En estos últimos días mis colegas científicos sociales vienen hablando que sería necesario refundar la ciencia social brasileña para explicar el crecimiento del fascismo en Brasil. La sorpresa se debe en particular a la adhesión de masas empobrecidas, negros, mujeres y homosexuales a este proyecto, luego sectores que que ya son atacados discursivamente por este […]
En estos últimos días mis colegas científicos sociales vienen hablando que sería necesario refundar la ciencia social brasileña para explicar el crecimiento del fascismo en Brasil. La sorpresa se debe en particular a la adhesión de masas empobrecidas, negros, mujeres y homosexuales a este proyecto, luego sectores que que ya son atacados discursivamente por este movimiento y que sufrirían más fuertemente con un gobierno fascista. La sorpresa es aún mayor por este tsunami electoral fascista ocurrir una semana después de las enormes manifestaciones feministas del ‘Él No’ (‘Ele Não’). Un análisis de estas por sí solo necesitaría un artículo extenso y profundo, pero esbozo algunos comentarios, teniendo en cuenta su importancia para la discusión del tema en discusión.
El ‘Él No’ es parte de sucesivas, explosivas y recurrentes manifestaciones de masas que ocurrieron en Brasil desde los años 80: las ‘Directas Ya!’, Las huelgas generales, el ‘Fuera Collor!’, La Marcha de los Cien Mil en Brasilia por el «Fuera FHC!» y las manifestaciones de 2013. Sin embargo, desde estas últimas, cinco años atrás, incluidas no hay clase trabajadora organizada y sectores populares organizados como participantes expresivos. Y si el ‘Él No’ fue progresista en relación a la afirmación feminista, tuvo debilidades importantes y que explican mucho sobre el escenario político-social actual. Se centraron en la lucha contra el machismo, pero no se ligaron a las luchas generales de clase e incluso contra el fondo del fascismo. Esto apunta que un fascismo con ropaje más ‘moderno’, que al menos no sea abiertamente machista, tendría como resultado la inexistencia de movilizaciones de masas antifascistas, pues incluso los demás sectores de lucha contra la opresión, como homosexuales y negros, no tienen la capacidad de movilizar de la misma forma. Y esto no es imposible. Pues, como se mostrará, el fascismo necesita construir enemigos, pero el único obligatorio, pues es el centro y causa de su existencia, es la clase trabajadora organizada y la izquierda. Los ejemplos claros de esta versión más «modernita» del fascismo ya ocurrieron en Europa, como Alice Weidel, líder lesbiana del partido fascista alemán AfD o el fallecido líder del partido neofascista austriaco Partido de la Libertad, Jörg Haider, gay también, para quedarse en apenas dos de los más famosos ejemplos. Además, las movilizaciones acabaron por convertirse en explosiones catárticas, no materializándose en una organización concreta para el futuro.
No creo, sin embargo, que sea necesario recrear nada en la ciencia social brasileña, no más que la creatividad normalmente exigida para la tarea científica. Lo que se necesita es profundizar el estudio del fascismo, entender su significado histórico, así como los factores estructurales y coyunturales que posibilitan su enorme crecimiento en Brasil y en todo el mundo. No podemos restringirnos a la espuma del proceso político brasileño, y debemos buscar incluso la nueva correlación de fuerzas entre las clases en la sociedad brasileña. Principalmente, hay que salir de análisis que se fijan en la apariencia del fascismo, y entender su naturaleza, su esencia. Es como una primera contribución en este sentido que escribo este artículo, que necesitará ser profundizado, incluso por el debate colectivo. Siempre se piensa mejor colectivamente que aisladamente.
¿Cuál es la esencia del fascismo? Aquí podemos tener la ayuda de los análisis marxistas, que ya produjeron mucho material sobre el tema. Una definición que sintetiza el debate es que el fascismo es el régimen de los sectores más reaccionarios de la burguesía, que se utiliza de métodos de guerra civil para destruir la democracia obrera y los organismos de la clase obrera. Si es verdad que necesitamos distinguir el fascismo-en cuanto-movimiento del fascismo-en cuanto-régimen (Dos Santos, 1978, Villaverde Cabral, 1982, entre otros), esto ocurre primordialmente pues el primero es esencialmente un movimiento pequeñoburgués, de las clases medias, y el segundo es un régimen burgués, del gran capital, en particular el financiero. Este pasaje de uno a otro es producto de dos realidades.
La primera es que la pequeña burguesía, o en sentido más lato – pues incluye sectores de la aristocracia proletaria y sectores burgueses de bajo calado – las clases medias, no son una clase esencial del capitalismo, no representan los polos centrales en lucha. Por eso no son capaces ni de dirigir el capitalismo, como la burguesía, ni pueden proponer una alternativa social superior, como el proletariado. En consecuencia, pueden unirse en ciertos momentos al proyecto proletario, cuando éste demuestra fuerza y está en avance, o a la contrarrevolución burguesa, cuando ésta es más fuerte y afirmativa. Cuando intenta elaborar un proyecto propio, produce un pastiche, que amalgama fragmentos de los programas burgueses y proletarios, e incluso resquicios precapitalistas, formando una bizarra composición. Como el fascismo-en cuanto-movimiento necesita elaborar un programa, y lo máximo que logra es esa locura inconsecuente, y como régimen se basa en métodos de guerra civil, es siempre y esencialmente irracionalista. Hace el culto de la fuerza, de la muerte y de la guerra, habita en lo sobrenatural. El fascismo rechaza el racionalista, Ilustración y los valores humanistas que eran característicos del capitalismo en los periodos de ascenso y de crecimiento – aunque estos valores se convierten en realidad cada vez más en el elogio de la tecnología y de la burocracia, así como la defensa del humanismo se convierte en mero discurso hipócrita a justificar intervencionismos externos y filantropías internas lucrativas. El fascismo niega incluso conquistas científicas que contrarresten su visión de mundo irracionalista, llegando a las rayas de la locura, como la actual defensa de muchos de ellos de la «Teoría» de la Tierra Plana, la negación del Holocausto o la afirmación de que el nazismo era de izquierda. Las teorías conspiratorias también son uno de los pasatiempos preferidos de los fascistas.
