Este tiempo neo-medieval se caracteriza por la irrupción multiplicada de un ejército de sacerdotes presto a predicar la buena nueva ultraliberal, sin sotana pero igualmente vestidos de negro, con su fe y sus maletines cargaditos de tijeras y mandamientos. Economicistas que se han sacudido de sus análisis, cual incómoda caspa, las repercusiones en el bienestar […]
Este tiempo neo-medieval se caracteriza por la irrupción multiplicada de un ejército de sacerdotes presto a predicar la buena nueva ultraliberal, sin sotana pero igualmente vestidos de negro, con su fe y sus maletines cargaditos de tijeras y mandamientos. Economicistas que se han sacudido de sus análisis, cual incómoda caspa, las repercusiones en el bienestar social de sus propuestas pseudo-científicas; inquisidores que nos advierten desde sus tribunas privilegiadas del infierno acechante tras el déficit y el gasto público (ni una palabra cuando éste va a parar a las consultoras para las que trabajan); cansinos con aquello de que «hemos vivido por encima de nuestras posibilidades» y bla bla bla.
José Alberto León Alonso es uno de ellos, columnista de Diario de Avisos, economista de Corporación 5, la consultora del ex consejero canario de Economía y presidente de la CEOE, José Carlos Francisco, empresa que en cinco años se ha embolsado más de 250.000 euros de dinero público sin concurso previo ni publicidad en variopintos proyectos, como el estudio del equipamiento de ocio en Lanzarote; la actualización de la estrategia de transportes de Canarias; el análisis socioeconómico y su incidencia en el autogobierno; los usos potenciales en los espacios públicos del Puerto de la Cruz; o el establecimiento de estrategias sobre la Administración.
En su artículo «Bola de partido», León Alonso, quien auguró en 2009 la salida de la recesión para el tercer trimestre de 2010, elogia las medidas regresivas de Rajoy porque forman parte de un «plan coherente». Y aunque preferiría que se despidiera a los trabajadores públicos «innecesarios» (¿lo serán acaso porque unas consultoras externas realizan su trabajo?), en lugar de rebajar salarios indiscriminadamente, le agrada la eliminación de días libres y del derecho al cobro íntegro del sueldo estando de baja, porque asimila el régimen de los empleados públicos al sector privado. «Veremos el increíble efecto curativo de la medida cuando súbitamente miles de enfermos se reincorporen», ironiza. Y yo es que me troncho cuando pienso en aquellos trabajadores, con muletas, con fiebre y tiritando, que cada día acuden enfermos a sus puestos en este país miserable por miedo a ser despedidos o para no perder ingresos de un sueldo enano, y a los que no menciona este predicador en su ideologizada homilía.
Menos mal que junto a éstos que mantienen su inhumana fe incólume, hay otros economistas que advierten que este camino destructivo y doloroso no puede ser la única vía y que las administraciones deben defender el interés general (Fernando Redondo), o bien reconocen que nos «encontramos ante un jeroglífico dentro de un laberinto, donde se supone (y ahí reside la duda) que hay resurrección final» (José Ángel Rodríguez). Pero termino con un empresario y economista malagueño, quien en una carta admitía humildemente su profunda desorientación: «ya no sé interpretar ni predecir hacia dónde vamos. No sé si lo que veo es esperanzador o motivo de preocupación. Si desplegar velas para salir de la tempestad, o no hay mástil que aguante el temporal y es mejor dejarse ir a la deriva. Nunca antes la expresión sólo sé que no sé nada, había tomado tanto sentido en mi vida». En crisis de fe.
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