Los expertos (del sistema) que escribieron sobre las causas estructurales de la crisis financiera se han dado cuenta que les faltaba un capítulo: El impacto de la «crisis financiera» en las finanzas del Estado . O sea, el costo (económico y social) que demandará a los Estados capitalistas (empezando por EEUU y las economías centrales) el salvataje (con dinero público de todos los contribuyentes) de los grandes conglomerados bancarios y empresariales que hicieron estallar la «burbuja» del colapso financiero a escala global en 2008.
Un nuevo actor emerge en la economía mundial: La «crisis fiscal» (producto de los déficit siderales que aquejan a los Estados de las economías centrales) que sucede a la «crisis financiera» en la debacle de la economía capitalista globalizada.
Y hay una paradoja: La «crisis estatal» no nace como producto del endeudamiento privado sin respaldo (la economía de papel de los grandes conglomerados bancarios imperiales) sino como emergente de los programas estatales de salvataje financiero que han endeudado (sin respaldo fiscal) a los Estados centrales, con EEUU y la Unión Europea en primer término.
Los billonarios fondos públicos utilizados para salvar a los megaconsorcios bancarios e industriales terminaron generando una deuda impagable y un rojo crónico en las cuentas fiscales de las naciones capitalistas centrales (principalmente EEUU, la UE, Japón y China).
Este proceso de sobreendeudamiento (agregado a la caída de la recaudación por la desaceleración económica) no solo amenaza la estabilidad económica y la «gobernabilidad» del sistema, sino que también (y como ya sucedió con los bancos y empresas privadas) puede hacer colapsar en cadena a los propios Estados capitalistas, tanto centrales, como subdesarrollados o emergentes.
En general, la sombra de una insolvencia de pago generalizada (producida por los déficit y la baja de recaudación fiscal) hace temer a los analistas del sistema un rebrote de la crisis financiera, no ya a nivel de los bancos y entidades privadas, sino a nivel de los propios Estados capitalistas centrales.
De esta manera, la crisis fiscal (producto del déficit comercial y recaudatorio del Estado) se sumó al panorama de agravamiento del desempleo (principalmente en EEUU y Europa), la no reactivación del consumo (producida por la desaparición del crédito para la producción), y los interrogantes que persisten en caso de que los bancos centrales decidan levantar los estímulos (planes de rescate) a bancos y empresas.
De acuerdo con The Financial Times, el gigantesco déficit fiscal en Europa y EEUU, en algún momento, podría hacer subir las tasas de interés generando un proceso recesivo que, a su vez, se retroalimentaría con más déficit fiscal dentro de un círculo vicioso.
De acuerdo con datos de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), la deuda pública de los 30 países más desarrollados económicamente alcanzó en 2010 el 100% de su PBI (producto bruto interno). O sea que esos países desarrollados (con EEUU y la UE a la cabeza) deberían destinar una producción anual completa sólo para cubrir su déficit. Algo pesadillesco.
Según estimaciones de analistas privados, EEUU, la UE, China y Japón (las cuatro primeras economías mundiales) utilizaron más de US$ 20 billones de fondos públicos, más de un tercio del PIB mundial, para salvar de la quiebra al sistema financiero y a los bancos privados, lo que derivó en los gigantescos déficit que aquejan a los Estados capitalistas centrales.
Luego de sufrir un derrumbe histórico en 2008 y 2009, las proyecciones oficiales de gobiernos, instituciones y analistas, señalaron para 2010 pasado, pronósticos de crecimiento raquíticos. En promedio, en sus últimos informes el FMI estima que el crecimiento en las potencias centrales (EEUU, UE, China, Japón) se ha situado en torno del 1,5%. al 3,%.
Estas estimaciones de «crecimiento débil» (en general compartidas por gobiernos y especialistas) son las que alimentan el escepticismo sobre la recuperación inmediata de la economía mundial y sitúan al déficit y al endeudamiento público como las estrellas protagónicas del proceso en que ya está inmerso el sistema.
El rojo europeo
En general, los desfasajes y la complicación de la «recuperación» de la economía de la UE (la segunda potencia económica mundial en bloque tras EEUU), transitan por los mismos parámetros que en EEUU: Desempleo, falta de crédito, depresión del consumo y alto déficit (endeudamiento del Estado) producido por los «rescates».
El desempleo de la Eurozona, integrada por 16 países, afectaba el 9,9% de la población activa, según datos oficiales.
Después de descender una décima en febrero se situó en 9,9%, mientras que en el conjunto de la Unión Europea alcanza el 9,5%, informó El País de Madrid. Sin embargo, en España la tendencia es la contraria: subió una décima y quedó en 20,5%.
Por su parte, el presidente de Portugal, Aníbal Cavasco Silva, estudia la posibilidad de solicitar una ayuda de corto plazo de «emergencia» al Fondo Monetario Internacional (FMI) sin intervención de la Unión Europea para poder hacer frente a los pagos de deuda soberana más urgentes.
Vale recordar que, en este escenario, los gobiernos centrales de la UE salieron hace ya dos años, al rescate de sus bancos con masivas inyecciones de fondos públicos (provenientes de los impuestos pagados por toda la población europea) que dispararon los déficits públicos y las deudas.
Ahora, presionados por los rumores de falta de respaldo, los especuladores financieros en alta escala temen que algunos Estados de la UE no puedan hacer frente a sus compromisos de pago.
