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Cumbre del G-20

Por un puñado de dolares devaluados

Fuentes: selvasorg.blogspot.com

En la ciudad de Londres, pronto tendrá lugar la reunión de los Jefes de Estado VIP, que intentan desenmarañar la cada vez más intricada madeja de la «crisis». Serán los infaltables desconocidos del G7 -es decir, los que hasta diciembre repetían «¿Cuál crisis? ¡Sean optimistas! – más que los «demás», los que habitualmente eran confinados […]

En la ciudad de Londres, pronto tendrá lugar la reunión de los Jefes de Estado VIP, que intentan desenmarañar la cada vez más intricada madeja de la «crisis». Serán los infaltables desconocidos del G7 -es decir, los que hasta diciembre repetían «¿Cuál crisis? ¡Sean optimistas! – más que los «demás», los que habitualmente eran confinados afuera de la puerta.

Se verán cara a cara los que -hasta ahora- tomaban y notificaban sus decisiones unilaterales y los que debían acatarlas sin quejarse. En fin, la «familia occidental» y el resto del mundo (que cuenta).

La cumbre hará visible a todo lo que hasta ahora ha permanecido oculto o distorsionado. En primer lugar, el fin del unilateralismo de Estados Unidos, y luego que la gobernabilidad global es un negocio ya demasiado grande para los adeptos del «mercado trasatlántico», o para los alucinados por el espejismo de los «Estados Unidos de Occidente». China, Rusia y Brasil han puesto al orden del día la creación de una nueva moneda internacional.

El G7 ya es un club que exhibe un blasón antiguo pero vetusto, puesto que en 1951 creó el 51.5% de los bienes circulantes en el globo terráqueo, pero que en 2006 pasaron a representar sólo el 39.2% de la economía global1 (1). Es más correcto definirlos «los 7 ex grandes». Como tales, ya no son capaces de dictar y notificar al mercado-mundo reglas autoproducidas en autarquía a medida de sus intereses corporativos. En otras palabras, son 7 ex grandes o Países Ricos Altamente Endeudados (PRAE).

Deben enfrentarse al BRIC (Brasil, Rusia, India y China), indudablemente el nuevo protagonista en la escena, que en 1973 detenía el 15.6% de la producción global, aumentada a 32.6% en 1990 y alcanzó el 41.7% en 2000.

Antes de la exportación del sistema productivo del PRAE a las nuevas «fábricas del mundo» (China, India, etc.), en 1983 China tenía el 4.5% del PIB mundial, en 2006 presume un superlativo 16.7%.

El declino -no sólo económico- de Estados Unidos se nota en estos dos datos: en 1951 producía el 27.7% de las mercancías circulantes en el mundo, en 2006 bajó a 19.5%. Cabe recordar que con la Segunda Guerra Mundial se la anuló la competencia directa de Alemania y Japón. Luego, a Bretton Woods, con el imperial dictado de las tablas de la ley financiera, monetaria y comercial, Estados Unidos representaban más de un cuarto de la economía mundial.

Hoy día, tras la globalización financiera y los efímeros fastos del nuevo orden mundial, han caído a 19.5% de 2006. Es más, con el récord mundial de la deuda externa e interna, e importaciones de mercancías verdaderas superiores a las exportaciones. En fin, la mayoría del botín se compone de los papeles de Wall Street y de la libre tipografía de la Casa de la Moneda estatal.

No se trata de un redimensionamiento coyuntural o sectorial, y nos referimos a su venerado índice-tótem Dow Jones. La histórica caída de su valor en el cuadrienio 1929-1932 lo precipita de 381.17 a 41.22 puntos.

Desde octubre de 2007 a marzo de 2009 la velocidad de bajada del Dow Jones ha sido más frenética: ¡casi el 50%! El valor de las empresas que se cotizan en Wall Street se ha desclasado de los 15,650 billones de dólares en 2007 a los 9,200 de 2008. La crisis hoy es más veloz y más drástica.

El índice Dow Jones registra una subida formidable de +824% en el periodo que va de 1898 al 3 de septiembre de 1929. En ese arco de tiempo, Estados Unidos abandonaron el tradicional «aislacionismo» y pasaron al expansionismo imperial, sustituyéndose a España en el control de Cuba, Filipinas y Puerto Rico. Luego combatieron en suelo europeo su primera guerra global. La salud florida del papel moneda de las Bolsas de Valores se alimentó garantizando el flujo a bajo costo de materias primas y alimentos a las primeras multinacionales agro-alimentares.

La segunda guerra global le garantizó a Estados Unidos el privilegio de fundar el sistema económico internacional en su propia moneda. El atrevimiento de proclamar la equivalencia sustancial entre dólar y oro se agota en 1971. De Gaulle exige el oro como pago de sus reservas en dólares y obliga a Washington a confesar que se trataba de una «ficción».

