El gobernador del Banco Central Europeo acaba de descubrir el agua tibia: en su comparecencia del martes ante la Comisión de Economía y Asuntos Monetarios del Parlamento Europeo planteó que la Unión Monetaria es una federación en lo monetario y que para hacer frente a la crisis se necesitaría una cuasi federación también en lo […]
El gobernador del Banco Central Europeo acaba de descubrir el agua tibia: en su comparecencia del martes ante la Comisión de Economía y Asuntos Monetarios del Parlamento Europeo planteó que la Unión Monetaria es una federación en lo monetario y que para hacer frente a la crisis se necesitaría una cuasi federación también en lo presupuestario. No se atrevió a hablar de la necesidad de una federación también en lo que a la hacienda pública se refiere, a la creación de una auténtica Hacienda Pública común encargada de las emisiones de deuda, de la redistribución de la renta y de la equiparación de las condiciones productivas y de bienestar dentro de la Unión Monetaria. No, en absoluto. Eso sería ir demasiado lejos para alguien tan anclado en la ortodoxia monetarista.
Lo sorprendente del caso es que Trichet fuera a hacer estas declaraciones ante el Parlamento Europeo porque de haberlas hecho ante la asociación de vecinos de mi barrio el resultado hubiera sido exactamente el mismo. ¿O es que ignora Trichet que, tan sólo unos días antes, la Comisión había rechazado la propuesta del Parlamento Europeo de elevar el presupuesto comunitario hasta el 6% desde el 2,9% en el que se encuentra actualmente y que, por lo tanto, la Eurocámara tendrá que prorrogar los presupuestos de 2010 para el año entrante? ¿No sabe Trichet que entre los 27 estados de la Unión Europea hay un grupo importante de ellos liderados por Reino Unido y Holanda que se niega a cualquier avance en materia de cesión de soberanía fiscal e, incluso, de incremento del presupuesto comunitario con ingresos transferidos desde los Estados?
No es que me niegue yo a la creación de un presupuesto comunitario. Al contrario, creo que es la única vía posible si se quiere mantener en pie la Unión Monetaria. Pero plantear el tema al Parlamento Europeo justo cuando su propuesta acaba de ser tumbada por la Comisión es como mentar la soga en casa del ahorcado.
Puestos a plantear soluciones ante lo que está ocurriendo, tal vez Trichet debería dar ejemplo y comenzar con las que podría aportar desde su propia casa, el Banco Central Europeo. No estaría mal que empezara por convencer a los miembros de su Comité Ejecutivo de que su negativa a comprar deuda soberana emitida por los Estados miembros mientras que, al mismo tiempo, no tiene ningún tipo de reparo en comprar toda la que le presentan los bancos europeos, aun cuando mucha de ella tiene la categoría casi de bono basura, es una auténtica aberración que fomenta la especulación contra los países que mayores niveles de riesgo presentan en estos momentos.
Eso por no hablar de que, con su política obstinada, está permitiendo que sean los bancos quienes estén saneando sus balances a cuenta de la especulación contra los mismos gobiernos que se endeudaron hasta las cejas para rescatarlos cuando las cosas comenzaron a ponerse negras.
¿O es que tiene algún sentido que el Banco Central Europeo siga prestando el dinero a esos bancos al 1,75% mientras que la rentabilidad que éstos obtienen especulando, por ejemplo, con la deuda pública española a 10 años supera ya el 5% o que el tipo de interés que tendrán que pagar los irlandeses por los fondos comprometidos en el plan de rescate superará el 6%? ¿Quiénes, si no los bancos y sus fondos de inversión y pensiones, son los principales beneficiarios de esa política suicida del Banco Central Europeo? ¿Hasta cuándo va a seguir exigiendo Trichet reformas en otros ámbitos distintos al monetario y no va a encarar los problemas que se derivan del suyo y de su política monetaria?
Bastaría con que anunciara que el Banco Central Europeo va a comenzar a comprar deuda pública para que toda la especulación con operaciones a corto, que son las que actualmente tienen a los mercados en una situación de paroxismo, comenzaran a calmarse.
¿Y por qué no lo hace? Buena pregunta. ¿Y por qué nadie le obliga a hacerlo? Mejor pregunta. ¿Y qué pintamos los ciudadanos en todo esto? La principal pregunta.
Alberto Montero Soler ([email protected]) es profesor de Economía Aplicada de la Universidad de Málaga y puedes leer otros textos suyos en su blog La Otra Economía.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
rCR