Lo recomiendan los médicos. Evitar los impulsos. Contar hasta veinte antes de decir nada. De tanto atenernos a seguir esta norma sucede que a veces uno se toma tanto tiempo para reaccionar que cuando nos disponemos a hacerlo ya ha perdido toda actualidad, y periodísticamente carece de sentido. Por ejemplo, entre las numerosas genialidades que […]
Lo recomiendan los médicos. Evitar los impulsos. Contar hasta veinte antes de decir nada. De tanto atenernos a seguir esta norma sucede que a veces uno se toma tanto tiempo para reaccionar que cuando nos disponemos a hacerlo ya ha perdido toda actualidad, y periodísticamente carece de sentido. Por ejemplo, entre las numerosas genialidades que se me escaparon en el 2009 figura aquella del responsable cultural del diario más leído de España, que mostraba su sorpresa por la ausencia de mordacidad crítica en la actual inteligencia española. Algo similar a encontrarnos a un director general del Ministerio de Economía interrogando a los parados sobre los males que aquejan a nuestra economía. Reconozcamos que en el fondo somos una media apenas equilibrada entre lo que queremos ser y lo que nos dejan. Ahí están nuestro valor y nuestras limitaciones. El resto es presunción o cinismo.
Algo parejo me ocurre con el cineasta Michael Moore y las reacciones de sus críticos españoles ante su último filme documental, Capitalismo, una historia de amor. Se le reprocha falta de equilibrio y ausencia de objetividad. También, que ha dejado de ser documentalista político para pasar a hacer «comedias negras» (sic). Incluso se le echa en cara su afán de protagonismo, lo que tratándose de un showman, es como aquel que se quejaba a Mozart por componer «demasiadas notas».
Sus intervenciones personales, en mi opinión brillantes y de eficacia incontestable, las califican de payasadas, y algunas, tal que la impagable con Charlton Heston, a propósito del libérrimo derecho a portar armas de fuego, la juzgan una crueldad ejercida sobre un anciano, y no como un ejercicio legítimo de mostrar a los espectadores la catadura del portavoz de la ley del Oeste.
Cuando se estrenó en el último festival de Venecia Capitalismo, una historia de amor, los medios de comunicación españoles, en su inmensa mayoría, se inclinaron por ningunear la película y detenerse en algo tan chusco que conviene pararse un momento para detallar los mecanismos del oficio periodístico. En la rueda de prensa un avispado no preguntó sobre el documental, una narración cinematográfica sobre los efectos de la crisis económica en Estados Unidos y su final en «golpe de estado financiero». No, eso carecía de interés. Haciendo el ademán de interrogar aprovechó para informar al mundo de que Michael Moore cobraba por las entrevistas. Para el ciudadano de a pie, un escándalo. ¡Un radical cobrando un buen pellizco por ser entrevistado!
Fue muy sencillo, bastó con replicar que no tenía ni idea, y que la campaña de promoción depende de la multinacional distribuidora, que cobra las entrevistas en numerario o en contraprestaciones publicitarias -cosa que por cierto nunca explicamos, por obvio, y también porque haría feo-. ¿Se imaginan un titular dedicado a Harrison Ford durante su paseo por Venecia para estrenar su última película, al que le pusiéramos un subtítulo: «Nos ha costado 6.000 dólares»?
El pasado mes de noviembre el inefable diario económico madrileño La Gaceta de los Negocios publicaba en primera página y a cuatro columnas, foto incluida: «Un alto dirigente de UGT cena en El Bulli a 300 euros el cubierto». El subtítulo no le iba a la zaga: «La central se manifestará el 12 de diciembre en contra de los empresarios y a favor de los derechos de los trabajadores». Ya lo saben los sindicalistas, a partir de ahora los periodistas de raza se atendrán al principio de que si te manifiestas quedan suspendidos los caprichos, aunque te lo pagues de tu bolsillo. Admitamos que las clases subalternas no disfrutan, trabajan. O como diría monseñor Munilla, obispo de San Sebastián, evitar el sufrimiento espiritual del materialismo.
