Durante una visita a la prestigiosa London School of Economics, a poco de haber comenzado la crisis financiera que por estos días cumple un año, la reina Isabel II de Inglaterra, Escocia, Gales, Irlanda del Norte y otros lugares más cuya lista no dejaría en esta página lugar para otra cosa, se atrevió a preguntar […]
Durante una visita a la prestigiosa London School of Economics, a poco de haber comenzado la crisis financiera que por estos días cumple un año, la reina Isabel II de Inglaterra, Escocia, Gales, Irlanda del Norte y otros lugares más cuya lista no dejaría en esta página lugar para otra cosa, se atrevió a preguntar en voz alta lo que muchos de sus súbditos y también multitud de republicanos del exterior se formulaban y todavía nos formulamos: «¿Cómo es posible que nadie lo hubiera previsto?»
La crisis que comenzó en las finanzas de la City londinense y la Wall Street neoyorquina se ha extendido a todo el mundo y empobrece a millones. Los súbditos de Isabel no recordaban un revés económico similar desde los años treinta, cuando su tío abdicó para casarse con una mujer divorciada, estadounidense para peor. La libra esterlina ha sido tan golpeada y devaluada que ya muchos pronostican su desaparición, y la sustitución de los billetes que llevan su retrato por los despersonalizados euros, con los que ya están casi a la par.
Con parsimonia británica, los economistas se tomaron seis meses en responderle a Su Majestad y en una carta de tres páginas enviada en julio le explican que «el fracaso en prever el momento, la extensión y la severidad de la crisis, si bien tiene muchas causas, fue principalmente el fracaso de la imaginación colectiva de mucha gente brillante, tanto en este país como en el exterior, y la no comprensión de los riesgos para el sistema en su conjunto». Firman la misiva, en nombre de la Academia Británica, «los más humildes y obedientes servidores de Su Majestad», dos cabezas brillantes que para alivio de los académicos no fueron cortadas como hubiera correspondido en un pasado no tan lejano: Tim Besley, profesor de la London School of Economics y miembro del comité de política monetaria del Banco de Inglaterra (el que emite las libras) y el eminente historiador Peter Hennesy, especializado en los gobiernos contemporáneos. La carta a la reina sacó el tema del fracaso predictivo de los economistas, e incluso de la propia economía como ciencia, de los cenáculos especializados y los llevó a los pubs populares, tanto que The Guardian, el diario que publicó la misiva, debió abrir una sección especial para opiniones sobre la misma. Surgieron luego verdaderos concursos en busca de la mejor y más breve explicación para la reina.
Robin Jackson, director de la Academia Británica, dijo que «es razonable preguntarse si la recesión global podía haberse vaticinado. No podemos decir ‘nunca más’ si no entendemos lo que pasó». Pero el premio Nobel de Economía 2008 Paul Krugman es menos optimista sobre su disciplina. A su juicio, la macroeconomía de los últimos treinta años ha sido «espectacularmente inútil en el mejor de los casos y positivamente dañina en el peor», según lo cita The Economist.
El Financial Times se siente obligado a quebrar una lanza por la ciencia y culpa, en cambio, a quienes creen en ella: si hay demanda, habrá oferta, «aunque la demanda sea de predicciones tan precisas como en la física. El engaño colectivo es culpa de los consumidores de economía, o sea las empresas, los inversores y la prensa, tanto como de sus productores».
El debate ha cruzado fronteras y en la muy republicana Francia el intelectual liberal Guy Sorman afirma desde el título de su último libro que La economía no miente, ya que «es una ciencia y su objeto es distinguir entre las buenas y las malas políticas». Sorman argumenta que la creación de «mercados financieros complejos» ha conducido a progresos económicos reales gracias a la distribución mundial de los riesgos, que permite un mayor número de operaciones riesgosas y amplifica así la innovación.
La carta a la reina sostiene precisamente lo opuesto: «En contra de quienes lanzaron alarmas, la mayoría estaba convencida de que los bancos sabían lo que hacían. Creían que los magos de las finanzas habían descubierto nuevas maneras ingeniosas de manejar los riesgos. Incluso había quienes pretendían haberlos dispersado a través de nuevos instrumentos financieros al punto de eliminarlos. Es difícil encontrar un ejemplo mayor de ingenuidad y arrogancia».
El profesor de la London School of Economics Luis Garicano, a quien la reina le formuló personalmente la pregunta mientras él la guiaba en una visita protocolar a la institución, dice que su primera respuesta fue: «A cada paso había alguien que confiaba en algún otro y todos pensaban que estaban haciendo lo correcto». A lo que la reina comentó: «Awful!» (horrible).
El economista Tom Palley, graduado de Oxford y Yale y ex asesor de las relaciones de Estados Unidos con China, le escribió su propia carta a la reina, en la que le dice que «la crisis era previsible y fue prevista», pero que la falla estuvo en «la sociología de la profesión económica». A lo largo de las últimas décadas «la profesión se volvió arrogante, estrecha y cerrada a las nuevas ideas. Uno tenía que adherir a la construcción ideológica dominante o ser excluido. Era la mentalidad del FMI y del Banco Mundial con su ‘consenso de Washington’ y era la mentalidad de los bancos centrales (incluyendo su propio Banco de Inglaterra) sobre el poder de la fijación de metas de inflación (inflation targetting) y la hostilidad a la regulación».
Por su parte, Francis Fukuyama -el mismo que predijo «el fin de la historia» tras la caída del muro de Berlín-, explica el problema por el lado de la vieja colusión de intereses: «Numerosos economistas y profesores de finanzas en las business schools trabajan para los bancos de inversión y los hedge funds, ayudándolos a elaborar modelos complejos que, retrospectivamente, se han revelado inadecuados para prevenir los riesgos. Tienen, así, un interés personal en el éxito del sector financiero que no está compensado por ningún estímulo a pensar que el sector, en su conjunto, ha destruido más riqueza que la que ha creado».
O, como dijo Luis Garicano: «Yo creo que la principal respuesta es que la gente hizo aquello para lo que se le pagaba y se comportó de acuerdo con los incentivos, pero en muchos casos se les pagaba para hacer las cosas equivocadas, desde el punto de vista de la perspectiva social».
Si usted tiene mejor opinión, escríbale a la reina. La dirección es:
Her Majesty The Queen
Buckingham Palace
London
SW1A 1AA