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Por una economía consciente y al servicio del hombre

Fuentes: Rebelión

El mundo alcanza niveles de endeudamiento alarmantes (superando los registrados antes de la crisis internacional de 2008). Tanto Estados como empresas e individuos abusan del crédito, factor que se ha convertido en el motor del crecimiento económico y financista del nivel de vida de las sociedades occidentales. Nivel de vida que en gran medida se […]

El mundo alcanza niveles de endeudamiento alarmantes (superando los registrados antes de la crisis internacional de 2008). Tanto Estados como empresas e individuos abusan del crédito, factor que se ha convertido en el motor del crecimiento económico y financista del nivel de vida de las sociedades occidentales. Nivel de vida que en gran medida se caracteriza por la adquisición de bienes y servicios superfluos e innecesarios. Dicho en otras palabras: Consumismo que degrada la naturaleza y la salud de las personas.

A propósito de esto, recordé un artículo que había leído tiempo atrás. Bajo un sugerente título invitaba al lector a considerar que «el secreto» para alcanzar la independencia económica y financiera tenía como principio practicar un estilo de vida sencillo. Aprovecho entonces la propuesta como disparador para reflexionar sobre la actual forma de vivir de nuestra sociedad, centrado en el crecimiento sin límites y el consumo desenfrenado. Por otro lado, la idea está en consonancia con el pensamiento de los antiguos filósofos estoicos: frugalidad, templanza y autonomía, entre otros.

Lamentablemente, quienes proponen el rumbo a seguir lo hacen en función de la lógica del mercado, usando como instrumento una ciencia económica que no tiene como finalidad el bienestar de la mayoría de las personas. Los análisis económicos que los «expertos» realizan acaparan toda reflexión. Desde esta perspectiva, el examen queda incompleto. Jhon Stuart Mill consideraba que la economía no debía tomarse «como a una cosa en sí, sino más bien como un fragmento de una totalidad más amplia, una rama de la filosofía social tan interrelacionada con las otras ramas que sus conclusiones, aun circunscritas a su ámbito particular, tienen valor sólo condicionalmente, estando sujetas a la interferencia y a la acción neutralizadora de causas que no se encuentran directamente dentro de su área».

Es así que nadie cuestiona la idea de crecimiento (tal como está planteado) ni medita sobre las consecuencias del camino emprendido, por ejemplo. Es entendible, porque el prisma a través del cual se ve la realidad impide deliberar sobre estas cuestiones. Es así como parece que nadie se pregunta si este crecimiento material es realmente bueno. ¿Es un medio o se ha transformado en un objetivo en sí mismo? Crecer por crecer, sin límites (contradictorio en un mundo con recursos finitos).

Entonces, si adoptamos un enfoque más amplio, si hacemos un esfuerzo y unimos eso que una vez formaba un todo (y que producto de la hiper-especialización del conocimiento se escindió), podremos enfrentar los desafíos actuales desde otra posición. La filosofía (como visión totalizadora de la realidad) y su reflexión, no debería estar al margen de ninguna decisión. De este modo, incorporaríamos a nuestro análisis elementos (y consideraciones) que están fuera del registro de aquellos que definen y toman las decisiones económicas actualmente.

Por ejemplo, ¿cómo afecta el crecimiento al medio ambiente? ¿Lo que obtenemos de la naturaleza, supera con creces el perjuicio que le ocasiona? Nuestra concepción occidental ha colocado al hombre en la posición de dueño de la Tierra. Pero hay un vínculo intimo que como especie venimos degradando (cada vez más aceleradamente) desde hace siglos. Quien mejor para ilustrarlo con su poesía que el naturalista estadounidense Henry D. Thoreau: «¿Cuáles son los elementos naturales que hacen que una comarca sea hermosa? Un río, con sus cascadas y sus praderas, un lago, una colina, una peña o rocas sueltas, un bosque y viejos árboles en pie. Esas cosas son bellas; tienen un uso elevado que los dólares y centavos no representan jamás. Si los habitantes de una ciudad fueran sabios, tratarían de conservar esas cosas, aunque fuera a un coste considerable; porque tales cosas enseñan mucho más que cualquier predicador o profesor que se contrate o que cualquier sistema educativo reconocido en la actualidad.» Creo que estas palabras sirven de guía para buscar de verdad esa forma de vivir, que bajo el rótulo de «sostenible», tanto se pregona y vende.
Por otro lado, ¿cómo afecta este crecimiento al trabajo del hombre?

El economista E. F. Schumacher, en «Lo pequeño es hermoso», nos habla de concebir un trabajo que permita a las personas desarrollarse y encontrar un propósito útil para sus vidas. Y que por medio de una labor con sentido y en colaboración con otras personas (y no en competencia permanente), contribuya a crear bienes y servicios verdaderamente útiles a la humanidad. El empleo que hoy promueve el sistema, ¿da lugar a esta posibilidad? ¿O es alienante y despersonalizador?

En fin, solo dos ejemplos que ilustran la idea de pensar los problemas desde una perspectiva más integral, más humana, al servicio del hombre y su felicidad. Podrá sonar ingenuo (y bajo la acuciante coyuntura actual fuera de lugar), pero la dirección emprendida solo va hacia una pared de concreto. Disminuir la velocidad no impedirá el desenlace anunciado. Lo bueno es que hay oportunidades para cambiar el rumbo, siempre las hay…

Germán Darío C. Pighi (Contador Público Nacional y docente universitario)

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.