Es por eso que el fascismo puede asumir un discurso nacionalista económico e incluso de defensa de la autarquía en un momento, y actualmente defender programas antinacionalistas económicos y ultraliberales; puede usar una retórica anticapitalista en un momento, y en otro ser el defensor abierto del capitalismo; puede ser racista en general, como era el nazismo, o admitir negros, incluso líderes, como Abdias do Nascimento y João Cândido, miembros del integralismo brasileño; puede ser antisemita, como muchos han sido en el pasado y algunos todavía lo son, o dejan de ser y pasan a ser islamófobos e incluso defensores de Israel; pueden asumir un discurso imperialista, expansionista, como en los años 1930 y 1940, o de Estado de Contra-Insurgencia, orientado hacia el enemigo interno, como las dictaduras militares latinoamericanas a partir de los años 1960… El fascismo asume la forma y se apropia de partes de las tendencias de una sociedad en una época dada, incluso el odio a sectores que ya son tendencialmente oprimidos en cada momento. Es por eso que los seguidores del candidato fascista brasileño se confunden cuando toman la forma por el contenido y, al ver el nombre de Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán, creen que el nazismo era de izquierda, cuando en realidad el nazismo sólo parasitó la apariencia del comunismo para poder alcanzar trabajadores en un momento en que el comunismo tenía influencia en Alemania y en Europa en general. Pero el nazismo, como cualquier estudioso o incluso un ciudadano bien informado sabrá, es el opuesto del comunismo, es su enemigo mortal. El nazismo, al utilizar el término socialismo, utiliza un expediente de propaganda hipócrita. En la coyuntura de las democracias de masas y de ascenso socialista de principios del siglo XX, algunos de los regímenes contrarrevolucionarios tuvieron que mimetizar las manifestaciones revolucionarias. Por ejemplo, «el movimiento en Alemania es en lo esencial análogo al italiano. Es un movimiento de masas, cuyos dirigentes usan y abusan de demagogia socialista. Esto es necesario para la creación del movimiento de masas» (Mandel, 1976, 86). Aquí es válida la frase de François de La Rochefoucauld: «la hipocresía es un homenaje que el vicio presta a la virtud».
Incluso en su forma de organización, puede variar en relación con el componente de movilización. En países en los que la política de masas era o es presente, el fascismo como movimiento asume formas movilizadoras, como emulación. En los países donde esto no ocurre, esta característica es menor, como en el caso del fascismo portugués o español (esto por su origen y el apoyo militar), en los que puede confiar simplemente en el apoyo silencioso de las masas en las sociedades donde la política no es activa públicamente. Lo que no hace el peso de ese apoyo menos fuerte y aplastante para los opositores, pues deja las manos libres para que el régimen dictatorial actúe sin preocupaciones. Recuérdese el caso portugués, donde muchos en silencio hicieron parte de la red de informantes de la infame PIDE / DGS.
Tal vez sea cuando hay el elemento movilizador más claro es que se puede notar la mayor diferencia entre las dos fases, el fascismo-en cuanto-movimiento y el fascismo-en cuanto-régimen. La movilización en ambos se da bajo el dominio de una estricta jerarquía, y no como actividad libre, creativa y participativa, sino como su opuesto, pues intenciona la supresión de la libertad y la desmovilización de los sectores activos de la sociedad:
«Se trata de la naturaleza intensamente movilizadora del fascismo. Ahora bien, ya nos fue argumentado convincentemente, por Organski, por ejemplo, que tal movilización, más episódica e instrumental que animada de cualquier estrategia a largo plazo, ya antes de la toma del poder se transforma después de la toma del poder en mero ritual ratificatorio, sin ninguna incidencia sobre el proceso de toma de decisiones a nivel del Estado. Además, esta movilización es de orden estrictamente política y tiene por objetivo y limita la desmovilización social del proletariado, el cual poseía, sí, una estrategia y visaba la transformación de la sociedad burguesa. en efecto, mucho más negativos que ideológicos y, aunque tienen una pseudo-ideología formal, ésta no es una guía para la acción, y sólo es tomada en serio por los jóvenes, los ignorantes y los universitarios. [Grifos en el original.] «(Villaverde Cabral, 1982, p.7-8).
Incluso estas movilizaciones se vuelven aún más ritualizadas. Esto es así pues el objetivo de los fascistas cuando en el gobierno es restringir la libertad, deshacer los avances, lo que en sí significan restricciones. Por lo tanto, para éstos las restricciones externas – incluso externas al Estado – a su campo de acción son menores. La historia demuestra que, al menos a medio plazo, la reducción de la libertad es siempre más simple, pues cuenta principalmente con la apatía generalizada y la inercia, de lo que es la expansión de la libertad, que exige acción y actuación consciente y enérgica. Las fuerzas de la inercia actúan para reforzar la retracción de la libertad. Aunque los condicionantes externos puedan determinar la forma en que se manifiesta esa restricción de la libertad.
El otro motivo para el paso de movimiento al régimen es la aceptación a partir de cierto momento por la burguesía. Normalmente, la burguesía no adopta el fascismo como medio principal. Sin embargo, no hay lugar donde el fascismo haya llegado al poder sin que para ello contara con el apoyo económico de los pesos pesados del gran capital y sin la colaboración de los partidos burgueses – fuesen conservadores o liberales. En realidad, la forma normal, convencional, de paso al fascismo, fue la conversión interna del régimen, a partir de un proceso de profundización del Estado de Excepción, que lleva en cierto momento a un salto cualitativo para el fascismo. Así fue en Alemania e Italia, por ejemplo, por dentro de las estructuras democráticas. En Portugal hubo varias crisis internas en el sistema parlamentario de la Primera República, el crecimiento de la centralización con la ‘Nueva República’ de Sidonio Pais, después del golpe del 28 de mayo de 1926, y la Dictadura Nacional (1926-1933) y, finalmente, un régimen abiertamente fascista con Salazar y el Estado Novo a partir de 1933. Entre los casos más importantes la gran excepción fue el franquismo, que fue una ruptura abierta con la institucionalidad vigente desde el principio, por un golpe militar, como también ocurrió en Chile de Pinochet. Este camino regresivo y gardual hacia el Estado Fascista muestra cómo no es sólo la clase trabajadora que apuesta en procesos sin ruptura: ésta, en su evolución, primero busca reformas, hasta que sólo le queda el camino de la revolución; ya la burguesía apuesta primero en medidas reaccionarias, hasta que adopta el régimen contrarrevolucionario del fascismo. Esto remite al caso brasileño, donde la burguesía apostó inicialmente en un golpe institucional, con la instrumentalización y partidarización de la lucha contra la corrupción -lo que también es típico del fascismo, el discurso de la «regeneración moral de la nación», aunque sean en la práctica corruptos hasta el alma – y el impeachment de Dilma Rousseff y la imposición de Michel Temer, para sólo avanzar más adelante con el apoyo al candidato fascista, para profundizar la reacción. Colabora en el proceso la incapacidad de los representantes tradicionales de la burguesía en presentarse como agentes capacitados para cumplir esa tarea, como el fracaso político de Geraldo Alckmin (PSDB).
