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Por el derecho a ver un elefante de verdad

Fuentes: Metrópoli abierta

No es ningún descubrimiento que España había arrastrado un considerable atraso en el campo científico hasta principios del siglo XX. Las ciencias naturales no fueron indemnes a dicho atraso, dado que se frustró el prometedor impulso que tuvieron durante la Ilustración. Recordemos que el llamado edificio Villanueva, sede del Museo del Prado, fue mandado construir […]

No es ningún descubrimiento que España había arrastrado un considerable atraso en el campo científico hasta principios del siglo XX. Las ciencias naturales no fueron indemnes a dicho atraso, dado que se frustró el prometedor impulso que tuvieron durante la Ilustración. Recordemos que el llamado edificio Villanueva, sede del Museo del Prado, fue mandado construir por Carlos III para sede de un museo de ciencias naturales. En esos casos suele aparecer la duda que alude a la longitud de la nariz de Cleopatra. Pero la realidad es la que es y el Museo Nacional de Ciencias Naturale s, con todos sus méritos y esfuerzos de las últimas décadas, es difícilmente comparable a sus análogos de Londres, París, Viena o Bruselas-Tervuren, por poner algunos ejemplos. En la periferia del país tan solo en los últimos años se ha desarrollado una red importante de espacios expositivos en historia natural, en especial en paleontología. Es inexcusable mencionar Valencia, con la magnífica colección Rodrigo Botet, Dinópolis en Teruel, el MUJA en Asturias o el centro sobre evolución humana de Burgos.

En esa periferia quizá la excepción más notable era el conjunto de centros del «Parc de la Ciutadella» de Barcelona, cuyos orígenes se remontaban a finales del XIX. Y utilizo el pasado porque también en ese campo nuestra ciudad ha perdido posiciones. No voy a reincidir en mi alegato sobre el estado lamentable en que se encuentran dichos centros, que ya he analizado en otro medio, salvo para denunciar que el pasado viernes 3 de mayo se le ha dado la puntilla al citado conjunto con la sentencia de muerte que se ha dictado para el Zoo .

Rememoremos. En el pleno municipal del citado día se puso a votación un plan estratégico, ya de por sí peligroso para el porvenir del centro, según señalan sus trabajadores, así como la llamada iniciativa animalista. Creo que yo no era el único en creer que, por diversas razones, ambas propuestas eran excluyentes. Sin embargo las dos fueron aprobadas, una por unanimidad y otra por mayoría; o sea que hubo una serie de concejales que dijeron sí a todo. Quisiera recordar que mientras el plan estratégico habla de reducir las 300 especies actuales a 200, la propuesta animalista las deja en 11. ¿Creen los ediles implicados que 200 es igual a 11? No creo necesario hacer más comentarios sobre dicha ecuación. Parece ser que la plataforma ZOOXXI ha aceptado, de forma «generosa», negociar un aumento del citado número de especies. En cualquier caso, que el plan estratégico haya sido aprobado por unanimidad es papel mojado, ya que, según se me informa, la ordenanza resultado de la propuesta animalista tiene rango superior. Pregunta: entonces ¿a qué viene todo ese paripé?

En el escaso debate que se ha producido sobre la cuestión (parecería que la sociedad civil barcelonesa está en pleno letargo) no he oído por parte de ningún electo municipal una alusión al valor educativo indiscutible que desempeña el Zoo, a sus características indudables de equipamiento cultural. Ninguno ha evocado la importancia que tiene que un barcelonés, sobre todo niño, pueda ver cómo es un elefante en la realidad. Quizá ocurra que nos hemos vuelto tan virtuales que creamos que basta con ver al animal en la pequeña o en la gran pantalla. Claro que también pudiera ser que la señora Colau se descolgara con un plan para organizar estancias de los escolares barceloneses en Botswana, pongamos por caso. En período electoral cualquier promesa es posible, especialmente por su parte. Y lo señalado sobre su función cultural y divulgativa no es óbice para recordar que un zoo tiene también otros objetivos, como la conservación de la biodiversidad animal amenazada, acción que no puede reducirse al ámbito puramente local, especialmente en el momento presente. Véase el muy reciente informe de la ONU sobre la posibilidad de una extinción masiva en el próximo futuro. Ese informe es bastante concluyente respecto a lo utópico de la propuesta de refugios o santuarios, uno de los caballos de batalla animalista.

¿Cómo se ha llegado a tan estrambótica situación, que condena a la ignorancia zoológica a la ciudadanía? Los afines a las tesis colauistas, y sus corifeos, se llenan la boca proclamando que la tramitación de la propuesta animalista ha sido posible mediante una iniciativa popular, que debería considerarse como el ejemplo superlativo de democracia. Particularmente siempre he creído que los ensayos de democracia directa en un sistema representativo pueden llevar a una cierta disfunción, a no ser, entre otros requisitos, que la consulta directa, además de cumplir estrictamente con la legislación, haya supuesto un nivel de participación significativo. Pues bien, la citada iniciativa popular ha consistido en recoger 13.000 firmas, o sea menos del 1% de la población barcelonesa. Y el plenario municipal ha consentido que mediante esas firmas se cortocircuitara la legítima representación ciudadana, con el agravante que ninguno de los partidos implicados se había presentado a las anteriores elecciones municipales con una propuesta que, más a la corta que a la larga, le suponga a la ciudad perder un equipamiento cultural de la mayor importancia. En ese contexto también cabría preguntarse sobre la unanimidad con que se aceptó el plan estratégico. En definitiva, se ha hurtado a la ciudadanía un derecho fundamental.

La imposición que denuncio es un verdadero atentado a la pluralidad y a la convivencia. Un claro ejemplo de fundamentalismo, más propio de tiempos que creíamos superados. Una muestra clara de supremacismo por parte de una minoría que, creyéndose en posesión de la verdad, impone su opción al resto. El movimiento animalista ha intoxicado totalmente la legítima preocupación por el bienestar animal, creando un discurso de lo que es políticamente correcto sobre el tema, aceptado de forma sumisa por la clase política y gran parte de los medios de comunicación. ¿Parque Zoológico de Barcelona? Delenda est.

Fuente: https://www.metropoliabierta.com/opinion/derecho-ver-elefante-verdad_16583_102.html