Actualmente, el peso de las deudas y de una economía en caída hizo patente la evanescencia del dólar y la imposibilidad de que pueda seguir regulando los intercambios internacionales con estabilidad y seguridad.

Tras el eclipse imparable de la moneda, la parábola descendiente se ha agravado más con la sustitución de los títulos en papel y de las derivas «derivadas» de Wall Street a la autoreferencialidad del billete verde. Transformar el Estado en promotor de la socialización de las pérdidas de los usureros de los Casinos globales ahora ha agigantado el endeudamiento.

Washington cree todavía poderlo trasladar en sus propias clases subalternas y -sobre todo- exportar al resto del mundo. Los 750 billones de dólares distribuidos por Bush a los banqueros, más los que la Casa Blanca está «inyectando» en estos días, no son más que la acuñación de nuevas deudas.

De la ribera europea hay una tímida toma de distancias y se empieza a hablar de «virus americano». Un factor patógeno exterior que habría perturbado una economía más real y sólida, donde no se alcanzó a demoler integralmente el Estado social. La tradicional política internacional de los demócratas del «hegemonismo compartido» no parece suturar completamente las heridas abiertas por una contradicción que es propia de la competencia.

UE y EEUU son dos bloques económicos que sí son «amigos» pero que -en tiempos de crisis aclamada- son sobre todo competentes. Y el brazo armado de la OTAN, con las aventuras en el mundo en busca del Santo Grial, no logra ocultar completamente las turbulencias.

Desde Washington y Londres disparan el anatema contra la tentación del «proteccionismo», pero desde las periferias contestan que entre el dicho y el hecho hay de por medio un trecho. Tras la caída de los «dragones asiáticos» y los «efectos tequila» prohibieron toda intervención estatal en la economía mexicana, brasileña, rusa, etc.; impusieron la venta a bajo costo al sector privado transnacional.   
Hoy el FMI no interviene contra las subvenciones estatales a la economía norteamericana e inglesa, y a las más cautelosas de la UE, que de todos modos son un estorbo a la libre acción de la «invisible mano del mercado». Dos pesos y dos medidas.

Por lo tanto, están muy lejos de un nuevo Bretton Woods. Poco creíbles y con escasa autoridad moral para imponer unilateralmente medidas de hecho o simplemente concretas. Quien no respeta las reglas del juego no puede pretender dictar unas nuevas. Se acabó la era del dólar porque atrás ya no le queda nada: ni el oro, ni una economía real o realmente hegemónica, y ni siquiera reservas energéticas o de materias primas, disipadas sin sentido en tan sólo tres siglos.

En el sistema productivo internacional, los equilibrios y la jerarquía de valores se han modificado profundamente. El eje hegemónico se ha movido, por lo tanto el dólar ya no es un instrumento válido que permite intercambios más justos entre PRAE, las nuevas fábricas del mundo (China, India, etc.) y las latitudes periféricas proveedoras de materias primas, energía, alimentos y biodiversidad. Este triángulo está en rápida metamorfosis.

El PRAE ya no puede usar cómodamente la «leva financiera» y las herramientas del FMI y del Banco Mundial en los términos en que lo ha hecho hasta ahora: dólar como instrumento de autofinanciamiento o automatismo que aplana las deudas. Insistir significa correr el riesgo que las nuevas «fábricas del mundo» y los proveedores de energía-materias primas encuentren una mayor y creciente interacción, dado que será cada vez más mercados de consumo.

En el pasado, es decir en la fase ascendente del imperio, estos problemas solían resolverlos con el expansionismo colonial y las guerras. Hasta ahora, para enderezar la ruta, no ha sido suficiente la desgraciada aventura en Mesopotamia, ni parece tener mejor destino el capítulo afgano abierto pro las armadas de la «familia occidental». Después de Asia, el corazón guerrero late por Sudán y por la nueva frontera africana. ¿Será suficiente? Lo dudamos.

Se necesita una redefinición y reubicarse en el nuevo contexto del multipolarismo, desarrollando una función menos parasitaria y predatoria al interior del triángulo productivo global. El decrecimiento ha llegado para quedarse entre nosotros. La naturaleza es una barrera real para el ciclo de la valorización exponencial.

El trabajo salariado es el otro límite para el carnaval de las bolsas de valores: sólo los salariados confieren valor real a los confetis de las Bolsas de Valores. Lo que ahora cuenta más es que no descrezcan siempre los mismos Países o los mismos sectores sociales. 

Traducido por Clara Ferri   

(1) Fuente  Angus Maddison  , con valor del dólar del 1990, pubblicado en  http://www.folliero.it/