«Este septiembre se parece mucho al otoño de 1929», dice un artículo de opinión del Wall Street Journal del pasado sábado. Otras muchas publicaciones han hecho la misma comparación: Alternet planteaba: «¿Estamos al borde de una repetición?» El Daily Mail se preguntaba qué podemos aprender de los acontecimientos de 1929 que nos sirva para «evitar una Gran Depresión del siglo […]
«Este septiembre se parece mucho al otoño de 1929», dice un artículo de opinión del Wall Street Journal del pasado sábado. Otras muchas publicaciones han hecho la misma comparación: Alternet planteaba: «¿Estamos al borde de una repetición?» El Daily Mail se preguntaba qué podemos aprender de los acontecimientos de 1929 que nos sirva para «evitar una Gran Depresión del siglo XXI». Si las cosas están verdaderamente tan mal, ¿cómo es que no se habla de ejecutivos tirándose por la ventana?
Porque la situación actual no ha tenido ni mucho menos un efecto tan devastador en la economía doméstica de la gente. El Gran Crack de 1929 -y, en menor medida, el de 1987- sí llevó a algunos al suicidio. Pero, en casi todos los casos, el fallecido había sufrido grandes pérdidas con el colapso del mercado. Hoy, debido en gran parte a esas experiencias precedentes, los inversores tienden a diversificar mucho más sus carteras, para evitar así que una caída de la bolsa se lleve de un plumazo toda su fortuna. Además, algunas de las peores quiebras de la semana pasada han afectado sólo a un reducido número de empresas (como Lehman Bros., Morgan Stanley y Goldman Sachs), lo cual ha limitado aun más el potencial perjuicio para los inversores particulares.
Las leyendas de especuladores aterrados saltando al vacío forman ya parte de la tradición popular sobre la Gran Depresión. Sin embargo, y a pesar de que tirarse por un puente o por la ventana era la segunda forma más común de suicidio en Nueva York entre 1921 y 1931, la «epidemia de saltos suicidas debidos al crack» es tan sólo un mito. Entre el Jueves Negro y el final de 1929, sólo cuatro de los 100 suicidios y tentativas de suicidio registrados por el New York Times fueron saltos al vacío relacionados con la crisis, y sólo dos ocurrieron en Wall Street. (Hubo también algunos suicidios motivados por el crack que no consistieron en saltos fatales: los presidentes de County Trust Co. y Rochester Gas and Electric se suicidaron ambos, pero lo hicieron con un arma de fuego y con gas, respectivamente.)
La leyenda urbana sobre la ola de suicidios parece haber surgido casi instantáneamente. Al día siguiente del Jueves Negro, el New York Times informaba de que se estaban propagando muchos rumores «brutales y falsos» por todo el país, entre otros, que 11 especuladores se habían suicidado, y que se había formado un corro alrededor de un edificio de Wall Street porque la gente confundió a un operario con un especulador preparándose para saltar. Ese mismo día, Will Rogers bromeó diciendo que «había que hacer cola para conseguir una ventana por la que tirarse»; y Eddie Cantor difundió enseguida el chiste de que los recepcionistas de hotel preguntaban a los clientes si querían la habitación «para dormir o para tirarse». Para mediados de noviembre, el jefe de los médicos forenses de Nueva York intentó acabar con el rumor anunciando públicamente que, entre el 15 de octubre y el 13 de noviembre, había habido menos suicidios que en el mismo periodo del año anterior. (Hasta Winston Churchill -que era también un importante inversor en bolsa- puede haber contribuido a la difusión del rumor: estaba en Nueva York durante el crack y, en un artículo del Daily Telegraph de diciembre de 1929, afirmaba recordar cómo «un caballero había caído quince pisos quedando hecho trizas» tras arrojarse desde la ventana del hotel que estaba justo debajo de la suya.)
No obstante, los dos saltos suicidas que efectivamente sucedieron fueron lo bastante dramáticos como para alimentar el mito. El 5 de noviembre, Hulda Borowski, contable que llevaba 28 años trabajando en una agencia de corredores de bolsa de Wall Street, se tiró desde un edificio de 40 plantas. El 16 de noviembre, tres días después de que el mercado sufriera otra caída, G. E. Cutler, director de una empresa de productos agrícolas, se encaramó a la cornisa de la ventana del despacho de su abogado. El New York Times informó de que el letrado trató de tirar de un frenético Cutler hacia adentro, en vano:
Durante un instante, los dos hombres se separaron, y luego el Sr. Cutler se abalanzó por la ventana. El abogado lo sujetó por la cola del frac, pero se le escurrió. El cuerpo de Cutler se estrelló contra un automóvil con matrícula de Nueva Jersey aparcado junto a la confluencia de las calles Wall, Pearl y Beaver, y rebotó cayendo sobre el pavimento».
La semana siguiente al desplome bursátil de 1987, se registraron al menos dos suicidios relacionados con la crisis en Estados Unidos, pero ninguno consistió en tirarse por una ventana. (Uno de ellos fue un asesinato-suicidio, en el que un angustiado inversor mató en Miami a un ejecutivo de Merrill Lynch, suicidándose a continuación.) También se rumoreó que la Pacific Stock Exchange (Bolsa del Pacífico) había pedido a los agentes que vigilaban el puente Golden Gate de San Francisco que estuvieran alerta ante posibles suicidas, si bien la Bolsa negó tal extremo.