Hay que volver a la tradición; los radicales deben comer el menú y los señores a la carta. Pero si te invitan, acepta orgulloso, que para eso nos portamos tan bien con ellos. Creo que nadie expresó tan plásticamente como El Roto la arrogancia del reaccionarismo hispano reciente: «Los sindicatos son un anacronismo, repetía machaconamente la marquesa a su caballo…».
Parece mentira que tengamos que volver a pejiguerías de este jaez, pero lo cierto es que lo novedoso en el pasado festival de Venecia fue hacer saber a la gente que Michael Moore cobraba por las entrevistas y no que había presentado un filme demoledor sobre la otra cara de Norteamérica; los efectos de la gran estafa financiera y sus consecuencias. Algo de admirar entre nosotros por muchas razones. La primera y principal, la envidia profesional, por vivir en una sociedad que se deja retratar con la rotundidad, la frescura y la ironía que desprende Capitalismo, una historia de amor. Porque nosotros sufrimos, a nuestra pequeña escala, todas y cada una de las situaciones que documenta Michael Moore, pero jamás conseguiríamos financiación, ni recursos, ni la acumulación de valentías necesarias para llevar a cabo una obra parecida. Impensable entre nosotros. ¿Una cuestión de talento? Es posible. ¿Un tema de infraestructura democrática? Seguro.
Es un reto conseguir en un documental narrar de manera expresiva, eficaz, el fin del sueño americano; ese final de ciclo en el que estamos metidos sin remisión, y que empezó con los gozos de Ronald Reagan y llegó a su punto más bajo con el presidente más estúpido de la historia de los Estados Unidos, George Bush júnior. Y hacerlo con sentimiento y con gracia, llegando al corazón y a la cabeza. No he visto todo el cine de Moore, pero de las tres o cuatro que conozco esta es la que considero mejor ritmada y con mayor inteligencia narrativa, con un dominio de la visualización del espectador que literalmente le engancha, le guste o no lo que está viendo. Y por encima de todo, un auténtico prodigio de montaje. Superior, en mi opinión, a Farenheit 9/11, que le valió el máximo galardón en Cannes del 2004.
¿Que no le agrada a usted lo que cuenta? ¿Que es demagogia? Explíqueme por qué. ¿Acaso no es verdad la expulsión de los propietarios de sus viviendas hasta el punto de cambiar el paisaje de algunas ciudades? Como nosotros. ¿Y los buitres de las hipotecas? Nosotros no conseguiríamos encontrar a alguien con el valor necesario para explicar su negocio carroñero ante la cámara. Eso es Norteamérica. En nuestro caso habría que meterse con subterfugios en los consejos de administración, y al final entre jueces y abogados te obligarían a comerte la grabación. ¿Y los pilotos de avión con salarios mileuristas? Aún no salgo de mi asombro. Ya sabíamos que se había producido algo parecido a un golpe de estado financiero, el que proveyó de 700.000 millones de dólares a los banqueros para que siguieran igual, pero nadie había osado contárnoslo tan cerca del oído. ¿O no fue así, y se lo inventó Michael Moore? Explíquemelo entonces, que llevo meses ansiando conocerlo.
Tiene su gracia ver a los acomodadores del circo mediático llamando payaso al que les muestra en su disfraz de sirvientes del mercado. Quizá les da vergüenza que les hayan pillado en su año malo y desnudos, haciendo esas cosas que confirman la vieja parábola de Bertolt Brecht sobre los grados de responsabilidad delictiva que tiene crear un banco o atracarlo. O lo que es lo mismo, ser implacables con los clientes y benévolos con ellos mismos. Nuestro estómago está tan estragado de comulgar con ruedas de molino que llamamos esquemático a mostrarnos las cosas sin la corrección política, esa camisa de fuerza voluntaria para majaderos felices. Nuestro hígado está tan trabajado que denostamos como panfletario lo obvio. ¿Panfleto? Caballero, disculpe la impertinencia, ¿cuándo vio o leyó usted el último panfleto? Confiéselo y empezaremos a hablar de las mismas cosas con el mismo lenguaje. Siempre hay unos peldaños que subir para poder mirar con cierta perspectiva las cosas que nos suceden. Por ejemplo, si yo tuviera que decirle a Michael Moore en qué se ha equivocado, desde la perspectiva de un español, le diría que en el título. En España la palabra capitalismo no está bien vista. ¿Verdad que es para desternillarse de risa?