Si tiene todos sus ahorros colocados en dólares, ya sea en una cuenta bancaria o debajo del colchón, seguramente estará preocupado por la fuerte caída que ha venido sufriendo esta moneda en los mercados internacionales.
Sí es así, no se preocupe, usted no es el único. Millones de ahorristas alrededor del mundo siguen con atención los vaivenes del billete verde, que alcanzó ya su nivel más bajo en 14 años frente a la libra esterlina y ha perdido terreno frente a otras monedas fuertes y consideradas de referencia en los mercados internacionales, como lo es el euro.
Mientras se preguntan qué le está pasando a la moneda que tradicionalmente ha sido considerada como una de las más fuertes en los mercados y un refugio seguro a la hora de protegerse de la inflación.
China y sus reservas
El dólar recibió su más reciente golpe en los mercados internacionales tras el comentario del gobernador del Banco Popular de China, Zhou Xiaochuan, de que el país asiático habría alcanzado la cifra récord de los mil billones en reservas internacionales en dólares y que estaría considerando diversificar su cartera con otras divisas, entre ellas, el yen japonés.
La noticia cayó como un balde de agua fría para los inversores debido a que China posee el 72% de sus reservas internacionales en dólares, la más grande del mundo, y un cambio en su política de diversificación de sus activos podría significar una venta masiva de dólares en los mercados mundiales -o activos nominados en dólares-, y por ende, una fuerte caída en la cotización de esta moneda.
Aunque Zhou luego desmintió que China estuviera vendiendo dólares o intentando cambiar la diversificación de sus reservas, el escepticismo quedó impreso en los mercados y el dólar siguió perdiendo terreno frente a las principales divisas.
Déficit comercial por las nubes
Pero la debilidad del dólar va más allá de los comentarios de China. Tiene causas más estructurales.
Una de ellas es el abultado déficit de la balanza comercial de Estados Unidos.
EE.UU. importa (compra) más bienes y servicios de los que exporta (vende), debido más que nada al alto poder adquisitivo de los consumidores estadounidenses que demandan cada día más productos extranjeros.
Esto ha hecho que el déficit comercial se ubique en los US$ 740.000 millones y represente el 8,5% del Producto Interno Bruto (PIB).
Los importadores estadounidenses, al comprar bienes y servicios provenientes del exterior para satisfacer la creciente demanda interna, deben cambiar dólares por las monedas en las que se venden esos productos.
Por ejemplo, cuando un importador compra calzados chinos, debe vender sus dólares por yuanes (moneda china) y en ese proceso incrementa la oferta o disponibilidad de billetes verdes en los mercados. En tanto, en el exterior, la cantidad de consumidores interesados en adquirir dólares para pagar por los productos y servicios estadounidenses es menor.
Al ponerse en acción la ley de la oferta y la demanda, el dólar se deprecia o pierde valor, al existir menos personas demandando esa moneda y una mayor oferta de la misma. Menor euforia bursátil y déficit fiscal
El déficit comercial estadounidense no es nuevo, se remonta a la década de los noventa, pero hasta el momento las consecuencias sobre el dólar habían sido fáciles de controlar gracias a la fuerte demanda de dólares por parte de inversores extranjeros ávidos por activos estadounidenses como los bonos, las acciones, los fondos mutuos, las inversiones en bienes raíces, entre otras inversiones.
Hoy, con un mercado bursátil no tan eufórico como hace una década atrás, la demanda de dólares es menor, lo que vuelve a la moneda mucho más débil.
A esto se le suma que EE.UU. sufre también de un abultado déficit fiscal que se ha acelerado en los últimos cinco años. En términos sencillos, esto quiere decir que la economía estadounidense gasta más de lo que recibe por ingresos.
Los altos niveles de gasto, más que nada por la guerra en Irak y la seguridad interna como producto de la lucha contra el terrorismo, junto a la reducción en los impuestos que ha venido haciendo la administración del presidente George W. Bush, explican el abultado déficit fiscal de EE.UU que ya alcanza los US$400.000 millones. ¿A quién afecta?
La debilidad del dólar afecta fundamentalmente a Europa y los países asiáticos.
Un dólar más débil, o lo que es lo mismo, un euro más fuerte, vuelve menos competitivas las exportaciones europeas, es decir, los productos y/o servicios europeos se vuelven más caros frente a los estadounidenses. Lo mismo ocurre para los países asiáticos.
A lo anterior se suma que el alto endeudamiento del gobierno federal estadounidense tiene el potencial de elevar las tasas de interés en los mercados financieros.
El alza de las tasas de interés no sólo perjudica a los consumidores estadounidenses -que deben pagar más por el crédito-, sino que también afecta la deuda de los países en vías de desarrollo al tener que desembolsar mucho más de sus bolsillos a la hora de pagar sus compromisos financieros.
La baja del dólar también perjudica a los países como los asiáticos que tienen la mayoría de sus reservas internacionales en esa moneda, debido a que esas reservas cada día valen menos.
¿Qué se puede esperar?
Hasta el momento, el gobierno estadounidense no ha hecho nada para detener la caída del dólar, y más aún, el presidente George Bush parece decidido a no modificar su actual política económica.
Un dólar débil mantiene contentos a los exportadores estadounidenses al volver más competitivos (baratos) sus productos en el exterior. Y es una herramienta directa para financiar el déficit comercial, es decir, lograr incrementar las exportaciones para que logre cubrir la brecha negativa que generan las mayores importaciones de bienes y servicios.
Al mismo tiempo, Bush parece decidido a mantener bajos los impuestos, con lo que, si la economía estadounidense continúa gastando al mismo ritmo que lo viene haciendo ahora, el déficit presupuestario seguirá incrementándose, y con él, el déficit comercial y, por ende, se acentuará la debilidad del dólar.
Sin embargo, un paso inteligente sería realizar algún tipo de ajuste para que el dólar recuperara parte del terreno perdido, debido a que un billete verde más débil sólo favorece a EE.UU. en el corto plazo y perjudica, en todo momento, a las economías del resto del mundo.
Lo que hoy parece favorable para EE.UU., podría tornarse negativo en el mediano y largo plazo, cuando las menores exportaciones europeas signifiquen un menor crecimiento de estas economías y, por ende, una menor demanda de productos estadounidenses y, en consecuencia, un menor crecimiento económico.
A eso se le sumarán inversores descontentos, gobiernos fuertes (como los europeos y asiáticos) molestos y organismos internacionales capaces de ejercer presión.
Un terreno en el que EE.UU., ni siquiera debería pensar en entrar.