La crisis que afecta a la humanidad parece abarcarlo todo. Sin embargo, cabe preguntarse, de qué modo interpretar el presente. ¿Estamos ante el final de un ciclo histórico, el final del actual régimen de relaciones sociales capitalistas tal como lo conocemos, o más bien, como señalan otros, en la antesala de un colapso civilizacional, o incluso la extinción de nuestra especie? ¿Será la tecnología quien nos salve, o las circunstancias nos forzarán a un nuevo modo de vida, a establecer una nueva forma institucional para organizar nuestras relaciones sociales y nuestra relación con el resto de la naturaleza no humana, un nuevo contrato socioeconómico, político y ecológico que haga sostenible nuestra existencia en la Tierra? Si hablamos de cambio de paradigma, de un final de ciclo, lo que siga no necesariamente será mejor de lo que hemos tenido hasta el momento. Sin embargo, ¿podemos continuar por esta misma vía? El horror se asoma como alternativa, pero el miedo a errar no justifica nuestras precauciones conservadoras.
Por otro lado, vale la pena pensar qué hay detrás del giro global a la derecha que se extiende a lo largo y ancho del planeta, en un momento en el cual parece urgente articular una respuesta mancomunada para enfrentar la crisis que afecta de manera transversal a la humanidad en su conjunto, aunque cebándose especialmente con las poblaciones más vulnerables. En este contexto, pese a las dificultades que implica, las fuerzas populares progresistas necesitan resucitar un proyecto genuinamente internacionalista, capaz de hacer frente a la globalización neoliberal y sus alternativas neoconservadoras (cuyo rol consiste en proteger el actual orden de privilegio por medio de una estrategia anti-política). Esto conlleva la formulación consensuada de una alternativa factible que nos permita avanzar hacia una transformación radical. Algunas de las razones generales de las limitaciones de la política progresista han sido expuestas previamente en algunos de mis escritos. Aquí quiero referirme a los límites de la política. Más específicamente, quiero hacer algunos apuntes acerca de los límites de la democracia representativa en tiempos de neoliberalismo y tecno-feudalismo.
1. Rocket Man
Hay quienes sueñan con una solución más drástica: la vida humana en otros lugares del cosmos, la colonización de las estrellas, una élite de millonarios y científicos capaces de preservar el legado de nuestra historia colectiva más allá de nuestro planeta. Aunque un proyecto de estas características es actualmente sólo accesible a la imaginación a través de la ciencia ficción, la esperanza de una vida humana más allá de nuestro cuerpo terrestre parece ocupar hoy un lugar análogo al que en su día mantuvo esperanzada a la humanidad con una vida celestial.
Hace unas semanas, cuando Jeff Bezos, fundador de la empresa Amazon, regresó de su viaje de 11 minutos en su nave «Blue Origin» en la que ascendió 60 millas por encima de la Tierra, enfundado en su traje espacial, rematado con un sombrero de cowboy, agradeció ante las cámaras a los empleados de su empresa y a los clientes porque, según nos dijo, son ellos los que en última instancia han pagado por su aventura estelar, a la cola de las iniciativas de Richard Branson y Ellon Musk, los otros superricos embarcados en la carrera espacial.
El agradecimiento de Bezos ilustra nuestra situación actual. Un super rico declara abiertamente que es el esfuerzo de los trabajadores en su empresa lo que le ha permitido realizar la hazaña. Los trabajadores le responden con denuncias reiteradas de la explotación y desposesión a la que son sometidos, y al tipo de prácticas antisindicales a las que se los somete colectivamente para impedir la defensa legítima de sus intereses de clase. Como ha ocurrido siempre, los ricos defienden sus privilegios, a costa de los derechos de sus trabajadores, al tiempo que invierten el plusvalor que extraen a través de la explotación y la desposesión concertada, en sus emprendimientos caprichosos. El sueño de una solución tecnocrática ante las amenazas que nos acorralan, parece no ser sustentable, si entendemos como parte integral de la sustentabilidad, la defensa concertada de los derechos a la vida y a la promoción de la vida de todos los involucrados. Si, como el propio Bezos confiesa, son los trabajadores y clientes de Amazon los que han costeado su viaje de 11 minutos al espacio, ¿no deberían tener voz y voto en el modo en el cual se invierte la riqueza colectivamente acumulada?
