Desde finales de los años setenta y principios de los ochenta, hemos visto en la gran mayoría de países capitalistas avanzados la implementación de políticas liberales en todas las esferas públicas (tanto económicas y sociales, como fiscales) de la sociedad. En todas ellas, el supuesto ideológico que sustentaba tales políticas era la creencia de que […]
Desde finales de los años setenta y principios de los ochenta, hemos visto en la gran mayoría de países capitalistas avanzados la implementación de políticas liberales en todas las esferas públicas (tanto económicas y sociales, como fiscales) de la sociedad. En todas ellas, el supuesto ideológico que sustentaba tales políticas era la creencia de que el sector público debía reducirse con el fin de liberar el carácter emprendedor del mundo empresarial, eliminando las trabas que las intervenciones públicas ponían a su desarrollo. Como había dicho el Presidente Reagan, el gran gurú del movimiento liberal, «el estado no es la solución, sino el problema». Con pequeñas variaciones, este slogan se reprodujo con el Presidente Bush padre, el Presidente Clinton, y el Presidente Bush hijo. Y en Europa, se reprodujo, no sólo por las derechas, sino también por gran número de partidos gobernantes de centroizquierda, que incluía desde Blair hasta Schroeder. Uno de los centros intelectuales más importantes en la promoción de esta filosofía era Demos, un centro próximo al gobierno Blair, considerado como el Vaticano intelectual de la Tercera Vía. Era casi imposible atender reuniones patrocinadas por tales gobiernos de centroizquierda o de sus partidos, sin estar expuestos a documentos producidos por tal centro, distribuidos ampliamente por los organizadores de tales encuentros. Demos se convirtió en el centro de referencia más importante de este pensamiento liberal en su versión de centroizquierda. Sus trabajos, junto con los trabajos del sociólogo Anthony Giddens, fueron determinantes para promover lo que pasó a llamarse el socioliberalismo, es decir, el liberalismo con una dimensión social.
La dimensión social de esta nueva versión supuso, sin embargo, una ruptura con la visión socialdemócrata que se había caracterizado por enfatizar la universalización de los derechos sociales y laborales, incorporándolos en el concepto de ciudadanía. La socialdemocracia había enfatizado siempre, desde sus orígenes, tal universalización de derechos, y para conseguirla había promovido políticas redistributivas. En este proyecto, el estado tenía una función redistributiva y su política fiscal y de gasto público tenían esta función: redistribuir los recursos y disminuir la polarización social, guiando las políticas sociales bajo aquel espléndido principio de que «a cada uno según sus necesidades, y de cada uno según sus habilidades». De ahí que la progresividad fiscal era el signo de identidad de la socialdemocracia (y de todos aquellos otros partidos, se llamaran como se llamaran: comunistas, laboristas, socialistas, etc. que, independientemente de su narrativa, hacían lo mismo cuando gobernaban, es decir, universalizar los derechos a base de políticas redistributivas).
La Tercera Vía, o socioliberalismo, rompió con ello. La palabra «redistribución» apenas aparece en los textos de Demos o en los escritos de Giddens. En su lugar apareció el concepto de «igualdad de oportunidades», enfatizando la necesidad de que el Estado (llamado Estado facilitador en lugar de Estado redistribuidor) garantizara que todo ciudadano pudiera alcanzar los niveles de desarrollo que su propio mérito le permitiera. Era, en realidad, la americanización del discurso político de los partidos socialdemócratas europeos. De hecho, el Partido Demócrata de EEUU se convirtió en el punto de referencia de muchos de aquellos partidos. Anthony Giddens incluso se refirió a tal Partido como el partido de izquierdas más importante del mundo. Y el partido más grande de la izquierda europea, el Partido Comunista italiano, se recicló y pasó a llamarse el Partido Democrático, refiriéndose explícitamente al partido estadounidense como modelo para su nuevo partido.
En este nuevo proyecto político intelectual se asumía que esta igualdad de oportunidades podría conseguirse sin una redistribución previa de los recursos. Dicha igualdad de oportunidades podía conseguirse -decían los arquitectos de tal pensamiento- a base de ayudas a los desfavorecidos, tales como becas de estudios y otras intervenciones anti-pobreza y anti-exclusión social. El objetivo era crear sociedades en las que la mayoría de la ciudadanía pertenecieran a las clases medias, habiendo desaparecido en la práctica las clases sociales. Hablar de clases sociales o lucha de clases era arriesgarse a ser definido como anticuado y poco moderno, marginado en una cuarentena que evitara la contaminación al resto de ciudadanos.
