«Si queremos aprender de ello, la solución es no repetir los errores del pasado». Leyendo la anterior sentencia podríamos pensar inmediatamente que la misma es propia de un conocido principio filosófico, o de un general invencible en alguna memorable batalla. Sin embargo, la frase está pronunciada por Ángela Merkel, la canciller de Alemania, aunque no […]
«Si queremos aprender de ello, la solución es no repetir los errores del pasado». Leyendo la anterior sentencia podríamos pensar inmediatamente que la misma es propia de un conocido principio filosófico, o de un general invencible en alguna memorable batalla. Sin embargo, la frase está pronunciada por Ángela Merkel, la canciller de Alemania, aunque no se debería descartar que no sea propia. También podríamos ilusionarnos y pensar que nuestros gobernantes realmente pretenden dar definir una alternativa al sistema tras la grave crisis que lo cuestiona.
Pero, la realidad es diferente. En un análisis sencillo, ¿alguien concluiría que nuestros gobernantes aprenden y no repiten errores?. Podemos hablar de más de tres décadas de neoliberalismo, de aplicación de medidas de ajuste estructural, de liberalización absoluta de los mercados, de destrucción creciente del planeta y de su biodiversidad. Como resultado de ello este sistema desemboca en una profunda crisis estructural que le aboca al hundimiento de gran parte de su estructura económica y financiera, además de ser éstas propiamente las principales culpables de esa crisis. El «raciocinio» parece ser que dicta a los gobernantes del llamado mundo rico que la solución era trasvasar miles de millones de euros a esas instancias financieras privadas desde las arcas públicas. Precisamente, aquellos que durante décadas sostuvieron la reducción progresiva del papel del estado y su no interferencia en los mercados, ahora reclaman y obtienen enormes cantidades de dinero público para «salvar» el sistema y los gobernantes no hacen sino posibilitar esta vía.
Sin embargo, ese regalo de dinero no sirve porque la crisis no es coyuntural sino que se hunde en las mismas raíces del modelo de desarrollo. No solo no se sanea el mercado financiero, sino que, correlativamente, la crisis va afectando cada vez a más sectores económicos: inmobiliario, automoción, servicios, etc. Esto se traduce en el aumento vertiginoso del desempleo, en unas peores condiciones laborales para la mayoría de la población y en el crecimiento de la pobreza en el mundo en cada vez más capas sociales.
Ahora, se vuelve a reunir el G-20 y sus planteamientos más profundos, sus análisis más concienzudos, les indican que hay que seguir en este modelo pues no hay otro posible (querible, deseable, por ellos). Nuevamente miles de millones de dinero público seguirán pasando a manos privadas y la crisis se profundizará. ¿Realmente aprenden, o miran para otro lado a fin de seguir legitimando el modelo?.
La mayor capacidad que tienen los gobernantes pareciera que es la de intentar ganar tiempo. Para ello se nos dice continuamente, al parecer con espíritu visionario e infalible en aquellos que no lo tuvieron para prevenir la crisis, que el fin de la misma tiene fecha y que no nos alteremos, pues ese día llegará en uno o dos años (mientras tanto «apretarnos el cinturón» pero sin dejar de consumir y mirar para otro lado es nuestro papel). Esto suena a cuestión de fe más que a fruto de rigurosa sabiduría. Nos piden «altura de miras» (nunca entendimos muy bien que es eso) y responsabilidad, además de que todos y todas debemos arrimar el hombro. Se nos dice también, reforzando la idea anterior, que esta crisis es parte «natural» de los ciclos de la economía. Realmente, ¿aprenden a no repetir los errores del pasado?. Cada vez somos más quienes pensamos que es más no saber qué hacer para salvar el sistema que les alimenta en su poder, que estar en ese proceso de rectificación que traería un aprendizaje verdadero. De lo contrario tendrían que reconocer que este modelo se ha rebelado como inviable y habría que deconstruir casi todo de él para edificar uno nuevo, más justo para todas las personas y pueblos del mundo y no solo para el mercado y la empresa privada. La sincera búsqueda de una solución, favorable para la mayoría de la población, exige ir a la raíz del problema. Y ésta está en los principios que han regido de maximización de beneficios y riqueza, siempre concentrada en los poderes económicos y financieros. Pero eso les haría perder el poder por su incapacidad para visionar un mundo diferente.
Se niegan a señalar a los culpables de esta situación, aunque todos y todas sabemos quienes son. Cualquiera en la calle, sin años de experiencia política o económica, citará a los grandes directivos bancarios, de las financieras, de las multinacionales, del Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial, etc., como los arquitectos responsables de esta crisis a causa de su ambición desmesurada por aumentar sus propios beneficios. Pero nuestros gobernantes, no solo no los ven, sino que los alimentan con nuevos incentivos dinerarios y sin cuestionar su sistema. No se dan cuenta que más se parece a un proceso de intentar sostener con vida a un enfermo terminal que realmente a reconocer la imposibilidad de la curación, porque este sistema se demuestra como eso: terminal e inviable.
Por el contrario, debería darse un verdadero, legítimo y profundo cuestionamiento del crecimiento ilimitado de la producción, del consumo, además de la liberalización sin límites de los mercados e inversiones, como el modelo de desarrollo a seguir. De otra forma, la crisis se repetirá cada vez con más fuerza, porque ésta no afecta a los postulados e ideas más superficiales, sino a sus fundamentos básicos, lo que la confiere su carácter estructural. Y esto, cada vez una mayor parte la población mundial lo sabemos, porque estamos viviendo día a día sus consecuencias más negativas.
En estos últimos tiempos, se van abriendo camino planteamientos que propugnan la necesidad de aportar, por ejemplo, sentido común en todo el caos macroeconómico que estamos viviendo, cuestionando aspectos esenciales como el enriquecimiento y consumo sin límites como modelo de vida buena.
Entonces, ese «arrimar el hombro» y la «altura de miras y responsabilidad» debe pasar por un cuestionamiento de este modelo desde nuestros lugares de trabajo y desde nuestros otros espacios públicos y privados, con un posicionamiento y acción colectiva y personal. Debemos decirles NO a la continua carrera de enriquecimiento de unos pocos, mediante el empeoramiento de las condiciones laborales, ERES, flexibilidad, permanente crecimiento del consumo…., para cambiar el injusto modelo por otro más justo y equitativo para todos y todas.
El autor es miembro de Mugarik Gabe