tipo de examen internacional de las acciones de EE UU. ¿Por qué Kerry no cuestionó nunca esta afirmación? En mi opinión, tan culpable fue la campaña de Kerry como la administración Bush. Durante las elecciones, Kerry nunca mencionó a Abu Ghraib, nunca habló de Guantánamo. Aceptó la premisa de que someterse a una especie de «prueba global» era prueba de debilidad. Después de esto, los demócratas no podían esperar ganar una batalla contra Alberto Gonzales, nuevo ministro de Justicia, cuando nunca habían hablado de la tortura durante la campaña.

En este país, la guerra de los medios de comunicación debe ser parte de la guerra. El problema no es que las voces pacifistas no estén ahí, es que dichas voces no tienen amplificación. Necesitamos una estrategia para llegar a los medios de comunicación de nuestro país, y hacer de éstos un lugar de la protesta misma. Debemos exigir que los medios permitan oír las voces de las críticas pacifistas, de las madres enfurecidas que han perdido a sus hijos por una mentira, de los soldados traicionados que lucharon en una guerra en la que no creían. Y necesitamos seguir profundizando la definición de la democracia para decir que estas elecciones de escaparate no son democracia, y que tampoco tenemos una democracia en nuestro propio país.

Tristemente, la administración Bush ha hecho un trabajo mejor de utilización del lenguaje de la responsabilidad que nosotros en el movimiento pacifista. El mensaje que la gente entiende es que nosotros estamos diciendo: «hay que marcharse», mientras que ellos dicen, «no podemos irnos así como así, tenemos que permanecer y resolver el problema que iniciamos.»

Podemos tener una agenda muy detallada y responsable y no debemos tener miedo de ella. Deberíamos decir: «saquemos las tropas de allí, pero dejemos alguna esperanza detrás.» No podemos tener miedo de hablar de reparaciones, de exigir la supresión de la deuda de Irak, de un abandono total de la legislación económica ilegal de Bremer, del control iraquí total sobre el presupuesto de reconstrucción. Hay muchos más ejemplos de demandas políticas concretas que podemos y debemos presentar. Si llegamos a articular una definición de la democracia más auténtica que la de la administración Bush, traeremos una cierta esperanza a Irak. Y nos acercaremos mucho al 58 por ciento que está contra la guerra, pero que tiene miedo de marchar con nosotros porque recelan de una actitud de cortar amarras y salir corriendo.

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* El presente artículo resume la intervención de la autora en el ‘National Teach-in on Iraq’ (Seminario nacional sobre Irak) patrocinado por el Institute for Policy Studies, en Washington, DC, que se celebró el 24 de marzo de 2005, 40º aniversario del primer seminario de este mismo tipo (teach-in) sobre la guerra de Vietnam, que tuvo lugar en la Universidad de Míchigan, en Ann Arbor (Míchigan, EE UU).



[1] Think tanks derechistas (N. del T.)