«¿Cuál es la explicación lógica de la decisión de permitir a Chávez gobernar a través de decretos?» ¿Por qué esa «estrategia precipitada»? Como aparente apologista de la revolución bolivariana y residente en este país (o, digamos, un «intérprete in situ»), recibo preguntas como ésta muy regularmente de parte de amigos que no saben mucho sobre […]
«¿Cuál es la explicación lógica de la decisión de permitir a Chávez gobernar a través de decretos?» ¿Por qué esa «estrategia precipitada»? Como aparente apologista de la revolución bolivariana y residente en este país (o, digamos, un «intérprete in situ»), recibo preguntas como ésta muy regularmente de parte de amigos que no saben mucho sobre Venezuela, pero saben lo que no les gusta (proveniente de la lectura de la prensa capitalista que, como sabemos, es siempre ecuánime e imparcial). Por supuesto, en este aspecto no soy el único. Hay otros que reciben las mismas preguntas desde el exterior: ¿Cómo puede hacer esto Chávez? ¿Cómo puedes justificar esto? Por supuesto, la pregunta implícita siempre es: ¿cómo se puede continuar defendiendo la revolución cuando ÉL adopta este tipo de medidas? ¿Cómo se puede justificar el proceso ante los amigos (colegas)? Un partido único, gobernar por decretos; ¿no es éste el camino hacia el estalinismo y el Gulag?
Y como parte de la preocupación acerca de la idea de un partido unificado de la revolución se disipa con el énfasis que hace Chávez en la necesidad de construirlo desde abajo y hacer de él el partido más democrático de la historia de Venezuela, la atención se ha centrado ahora en su pedido a la Asamblea Nacional de una Ley Habilitante que le permita introducir leyes en áreas específicas directamente, en lugar de hacerlo a través de la Asamblea Nacional. Hay que recordarle a los amigos que la designación de dichos poderes especiales y temporales no es nada nuevo en la historia venezolana, que eso ocurrió antes de Chávez y que fueron utilizados también en su propia introducción de 49 leyes en 2001 (leyes sobre cooperativas, industria pesquera, impuesto a los hidrocarburos, etcétera), insisten en preguntar. Pero, ¿qué sentido tiene plantear eso ahora, cuando, gracias a la brillante maniobra de la oposición de boycotear las elecciones a la Asamblea Nacional (cuando se dieron cuenta que perderían abrumadamente), no hay oposición actual que demore las cosas en esa institución? ¿Cuál es el apuro, entonces?
Esta pregunta no sólo la hacen los observadores progresistas en el exterior, sino también sus homólogos entre los intelectuales venezolanos. Preguntan, ¿puede ser ésta una medida democrática?, ¿no refleja más bien el verticalismo de los militares en lugar de la democracia?, ¿el autoritarismo y el personalismo en lugar de las deliberaciones de la Asamblea Nacional? Esa es la cuestión planteada recientemente por una conocida académica venezolana, Margarita López Maya, quien afirmó que el ritmo de los procedimientos democráticos no es en absoluto el ritmo de las operaciones militares. Señaló que «no está claro si el socialismo chavista será democrático». Y no es extraño que éste haya sido el titular de la entrevista que le hiciera el diario opositor El Nacional.
Esta preocupación sobre el ritmo es una cuestión totalmente legítima desde el punto de vista de un intelectual tradicional. No hay duda que el ritmo puede ser el enemigo de los procesos democráticos. Pero éste no es el único punto de vista que debe ser tomado en cuenta.
Anoche cené con dos amigos (uno visitaba por primera vez a Venezuela), que habían pasado todo un día hablando con activistas de los consejos comunales en dos barrios de Caracas (uno de ellos extremamente pobre). Y me hablaban de la frustración y la rabia de muchos de ellos contra los funcionarios locales y ministeriales que estaban demorando el cambio, y de su identificación con la impaciencia de Chávez, en quien confiaban. Por supuesto, esto nos llevó a discutir sobre la Ley Habilitante y la entrevista de López Maya. «No -decían mis amigos-, la gente que vimos no estaba preocupaba para nada del tema; ellos coincidían con la necesidad de acelerar.» «¿Quieren decir (les pregunté) que la gente está apurada? Para mi sorpresa respondieron afirmativamente, y uno comentó que el pueblo está menos interesado en la democracia como proceso que en la democracia en la práctica.
No debería sorprender a nadie. Después de todo, en un país con una enorme deuda social, donde el pueblo tiene necesidades básicas de alcantarillado, electricidad, agua, trabajo, vivienda, etcétera, y donde está siendo impulsado a tomar las cosas en sus manos a través de los consejos comunales, cooperativas y otras formas de auto-actividad, y donde choca con las estructuras tradicionales de la burocracia, la corrupción y el clientelismo, en a todos los lugares donde llega ¿deberíamos sorprendernos que ese pueblo esté impaciente? ¿Deberíamos sorprendernos de cuán poca gente respondió al llamado de la oposición a manifestarse contra la Ley Habilitante? ¿Deberíamos sorprendernos de que el pueblo esté apurado?
La pregunta real que se necesita formular a los intelectuales venezolanos tradicionales y sus homólogos en el exterior es: ¿Por qué no estás tú apurado, camarada?