LA SISTUACIÓN EN ESPAÑA
Tal visión socioliberal¬¬¬¬¬¬¬¬¬ apareció también en la corriente Nueva Vía que lideró el candidato Zapatero. Economistas influyentes en tal vía escribieron libros sobre el futuro del socialismo, en los que se subrayaba la necesidad de disminuir las expectativas populares hacia el estado. Tenía que romperse -decían tales autores- con la actitud tradicional en la socialdemocracia, que exigía un mayor protagonismo del sector público, con aumento de los impuestos y del gasto público. Estas ideas debían abandonarse, creándose una nueva cultura, o nueva vía, en la que bajar impuestos era también una señal de identidad del socialismo, todo ello dicho y subrayado en el país de la UE que tenía (y continúa teniendo) la menor carga fiscal y menor gasto público (incluyendo gasto público social) de la Unión Europea. De esta manera, las políticas fiscales del Sr. Rato y del Sr. Solbes, apenas de diferenciaron: su objetivo era bajar el mayor número posible de impuestos. Esta disminución (iniciada ya en el año 1993, pero acentuada de forma muy marcada a partir de 1996) fue acompañada con un aumento de su regresividad, causa de que las rentas del capital y de las clases pudientes alcanzaran niveles sin precedentes (Ver «Las consecuencias de la regresividad fiscal», Público, 03.09.09). En realidad, la polarización de las rentas en España y en Europa ha alcanzado niveles sin precedentes. Nunca antes los ricos habían ganado tanto dinero. Éstos, en su búsqueda por conseguir la máxima rentabilidad en sus inversiones, invirtieron en actividades especulativas -como las inmobiliarias- que guiaron el desarrollo capitalista en los últimos quince años, iniciadas por el gobierno conservador liberal y continuadas por el gobierno socialista.
Este punto merece repetirse porque no se ha informado suficientemente de que la causa de la crisis económica y financiera actual ha sido precisamente la polarización de las rentas, facilitada por las políticas fiscales regresivas llevadas a cabo por la mayoría de los gobiernos europeos y de EE.UU durante el periodo neoliberal. Ha sido el liberalismo (incluyendo su versión socioliberal) el que nos ha llevado a la Gran Recesión. La exuberancia de las rentas del capital a costa del descenso de las rentas del trabajo (éstas últimas habiendo disminuido de una manera muy marcada en la mayoría de países de la UE), ha sido la causa de que tengamos un capitalismo que ha dejado de ser un capitalismo productivo (al no haber suficiente demanda de productos como consecuencia del descenso de las rentas del trabajo) para pasar a ser un capitalismo de casino, basado en la especulación. De ahí que no sea posible salir de la crisis que estamos viviendo sin una corrección muy acentuada de la polarización de las rentas en los países de la UE (incluyendo España). Fueron las políticas redistributivas del New Deal en EEUU las que sacaron al mundo de la Gran Depresión, y son las únicas que sacarán al mundo de la Gran Recesión.
Parece que ahora hay conciencia de ello a los dos lados del Atlántico, pues muchos gobiernos están aumentando los impuestos a los ricos. Pero la enorme timidez con la que los gobiernos europeos, incluyendo el español, están intentando reducir esta polarización de rentas, aumentando los impuestos de los grupos más pudientes y de las rentas del capital, es insuficiente. En España, las propuestas de reforma fiscal son excesivamente moderadas y tienen el problema añadido de que el gobierno las justifica como necesarias para reducir el déficit del estado, convirtiendo una política pública de clara orientación redistributiva en una medida meramente de buena gestión pública. Lo que el gobierno olvida es que para la gente normal y corriente -las bases electorales de las izquierdas- la reducción del déficit del estado es un tema que les importa poco. «Reducir el déficit» es una categoría genérica que no mueve a las bases electorales de las izquierdas. Lo que les importa más (el 78% de la población considera que las desigualdades en España son demasiado grandes) es que la distancia entre lo que son y lo que tienen ellos -la mayoría de la población- y los ricos, es demasiado elevada. Perciben, con razón, que la igualdad de oportunidades en este contexto no es realizable. Y de ahí su protesta.
Una última observación. Demos, por fin, mostró sus colores reales. Según el semanario de izquierdas británico, The New Stateman, el director de Demos, Richard Reeves, ha pedido el apoyo electoral al Partido Conservador británico (10 agosto 2009). Ya era hora de que lo hiciera para clarificar la situación. Hay que aplaudir su coherencia (que algunos llaman mero oportunismo), pero hay que decirles a los que se inspiraron en ellas dentro de las centroizquierdas españolas que sean más coherentes y dejen de inspirarse en Demos o que cambien de partido y se vayan a lo que llaman centro, el término que las derechas escogen para autodefinirse como consecuencia de la impopularidad que éstas tienen en España.