Sin embargo, la burguesía sólo apuesta en última instancia en el fascismo no por ser preferentemente democrática, pues nunca fue y aún no lo es. Se citan mucho la Revolución Francesa, pero ésta sólo alcanzó la radicalidad que tuvo pues el proceso fue llevado a los límites de lo posible por las masas populares, no siguiendo los deseos de la burguesía. Esta prefería un modelo inglés moderado y conciliador. La democracia liberal sería actualmente, no fueran las movilizaciones socialistas y obreras, una democracia censitaria, como era a principios del siglo XIX. Sería sólo un régimen de hombres de posesión, ciudadanos de bienes (se nota el eco con el ‘ciudadano de bien’ actual). Sería una plutocracia (gobierno de los ricos) abierta. Ella tuvo que incluir a las mujeres, negros y trabajadores en general debido a las luchas de los de abajo contra los de arriba. Sólo por esto la dictadura de clase no asumió la forma de un régimen democrático abiertamente de los ricos y una dictadura abierta contra los trabajadores. La universalización del sufragio sólo no realizó los temores de la burguesía de pérdida de control, pues ésta logró traer a su campo sectores de dirección de las clases populares (la socialdemocracia). Sin embargo, si la amenaza del sufragio fuese concreta, la burguesía buscaría suprimirlo universalmente, como ya lo hizo en varios países, en muchos momentos. La democracia liberal permite una circulación intra-elites, entre las fracciones burguesas, lo que calma las tensiones entre éstas, al menos en general, y por eso es hasta cierto punto útil. Pero, más que eso: no se recurre a métodos de guerra abierta permanentemente, pues esto debilitaría la hegemonía de la propia clase dominante. Por eso el fascismo es para ser «consumido con moderación» por la burguesía, sólo de vez en cuando.
Y aquí llego a la otra conclusión importante, y que explicará mucho del crecimiento del fascismo en Brasil y en el mundo en el último período: el liberalismo y el fascismo no son antagónicos. Por el contrario, el fascismo es la continuación del liberalismo por otros medios, parafraseando a Carl von Clausewitz, que afirmaba que «la guerra es la continuación de la política por otros medios». Esta percepción ya está indiciada en la excelente obra de João Bernardo, Laberintos del fascismo, con lo cual no estoy de acuerdo en su integralidad, pero que trae elementos importantes a ser reflejados. Él afirma en este libro que
«Es a partir de aquí que podemos analizar las formas específicas de organización que los fascistas implantaron en sus milicias, en sus partidos y en sus sindicatos, en que la ausencia de cualquier capacidad de iniciativa de la base correspondía a su fragmentación y a su reducción a los individuos, asegurando el predominio incontestable de las jerarquías. De igual modo, en los festivales y desfiles […] cada individuo no era más que un figurante, como un espejo del modelo general, multiplicando todos ellos, hasta el infinito, esa imagen singular, mientras que la coreografía del conjunto se organizaba en función de la figura central y exclusiva del jefe. Este fue uno de los aspectos en que el fascismo estuvo más cerca de los liberales que de los conservadores. En efecto, para los conservadores el pueblo constituía una totalidad orgánica, irreductible a la suma de individualidades idénticas que constituye la masa. Fue el modelo liberal del ciudadano – el individuo consumidor de la economía o el individuo elector de la política – que presidió la noción fascista de masas.» (Bernardo, 2003, p.28-29).
La burguesía, como clase explotadora, necesita defender la jerarquía, como todos los regímenes de explotación del pasado lo hicieron. Sin embargo, debido a la naturaleza del régimen capitalista, tal cual el mercado que esconde detrás de su apariencia de espacio de libre competencia de unidades económicas una brutal concentración de riqueza en enormes y cada vez más gigantescos monopolios, el Estado capitalista esconde la jerarquía real de la sociedad, la desigualdad, en forma de una aparente igualdad «ciudadana». Como ya apuntaba Nicos Poulantzas (2007, p.358-359), «la estructura real de las relaciones de producción – separación del productor directo y de los medios de producción – conduce a una prodigiosa socialización del proceso del trabajo. Ese aislamiento, efecto sobredeterminado pero real, lo viven los agentes a la manera de la competencia y lleva a la ocultación, para esos agentes, de sus relaciones como relaciones de clase». Esto engendra un proceso de individualización que se materializa en la disolución ideológica de la organización de clase y su sustitución por el individualismo de la ciudadanía. Lo que hace por un lado que se suponga que «[…] ese Estado representa el interés general, la voluntad general y la política del pueblo y de la nación» (Poulantzas, 2007, p.361). Estamos así «en presencia del conjunto normativo institucional de la democracia política [añadiría yo, burguesa] [Grifos en el original]» (Poulantzas, 2007, p.361).