2. Laboratorio «Pfizer»
Después del «clímax» de la pandemia, cuando millones de personas morían a lo largo y ancho del planeta, sin recurso a la esperanza de una vacunación que pusiera freno a la expansión del virus, estamos de regreso con nuestros problemas sistémicos, y con signos notorios de que estos problemas, lejos de haberse aligerado con el paso del tiempo, se han profundizado, en parte debido a la misma crisis sanitaria, en parte por las mismas condiciones que la crisis sanitaria impuso a la ciudadanía global, y en parte por el tipo de respuesta que los Estados y las corporaciones aparentemente están promoviendo para la llamada «recuperación» de la economía mundial – recuperación que supone, ni más ni menos, que una apuesta conservadora a mantener los límites del debate en el marco previo a la pandemia, cuando ya era evidente para muchos que el sistema estaba dando muestras de agotamiento, y las formas institucionales de la gobernanza global mostraban ya signos innegables de encontrarse a las puertas de una crisis de legitimidad, que hoy, en todos los rincones del planeta, se vive con angustiosa incertidumbre.
Obviamente, la pandemia no ha llegado a su fin. Especialmente, en los países más pobres, y como consecuencia directa de la especulación económica y geopolítica de los Estados centrales y la competencia despiadada de las corporaciones involucradas, abusivas en sus prerrogativas y exigencias a los Estados en plena crisis humanitaria, el virus campa a sus anchas, amenazándonos con nuevas cepas que podrían volver inútiles nuestras actuales tecnologías farmacéuticas, aparentemente sobrevaloradas, teniendo en cuenta la creciente evidencia de la limitada inmunidad que proveen a mediano plazo. Israel, recientemente, ha anunciado el cuarto ciclo de vacunación en el país en un solo año, ante la acelerada disminución de la inmunidad de su población, vacunada enteramente con el producto de la empresa Pfizer.
3. Kabul-Saigón
En este marco, la fragilidad del equilibrio geopolítico internacional se ha hecho patente con la huida apresurada, caótica, de las fuerzas militares de ocupación en Afganistán. Las imágenes del aeropuerto de Kabul durante las semanas de la desbandada, junto a los testimonios de algunas de las víctimas, privilegiadas ante las cámaras por su estrecha relación con el contingente de ocupación, dejaron patente, para empezar, la debilidad de la Unión Europea para imponer condiciones razonables para la retirada de su personal en el terreno. Por el otro, la impotencia de las fuerzas de ocupación estadounidense para defender el último reducto bajo su control, el aeropuerto de Kabul, después de veinte años en el territorio.
Durante todas estas semanas, no hemos dejado de escuchar explicaciones insustanciales de los responsables políticos europeos, acompañados por recortes informativos sesgados de la prensa occidental, ahora preocupada exclusivamente por el futuro de los derechos humanos en el país, hoy bajo el poder de los talibanes, miopes ante el tamaño del fiasco que ha supuesto la cruzada iniciada por George W. Bush, y reafirmada por Barack Obama y Donald Trump, «para devolver la libertad al pueblo afgano».
En el ínterin, consumimos ávidos la escenificación del salvataje de un puñado de ciudadanos afganos que sirvió a los contingentes extranjeros durante las dos décadas de ocupación del país. La escenificación sirvió, como en otras ocasiones, para devolver a Europa el orgullo de ser el último baluarte de los derechos humanos en el mundo, además de permitirle lavar sus culpas frente a la sangrienta e inútil ocupación del país que, bajo el paraguas de la OTAN, impuso un gobierno de color local, a través de un proceso electoral que hizo sonrojar, incluso, a sus más animados defensores, por el absurdo que suponía pretender implantar un régimen liberal en un país desbastado por las ansias vengativas del gobierno de George W. Bush, apoyado masivamente por su ciudadanía, traumatizada por los ataques del 11S.
