Joseph Stalin, Harry Truman y Winston Churchill se reunieron en Potsdam, en las afueras de Berlín, entre el 17 de julio y el 2 de agosto de 1945, para resolver los destinos del mundo. El resultado es conocido: Alemania y Austria fueron divididas entre los cuatro vencedores de la Segunda Guerra Mundial (aunque no estaba presente, el general Charles de Gaulle consiguió un pedazo del Reich y un sitio en las futuras mesas de los «cuatro grandes»). Europa quedó dividida en dos por lo que luego se convertiría en la «cortina de hierro» y los criminales de guerra serían juzgados, estableciendo el principio del fin de la impunidad.
Menos recordadas son las resoluciones de Potsdam de asegurar la paz futura por la vía de destruir la industria pesada alemana, incluyendo astilleros, aviación civil e industria química para asegurarse que sus niveles de vida futuros no excedieran el promedio europeo, que su economía se volviera básicamente agrícola, con exportaciones, tal vez, de cerveza, carbón, juguetes y textiles, y que por lo tanto no pudiera pensar más en dominar el mundo.
Sesenta y dos años después, en otro verano boreal, cuatro grandes potencias están reunidas en Potsdam para resolver los destinos del planeta. Los protagonistas han cambiado y ya no son jefes de gobierno, pero la agenda de los principales negociadores comerciales de Estados Unidos, la Unión Europea, Brasil e India no es menos importante. Se trata, oficialmente, de un nuevo «último intento» por rescatar la Ronda de Doha de negociaciones comerciales. O sea, de decidir sobre si va a seguir existiendo el muro invisible que separa al Norte rico del Sur pobre y sobre el destino de la industria y la agricultura en el planeta.
En cinco días, del 19 al 23 de junio, los miembros de este grupo, más conocidos como «G-4» en la jerga de las negociaciones comerciales, deberían resolver los temas sobre los que no han podido ponerse de acuerdo en cinco años, desde que la nueva ronda de negociaciones de la Organización Mundial de Comercio (OMC) fue lanzada en la capital de Qatar. Sus principales asesores ya lo intentaron en París la semana pasada y no pudieron.
Según fuentes diplomáticas de Ginebra citadas por Martin Khor, las divergencias persisten en temas clave como los subsidios agrícolas, donde Estados Unidos se negó a proporcionar nuevos topes que los demás pudieran aceptar, y en las negociaciones sobre acceso a mercado de productos no agrícolas (o sea la industria), conocidas en la jerga como NAMA (Non-Agricultural Market Access). Técnicamente la diferencia está en los coeficientes de reducción de los aranceles a la importación de productos manufacturados. Brasil, India y el resto del grupo conocido como NAMA 11 quieren conservar el derecho a proteger sus industrias, mientras que Susan Schwab, la representante de Comercio de Estados Unidos, declaró que «si se quiere un resultado favorable al desarrollo, hay que cortar de verdad los aranceles efectivamente aplicados» y que lo contrario sería «la muerte de la Ronda de Doha», también llamada «ronda del desarrollo» porque sus resultados deberían favorecer a los países más pobres.
Para la mayoría de los directamente interesados, o sea los propios países llamados «en desarrollo», la liberalización excesiva de sus importaciones de productos manufacturados podría significar una desindustrialización tan dramática como la impuesta a Alemania al fin de la guerra y por eso rechazan cortar los aranceles efectivamente aplicados y proponen, en cambio, cortar los máximos legales arancelarios que la OMC les permite, o sea una promesa de no aumentar a futuro los aranceles efectivos actuales, excepto para una lista de productos «sensibles» que también es objeto de intensas negociaciones.
Las potencias del Sur reclaman, a cambio de cualquier apertura de sus mercados internos, el cese de los subsidios de Europa y Estados Unidos a sus complejos agroindustriales. Hace algunos años, exasperado, un negociador brasileño puso sobre la mesa un pesado volumen de «La Riqueza de las Naciones» de Adam Smith, el teórico del liberalismo en el siglo XVIII, y desafió: «Dígame, ¿dónde dice aquí que la mano invisible del mercado no vale para el jugo de naranja?» En el concepto de desarrollo defendido por Schwab, será bueno para Brasil e India dejar de proteger a sus industriales de la competencia de productos importados, pero lo mismo no vale para los productores estadounidenses de etanol a partir de maíz, protegidos por un arancel sobre el alcohol brasileño de sesenta y tres centavos por galón y, además, beneficiados con miles de millones de dólares de subsidios.
El régimen comercial vigente en el mundo es peor que el impuesto a la Alemania derrotada. No solo no se permite la industrialización pesada del Sur, sino que tampoco se deja crecer su agroindustria.
Hasta dónde avanzará el G-4 en cinco días es difícil de predecir. Pero aun cuando logren llegar a un acuerdo entre ellos, nada garantiza que tal entendimiento sea potable para los ciento y pico de miembros de la OMC que no van a estar representados en Potsdam.
Según diplomáticos consultados por Martin Khor, los presidentes de los grupos negociadores sobre NAMA y sobre agricultura habrían aceptado la sugerencia del G-4 de que esperaran a presentar sus conclusiones hasta que termine la reunión de Potsdam el 23 de junio, para que de esta manera lo eventualmente consensuado por el G-4 sea incluido en sus recomendaciones (oficialmente llamadas «borradores»).
Pero este hipotético consenso deja a muchos afuera. El G-10, por ejemplo, cuyos miembros son países ricos como Japón, Suiza y Noruega, con intereses agrícolas «defensivos» (que quieren proteger a sus productores de la competencia internacional) y que no forman parte de la Unión Europea ni del área norteamericana, emitió un duro «mensaje al G-4», transmitido por el ministro japonés de Agricultura, Norihiko Akagi: «No aceptaremos de manera alguna borradores que solo reflejen el resultado de la consulta del G-4. Suponemos que todos los miembros apoyan un proceso multilateral real». En otras palabras, no aceptamos que otros negocien por nosotros.
Y aunque Brasil e India son países en desarrollo, tampoco es seguro que los resultados de sus negociaciones a puertas cerradas sean apoyados por el resto.
En una reunión ministerial de los dos principales bloques del Sur, el G-20 y el G-33, el 11 de junio en Ginebra, varias voces reclamaron que sus posiciones no fueran «aguadas». El G-20, en particular, reclamó enfáticamente que los subsidios agrícolas distorsionantes del comercio aplicado por Estados Unidos sean «realmente cortados». Eso quiere decir un nivel futuro por debajo de los 11.000 millones de dólares de subsidios reales en 2006 y no un «corte en el aire», simbólico, sobre los 20.000 millones de subsidios nominales de 2005, que no tendría efectos reales.
Una semana después de la primera reunión de Potsdam, dos bombas atómicas fueron lanzadas por Truman sobre Japón, asegurando su rendición y adelantándose a la invasión del imperio nipón por la Unión Soviética. Los resultados de este nuevo G-4 en Potsdam no van a ser tan estridentes, pero su impacto potencial sobre las vidas de millones de trabajadores urbanos y rurales, y quienes aspiran a una forma decente de ganarse la vida, no es menos dramático.(FIN)
Roberto Bissio es Director Ejecutivo del Instituto del Tercer Mundo