Normalmente, esta forma política individualista convive con la existencia de organizaciones de clase, económicas y políticas. Si las organizaciones de la clase trabajadora avanzan, ellas pueden sustituir al Estado Capitalista y construir un nuevo Estado, Obrero, una democracia socialista. Esto ocurrió en muchos países a lo largo del siglo XX, habiendo refluido, como parte de esta lucha de clases internacional, al final del siglo pasado y el inicio de éste. Por otro lado, cuando se avanza la disolución de la organización de los trabajadores, de los organismos de poder popular, nos acercamos al fascismo, que apunta precisamente a la destrucción de toda la democracia proletaria, incluidos sus partidos y sindicatos. En este proceso, la acción clara, con métodos de guerra civil, acaba por romper el envoltorio ideológico del régimen democrático capitalista, mostrando a la luz del día las entrañas del régimen capitalista, su carácter plutocrático y jerárquico.
El fascismo pretende convertir a la clase trabajadora en masa, pues «las masas populares asientan su existencia, en cuanto masas, en la desorganización de la clase obrera. La pérdida de conciencia sociológica de la clase trabajadora y su reducción a una entidad meramente económica se caracteriza, en el plano político, por una conversión de la clase en masas. Fue éste uno de los objetivos básicos del fascismo» (Bernardo, 2003, p.28). Esta dilución en masas necesita un anteparo ideológico, que es la nación. No la nación en su sustancia histórica y material, sino en su abstracción ideal. Por eso, el fascismo, aun cuando posee programas antinacionalistas, como el actual fascismo brasileño, recurre a la sombra del nacionalismo, hacia aquella parte de disolución de las diferencias – el opuesto de la realidad de casi todas las naciones – en particular la disolución del elemento de alteridad que afirma el carácter clasista, es decir, el comunismo, o el sustituto inmediato de organizador de la clase obrera, incluso la socialdemocracia. Y, como diluidor, a su vez, de las diferencias propias internas de las naciones, apela a un político «regenerador», un líder carismático que sería la personificación del modelo de nación (aunque en realidad sean todos estos ejemplares abyectas de depravación, sadismo y corrupción).
Por eso, el liberalismo, y su versión radicalizada contemporánea, el neoliberalismo, son siempre las antesalas del fascismo, exploradores del mismo. Por su política económica y social, destruye en la práctica el tejido social y económico de los países, llevando a la ampliación brutal de la desigualdad social, de la miseria popular y de la violencia generalizada, lo que lleva a la diseminación de la angustia e incertidumbre existencial, lo que, a su vez, abre espacio para todas las formas de oscurantismos e irracionalismos. El miedo es la cuna del fascismo, es el mar en que navega, es el norte de su brújula. No es casual que las políticas austeritarias vigentes en Europa han estimulado el avance de las fuerzas fascistas.
Sin embargo, es por su ideología de individualismo extremista que el neoliberalismo prepara el terreno para las hordas fascistas. Como dijo una de las mayores apóstoles de esa religión laica, Margaret Thatcher, «[…] there’s no such thing as society. There are individual men and women and there are families» [‘no existe tal cosa, la sociedad. Hay hombres y mujeres individuales y hay familias’ en traducción libre. En esta sociedad individualizada no hay solidaridad, pero es un mundo de la competencia total, con una moral que admite cualquier comportamiento para ascenso y supervivencia, el mundo estadounidense de los vencedores y perdedores. La violencia en la competencia social se convierte cada vez más en el culto de la violencia como medio de vida. La brutalidad es valorada. Es el tiempo en que la mayor diversión de masas deportivas es el ‘valle todo’, y en que hay la generalización universal de la brasileña Ley de Gérson («Me gusta tomar ventaja en todo, cierto?») Y del «jeitinho». No hay lucha colectiva, sino la lucha de individuos contra individuos por la ascensión social, con vacantes cada vez más limitadas.
El fascismo es la tendencia radicalizada del neoliberalismo, que a su vez es propio de la naturaleza de la burguesía en la etapa actual de decadencia sistémica cuando no tiene frenos impuestos por las organizaciones de los trabajadores. En los términos de Marx, el bonapartismo en el siglo XIX era un equilibrio catastrófico de la lucha de clases, pues equilibrio entre organismos de poder de la clase obrera y burguesa paralizados por la incapacidad de luchar, por el agotamiento (y la imposibilidad de transición al socialismo en aquel momento histórico de ascensión del capitalismo de la sociedad). La verdad es que la democracia liberal es una realidad precaria, un equilibrio por la afirmación activa de las organizaciones burgueses y proletarias, marcada principalmente en los países centrales en las tres décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Esto ocurría principalmente por la presencia de un fuerte campo socialista internacional. No se puede entender la correlación de fuerzas única y exclusivamente a nivel nacional, sino por la influencia internacional.
Cuando es posible a la burguesía avanzar, desorganizando a la clase trabajadora, lo que se inicia como un liberalismo o neoliberalismo activo acaba por convertirse, si no tiene una fuerte oposición, en fascismo. Y la burguesía necesita, debido a la ley de tendencia a la caída de la tasa de ganancia, derivada del propio funcionamiento capitalista normal, de avanzar sobre las condiciones de vida y trabajo de los trabajadores, para ampliar la plusvalía y tratar de contrarrestar esta tendencia. Para ello necesita exactamente desarticular las resistencias de los trabajadores. Esto es una necesidad particularmente severa, cuando las márgenes se reducen aún más durante las fases B de los ciclos de Kondratiev, de descenso, y se exponen en los períodos conturbados de decadencia del ciclo de una potencia hegemónica.
Lo que asistimos desde principios de los años ochenta en el mundo es la imposición del neoliberalismo, que sirve fundamentalmente para transferir riqueza al sector financiero y así generar un desempleo masivo y estructural, que destruye con las organizaciones de la clase obrera. Esto, sumado al retroceso producido por el fin de la Unión Soviética y de las democracias populares – irresponsablemente conmemorado por sectores de la izquierda -, posibilitó un avance descontrolado de las tendencias fascistizantes.