El objetivo, obviamente, como en Iraq, no era otro que establecer un gobierno que validara jurídicamente la estrategia corporativa en la región. En este contexto, el despliegue militar dio sus frutos. La especulación financiera (ese aparato de destrucción masiva que se alimenta del endeudamiento masivo de Estados y poblaciones), y la guerra (cuya meta es la desposesión sistemática de aquellos recursos que se consideran indispensables para el «normal» funcionamiento de las economías centrales) son los principales negocios del capitalismo estadounidense y europeo actual.
4. «Endeudar y matar» y el espíritu del «nuevo orientalismo»
El endeudamiento y la guerra no son sólo instrumentos de apropiación de los recursos de las poblaciones periféricas. A través de las campañas militares, por ejemplo, las élites estadounidenses se encargan de vaciar las arcas del propio Estado norteamericano, además de promover, con amenazas endémicas y conflictos continuos, un mercado armamentístico en el que consumen la riqueza colectiva creada por sus respectivas ciudadanías, sus aliados, sus socios neocoloniales, e incluso sus propios enemigos declarados. En el caso de Estados Unidos, su modelo neoliberalizado de «defensa» y expansión imperial, en el cual el rol del Estado es cada vez más acotado, a favor de fuerzas mercenarias y apoyo logístico subcontratado, garantiza en la política local, un aceitado lobby de la industria militar para promover y perpetuar los conflictos en los términos que le sean más beneficiosos al capital.
De este modo, volvemos al presente (después del impasse que trajo consigo la pandemia, con sus oportunidades perdidas y sus peligros, ahora manifiestos), a una sociedad más recalcitrante, más dividida, más vigilada, más desprotegida y más explotada.
Mientras Estados Unidos, Gran Bretaña y la Unión Europea comienzan a dar muestra de sus temores ante el avance aparentemente imparable de la agenda de expansión China (y rusa) que, además de ganar terreno en la esfera económica, se posiciona como una alternativa entre los países periféricos frente al decadente «imperio americano» y la «hipócrita Europa» – siempre aliada a los poderes neocoloniales locales para imponer sus prerrogativas en las regiones de su incumbencia.
Frente a esta inusitada simpatía, la estrategia consiste en resucitar los viejos motivos «orientalistas» de pasado, con el fin de contener la posibilidad de que se multipliquen los intentos de establecer una «tercera posición» en regiones como América Latina o África, que mejore las condiciones de negociación de los países históricamente explotados por las grandes potencias occidentales.
5. La anti-política y los condenados de la Tierra
En este contexto, los condenados de la Tierra se enfrentan a olas de hambre y violencia extremas. El neoliberalismo, entendido como la forma institucionalizada de explotación y desposesión al servicio del capital en nuestra época, ha impuesto niveles inauditos de población sobrante, precarización sistemática y exclusión y expulsión de grandes masas de la población mundial. Lo ha hecho a través del ataque concertado al ideal del Estado social, con políticas fiscales regresivas, privatizaciones, endeudamiento masivo y violencias generalizadas que garantizan los niveles de incertidumbre e inseguridad que convierten en inviables los consensos populares y destruyen el potencial de respuesta democrática de las poblaciones.
Las nuevas tecnologías de la comunicación, la desinformación y la vigilancia han acabado de rematar la faena, dinamitando las bases de la acción política comunitaria, manufacturando subjetividades alienadas, sometidas a ritmos vertiginosos de aceleración que afectan el tejido social, imponiendo una lógica de supervivencia competitiva, que incluye a la violencia como mecanismo privilegiado en la búsqueda de la «resolución de los conflictos y las contradicciones intrasociales», como consecuencia de la ausencia de un proyecto común que permita superar el único mandato vigente en tiempos de colapso: el «sálvese quien pueda».
En este escenario, las sociedades se polarizan, se multiplican los comportamientos racistas, misóginos u homofóbicos. La «anti-política» convierte el odio a las instituciones, la persecución del extranjero, la estigmatización del pobre y el diferente, en sus principales fuentes de caudal electoral. En esta tarea, con motivaciones diversas, se unen anarquistas, libertarios, la extrema derecha cuasi-fascista o abiertamente fascista, negacionistas de variados pelajes, todos ellos materializando candidaturas de oposición basadas exclusivamente en el rechazo visceral del establishment político, dejando con ello indemne al poder real en la sombra, que se mueve en las esferas celestiales de la gobernanza global, a años luz de los acontecimientos que afectan la política sublunar donde las masas desfogan sus frustraciones, sus rabias y gestos de impotencia.
