A un año de ofensiva israelí contra Hamas, el pueblo palestino cuenta 42 mil muertes, 97 mil heridos y una destrucción material inenarrable. La atroz incursión de Hamas en territorio bajo control de Tel Aviv, el 7 de octubre de 2023, es utilizada como excusa para procurar la aniquilación de un pueblo. Limpieza étnica.
Las autoridades israelíes reeditan la conducta nazi durante la Segunda Guerra Mundial. Se proponen eliminar a millones de seres humanos a quienes consideran “una raza inferior”, como Hitler y sus verdugos calificaban a los hebreos de entonces. El sionismo, encarnado hoy en Benjamin Netanyahu, entierra siglos de cultura judía, afirma una razón contraria al humanismo de los grandes nombres de origen judío. A cambio, da cuerpo a la barbarie. Una ferocidad obligada por el capitalismo senil, pero asumida por un gobierno que toma de rehén a su propio pueblo y manipula la historia para reeditar un Holocausto, como el cometido por el nazismo alemán, esta vez perpetrado por un Estado confesional y ultraderechista usurpador de la memoria y el acervo cultural judíos.
Tel Aviv lleva hoy al extremo su condición de plataforma estadounidense en Medio Oriente, pieza clave de la geopolítica imperialista. Y con este genocidio inaugura una nueva etapa histórica, cuyo desenlace pone en juego la existencia misma de Israel, que al cabo estará ante la opción de utilizar la fuerza atómica con la que cuenta. Está en ciernes la extensión de la guerra a toda la región. Netanyahu ya ataca Líbano y Siria, mientras apunta a Irán, además de Yemen.
Es la dinámica irracional que no reside simplemente en la cabeza enajenada de Netanyahu, sino en la naturaleza misma del sistema mundial, ajenos esta y aquel a una verdad tan obvia que golpea el rostro:
“Si los palestinos no tienen un hogar, los israelíes tampoco lo tendrán (…) Cuando Israel ocupa y oprime a otra nación durante 51 años, y establece el apartheid en los territorios ocupados, se convierte mucho menos en un hogar”.
Así clama ante los guerreristas el escritor israelí David Grossman, citado por la periodista Patricia Kolesnikov.
Argentina, pieza fundamental del sionismo
Desde hace demasiado tiempo el sionismo ha avanzado en la penetración de las instituciones estatales a todo nivel en Argentina. Primero se apoderó de las principales organizaciones de la comunidad judía. Una política trazada desde Tel Aviv y aplicada mediante organismos de espionaje y personajes inescrupulosos, llegó al impensable punto de captar a un sujeto ad hoc, al cual catapultarían hasta la presidencia de la Nación y a través del cual manipularían la política exterior argentina, como podría hacerlo un rufián con sus víctimas. Ahora está enquistado en todos los ámbitos, a comenzar por los organismos de espionaje y la así llamada “seguridad”, es decir, los instrumentos potenciales de la represión. La adhesión oficial del Ejecutivo argentino a la barbarie israelí adelanta su conducta fronteras adentro. Si la sociedad le da tiempo y espacio, lo hará.
Mucho debía degradarse el país para que esto fuera posible. El hecho es que se vio a un flamante presidente llorando abrazado a un rabino (su rabino personal, encargado de su conversión al judaísmo) ante el muro de los lamentos, para inmediatamente bailar como saltimbanqui en una ceremonia en su honor, en pago por haber resuelto el traslado de la embajada argentina a Jerusalén. Buenos Aires es ahora el ariete del ariete, a su vez títere del vigía ciego de Occidente. A esto ha sido reducida Argentina, sus clases dirigentes y buena parte de su intelectualidad.
Pieza fundamental de semejante deriva ha sido la prensa de todo el espectro, capaz de combinar ignorancia, corrupción y vesania, para ocultar historia, presente y devenir. Sionistas con o sin raíces judías han sido catapultados en los últimos años a lugares preponderantes en la manipulación de la opinión colectiva. Operaciones de alta envergadura realizadas por organismos de espionaje extranjeros en connivencia con franjas maleables del capital local. Con alguna excepción, los beneficiarios de esta maniobra estratégica son arribistas incultos e ignorantes, dispuestos a los máximos excesos para servir al amo y ocupar un lugar a cambio. Con ellos, la prensa comercial ha caído en Argentina más hondo de lo imaginable.
Uno de los recursos de estos periodistas venales ha sido igualar antisionismo con antisemitismo. Utilizan la tragedia histórica de la Shoá para entronizar el autoritarismo nazi y acabar con el pensamiento crítico. La Historia argentina deberá registrar con letras de fuego esta falacia, perpetrada para justificar la violencia más allá de toda medida. Sólo algunos pocos fanatizados lo hacen en función de ideas y creencias. La mayoría actúa por razones crematísticas. El futuro cobrará esta afrenta. Una acepción del término Shoá es “catástrofe”. Para una catástrofe global y local trabajan quienes justifican el genocidio palestino.
En un mundo signado por la inexorable crisis del sistema económico dominante, la amenaza no está solo en la deriva del Medio Oriente. Por esto y por la guerra de la OTAN con Rusia, más los conflictos en el Mar de China, sin contar el derrumbe europeo y el volcán dormido de América Latina, los malos presagios tienen dimensión planetaria. El payasesco gobierno argentino ya envía pertrechos militares (parece una mala burla) a maniobras bélicas de las Fuerzas Marítimas Combinadas (Quinta Flota estadounidense) en torno a Israel, comandadas por Estados Unidos y Gran Bretaña.
Los propagandistas del guerrerismo israelí callan ante semejantes fantochadas y ocultan la magnitud de los efectos que provocarán. Para mal de todos, contribuyen al recrudecimiento del antisemitismo, desde lejos latente en Argentina. Irresponsables autoridades de las instituciones judías avalan esta dinámica alineándose con el suicida régimen sionista de Israel y sometiéndose a sus tentáculos locales.
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