El mundo fue testigo de un terrible ataque contra nuestro país el 11 de septiembre de 2001, el cual se cobró miles de vidas y cambió para siempre la de millones de personas. Los acontecimientos de ese día modificaron de forma fundamental la forma en que vemos la seguridad nacional norteamericana. Pero la decisión de sumir a Estados Unidos en un estado de guerra perpetua se tomó precipitadamente, sin el debate que exigía una decisión tan trascendental.
Veinte años después, los Estados Unidos y el mundo están mucho peor a causa de esta incapacidad de liderazgo. Ya es hora de pasar página en dos décadas de guerra interminable con una misión vaga y siempre cambiante. Si bien esto ha de comenzar con la eliminación de las autorizaciones de 2001 y 2002 para el uso de la fuerza militar en los textos legales, también precisará de cambios decisivos en nuestros procesos de decisión de política exterior y de asignación de recursos.
Poco después de los atentados, el presidente Bush envió al Congreso un cheque en blanco de 60 palabras que le concedía a él o a cualquier otro presidente autoridad para hacer la guerra contra los enemigos que eligieran. Se trataba de una resolución de gran alcance, conocida como autorización para el uso de la fuerza militar de 2001, o AUMF de 2001. Fui el único voto en el Congreso en contra de la autorización, pues temía que fuese demasiado amplia, al otorgar al presidente poder sin fin para recurrir a la fuerza militar en cualquier lugar en contra de cualquiera.