Esta dinámica se ha instalado después de las contrarrevoluciones en el Este Europeo contra el discurso liberal y los revisionistas históricos que afirman que el fascismo es una respuesta al peligro revolucionario. Por lo contrario. El fascismo sólo fue capaz de surgir y prosperar donde la revolución ya había sido derrotada, como en Alemania, tras la derrota del ciclo revolucionario de 1918-1923, o en Italia, tras la derrota del Biénio Rosso de 1919-1920, para quedarnos sólo en los ejemplos más conocidos. Incluso en los golpes fascistas contra procesos revolucionarios, como en el caso español y chileno, sólo fueron posibles sus victorias debido a la dubiedad y tibiez de sus dirigentes, que congelaron el avance revolucionario y, por eso, los llevaron a la derrota, lo que abrió el camino para la ofensiva fascista. La República Española no avanzó para la resolución de los problemas de las nacionalidades, no hizo la reforma agraria generalizada, no liberó a Marruecos, etc; Salvador Allende se prendió a los límites de la institucionalidad burguesa y no avanzó al socialismo, a pesar de sus importantes reformas. Donde la marcha de la revolución avanzaba, como en la Rusia de 1917, la intentona fascista de Kornilov es derrotada, así como el Ejército Blanco en la guerra civil. Una derrota de la Revolución rusa habría llevado ineludiblemente al fascismo de inmediato o casi de inmediato. Por eso los que afirman que el fascismo no puede vencer en el Brasil actual pues no existe un peligro revolucionario, o desconocen las lecciones del pasado o actúan ideológicamente orientados, como los historiadores revisionistas al tratar de los fascismos del Entreguerras (sobre esto sugiero la lectura de la brillante respuesta del recientemente fallecido marxista italiano, Domenico Losurdo, en su libro Guerra y Revolución).
Recordemos también que el fascismo ha convivido normalmente con la economía liberal. El nazismo tuvo al frente de su política económica, durante buena parte de su gobierno, un liberal ortodoxo, Hjalmar Schacht. Este sólo contrarresta con medidas prácticas los principios económicos que defendía para apartar, como él afirma en sus memorias, el ‘peligro comunista'» (Schacht, 1999). Es sintomático que su Plan Helferich será estudiado por Gustavo Franco y será la inspiración para el Plan Real, que asfalta el camino para el choque neoliberal profundo de los años FHC. Gustavo Franco, el expresidente del Banco Central de Brasil, entonces del PSDB, dirigente del Instituto Millenium (ultraneoliberal) y actual militante del Partido Nuevo (también ultraneoliberal), es el que prefaciará la edición brasileña de las memorias del economista de Hitler. También es fundador del Instituto Millenium el Paulo Guedes, actual mentor económico del candidato fascista brasileño y su posible Ministro de Economía. También es el puente entre el fascismo brasileño con la experiencia fascista que, no sólo mejor se combinó con el neoliberalismo, como inauguró la ofensiva neoliberal, la dictadura de Pinochet (1974-1990). No es de extrañar, pues para imponer el choque neoliberal en una sociedad altamente movilizada y en avance progresista sólo con el recurso al fascismo. Paulo Guedes enseñó durante un período de esa dictadura en la Universidad de Chile. Él es PhD por la Universidad de Chicago, que no sólo formó importantes ultraneoliberales, como Milton Friedman, como proporcionó los asesores económicos a Pinochet, los famosos Chicago Boys.
En Brasil, la fascistización comenzará a recorrer su camino con la derrota de la huelga de los petroleros en 1995, al inicio del gobierno FHC, que posibilitó el inicio de un violento programa neoliberal. Ni siquiera los gobiernos socialdemócratas del PT revertirán ese proceso, pues no cambiaron con los fundamentos económicos neoliberales, aunque se beneficiaron de una coyuntura internacional favorable. Su política distributiva, aunque accesoria y extremadamente importante, como el Bolsa-Familia, no rompió con la lógica liberal, pues no pasaba por el fortalecimiento de las organizaciones de la clase obrera, sino que reforzaba la dinámica ciudadana, o sea, centrada en el fortalecimiento de los derechos de los individuos aislados, aunque con algunas exigencias a nivel de las familias, como la comparecencia de los niños en las escuelas. Al abordar esto no significa que desconocemos o neguemos la importancia del programa. A pesar de limitado en recursos, colaboró para el rescate de millones de la indigencia y generó un impacto positivo en la economía. A diferencia de la «Bolsa banquero», el interés de la deuda y las transferencias financieras, que genera el enriquecimiento de una minoría muy reducida, y no tienen retorno positivo para la economía, sin embargo, tienen efectos deletéreos. Se observa que al no realizar una política gubernamental que pasara esencialmente por el fortalecimiento de las organizaciones de la clase obrera, el PT produjo una situación curiosa: en medio de la hegemonía ideológica neoliberal, las ganancias que grandes parcelas de la población obtuvieron en sus gobiernos fueron vistos posteriormente no como producto de esa época, sino del esfuerzo individual de esos trabajadores y pequeñoburgueses. Obviamente, ellos se esforzaron, pero sin el ambiente creado no habrían logrado ir tan lejos.
Sin embargo, ese proceso de construcción de la hegemonía neoliberal y fascistización no fue producto sólo de iniciativas a partir del Estado, pero contó con el apoyo de las organizaciones privadas de la burguesía y de sus aparatos ideológicos, como los monopolios de los medios de comunicación. La principal organización a educar a las generaciones de jóvenes que crecerán en los años noventa será la Red Globo. Se ve el carácter de los programas dirigidos a esos públicos, como la serie ‘Malhação’, que durante muchos años presentó toda una concepción neoliberal, individualista y competitiva, inmoral. También fue ayudado por el grupo Abril, que publica entre otros el semanario Veja, donde encontramos nuevamente la sombra de Paulo Guedes, que invirtió en Abril Educación, de los hermanos Civita.
