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¿Por qué volvió a ganar el chavismo?

Fuentes: nuso.org

El pasado domingo 15 de octubre fue un día muy especial en Venezuela. Contra casi todos los pronósticos, el oficialista Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) obtuvo un triunfo holgado en las elecciones para gobernadores y dejó a la oposición contra las cuerdas. En el medio de la crisis económica más fuerte en la historia […]

El pasado domingo 15 de octubre fue un día muy especial en Venezuela. Contra casi todos los pronósticos, el oficialista Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) obtuvo un triunfo holgado en las elecciones para gobernadores y dejó a la oposición contra las cuerdas. En el medio de la crisis económica más fuerte en la historia moderna del país, el gobierno pudo asestar un duro golpe a la moral de la oposición que aseguraba representar al 85% del electorado y obtuvo 18 de las 23 gobernaciones en juego. Completamente atónitos, gobiernos de Estados Unidos, España, Argentina y de otros países hostiles al chavismo, declararon írrita la elección y victimizaron a los vencidos. Cabría preguntarse cómo, por qué y cuándo se gestó una derrota tan inesperada por la «comunidad internacional» antichavista y cuáles son las perspectivas para un futuro inmediato que se torna aciago para quienes enfrentan al gobierno.

La olímpica negación estatal de la peor crisis económica de la historia

Toda oposición en el mundo soñaría competir en unas elecciones contra un gobierno cuyos resultados económicos son tan catastróficos. Desde el gobierno se niega la crisis y se insiste en ver todo lo que ocurre como una serie de conspiraciones para sabotear al gobierno que lucha contra una «guerra económica» mundial. Sus voceros ideológicos dicen (textualmente): «Repetimos: no estamos ante una crisis económica«.

Desgraciadamente para quienes vivimos en Venezuela, es menester decir que por cuarto año consecutivo el país presentará la inflación (aún no publicada, pero estimada en cerca de 400% para la mitad del año 2017) más alta del mundo (en 2015 fue oficialmente de 181% y en 2016 se estimó en 274%). El déficit fiscal es de dos dígitos (por sexto año consecutivo), el riesgo país elaborado por JP Morgan es el más alto del globo (3.193 puntos), la cantidad de reservas internacionales es más baja de los últimos 20 años y asistimos a una tremebunda escasez de toda clase de bienes y servicios esenciales (alimentos y medicinas). Los cálculos más moderados afirman que desde 2008 hasta 2016 hay una caída acumulada del PIB del 15,4%. La caída del año 2012 hasta el 2016 es de 20,2 %. Las estimaciones más conservadoras nos llevan a pensar que el PIB Per cápita para 2017 será tan bajo como el de 1961. Los números son tan negativamente abrumadores que el gobierno se ha negado a publicarlos desde el tercer trimestre de 2015. La economía de Venezuela jamás en su historia ha descendido por más de dos años consecutivos; a la fecha, con toda seguridad tendremos 4 años de decrecimiento.

Elecciones sorpresivas en una economía arruinada

Las elecciones realizadas hace pocos días debían realizarse -según la Constitución- en diciembre de 2016. Y su aplazamiento generó fuertes críticas de la oposición. Finalmente, hace unos meses el Consejo Nacional Electoral (CNE) anunció que las elecciones se realizarían en diciembre de 2017 y que el 30 de julio se celebrarían elecciones para una Asamblea Nacional Constituyente (ANC). Estas últimas se realizaron contra viento y marea y ante la negativa de la oposición a participar, el gobierno tuvo una plácida victoria en lo que se parecía más a una elección interna del Gran Polo Patriótico (GPP), en el poder, que a una elección general.

La ANC, o como la apodan los chavistas amigos del Western, la peacemaker, vino a derrotar por completo al movimiento insurreccional opositor, que estuvo casi 4 meses en las calles intentando derrocar al presidente Nicolás Maduro con toda clase de estrategias, por momentos similares a las de la Primavera Árabe y a las «revoluciones de colores». Las movilizaciones masivas y pacíficas concluyeron en una suerte de aventura golpista de un sector de la oposición que contó con descarado financiamiento desde EEUU y Colombia, y que acabó en una derrota trascendental que vació las calles de Caracas.

