El miércoles día 8 de junio, organizado conjuntamente con la Asociación de Críticos y Escritores Cinematográficos (sección de la FIPRESCI), la Muestra Internacional de Cine de Mujeres organizó una mesa redonda sobre el papel de las mujeres en la crítica y la información cinematográfica. El añadido información es significativo. En realidad, ninguna de las participantes […]
El miércoles día 8 de junio, organizado conjuntamente con la Asociación de Críticos y Escritores Cinematográficos (sección de la FIPRESCI), la Muestra Internacional de Cine de Mujeres organizó una mesa redonda sobre el papel de las mujeres en la crítica y la información cinematográfica. El añadido información es significativo. En realidad, ninguna de las participantes venía profesionalmente de la crítica, y si la hacían, era en poco por azar, como indicó Inma Merino, trabajadora del periódico El Punt Diari. Las mujeres forman parte de ese colectivo de colaboradores multi uso, que sirve igual para cubrir una noticia cultural que una campaña electoral, dijo Conxita Casanova, directora de un programa de cine en Radio Nacional de España.
Esta situación -característica de los países mediterráneos- es la inversa de los países del norte (y del este) de Europa y de Francia, según señaló Ruth Pombo, moderadora del debate. En Suecia, en Holanda, en Alemania, etcétera, el papel de las mujeres en la crítica cinematográfica es mayoritario, y la cuestión ni se plantea: «no es cuestión», como señalo Elisabet Cabeza, del periódico Avui.
En España, sin embargo, no hay mujeres directores de periódicos -pero sí directoras de revistas de cine: Fotogramas-, no hay mujeres en los comités de redacción, no hay ninguna mujer en las secciones de opinión (pues son consideradas una parte del poder), hay pocas mujeres en las reuniones de portada, hay pocas mujeres eligiendo las fotos, las mujeres son una ínfima minoría en el comité de críticos que participan en los premios Sant Jordi, etcétera. En el caso de Fotogramas, Eulalia Iglesias simple redactora, contó los problemas que se plantean cuando no hay una fotografía de una actriz en la portada: «esto es lo que hace aumentar las ventas». La relación entre el cine y la chica de portada no se planteó. Aparentemente, nadie sabía por qué no había feministas en la crítica cinematográfica.
Según las estadísticas, el espectador típico es un hombre de 18-35 años, generalmente solo. Podía uno extrañarse al ver la cara de las representantes en la mesa redonda. En general, habrían tendido a valorar su experiencia personal, y a juzgar la masiva presencia de mujeres en los cines que uno está acostumbrado a ir. Sólo que estas mujeres no son el espectador típico. Son las mujeres que van a ver películas en versión original, como las personas entendidas en cine. Pero éstas no son las masas de las que se ocupan las estadísticas. Éstas son estadísticamente irrelevantes. Nunca saldrán en los ranking de espectadores que semanalmente publican todos los medios.
El espectador medio es distinto, en cualquier caso, de nosotros y le gusta ver cosas distintas de nosotros. Sólo hay que echar una mirada a la cartelera: a los señores de los anillos, les siguen los Spiderman, las sagas de las galaxias, etcétera. Como dijo Esteve Riambau, hay que empezar a distinguir entre películas de personas y películas de otros bichos. Las películas de otros bichos son hoy mayoritarias. Nosotros hablamos de las otras, de las que hablan de seres humanos. Pero entonces se plantea un nubarrón cargado de presagios oscuros: ¿cuándo hablamos de cine de qué estamos hablando?
El cine nació como un espectáculo de hombres y para hombres, como una de las instituciones del patriarcado moderno, dijo Esteve Riambau. En el momento en que el cine se institucionaliza, hacia los años veinte, un departamento clave son los equipos de guionistas, constituidos básicamente por mujeres. En el instante clave, son mujeres las que tejen un entramado visual machista y misógino. Después de veinte años, los sesenta y setenta, en que el cine fue revolucionario como las sociedades que representaba, volvió paulatinamente a sus cauces: a instaurar el pensamiento único, que se traduce en las películas en el pensamiento ausente. En el caso concreto del cine de mujeres, hay una doble discriminación: una discriminación de género y una discriminación de mirada. Frente a una mirada única, el cine de mujeres propone una mirada diferente, una mirada resistente. Desde esta óptica, se formuló la pregunta de si la participación de mujeres en la crítica cinematográfica no será una forma de complicidad con el actual estado de cosas. Lo cual, dicho por un crítico con treinta años de experiencia, da la medida del actual desengaño y desapego respecto de lo que es el cine.
La cuestión de la complicidad planeó sobre la mesa, sin que nadie, a excepción de Inma Merino, se enfrentara al tema. Merino empezó recordando que la cine filia procede de una tradición masculina. Los históricos Cahiers du Cinéma eran un colectivo de hombros solos, y en sus críticas rezumaban el machismo e incluso la misoginia más absoluta. Defendió las formas de pensar y vivir sobre el cine, en plural. Constató la invisibilidad de las otras formas de hacer cine y argumentó la necesidad de encontrar espacios para poder hablar de esas formas de cine resistente al pensamiento único.
La Muestra de cine de mujeres, en palabras de su directora, Mercè Coll, es precisamente una forma de difundir esa mirada otra, que se ve afectada por la doble discriminación de genero y de mirada. La muestra empezó al día siguiente, con una multitudinaria proyección al aire libre con más de quinientas personas.