6. El capitalismo contra la vida
Como corolario de nuestra crisis socio-económica y política, se exacerba la crisis medioambiental. Durante un par de meses, los habitantes de las grandes urbes del planeta vieron transitar por sus avenidas y calles, a otros animales no humanos, hasta entonces invisibles debido al omnipresente y amenazante imperio humano. Las carreteras, las plazas y los parques fueron invadidos por toda clase de especímenes. Los cielos y los mares, durante el impasse que produjo la primera ola de la pandemia, se silenciaron del ajetreo aeroportuario. Las aves volvieron a surcar el firmamento libremente, mientras los seres humanos contemplaban azorados las calles vacías y soñaban en aquellos primeros días con un mundo nuevo, en el cual pudiéramos reencontrarnos con la naturaleza en un plano de mayor igualdad y cuidado, conscientes por fin de la posibilidad siempre latente de forjar una nueva vida que nos salve de la catástrofe inminente que se avecina.
Hace unas semanas, sin embargo, más de un año después de aquellos días de dolor y de euforia que supusieron la primera cuarentena, los expertos a los que las Naciones Unidas encargaron el informe sobre la situación medioambiental del planeta, han ofrecido sus resultados. La situación es aún peor de la que creíamos. Nos enfrentamos a un cataclismo sin precedentes, causado enteramente por nuestra falta de previsión democrática, en el marco de un sistema capitalista incapaz de tener en cuenta aquello que es condición de posibilidad de su propia lógica de acumulación: la naturaleza, y las clases sociales y grupos subalternos de los cuales se extrae el valor que el capitalismo valoriza, apropiándose de la vida y todo aquello que hace posible la vida en el planeta.
7. El odio a la democracia
La crisis de legitimidad de las instituciones democráticas, «el odio a la democracia», como diría Rancière, juega indudablemente un papel central en la actual dispensación. Este odio debe entenderse como la expresión consumada de la lucha de clases.
Ahora bien, para entender este odio a la democracia como expresión de la lucha de clases necesitamos sortear el obstáculo o trampa que nos ha dejado la epistemología posmoderna, al colonizar el trasfondo de comprensión de las ciencias humanas y sociales, para infiltrarse luego a la sociedad en su conjunto gracias a la promoción de un sentido común en el cual las espiritualidades gnósticas, en alianza con el cientificismo y el constructivismo, han acabado haciendo desaparecer las demarcaciones que imponen las relaciones sociales de explotación y desposesión, deslegitimando con ello a las formulaciones sustantivas que justifican una política radical.
En este sentido, no es de extrañar la alianza secreta que emparenta a los neoliberales y a los neoconservadores. Esta alianza tiene larga data, y se puede rastrear echando un vistazo a la formulación ética de sus pioneros. Hayek o Friedman son ejemplos elocuentes de los vasos comunicantes entre los ideales del fundamentalismo del mercado y una sociedad disciplinada en los cánones del más estricto conservadurismo.
Mientras que los primeros (los neoliberales) se han servido de una epistemología reduccionista que ha hecho del mercado y del agente económico las claves explicativas de la realidad social y política – es decir: mientras que el neoliberalismo ha logrado hacer «desaparecer» a la sociedad (con sus pobres y excluidos) y a la política (con sus reivindicaciones de reconocimiento, distribución y genuino internacionalismo) en favor de relaciones sociales basadas exclusivamente en el interés económico, la competencia y el mérito individual como ethos; la estrategia neoconservadora ha servido para redibujar los esquemas sociales y políticos que visibilizan la explotación y la desposesión, como los estadistas imperiales redibujaron las cartografías de sus posesiones para despojar a los pueblos de sus identidades históricas, forjar nuevas alianzas interclasistas, incluso si esas alianzas conducían a la guerra y el exterminio mutuo, si ello servía para garantizar el orden de privilegios y su perpetuación en el tiempo.
