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¿Por qué los gobiernos dejan que los especuladores del mercado del petróleo arruinen a los ciudadanos?

Fuentes: Elconfidencial.com

La subida en paralelo del precio del oro y del barril de crudo ha despertado un cierto olor a otros tiempos. El oro, para algunos, sigue siendo aquel metal precioso por el que las naciones montaban guerras y ocupaban territorios. El petróleo, igualmente, tiene algo de colonial. Los principales yacimientos de crudo están en Oriente […]

La subida en paralelo del precio del oro y del barril de crudo ha despertado un cierto olor a otros tiempos. El oro, para algunos, sigue siendo aquel metal precioso por el que las naciones montaban guerras y ocupaban territorios. El petróleo, igualmente, tiene algo de colonial. Los principales yacimientos de crudo están en Oriente Medio, donde las metrópolis europeas se asentaron durante años, y en donde diseñaron una arquitectura territorial que es en buena medida el origen de los actuales problemas. Aunque el oro y el petróleo han seguido en los últimos 40 años trayectorias distintas, en los dos últimos años marcan caminos paralelos. ¿Simple casualidad o la respuesta lógica de un mundo globalizado en el que las materias primas cumplen un rol desconocido desde la mitad del Siglo XX en pleno desarrollismo de las economías industrializadas?

Ni una cosa ni la otra. El mundo no afronta en estos momentos ninguna moderna fiebre del oro, a no ser que los americanos -que son muy taimados- estén comprando lingotes a mansalva y a la chita callando para volver al patrón oro que liquidó Richard Nixon a principios de los setenta. Con sólo echar un vistazo a las estanterías que soportan los lingotes de oro que obran en poder del Banco de España -funcionales y sin ningún lustre- uno se da cuenta que el oro (aunque valga 600 dólares la onza) ha dejado de tener interés estratégico para las naciones. Aunque los bancos centrales atesoren un botín de 28.000 toneladas.

El que se haya colocado a precios máximos en 26 años es un simple reflejo de la inmensa liquidez con que cuentan en estos momentos los mercados financieros, que viven en el mejor de los mundos posibles gracias a unos tipos de interés reales históricamente bajos. Esa liquidez es la que está fomentando una extraordinaria especulación sobre el dorado metal. Si los hedge funds u otros instrumentos de inversión descubrieran que las piedras de los Monegros tienen algún valor, estoy convencido de que ya se habrían cerrado operaciones a precios altísimos. Y es que los mercados han decidido disparar contra todo lo que se mueve, sin ninguna lógica (bien es verdad que tampoco hay que esperar mucho de ellos en cuestiones de racionalidad económica).

Esos mismos especuladores -en el sentido más literal del término- son los que están azuzando el precio del crudo hasta situarlo por encima de los 70 dólares barril. Bien es cierto que en el caso del petróleo hay razones de índole estratégico que justifican su estratosférico precio (posible ataque a Irán o el impresionante crecimiento de la economía china: en torno al 10% desde hace muchos años). Pero eliminados estos factores, que tienen un peso evidente, la especulación explica en buena medida que un barril cueste más de 70 dólares.

A nadie se le escapa que la especulación es consustancial con los mercados -éstos no existirían si aquella no tuviera carta de naturaleza-, pero no es menos evidente que los gobiernos también tiene la obligación de intentar estabilizar los precios en aras, precisamente, de salvaguardar el libre juego de la oferta y la demanda. Ya nadie discute que haya organismos reguladores capaces de garantizar la transparencia y el buen gobierno en los mercados financieros, pero es curioso que cuando se trata de intervenir en mercados con un componente irracional, como es el del petróleo, las naciones miran para otro lado.

El que el precio del oro suba, pese a la pérdida de valor estratégico de este metal, puede calificarse como intranscendente para los ciudadanos. Los únicos que pueden arrojarse desde el puente de Londres son quienes compran y venden sin ninguna racionalidad. Pero que el crudo esté a 70 dólares sí deberían hacer reflexionar a los gobernantes, que para algo se les paga. No para mirar hacia otro lado como si nada pasara. Les sugiero dos vías de intervención. Una, ampliando los niveles de reservas estratégicas de los países, cuya función no debe ceñirse a capear de la mejor manera posible un hipotético embargo petrolífero. Las reservas deben utilizarse para estabilizar precios cuando fuera necesario. La otra vía es obligar a las petroleras a aumentar las reservas del petróleo refinado, lo que evitaría precios abusivos con los que habitualmente tienen que pagar para atender la demanda. Es decir, intervenir en el mercado para salvaguardarlo. Así de simple. Los ciudadanos se lo agradecerán.