85 personas en el mundo, según el informe «Gobernar para las élites» de Oxfam Intermón, tienen tanta riqueza como los 3.570 millones de personas, casi la mitad de la población mundial, más pobres. No puede haber una expresión más gráfica, más cruda de hasta que extremos de locura ha llegado la injusta distribución de la […]
85 personas en el mundo, según el informe «Gobernar para las élites» de Oxfam Intermón, tienen tanta riqueza como los 3.570 millones de personas, casi la mitad de la población mundial, más pobres. No puede haber una expresión más gráfica, más cruda de hasta que extremos de locura ha llegado la injusta distribución de la riqueza en la Tierra.
Mientras que los primeros, ¿ciudadanos Kane?, morirán dejando una inmensa fortuna que ni viviendo cien años podrían gastar, los segundos estarán abocados, en sus mucho más cortas vidas, a sufrir toda clase de privaciones, desgracias y violencias.
Miles de millones de seres humanos, para los que los derechos humanos son papel mojado, son presos de la pobreza. Encerrados en el círculo poco virtuoso de la desnutrición, las epidemias, sin acceso a una atención sanitaria básica, en asentamientos precarios, estos cautivos sociales, en su inmensa mayoría, no podrán traspasar los barrotes invisibles de la cárcel de la pobreza.
¿Qué tienen en la vida? Cruelmente habrá que reconocer que sólo se les ofrece tener hambre, enfermedades, agua contaminada, chabolas, favelas… Esas son sus «posesiones».
Es preciso sacar a esos miles de millones de personas de la cárcel de la pobreza, ¿pero hay voluntad política para hacerlo?
Si la hay es muy tímida. En la Declaración del Milenio del año 2000, aprobada en la ONU por 189 países y firmada por 147 Jefes de Estado y de Gobierno, se fijó, en los llamados Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM), la meta de reducir a la mitad para 2015 la pobreza extrema en el mundo, cifrada por aquel entonces en más de 1.000 millones de personas. Un objetivo sin duda modesto, puesto que para esa fecha, que ya está a la vuelta de la esquina, todavía habría al menos más de 500 millones de personas que aún vivirían en la pobreza extrema, sin contar los miles de millones que lo seguirían haciendo en condiciones de pobreza a secas.
En fin, a estas alturas es evidente que sacar de la pobreza a miles de millones de personas, es imposible con la actual distribución de la riqueza en el mundo. Mientras se acepte que 85 personas concentren tanta riqueza como 3.570 millones y aún peor, se considere admisible y natural que puedan seguir acumulando más riqueza, se estará consintiendo tanto el enriquecimiento ilimitado de unos pocos como el empobrecimiento ilimitado de la gran mayoría.
Sólo la corrección decidida de la injusta distribución de la riqueza podrá resolver el problema. Por consiguiente,el capitalismo neoliberal, que sólo beneficia a los ricos, deberá ser abandonado. Versiones menos impresentables del capitalismo, como el neocapitalismo keynesiano, aplicado en la Europa nórdica tradicionalmente, podrán seguir existiendo justificadamente por un tiempo, pero para poner fin a la pobreza la solución definitiva exigirá de modelos profundamente democráticos de perfiles inequívocamente socialistas o, aún mejor, ecosocialistas.
Mientras tanto, por congruencia, la ONU, que tiene en la erradicación de la pobreza una de las banderas de su razón de ser, debería declarar ilegal la pobreza, como un primer paso que obligase a los Estados y a los gobiernos del mundo a hacer de ese objetivo la prioridad de sus políticas económicas y sociales. La confrontación con el capitalismo neoliberal sería inevitable, pero las posibilidades de erradicar la pobreza aumentarían exponencialmente.
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