La incertidumbre que los analistas y las propias autoridades oficiales siembran sobre la «recuperación económica», los bajos niveles de crecimiento que exhiben algunas economías, la no reactivación del empleo y del consumo (los pilares básicos de la economía real), impulsan la caída del euro y tornan cada vez más difícil la colocación de deuda en los mercados financieros.
Cuando está a punto de cumplirse un año desde que Grecia pidió un rescate que sonaba a ciencia ficción (110.000 millones de euros), los efectos en la economía helena apenas muestran signos de recuperación.
Y si hace apenas dos años la mayoría de la zona del euro vendía su deuda acuñada con el certificado AAA’ de máxima calidad (es la calificación más alta que otorgan las agencias de rating), esta semana tres países miembros han comenzado a flirtear con el oprobio de denominarse «bono basura».
Esta misma semana, las temidas y enjuiciadas agencias de rating rebajaban a un paso de la basura la deuda griega, atendiendo a la posibilidad de que las nuevas reglas del Mecanismo de Estabilidad Financiera el fondo de rescate de los países del euro, que regirán desde 2013, obligarán al país a imponer una quita en el pago de su deuda.
En opinión de Theodora Zemek, responsable global de renta fija de Axa Investment Managers, «el problema del riesgo soberano no ha hecho más que empezar. Los países con un elevado endeudamiento tendrán que pagar una rentabilidad cada vez más alta para emitir nuevos bonos».
«Pero sin medidas para estimular la economía, tales como fondos de desarrollo y otros medios para incrementar la liquidez, la reducción del déficit podría desacelerar el crecimiento», señaló refiriéndose al déficit europeo Joseph Stiglitz, profesor de la Universidad de Columbia y ganador del Premio Nobel de economía en 2001.
«Un crecimiento más lento a su vez podría generar menos ingresos impositivos y terminaría incrementando el déficit», añadió el Nobel de Economía durante una conferencia de prensa en Atenas.
El rojo estadounidense
Mientras tanto, la mayor economía del mundo tiene 13 millones 483 mil desempleados, de los cuales más de seis millones tienen un semestre o más sin trabajar.
El crecimiento del PIB y de las ganancias corporativas es aparentemente vigoroso, pero se produce sin reponer la mayoría de los puestos de trabajo que se perdieron en 2009. La tasa de desempleo no baja de 9.6%, una cifra atroz para un país que normalmente está en torno a cinco por ciento.
Por su parte, el Estado norteamericano baja «costo social» por medio de la reducción del gasto público (salud, vivienda, educación, etc) para compensar la merma de la recaudación durante la crisis.
De esta manera, el sistema capitalista USA (Estado y empresas privadas) descarga el costo del colapso recesivo económico (la crisis) sobre el sector asalariado (fuerza laboral masiva) y la masa más desprotegida y mayoritaria de la sociedad (población pobre con limitados recursos de supervivencia).
A su vez el capitalismo industrial o comercial estadounidense, con el argumento de la «catástrofe económica» reduce «costo laboral» despidiendo empleados, reduciendo salarios y suprimiendo beneficios sociales, mientras «sobreexplota» la fuerza que queda ocupada. Achican otros gastos (e inversiones) de la producción para ganar lo mismo produciendo y vendiendo menos, lo que agudiza la recesión y genera más baja del consumo y despidos laborales.
El gran dilema
Según expertos y organismos del sistema (como Krugman, Stiglitz, FMI, BCE, G-7, etc): Si los bancos centrales y la Reserva Federal levantan los subsidios estatales, no solamente se puede desplomar el crecimiento récord de los mercados bursátiles (bolsas), sino que también se puede revertir el «crecimiento débil» que los gobiernos esgrimen para fundamentar que la economía global está «saliendo de la recesión».
Si los bancos terminan con los «rescates estatales» (la piedra basal de la nueva «burbuja») se corre el riesgo (casi seguro) de una recaída de la crisis financiera con un impacto negativo en el proceso de recuperación de la economía real.
Si, por el contrario, continúan con el drenaje de fondos públicos para salvar al capitalismo privado, se corre el riesgo (casi seguro) del estallido de una crisis global de endeudamiento de los Estados (tanto centrales como emergentes y subdesarrollados) que puede convertir a los bonos públicos en sucedáneos de las hipotecas subprime y de los bonos «tóxicos» (que encendieron la mecha de la crisis financiera).
Ambas alternativas (sostener o levantar los «estímulos» estatales): Potencian la posibilidad de un rebrote de la crisis financiera (por endeudamiento estatal sin respaldo), una recaída de la crisis recesiva, (por impacto desacelerador en el consumo y en la producción) y una profundización de la crisis social (por impacto de una mayor desocupación y baja del consumo).
Así como la crisis financiera-recesiva (con epicentro USA-UE) hundió a las empresas y bancos capitalistas privados, un potencial colapso con el endeudamiento público (insolvencia de pago) puede hundir a los Estados capitalistas en una quiebra generalizada a nivel planetario.
En resumen, los expertos (del sistema) que escribieron sobre las causas estructurales de la crisis financiera se han dado cuenta que les falta un capítulo: El impacto de la «crisis financiera» en las finanzas del Estado.
O sea, el costo (económico y social) que demandará a los Estados capitalistas (empezando por EEUU y las economías centrales) el salvataje (con dinero público de todos los contribuyentes) de los grandes conglomerados bancarios y empresariales que hicieron estallar la «burbuja» del colapso financiero a escala global.