Traducido del inglés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos
Durante todo el largo y perezoso mes de agosto dos páginas web de noticias en particular compitieron por los titulares: las atrocidades en Siria e Iraq del Estado Islámico (EI) y Donald Trump en Estados Unidos. Parecían dos detestables adolescentes rebosantes de testosterona que se despiertan por la mañana y se preguntan cuál podría superar al otro en su vulgar exhibicionismo de violencia y poder.
Mientras el EI estaba ocupado asesinando al reconocido arqueólogo sirio Khaled al-Asaad al tiempo que destruía el templo de dos mil años de antigüedad de Baal Shamin en Palmira (la principal entre muchas otras atrocidades), Donald Trump estaba igual de ocupado rompiendo su propio récord de flagrantes racismo, sexismo y misoginia, vanagloriándose de su inmensa fortuna y haciendo comentarios inapropiados sobre su propia hija, mientras se tomaba un respiro en ridiculizar a las madres trabajadoras o expulsar a periodistas de su rueda de prensa debido a su ascendencia mexicana.
Siempre que se pensaba que ni el EI ni Trump podrían hacer las cosas peor, demostrarían que se estaba equivocado: podían hacerlo peor.
El EI frente a Donald Trump
Lo que unía al EI y a Trump es su vulgar teatralidad del poder, su violento exhibicionismo: el uno como una banda de criminales violadores y asesinos que actúa en contra de dos naciones-Estado soberanos y el otro como una puesta en escena perfectamente legal de una campaña presidencial para reclamar el más alto cargo electo de una democracia que funciona.
Con todo, ni el EI ni Trump son una rareza. Son los extremos que marcan un territorio en el que se incluye un montón de hitos similares. Piensen en el hecho de que el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu venga al Congreso de Estados Unidos y con una sorprendente grosería abrogue la autoridad del más alto organismo electo de este país y la emprenda en contra de la política expresa del presidente de Estados Unidos. Piensen en el hecho hecho de que el AIPAC** funcione abiertamente como la Quinta Columna de la colonia de colonos israelíes en Estados Unidos, comprando y vendiendo a sus altos cargos electos para emprender una guerra tras otra en nombre de Israel.
Piensen en el profesor William C Bradford de la Academia Militar estadounidense de West Point proponiendo «amenazar los santos lugares islámicos como parte de una guerra contra un radicalismo islámico no diferenciado. La guerra se debería llevar a cabo enérgicamente […] aunque signifique una enorme destrucción, innumerables víctimas enemigas y daño colateral civil».
Este profesor incluso aconseja: «Los juristas críticos de la guerra contra el terrorismo representan una quinta columna traidora a la que habría que atacar como combatientes enemigos […] [atacando] las instituciones académicas, las oficinas centrales de los académicos y los medios de comunicación a los que conceden entrevistas».
¿Qué diferencia hay entre este «profesor» y Abu Bakr al-Baghdadi ***, excepto que enseña a los oficiales de más alta escala del ejército más poderoso del planeta tierra?
Al otro lado del espectro, escuchen los discursos del ayatolá Ali Khamenei después del acuerdo nuclear con Irán y vean con qué ilusorias fantasías trata de vender la mayor y más humillante derrota de su grandilocuente galimatías revolucionario como una rotunda victoria ¡recurriendo a expresiones tan disparatadas como «flexibilidad heroica» para explicar el vergonzoso compromiso de la soberanía de una nación!
Si se ponen juntas todas estas vulgaridades diferentes emerge algo más.
La pornografía como política
En un excelente ensayo, Pornotropía, arquitectura y sexualidad en «Playboy» durante la guerra Fría (Anagrama, México, 2010), Beatriz Preciado ofrece un asombroso examen de la constelación de espacios pornográficos como lugares de la producción arquitectónica moderna y, por consiguiente, una mención fundamental de la «modernidad occidental». Basándose en una minuciosa lectura de la revista Playboy y sus subsiguientes contingencias espaciales de sexo y sexualidad, Preciado demuestra cómo la sexualidad se fabrica como un conjunto de técnicas biopolíticas de gobernar la reproducción sexual de género en la modernidad arquitectónica nortea mericana.
Incluso más allás de sus propias inquietudes inmediatas, este ensayo sobre la pornografía de Preciado permite ampliar ese espacio biopolítico de modernidad a los aspavientos de la política moderna de manera que el exhibicionismo pornográfico se prolonga a lo largo y ancho de los rincones más recónditos de la política global: desde las chabacanas payasadas de Trump en las elecciones presidenciales al despiadado exhibicionismo del EI en Iraq y Siria, y gran cantidad de escenas igual de groseras entre medias.
Todos estos síntomas indican una enfermedad psicopatológica caracterizada por la compulsión de exhibir los genitales en público para marcar territorios en contienda y afirmar una virulenta dominación.
Estas similitudes en el escenario mundial indican un denominador común que reduce la distancia que supuestamente existe en una banda de militantes islamistas de violadores y asesinos, y el rostro perfectamente serio con el que se considera y analiza la política de América del Norte. Ninguno de ellas es una anomalía y todos ellas son la conclusión lógica de una modernidad política cuya representación más emblemática es la pornografía .
Al compara las atrocidades del EI y las vulgaridades de Trump, ya que ambos compiten en su franco exhibicionismo de violencia y poder, vemos ambas como manifestaciones de «Pornotopia» con mayúsculas, la formación espacial de la biopolítica en la modernidad, un atroz exhibicionismo que trasciende las falsas dualidades que se suelen hacer entre democracia y terrorismo, entre moderno y medieval, entre normativa y barbarie .
El EI y Trump no son anomalías: son emblemáticos de una política pornográfica de vulgar exhibicionismo que supone la muerte de toda cultura política significativa oriental u occidental que tenga un remoto derecho a la decencia, la legitimidad o la responsabilidad cívica.
La única medida de nuestra humanidad que queda es en qué medida nos oponemos firmemente y acabamos con el voyeurismo banal que ellos requieren y exigen.
Hamid Dabashi es profesor Hagop Kevorkian de Estudios iraníes y literatura comparada en la Universidad de Columbia de Nueva York.
Notas de la traductora:
* El término «pornotopía» proviene del concepto heterotopía acuñado por Foucault. Las heterotopías son burbujas espacio-temporales donde la moral y las reglas cotidianas quedan en suspenso. Una pornotopía sería un lugar donde las convenciones sexuales habituales están alteradas.
** El AIPAC es el proncipal (y poderoso) lobby estadounidense a favor de mantener la estrecha relación entre Estados Unidos e Israel.
*** Abu Bakr al-Baghdadi es el autoproclamado califa del Estado Islámico.
Fuente: http://www.aljazeera.com/indepth/opinion/2015/08/pornotopia-isil-donald-trump-150830125017487.html