El Fondo Monetario Internacional (FMI) y la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) han recomendado, una vez más, que se reduzcan los salarios en España. Se trata de un discurso ya conocido y que es secundado tanto por los empresarios como por los economistas liberales españoles. El argumento es más o menos […]
El Fondo Monetario Internacional (FMI) y la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) han recomendado, una vez más, que se reduzcan los salarios en España. Se trata de un discurso ya conocido y que es secundado tanto por los empresarios como por los economistas liberales españoles.
El argumento es más o menos como sigue. La crisis ha deteriorado el nivel de negocios de las empresas y éstas han visto reducidos sus márgenes de beneficios. En consecuencia, las empresas tienen que despedir trabajadores para reducir costes. Si se reducen los salarios se lograría que los costes se redujeran sin tener que pasar por la dramática decisión de despedir trabajadores, algo que agravaría la situación actual española.
Además -aunque ahora no voy a entrar en esto- se dice que la rigidez no-salarial es también demasiado alta y que eso deteriora la productividad. Es decir, el argumento es que los trabajadores producen más y mejor cuanto más asustados están con respecto a su futuro, esto es, cuando el coste del despido es más barato y las regulaciones permiten hacer y deshacer plantillas al antojo de los empresarios. La idea, siguiendo este razonamiento, es aumentar la productividad para ser más competitivo y poder vender mejor en el exterior.
Unos detalles técnicos preliminares. La renta -el valor monetario de la producción generada- puede dividirse en una parte que corresponde a los salarios y otra parte que corresponde a los beneficios empresariales. Los primeros suelen dedicarse al consumo, mientras que los segundos se supone que se invierten en la compra de nuevos medios de producción y trabajadores.
Es sabido que los economistas del FMI, la OCDE y también los del PP y PSOE fundamentan sus argumentaciones en la teoría económica neoclásica. Esta teoría, que es la única que se enseña en las facultades de economía, explica que el crecimiento económico es espoleado fundamentalmente por las empresas. Según esta visión, es necesaria una alta participación de los beneficios en la renta para que se pueda invertir y, así, se puedan contratar trabajadores. Un incremento de la participación de los salarios en la renta, en consecuencia, debilitaría el crecimiento económico y agravaría la situación.
Tanto la teoría keynesiana como la teoría kaleckiana ven la cuestión de una forma distinta. Dado que el crecimiento económico medido a través del PIB es la suma de la inversión, el consumo, el gasto público y el saldo del comercio exterior, se puede alcanzar el crecimiento económico a través del consumo. Y una forma de aumentar el consumo es incrementando los salarios, bien directamente o bien a través de las empresas públicas. Este incremento de salarios llevaría a un mayor consumo y, así, las empresas tendrían mayores beneficios y podrían reactivarse.
En 1990 dos economistas de izquierdas, A. Bhaduri -keynesiano- y S. Marglin -marxista-, desarrollaron un modelo para estudiar qué tenía más sentido en una economía. Concluyeron que todas las teorías tenían una parte de razón y que el resultado final dependía de la configuración de la economía. Es decir, que subir y bajar salarios sería bueno o malo para el crecimiento económico dependiendo de las características específicas de la economía en cuestión.
Según estos economistas un aumento de la participación de los salarios debilitaba la inversión porque reducía el ahorro -como dicen los neoclásicos- pero también incrementaba la demanda agregada al aumentar el consumo -como dicen los keynesianos-. Todo iba a depender de la «sensibilidad» de la inversión ante las variaciones en la participación de la renta. Había dos opciones generales ante un aumento de la participación de los salarios en la renta -o la disminución de los beneficios-: que el descenso de la inversión fuera compensado por el aumento de la demanda agregada o que no lo fuera.
En el primer caso se trataría de economías de tipo wage-led, esto es, economías dirigidas por los salarios. En el segundo caso hablaríamos de economías de tipo profit-led, dirigidas por el beneficio.
Los economistas liberales han dado siempre por supuesto que todas las economías eran de tipo profit-led, de forma que siempre han postulado un incremento de la participación de los beneficios y una disminución de la de los salarios. Los gobiernos han seguido al pie de la letra las recomendaciones, y la mayoría de los economistas -educados en las facultades del pensamiento único neoclásico- estaban de acuerdo. Esto lo podemos comprobar empíricamente en España, donde los salarios han perdido muchísimo peso en las últimas décadas.
Sin embargo, los estudios empíricos que se han realizado a partir del modelo de Bhaduri y Marglin han determinado que la mayoría de las economías europeas (incluida la economía europea como un todo) son de tipo wage-led, lo que quiere decir que si se busca aumentar el crecimiento económico la mejor alternativa es subir los salarios. Un estudio realizado por Naastepad en 2007 y para España concluyó que, efectivamente, la economía española está dirigida por los salarios y no por los beneficios.
Por lo tanto, estamos ante un grave error -en mi opinión bastante consciente, pero es otro tema- de análisis sobre la configuración de la economía española y europea en general. Nos recomiendan disminuir salarios para aumentar el crecimiento económico (y así incrementar el nivel de empleo) cuando la medida inversa es la verdaderamente eficaz para ese mismo fin.
Rebelión ha publicado este artículo a petición expresa del autor, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.