Como en los años 30 pero en una escala muy superior, mientras las grandes potencias preparan guerras que podrían llevar al fin de la civilización, en los países dependientes triunfan las dictaduras. El capitalismo en crisis salió de la guerra malherido pero entre el stalinismo y la socialdemocracia lo reconstruyeron y ahora vuelve en otro […]
Como en los años 30 pero en una escala muy superior, mientras las grandes potencias preparan guerras que podrían llevar al fin de la civilización, en los países dependientes triunfan las dictaduras. El capitalismo en crisis salió de la guerra malherido pero entre el stalinismo y la socialdemocracia lo reconstruyeron y ahora vuelve en otro nivel de la espiral al punto en que ese proceso fue interrumpido por la guerra.
Desde mediados de los 30 vivimos en la barbarie (nazismo, stalinismo, goulags soviéticos y campos de concentración nazis, guerra mundial, Hiroshima y Nagasaki, guerra de Corea donde se discutió si se utilizaba o no el arma nuclear, atrocidades sin fin en Vietnam, masacres de Ruanda y Burundi, apartheid israelí en Palestina, por nombrar sólo algunas manifestaciones de la misma). La elección presidencial brasileña se hace sobre este trasfondo.
El fascista Bolsonaro prácticamente ya es presidente porque es casi imposible que Haddad (de centroizquierda) consiga suficientes votos de los otros candidatos vencidos. Incluso en el caso de un milagro producido por la abstención de una parte de los electores de Bolsonaro que sólo deseaban protestar contra la corrupción, mantenida y fomentada por el PT, cuyos dirigentes, como Dilma Rousseff o el senador Suplicy, fueron repudiados por las urnas, Haddad ganaría por una mínima diferencia y esa victoria sería desconocida por Bolsonaro y por las fuerzas armadas que están detrás de éste.
Para que el fascista logre el 46 por ciento tiene que haber sido votado por millones de negros y de mujeres; el resultado demuestra además el odio a todos los partidos y particularmente al PT, transformado, desprestigiado y prostituido por su dirección burguesa «progresista» durante muchos años.
Su victoria es también fruto del deseo de orden de la población brasileña, duramente golpeada por la delincuencia y la inseguridad, que la llevó a añorar y desear la aplicación de los métodos de la dictadura miltar. Gramsci llamó Orden Nuevo (Ordine Nuovo) al periódico de los socialistas revolucionarios para insistir en que el orden de las prisiones y cementerios que exigían los fascistas no era el único posible. México, al votar por López Obrador, dio un cauce positivo a ese deseo de orden y renovación que en Brasil, Colombia, Argentina, Nicaragua y en Europa tiene en cambio manifestaciones clerical-fascista y racistas y en FRani llevó al gobierno de Macron, ese Bonapartito de pacotilla.
La mayoría de los votantes brasileños, nos guste o no, eligieron la vuelta de los militares con un fascismo que será aún más duro debido a la gran crisis económica actual (y a la que vendrá en los años siguientes).
El PT, partido burgués por su política y su dirección pero con base popular, no podrá revivir en lo inmediato porque es sólo una máquina electoral muy maltrecha, no tiene utopías, mística, no despierta esperanzas y en cambio tiene la imagen de la corrupción de un régimen que se pudre pero que debe ser enterrado. En cuanto a los partidos escindidos del PT por la izquierda, sumando sus votos, apenas alcanzan al uno por ciento del electorado y no tienen ninguna raíz popular.
La lucha por el socialismo debe recomenzar de cero. En lo inmediato, de la defensa de la democracia votando por Haddad sin ninguna confianza pero para impedir que Bolsonaro, como Mussolini e Hitler, llegue al gobierno por la vía legal y con mayoría.
Pero el terreno de la reconstrucción de una izquierda no es el electoral sino el social. Como Anteo, ella debe retomar contacto con la tierra, o sea con la realidad del combate contra el racismo en los barrios discutiendo y formando grupos de autodefensa, contra el feminicidio, organizando grupos de mujeres. Debe también combatir la alienación religiosa del evangelismo mediante una lucha por mejoras sociales y salariales inmediatas y por la ocupación y tierras para trabajar, además de la creación de casas de cultura en los barrios, porque «los locos no comen vidrio» e incluso los dementes religiosos saben cuáles son sus necesidades y, aunque les piden soluciones a sus «paes de santos» y pastores-estafadores, también buscan soluciones terrenales.
La izquierda revolucionaria debe prepararse para la clandestinidad pero, ahora, organizar y crear puntos de apoyo y resistencia en los sectores populares y en el estudiantado. Debe también revisar su policía y su concepción del partido, que es sectaria e inadecuada y no le permitió luchar en el PT para politizar y organizar al menos una parte de sus bases.
No hay tiempo que perder. Se acerca el tiempo del acero, que podría ser también el del cambio social que salve a la Humanidad.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.