El Premio Nobel de Economía Paul Krugman no se anda con rodeos:
«las señales son ahora inequívocas: China tiene graves problemas. No estamos hablando de un pequeño contratiempo en el camino, sino de algo más fundamental. Toda la forma de hacer negocios del país, el sistema económico que ha impulsado tres décadas de increíble crecimiento, ha alcanzado sus límites. Se podría decir que el modelo chino está a punto de chocar contra su Gran Muralla, y la única pregunta ahora es cuán grave será el desplome».
Eso fue en el verano de 2013 . El PIB de China creció un 7,8% ese año. En la década transcurrida desde entonces, su economía se ha expandido un 70% en términos reales, frente al 21% de Estados Unidos. China no ha sufrido una recesión en lo que va de siglo -por convención, dos trimestres consecutivos de crecimiento negativo- y mucho menos un «crash». Sin embargo, cada pocos años, los medios financieros anglófonos y su séquito de inversores, analistas y expertos se dejan llevar por la creencia de que la economía china está a punto de desmoronarse.