Este texto hace parte de la revista de ALAI «América Latina en Movimiento» Nº 419 correspondiente al mes de abril que aborda el tema «Soberanía alimentaria Vs. agronegocio, biocombustibles y transgénicos» y que ya se encuentra en circulación
En la década de los ’90, el capital internacional concentró esfuerzos para apoderarse de las grandes empresas estatales, tanto del sector productivo cuanto de servicios públicos, y de empresas nacionales. En un corto espacio de tiempo, menos de una década, el gobierno brasileño, connivente con los intereses del capital internacional, privatizó y desnacionalizó la economía brasileña.
Cumplida esa primera etapa, ya al final de aquella década, todavía bajo el gobierno Fernando Henrique Cardoso, los intereses del gran capital, bajo hegemonía del sector financiero, colocaron en la mira el control de territorios y de la agricultura brasileña. Es decir, el capitalismo trató de reproducir en el campo lo que ya había hecho en el espacio urbano.
Así, el capital financiero promovió un proceso de concentración de diversos sectores productivos vinculados a la economía agrícola, formando grandes conglomerados agro-industriales. También, siempre bajo el dominio del capital financiero, se promovió la centralización de varias ramas de la producción agropecuaria en una única empresa. El tercer movimiento del capital financiero fue en la dirección de promover la internacionalización de la agricultura, a través de la desnacionalización de las empresas agro-industriales y de la internacionalización de los precios de los insumos y productos agrícolas. Por último, complementariamente a esos cuatros movimientos iniciales, el capital financiero trató de asegurar el dominio de grandes extensiones de tierras, promoviendo todavía más la concentración agraria en nuestro país.
A partir de esos movimientos, se consolidó un modelo agrícola que tiene como principales características: la utilización de grandes extensiones de tierras -grandes caseríos; propiedades especializadas en un monocultivo; control completo de la cadena productiva, desde la producción hasta la distribución; superexplotación de los recursos naturales y de la mano de obra agrícola; uso intensivo de fertilizantes e insumos químicos; mecanización pesada; utilización de poca mano de obra («una agricultura sin agricultores»); y, la subordinación de la agricultura a las empresas industriales y al capital financiero.
El agronegocio
Esa reestructuración económica de la agricultura promovió, consecuentemente, una redefinición del perfil de la clase dominante en el campo y opuesta a la lucha por la reforma agraria. Los movimientos campesinos no enfrentan más al latifundista atrasado, propietario de grandes extensiones de tierras improductivas. Este tradicional enemigo de la reforma agraria fue sustituido por una alianza de clase que involucra a los capitalistas agrícolas (grandes propietarios), las transnacionales que monopolizan la agro-industria y el capital financiero. Con el apoyo del Estado, este segmento social, denominado como agro-negocio, logró implementar un modelo agrícola altamente lucrativo, una vez que se especializó en ocupar algunos espacios específicos del mercado internacional, como el de la celulosa, de la soja, del zumo de naranja y del alcohol de la caña de azúcar. Lucrativo para cerca de 30 mil propietarios rurales que están insertados en ese modelo, en un universo total de 4,9 millones de propietarios rurales. Un modelo eficiente para generar saldo en la balanza comercial y recaudar los dólares necesarios para que el gobierno continúe pagando los estratosféricos intereses de la deuda pública y posibilitar que las transnacionales envíen a sus matrices los fabulosos lucros que obtiene con las empresas privatizadas y desnacionalizadas en la década de los ’90.
Ese modelo de agricultura de la clase dominante, orientado exclusivamente al lucro y a los intereses del mercado externo, es incompatible con el fortalecimiento de la agricultura campesina y disputa con los trabajadores rurales sin tierras, las tierras aptas para la reforma agraria. Así, hoy el agro-negocio es el principal enemigo de la agricultura campesina y de la lucha por la reforma agraria en nuestro país.
Teníamos la expectativa de que victoria electoral de 2002, con Luis Inácio Lula da Silva, pudiese alterar la correlación de fuerzas y frenar el proyecto de la clase dominante para agricultura brasileña. Pasado el primer mandato del gobierno Lula, esa expectativa fue frustrada. El actual gobierno se mostró rehén de las políticas neoliberales, dio continuidad a la política económica del gobierno anterior, en ningún momento demostró disposición para enfrentar al latifundio y atendió casi todas las demandas del agro-negocio. Para los movimientos sociales del campo, su actuación se ha limitado a medidas asistenciales y de compensaciones sociales. Y como todos los gobiernos anteriores, Lula se vanagloria de hacer la mayor reforma agraria de la historia del país.
Sin embargo, las familias permanecen en campamentos y el latifundio se siente intocable, siendo que se trata tan sólo de una reforma agraria virtual.
Nuestro proyecto
Esa ofensiva del gran capital en la agricultura brasileña elevó la lucha por la reforma agraria a un nivel superior del que existía hasta entonces. Fue superada la fase de la lucha corporativa por la reforma agraria dentro de los marcos de las reformas burguesas. Ahora, la reforma agraria ha adquirido la dimensión de una lucha por cambiar el modelo económico y, consecuentemente, del modelo de agricultura implantado en el país por la clase dominante y sus gobiernos.
Continuaremos con nuestra lucha, concentraremos esfuerzos para que en nuestro país se dé la democratización de la posesión de la tierra, la democratización de la renta y riqueza producida, la democratización del acceso a la educación e información y que la población del campo sea beneficiada con políticas públicas que le garanticen condiciones de vida digna y perspectivas de desarrollo social y económico.
Pero, de modo más objetivo y concreto, hoy luchar contra el modelo del agro-negocio significa enfrentar a las transnacionales que monopolizan las actividades económicas de la agricultura, derrotar el latifundio retrasado e improductivo que sirve como instrumento de dominación política sobre poblaciones enteras; derrotar el monocultivo y la injerencia de la Organización Mundial de Comercio (OMC) que trata a los alimentos como simple fuente de lucro y explotación económica.
Al derrotar el modelo de la clase dominante, será nuestro desafío presentar a la sociedad lo que queremos con la agricultura brasileña.
Queremos un proyecto popular para la agricultura que asegure acceso y control del territorio a la población que vive en el campo; que posibilite e incentive el uso de tecnologías que aseguran la preservación del suelo, de las aguas y de la biodiversidad; que garantice la preservación de la identidad social y cultural de las poblaciones rurales, sea de los campesinos, indígenas y «quilombolas»; que haya políticas de Estado orientadas al fortalecimiento de la agricultura campesina y de la producción de alimentos; que promueva la implementación de nuevas matrices energéticas, adecuadas a las condiciones y preservación ambiental y que rompan con la dependencia del monocultivo como es hoy la alternativa del agro-combustible defendido por las clase dominantes. Y, por último, un proyecto popular para la agricultura que asegure el concepto de soberanía alimentaria -garantizando que todos los pueblos tienen el derecho de alimentarse y de producir su alimento- y que las semillas sean un patrimonio de la humanidad y no propiedad de los laboratorios de algunas transnacionales.
Por ello, la conquista de la reforma agraria extrapola los intereses y la fuerza política de los campesinos. Pasa a ser una lucha de la clase trabajadora. Pasa a ser una lucha que se inserta en el desafío de construir un Brasil socialmente justo y soberano.
* Egídio Brunetto es miembro de la Coordinación nacional del Movimiento Sin Tierra (MST) Brasil
Nota:
El título del artículo es el lema del 5º Congreso Nacional del MST que se llevará a cabo del 11 al 15 de julio de este año en Brasilia.