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Preservar el legado de Lula

Fuentes: Koinonia

Se dice que, en política, se piensa casi siempre con una sola intención, es decir, con la segunda. Raramente el discurso es en primera intención y por eso transparente. Quien lo hace, corre el riesgo de pasar por ingenuo o de hacer el juego al adversario. De ahí cierta connotación de farsa que la retórica […]

Se dice que, en política, se piensa casi siempre con una sola intención, es decir, con la segunda. Raramente el discurso es en primera intención y por eso transparente. Quien lo hace, corre el riesgo de pasar por ingenuo o de hacer el juego al adversario. De ahí cierta connotación de farsa que la retórica política asume. Pero lo que generalmente importa más es el subdiscurso, lo no dicho en lo dicho. En lo no dicho se esconden los intereses que los partidos y sus representantes políticos representan. Muchos de estos intereses ni siquiera pueden ser explicitados pues revelarían a las claras su carácter clasista, antidemocrático y hasta antiético.

Digo todo esto a propósito de la crisis política provocada por las denuncias de corrupción, que todavía deben ser comprobadas cabalmente, por parte de sectores del PT que rozan de algún modo zonas próximas al Gobierno. Lógicamente, la corrupción debe ser combatida, eliminada y castigada. La mayor dificultad reside en el hecho de que es una adherencia al tipo de clase política que se fue desarrollando a lo largo de la historia brasileña, infiltrando las instituciones públicas, contaminando las prácticas de gobierno y contando todavía con la impunidad generalizada de los corruptos y de los corruptores.

En una tal atmósfera generalizada es aún más difícil identificar, denunciar y castigar un hecho concreto de corrupción, como el que se presume en sectores del PT y de algunos partidos aliados.

En primer lugar, hay profunda decepción en grupos sociales importantes, especialmente populares, que depositaron gran confianza en el PT con la certeza de que con él tales desvíos éticos jamás se repetirían. Y se repitieron. Un grupo del PT cayó en la tentación del poder y de la ambición de dinero, porque sucumbió a su lógica intrínseca, que es: no se puede garantizar poder y dinero sino buscando más poder y más dinero. Fue la perdición, para estos sectores del PT. Sin control, transparencia y una sólida ética personal, muchos lamentablemente sucumben, como han sucumbido.

En segundo lugar, lo que duele es ver a políticos corruptos que claramente se han beneficiado de la máquina oficial y del poder de Estado, comportándose como vestales mientras acusan duramente a los otros de corrupción. No es que no deban acusarlos, pues los hechos están ahí, pero no lo hacen con esa humildad y esa dignidad que aleja el espíritu de venganza y de innegable satisfacción al ver a los «puros» en la misma fosa común en la que ellos se encuentran.

Seguramente habrá muchos efectos colaterales con el riesgo de desestabilizar políticamente al Gobierno. Ojalá no se llegue a la destitución del Presidente, pues independientemente de su eventual conocimiento de los hechos, podría crear una convulsión social. Sospecho que, dada la articulación de los movimientos sociales liderados por el MST, saldrían multitudes a las calles, no como en los tiempos de Collor para pedir la destitución, sino al contrario, para garantizar el mandato del Presidente y cuestionar la legitimidad de un Parlamento acusado también de corrupción y, por eso, viciado. Más que los hechos, cuentan aquí los símbolos poderosos del imaginario popular. Lula es visto como arquetipo colectivo, resultado de una acumulación de decenas de años de luchas, la realización de un sueño secular de resistencia, de contestación del orden presente y del deseo de otro tipo de sociedad que haga justicia a los millones de destituidos. Esta herencia que pesa sobre los hombros de Lula y que él no puede traicionar, merece ser preservada celosamente.