Fue así que con la ANC en las mieles del triunfo, pese a los cuestionamientos a su elección, el gobierno decidió adelantar las elecciones regionales originalmente postergadas en aras de mantener la llama viva del chavismo de base que apoya incondicionalmente a un gobierno que lo considera suyo.

El Consejo Nacional Electoral (CNE), ni corto ni perezoso, procedió al adelantamiento electoral con una celeridad que contrastaba con el tiempo que se tomó para evaluar las firmas entregas por la oposición en 2016. A la carrera, el CNE procedió a organizar las elecciones y aprovechar el momentum político de auge del gobierno. En tales circunstancias, la campaña electoral en sí misma duró alrededor de dos semanas y a la oposición en bloque no le quedó otra que asistir a los comicios y organizar unas apresuradas elecciones primarias para elegir a sus candidatos.

Creyéndose las propagandas que ellos mismos construyen y a los encuestadores que ellos mismos pagan, la Mesa de Unidad Democrática (MUD) pronosticaba obtener el 90% de las gobernaciones, aun cuando denunciaban el ventajismo y el uso obsceno (diríase, pornográfico) de los recursos del Estado por parte del PSUV. Con una soberbia a toda prueba, desdeñaron entonces las herramientas fundamentales del gobierno, una tríada compuesta por:

1. La engrasada maquinaria electoral del PSUV en franco maridaje con la distribución de prebendas clientelares

2. La aceitadísima maquinita de imprimir dinero inorgánico (el aumento en la base monetaria emitida por Banco Central de Venezuela (BCV) para el período 1999- junio de 2017 fue del 331.131,39%, es decir, un aumento de más de 3.311 veces)

3. La postergación del ajuste macroeconómico y el mantenimiento de subsidios del 99,99 % al precio de la gasolina, transporte, agua etc. que hoy son casi gratuitos (un huevo equivale a tres o cuatro tanques de gasolina de un auto particular).

Esa tríada ha sido perfeccionada por el gobierno y ha mutado en una descomunal forma de biocontrol. Esa forma de control del metabolismo social se demuestra particularmente potente en las regiones donde el Estado es la única fuente de empleo e ingresos y hay muy pocas empresas privadas. En circunstancias en las cuales miles de personas sufren de una penosa inanición, las políticas descritas en la triada son especialmente efectivas. Sin necesidad de extorsionar o chantajear a la población más empobrecida, la expansión del gasto público clientelar funge como un igualador social muy eficaz y muestra un camino de ascenso social vertiginoso a quienes tan siquiera administren alguna micro dádiva que el gobierno suelta, a través de las mil y un formas de clientelismo popular que ha diseñado con esmero y detalle.

Poco atenta ante lo evidente, la oposición se sentía excesivamente confiada y se limitó a hacer una propaganda electoral mediocre y aburrida. Los resultados la abofetearon con singular virulencia.

Sorpresas

La noche del día 15 de octubre vino con una sorpresa. El mapa del país se tiñó de rojo, el gobierno ganó 18 de 23 gobernaciones (con 54% del voto nacional y una participación record del 61% del padrón electoral) y la MUD lució acéfala, sin liderazgo y completamente abrumada por una realidad que se niega a reconocer.

Aun cuando la oposición se cansó de denunciar el ventajismo en el uso de recursos del Estado para hacer campaña, se quejó de las inhabilitaciones políticas a varios de sus partidarios, protestó porque el CNE recortó los plazos para hacer sustituciones de candidatos (impidiéndoles borrar a quienes habían perdido las primarias), reclamó por reubicación de centros electorales (715.502 ciudadanos fueron afectados por el proceso de reubicación), tenía la certeza del triunfo, más allá de toda evidencia empírica.