Esta fascistización de las masas brasileñas es un diferencial en relación a la dictadura militar (1964-1985), cuando el Estado era entonces fascista, de tipo contrainsurgente, pero no logró diseminar una cultura fascista. Y un elemento que facilitó ese proceso fue el crecimiento de las sectas convencionalmente llamadas evangélicas, pero que son sobre todo neopentecostales. Estas ocuparon, principalmente, el vacío dejado entre los más pobres por la casi destrucción total de la Teología de la Liberación durante los papados ultrareacionarios de Juan Pablo II y Benedicto XVI. Es necesario entender el diferencial de estas sectas para las iglesias protestantes tradicionales, así como en relación a las otras iglesias y religiones, como el judaísmo, el catolicismo, el cristianismo ortodoxo, el islamismo y el hinduismo y las religiones de matriz africana, por ejemplo. Estas tienen orígenes pre-capitalistas o, como máximo, como los protestantes tradicionales, emergieron en la transición al capitalismo, por lo que poseen contradicciones con el capitalismo, habiendo asistido de tiempo en tiempo la emergencia de ramas progresistas. El neopentecostalismo, sin embargo, surge ya en el período de decadencia capitalista, en los años 1960 y 1970, en la gran potencia imperialista de nuestro tiempo, Estados Unidos. El neopentecostalismo es la religión del imperialismo: congrega al mismo tiempo una Teología de la Prosperidad y una defensa del individualismo económico y social con movimientos de dilución de los individuos en grandes masas; tiene prácticas marcadamente irracionalistas, como el curanderismo, la glosolalia («hablar en lenguas»), profecías, batalla espiritual, con el «enfrentamiento» directo de los demonios, y un mundo repleto y dominado directamente por la influencia de seres sobrenaturales, además de un fuerte discurso moralista conservador. Como se nota es, también, claramente, la única religión intrínsecamente fascista. Su estructura organizacional reproduce las estructuras fascistas, como el líder carismático, la fuerte jerarquía y el dominio total del líder, e incluso la formación de milicias, como la «Gladiadores del Altar», de una de las mayores y más poderosas sectas, la Iglesia Universal del Reino de Dios (IURD). Como el fascismo, también establece relaciones con el lumpenproletariado y hay varios indicios apuntados por la prensa de conexiones con el submundo del crimen. Y es en el uso de los medios de comunicación de masas, y contando con la connivencia del Estado, que ellos fueron penetrando y ocupando gobiernos, creando una de las mayores bancadas parlamentarias. Con una visión fundamentalista del cristianismo, destilan el odio contra los homosexuales, feministas y contra cualquier rasgo de modernidad, en particular contra las organizaciones sindicales y la izquierda (aunque parte de la socialdemocracia haya cohabitado durante algún tiempo con esas sectas). Teniendo en conta que inicialmente se extendió entre sectores más empobrecidos – que llegaba hasta la clase media- incorporó algunas características, realizando un sincretismo doctrinal con las religiones de matriz africana, en particular por la incorporación de elementos animistas. Sin embargo, por su dinámica fascista, no acepta convivir con la diferencia, y pasa a satanizar y perseguir, incluso violentamente, esa religiones, y por extensión, ataca toda la cultura popular negra y favelada. De esta forma, asume connotaciones racistas y sirve a la desarticulación de las organizaciones populares en esas comunidades. No es por casualidad que la IURD y su emisora, la Record, se embarcaron en la campaña del fascista.
Por otro lado, la hegemonía neoliberal tendrá resultados incluso sobre la dinámica de la oposición al neoliberalismo. A partir de los años noventa, frente al retroceso de las organizaciones de clase, y apoyado por una ofensiva ideológica emanada de Estados Unidos, la izquierda comienza a migrar del debate de clase, e incluso del debate clasista de lucha contra las opresiones, hacia una posición identitarista, liberal, de lucha contra las opresiones. También migra de la afirmación de la posición clasista de mundo hacia una posición «ciudadana» (liberal), y como un eco tardío del eurocomunismo, disminuye la diferencia entre democracia liberal y la democracia obrera, y diluye todo en la defensa de una democracia – sin corte de clase o definición – como valor universal, tratando de ocultar su adhesión como ala izquierda del neoliberalismo y del régimen. La forma liberal de debatir las opresiones, además de vender falsas ilusiones de superación de las diversas opresiones dentro del capitalismo, es de corte individualista, biologizante, irracionalista en algunos casos, y que se convierte en un instrumento de desorganización de las organizaciones de la clase trabajadora. Divide a los explotados y oprimidos y explota la realidad en múltiples y fragmentadas identidades, dejando de lado la identidad que las unificaba, exactamente la de explotados y oprimidos, la identidad de clase. Es la era del posmodernismo, del «fin de las grandes narrativas», todo se transforma en discurso, en batallas semánticas. Muchos de estos movimientos son claramente contrarios a la izquierda y crean un ambiente irracionalista favorable al fascismo, pues llevan la disputa política hacia el campo en que el fascismo brasileño quiere disputar, el de las costumbres y el de la moral. La izquierda liberalizada no logra ofrecer una identidad unitaria que congregue todas las luchas de opresión casándolas con la lucha anticapitalista, clasista, y se ve desarmada frente a la identidad nacionalista – aunque esencialmente antinacionalista -, de extrema derecha, militarista y fundamentalista cristiana, que unifica todo el fascismo brasileño.
En vista de todo este proceso, todavía falta responder algunas cuestiones centrales sobre el proceso fascista actual: ¿quién en la clase dominante brasileña apoya el fascismo y por qué? Para ello es necesario entender la dinámica de la economía y de la composición de la clase dominante y de sus fracciones hegemónicas: pasamos de una coalición liderada por el sector industrial, apoyada por el sector financiero y secundada por el sector del agronegocio (nombre ‘modernito’ para los viejos coroneles y latifundistas), para una coalición dominada por los sectores financiero y del agronegocio, secundado por el sector industrial. Esta composición tiene como resultado un retroceso en las fuerzas productivas nacionales y una inserción cada vez más dependiente del país en el mercado mundial.
El gigante agrícola se basa en una estructura predatoria y superexplotadora de carácter profundamente desigual, incapaz de generar ingresos que sostenga la elevación del nivel de consumo de las masas y que pueda tener efectos positivos sobre los restantes sectores económicos. Una visión del último Censo Agropecuario (2006) revela la continuidad de estos patrones: la agricultura a pequeña escala representaba el 80% de las propiedades, empleaba tres cuartos de la mano de obra rural, pero representaba apenas el 25% de las tierras agrícolas, mientras que la ganadería ocupaba la mitad el área y los monocultivos de la soja, caña y maíz representaban el 60% de las áreas plantadas. La agricultura ha servido para desperdiciar y agotar nuestro potencial hídrico y reducir una importante fuente de riquezas en tiempos de florecimiento de la biotecnología, que es nuestra biodiversidad, amenazada por la expansión irracional y criminal de la frontera agrícola.