8. Efectos de la pandemia
La pandemia no hizo más que exacerbar los síntomas de los problemas constitutivos del capitalismo global, cuyo funcionamiento desbocado a partir del fin de la guerra fría aceleró los procesos de acumulación, y con ello, la desigualdad y la violencia, debido a la rendición incondicional de toda resistencia sustantiva al proyecto de clase impuesto como «armisticio» con la caída del muro de Berlín, en el cual, como en tiempos del Tratado de Versalles, el ganador pretendía ganarlo todo, y los perdedores estaban llamados a perderlo todo o sucumbir ante el poder imperial.
El resentimiento global que exacerbó el «nuevo imperialismo» dio lugar al terrorismo global, la «Guerra contra el terror» y un proceso de deterioro de los derechos sociales y ecológicos que la llamada crisis de las subprime hizo patente a las sociedades centrales, cuando las periferias extracomunitarias en Europa, se replicaron en su territorio, y la «invasión de migrantes y refugiados» se convirtió veladamente en el principal supuesto bélico al que debían hacer frente las sociedades ricas, debido al «efecto llamada» que produce el hambre, la miseria y la desigualdad lacerante.
En este marco histórico, la pandemia no hizo más que visibilizar lo que ya estaba presente en la sociedad, pero conduciendo la situación a un nivel superior, entre otras cosas, debido al grado de paranoia y frustración que impuso la amenaza de un enemigo minúsculo e invisible que ningún muro, ni régimen de vigilancia estaba preparado a contener.
El virus venía de este modo a suplantar al terrorista suicida que durante los últimos años había mantenido en vilo a las sociedades centrales, causando estragos en los territorios en conflicto en la periferia, y animando un conjunto de medidas de vigilancia y control social impensadas en la dispensación previa, cuando las celebraciones por la libertad hipotéticamente reconquistada con el triunfo del capitalismo estaban aún en su apogeo, y nuestros intelectuales articulaban odas a los nuevos héroes de la democracia digital que, según decían, estaban construyendo una aldea global en la que reinaría la paz y la prosperidad por siempre jamás.
En esos mismos años, sin embargo, el nuevo imperialismo fue dando forma con prisas, al enemigo que le serviría de espejo para cuando las crisis de acumulación, primero localizadas, luego abiertamente globales, se manifestaran. El neoliberalismo allanó el camino deshaciendo las identidades colectivas sobre la base de las diferencias de clase, y el neoconservadurismo, a la estela de las reivindicaciones identitarias, inventó su nueva cruzada, manufacturada a la medida de las reivindicaciones del neoliberalismo progresista.
9. «Comunismo o libertad»
Hoy los ricos y las clases medias acomodadas están atemorizadas ante el desorden y el caos que los circunda. Las certidumbres se han desvanecido. El orden institucional, aquí y allá, pende de un hilo. El descrédito de la democracia es generalizado. Los Estados están atados de pies y manos ante el todopoderoso accionar corporativo que impone límites de hierro a los gobiernos de turno, además de manufacturar alternativas recalcitrantes para bloquear las iniciativas populares. Frente a las necesidades extremas que sufren amplios sectores de la población, el empobrecimiento generalizado de los sectores medios precarizados, la falta de horizonte que viven las nuevas generaciones, la violencia generalizada que afecta el tejido social especialmente en su base, la respuesta de clase consiste en enroscarse de modo beligerante sobre sí misma al grito de «comunismo o libertad».
Ahora bien, es importante entender qué significa aquí la palabra «comunismo». No se trata simplemente de denunciar a la «bruja» de turno, sino de lograr, una vez más, disciplinar a la sociedad en su conjunto a través del linchamiento mediático y los escarmientos judiciales. No son solo los espectros soviético, cubano, venezolano o nicaragüense a lo que se apunta. Estos son solo emblemas que expresan de manera sintética un odio que se extiende de manera indiscriminada – como los mismos pioneros de la filosofía política neoliberal expresaron en su momento – a todas las iniciativas volcadas a construir un proyecto comunitario sustantivo que reconozca «lo común» como esfera de lo inapropiable para el capital y exija su protección y dignidad. Lo común es la vida misma, y lo que hace posible la vida en nuestra Tierra.