El mismo 15 de octubre la MUD denunció que algunos colectivos chavistasagredieron a votantes con «aspecto de opositores» en zonas de mediano y alto poder adquisitivo y que hubo amedrentamiento en unos centros de votación. Sin embargo, a ningún opositor se le ocurrió que perderían de esa forma. La derrota metió a la oposición en un laberinto y la supuesta desaparición del voto chavista devenía en un espejismo. Además evidenció como falsa la creencia de que la mencionada triada que sostiene al gobierno era inefectiva.

El primer instinto fue cantar «fraude», decir que habían ganado al menos 15 gobernaciones y que el gobierno se las había «robado», a pesar de las 14 auditorías (el venezolano es el sistema electoral más auditado del mundo) en las que ellos participaron activamente; a pesar de que sus testigos de mesa estuvieron en todo el proceso y a pesar de que el proceso es uno de los pocos en donde se abren las cajas de votación al final del día y se hace una auditoría en caliente. En el país no hubo una sola denuncia de disparidad entre el conteo manual y el que ofrecieron la máquinas de voto electrónico (con respaldo en papel). La elección fue acompañada incluso por 1.300 observadores internacionales de diversas tendencias. Ninguno hizo denuncias.

Los resultados fueron generalmente abiertos a favor de los candidatos del chavismo por 6, 10 y hasta 30 puntos de ventaja, y en los sitios en que ganó la oposición la lucha tampoco fue cerrada. La única sombra posterior a la votación fue el retraso en la proclamación del candidato oficialista en el estado Bolívar, donde se encuentra el arco minero. Allí, el candidato MUD dijo que le hicieron fraude y que la totalización no coincidía con las actas que él tiene. Esa sola gobernación va a ser sometida a un escrutinio más profundo.

La tríada oficialista

Como lo hemos afirmado, la oposición parece haber actuado de espaldas a la situación concreta del país. Obviando el enorme poder político que puede desplegar la tríada oficialista, pensó en derrotar fácilmente al gobierno y se ha estrellado con un muro. De manera dramática, ha recogido los frutos de las desastrosas aventuras golpistas llamadas: «guarimbas+trancazos», suerte de cortes de ruta que incluyeron armas, linchamientos y agresiones de todo tipo a personas que son (o parecen fenotípicamente) chavistas. Esa oleada destructiva que secuestró por meses a miles de personas en urbanizaciones tapiadas con escombros y basura fue un factor importante en la disminución del voto opositor. Los saqueos y el vandalismo fueron vistos con horror incluso por opositores que los sufrieron. Los ataques a individuos y a la pequeña propiedad privada perpetrados incluso por personeros del hampa común pagados para sembrar el terror en las calles, se revirtieron como políticas nefastas a los dos principales partidos que las protagonizaron: Voluntad Popular y Primero Justicia. Estos hechos, junto con la dura represión estatal, causaron 140 muertes y centenares de heridos.

El partido que representa a la socialdemocracia y que tomó una actitud generalmente distante ante la anarquía virulenta de las «guarimbas»: Acción Democrática (AD), fue el gran ganador dentro de la debacle al ganar 4 de las cinco gobernaciones que cayeron en manos de la oposición en una elección en la que la abstención de parte de la oposición mejoró las posibilidades de los candidatos del PSUV.

Aprovechando este tren electoral de triunfos, el chavismo evalúa ahora adelantar la elección para alcaldías para diciembre de este año. También comenzó a barajar el plan de adelantar las elecciones presidenciales, que debían realizarse a fines de 2018, para el mes de marzo. De insistir en los errores del pasado, la soberbia y el irrespeto a las bases chavistas, y de continuar subestimando en la práctica el populismo clientelar en la base más empobrecida, la oposición puede perder nuevamente las elecciones y sus posibilidades de sacar del poder al chavismo serán aún menores.

Fuente: http://nuso.org/articulo/por-que-volvio-ganar-el-chavismo/