El peso de ese sector crece mientras que el sector industrial ha visto su participación en el PIB en la contracción desde su auge en 1985 (21,6%), y la desnacionalización de los sectores estratégicos se profundiza, donde la venta de la Embraer fue apenas otro triste capítulo (defendida por el equipo del fascista). El peso del sector primario llevó a que Brasil se asociara a la pujanza china casi exclusivamente por exportaciones agrícolas y de minerales, en una dinámica típicamente semicolonial, a pesar de la enorme demanda de productos industrializados por parte de ese país. Este proceso, a su vez, fragiliza obviamente a la clase trabajadora, pues reduce su vanguardia, el operario industrial.
Uno de los bloqueadores al desarrollo es la concentración bancaria: en 2016, los cuatro mayores bancos (Caixa, BB, Bradesco e Itaú) concentraron el 79% del mercado de crédito nacional y de los depósitos y el 73% de los activos del sistema financiero, según el Banco Central. Además, la dinámica de atención gubernamental al sector financiero internacional y nacional, que retroalimenta la ampliación de las deudas interna y externa para obtener beneficios, mina el desarrollo nacional y posibilita que en 2015 el gasto con intereses y amortizaciones de la deuda pública tragara 42,43 % del presupuesto general de la Unión. Aquí es donde está el gran quiñón del sector financiero.
Este proceso de desindustrialización es aún más perverso, pues agrava los ya graves límites a las políticas de redistribución de renta y de concesiones. Los gobiernos del PT, sin enfrentarse a los fundamentos económicos de ese proceso, fueron capaces, durante los años de crecimiento, de distribuir una parte minoritaria, pero aún así importante, de la riqueza. Sin embargo, esto no se sienta bien con la crisis económica, y especialmente a los planes de la nueva (vieja) bloque dominante. Las reformas progresistas se vuelven inviables y la superexplotación se convierte en el único camino, en definitiva, al capitalismo dependiente brasileño, lo que la Teoría Marxista de la Dependencia ya afirmaba, pero es necesario dar nuevos saltos, saltos brutales, en el nivel de superexplotación. El país asume la faz cada vez más parecida a Brasil de la República Vieja (1889-1930). Sin embargo, hacer que la historia retroceda en un siglo necesita un esfuerzo hercúleo. Un ajuste de este sólo se hace posible con el uso de la fuerza, sólo se hace posible con un método de guerra civil, sólo se hace posible con el fascismo. Es imposible imponer ese nivel de retroceso a los derechos sociales y a las condiciones de vida y de trabajo de la clase trabajadora brasileña sin destruir por completo cualquier tipo de organización de ésta en cuanto clase.
Y es ahí que va de roldón mismo el PT, que asumió a lo largo del período de redemocratización, en particular a partir de los años 1990, el papel de ala izquierda de sustentación del régimen democrático liberal. Este se sostenía con una pierna izquierda, sindical-política, el PT, y una pierna derecha, industrial-financiera (cada vez más la segunda), el PSDB. Esto era posible dentro de un equilibrio activo de fuerzas. Este fue roto por el proceso de retroceso económico estructural. El PT pudo, dentro de una política de conciliación, en los marcos de un ambiente internacional favorable, recuperar la credibilidad de la democracia liberal brasileña tras el descrédito que ésta había caído enseguida del nefasto choque neoliberal de los gobiernos de Fernando Henrique Cardoso (PSDB). El PT hizo incluso concesiones a la burguesía, como la (contra) reforma de la previsión y la ley de tercerización, pues alcanzaban en el primer caso sectores organizados periféricos para las bases petistas, el funcionalismo público, y en el segundo caso, los sectores desorganizados, más precarizados, que escapan a la estructura burocrática tradicional del movimiento sindical. Pero, cuando exigido por el nuevo bloque dominante burgués agrario-financiero que hiciera medidas más profundas, como la (contra) reforma laboral, aprobada por Temer, que retrocedió la legislación laboral al nivel pre-Consolidación de las Leyes del Trabajo (CLT), de 1943, no podía realizarlas. A esa altura, ya había perdido el apoyo de extensos sectores de la clase obrera y de las clases medias, al adoptar una política económica neoliberal austeritaria, y perdió el apoyo de los sectores dominantes.
Este nuevo bloque fue entonces apostando por la destrucción institucional del PT, dentro de los marcos de la orden. Sin embargo, al no enfrentar resistencias a su ofensiva por parte de la clase trabajadora, derivada de la confusión que se instaló con el golpe de 2016 en los principales líderes de la clase, y estando estas ya desacostumbrados al papel de movilizadoras – habiendo actuado en el sentido opuesto por más de una década, el bloque dominante sigue avanzando contra el PT, la izquierda y el conjunto de las organizaciones de la clase obrera. Es ahí donde encuentra, ansioso por realizar la tarea, el candidato fascista y sus seguidores. Con contradicciones, con el paso del tiempo, el conjunto de los sectores dominantes se embarcan en su candidatura, abandonando a los políticos más tradicionales y sus partidos. En ese proceso el PSDB se reducirá casi a polvo, dejando de ser un partido a escala nacional – aunque no nacional en el sentido político-programático, pues reflejó siempre intereses del capital internacional – y sobrevivir como un partido de poderes locales, en particular en San Pablo. Más una característica que aproxima el período que vivimos del retorno a la República Vieja: guiados por las manos del fascismo el PSDB se convierte cada vez más en un Partido Republicano Paulista (PRP).