10. Subjetividad y política
Sin embargo, esta descripción estaría totalmente desencaminada si no sumamos un condimento al análisis etiológico de nuestra situación presente. El elemento clave es la frustración reinante, que afecta al corazón mismo de la subjetividad contemporánea en grado sustantivo.
El sujeto contemporáneo se encuentra acosado de manera ininterrumpida por fantasías que conducen, aparentemente de una manera ineludible, a una rendición incondicional del mismo ante la insatisfacción inherente y la pulsión de muerte que resultan de nuestra existencia condicionada. Insatisfacción y odio, basados en una aprehensión fetichizada de nuestras circunstancias presentes, se traducen en respuestas viscerales que el capitalismo ha convertido en las energías fundamentales que mueven la rueda de la vida y de la muerte de la que se alimenta, imponiendo un ritmo cada vez más acelerado para lograr la realización del proceso de valoración que lo define.
Este proceso de alienación y aceleración impuesto por el capital desemboca cada vez y de manera más frecuente, en sus crisis sistémicas, debido a las contradicciones entre las ilimitadas «ansias» de acumulación y disfrute instantáneo, y los cuerpos naturales y sociales finitos que habitamos.
11. La libertad
Entonces, hay que preguntarse qué es esa «libertad» que se contrapone al «comunismo». Tal vez, solo ansia de ser y pulsión de muerte concomitante, competencia y mérito, desigualdad y aceptación indiferente ante el sufrimiento de aquellos que quedan en el camino o sirven para forjar nuestro proyecto individual a cualquier costo.
«Comunismo», en cambio, es el reconocimiento y el nombre circunstancial que damos a nuestra individualidad condicionada, vulnerable, dependiente, y las respuestas colectivas que damos a esta condición común, basada en la convicción de la igual dignidad de todas y todos, que debemos extender a cada ser viviente y sufriente que habita nuestra Tierra.
El odio a la democracia es la expresión de esta voluntad de poder que pretende ignorar el trasfondo que hace posible la misma libertad. Ese trasfondo, en términos sociales, políticos y medioambientales es aquello que no cuenta en el cálculo de clase: los grupos esclavizados, explotados, despreciados, las realidades subalternas aptas para la explotación y la desposesión, y la naturaleza misma, fuente de recursos baratos y basurero gratuito al servicio del consumo irracional y la acumulación sin límites.
La pandemia, lejos de hacernos mejores, ha puesto de manifiesto nuestras tendencias más arraigadas, fruto de las diligentes y violentas pedagogías que nos han convertido en el tipo de sujetos que somos. El capitalismo, pese a las piruetas discursivas de sus defensores, es abiertamente el mayor enemigo de la democracia. Ha logrado imponer regímenes electorales que simulan a través de un republicanismo de masas (masas precarias y desinformadas) una democracia caracterizada por la impotencia, debido a la servidumbre del poder político frente al poder del mercado.
En este marco, las buenas intenciones de los líderes populares encuentran su techo de cristal en el hiper-individualismo y la atomización social impuesta a la política democrática, por el ethos anti-político neoliberal.
En este océano de individualidades alienadas, desorientadas dentro de un régimen de relaciones sociales marcado por la precariedad, la frustración y el miedo, se acrecienta la dificultad por parte de la política partidaria a dar forma a un proyecto común que no esté planteado exclusivamente en términos individualistas y, por ende, replique el mandato antipolítico.
De este modo, la única libertad relevante es la libertad negativa: la libertad de cada uno a no ser coercitivamente obligado a hacer lo que no le place, o forzado a no hacer lo que le place.
Tal vez, el ejemplo más notorio de esta anti-política caprichosa y egoísta se puso de manifiesto en la manera en la cual, pasado el shock inicial, las oposiciones políticas, aquí y allá, y la sociedad civil enrabietada, respondieron con infantil negacionismo y la difusión histérica de teorías conspirativas, a la tragedia que supuso para millones de persona la pandemia del Covid-19.
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