La hegemonía de este nuevo bloque rentista-latifundista puede ser notada también culturalmente, cuando el sentido de la producción cultural, en particular musical, se invierte, y en vez de partir de Río de Janeiro y del litoral del país hacia el interior, pasa a ser dominado por el sertanejo (no nacional, sino una versión bastarda del country estadounidense) hacia el litoral. Se ve el culto del agrario, del latifundio, incluso en la campaña publicitaria de la Globo, que afirmaba que «El Agro es Pop», que «El Agro es bueno». El odio de clase de las elites brasileñas y de las clases medias, éstas históricamente la base de masas del fascismo, servirá a ese proceso en curso. Es un odio selectivo, que hace dos años busqué explicar en artículo (Ferreira, 2016, s.p.):
«¿Por qué la clase media -con notables y escasas excepciones- odia tanto? ¿Odia a Lula, odia al PT, odia a los sindicatos, y odia a la izquierda (al confundirla todo con el PT)? El ejercicio de explicación no puede pasar por su discurso, que tal como en 1964, se fantasía de la lucha anticorrupción. Al final, la corrupción no nació con el PT, ni alcanzó su cumbre bajo los gobiernos del mismo. Las ollas que golpeaban contra la Dilma silenciaron incluso ante las sucesivas denuncias que alcanzan, como una estaca, el corazón del gobierno golpista, incluso la figura sombría que lo encabeza. Reina el silencio […]. Las castigadas ollas y los oídos sensibles agradecen, pero la democracia no. En realidad, esa cacerolazos es histórica. Si contamos sólo el período de redemocratización y sobre el tema de corrupción, donde estaban los batidores de ollas cuando el escándalo del contrabando de las piedras preciosas o de las concesiones de radios y TVs en el gobierno Sarney? ¿Dónde estaban cuando los jóvenes salían a las calles contra Collor? Cuando los trabajadores luchaban contra las privatizaciones tucanas, escandalosas y corruptas, que entregaron las riquezas nacionales a los piratas corporativos extranjeros que, en lugar de cañones, usaban monedas podridas y contactos privilegiados? ¿Dónde estaban en el escándalo del SIVAM? ¿Dónde estaban las ollas, que permanecieron incólumes, cuando en un golpe se cambiaban las reglas en medio del juego, con la compra de la enmienda de la reelección de FHC? ¿O en la maxidesvalorización, maxi-estelionato electoral? ¿O en el escándalo del BANESTADO? ¿Dónde estaba cuando del ‘Tremsalão’ o de la Mafia de la Merienda?
El odio selectivo necesita ser explicado. Y, esta explicación está en lo que es la actual clase media brasileña y su posición en la sociedad brasileña. […] Su posición se define fundamentalmente por su posición intermedia entre las clases extremas de la sociedad brasileña, estando comprimido entre una reducida burguesía monopólica de gran riqueza y altísima renta y una masa proletaria, subproletaria y lumpenproletaria, del campo y de las ciudades, completamente miserable. Pero, afirmar que están en una posición intermedia no significa que están equidistantes entre la cima y la base. No … […] la desigualdad brasileña es tan grande que la clase media, al no ver la elite arriba, se cree en la cima de la pirámide, se cree ella misma élite. Es el «síndrome de la Atlántica» [Avenida en Río de Janeiro en la zona noble de la ciudad] […,] la clase media ve como amenaza a sí misma cualquier amenaza a la élite. Como no puede diferenciarse más de las masas por la propiedad, la clase media pasa a diferenciarse, como forma de disminuir su miedo de la decadencia social, por el consumo. Ahí está la raíz de la «goumertización» de todo, del rechazo a viajar en aviones con sectores populares, y del odio elitista a la cultura popular. Ahí está el origen de su reaccionarismo feroz y de su rechazo a la democratización social. La clase media defenderá con uñas y dientes el orden que garantiza la desigualdad y las diferenciaciones. Ahí está la raíz del odio de la clase media.» [Traducción libre].
También engrosan esta base fascista los fieles seguidores de las sectas evangélicas fascistas, e incluso otros sectores populares, que ven erróneamente el PT como el único responsable de todos los males, desplazando su justo odio a los efectos que la larga hegemonía neoliberal produjo en el país, en contra de la izquierda, en contra de la sociabilidad moderna, en contra de los sectores progresistas. Es así que las masas oprimidas se convierten en seguidores de los opresores y pasan, pues desorganizadas como clase y organizadas en cuanto masa por el fascismo, a odiar a los demás oprimidos. La máscara progresista bajo la cual el país profundo y la reacción fueron escondidos en años recientes cayó y reveló la cara más abyecta fascista.
El proceso de fascistización que vemos estará en curso venciendo o siendo derrotado el candidato fascista. El resultado sólo definirá la forma de esa fascistización: en el primer caso, seguirá la vía italiana / alemana, en el segundo caso, la vía española / chilena. Lo que es cierto es que las expectativas de gran parte de la izquierda brasileña de revertir electoralmente el fascismo son vanas. Cuando el proceso de fascistización entra en curso, por más que se mantenga la forma democrática aparente, será sólo eso, apariencia. Lo que existe es de hecho una guerra civil. La tragedia brasileña es que, hasta ahora, sólo un lado entró en el campo para luchar: y no es el lado de los trabajadores y del progreso.
Carlos Serrano Ferreira es jefe del departamento de estudios latinoamericanos del Instituto para el Desarrollo Innovador (Институт Инновационного Развитияm de Moscú), vicecoordinador e investigador del Laboratorio de Estudios sobre Hegemonía y Contra-Hegemonía de la Universidad Federal de Río de Janeiro (LEHC – UFRJ) y doctorando en Ciencias Políticas en el Instituto de Ciencias Sociales y Políticas, Universidad de Lisboa (Portugal).
Dos Santos, Theotonio. Socialismo o fascismo. El nuevo carácter de la dependencia y el dilema latinoamericano. México, D.F.: Edicol, 1978.
Ferreira, Carlos Serrano. O ódio e a classe média. 2016. Disponível em: https://www.brasil247.com/
Mandel, Ernest. Sobre o fascismo. Lisboa: Antídoto, 1976.
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Schacht, Hjalmar. Setenta e seis anos de minha vida. São Paulo: Editora 34, 1999.
Villaverde Cabral, Manuel. O fascismo português em perspectiva comparada. Lisboa: A regra do Jogo Edições, 1982.
Fuente: https://rutakritica.org/2018/10/17/por-que-el-fascismo-crece-en-brasil/