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Raimón, "un Brassens con una pasión ronca y juvenil en la voz que canta poemas comparables a los poemas de resistencia de Eluard o de Aragon"

Primero lanzar un grito

Fuentes: Le Monde diplomatique, edición española Junio 2006. Numero 128

En el restaurante barcelonés Casa Leopoldo, el fantasma del escritor Manuel Vázquez Montalbán se invitó a la misma mesa que el cantante Raimon y su esposa. Comen allí conejo y berberechos, lejos del turismo que fagocita el mal reputado barrio antiguo de Barcelona, lo más cerca posible de los recuerdos, ya se trate de las […]

En el restaurante barcelonés Casa Leopoldo, el fantasma del escritor Manuel Vázquez Montalbán se invitó a la misma mesa que el cantante Raimon y su esposa. Comen allí conejo y berberechos, lejos del turismo que fagocita el mal reputado barrio antiguo de Barcelona, lo más cerca posible de los recuerdos, ya se trate de las noches pasadas bebiendo con el fallecido creador del detective privado catalán Pepe Carvalho o de ese primer Olympia (1), el pie sobre una silla, la guitarra colgada del cuello, delante de un público que asistía a la segunda presentación transpirenaica de la nueva pesadilla del franquismo. Raimon, «un Brassens con una pasión ronca y juvenil en la voz -relataba entonces Claude Roy en Le Nouvel Observateur- que canta poemas comparables a los poemas de resistencia de Eluard o de Aragon».

Era junio de 1966, año «rock and folk» de París, primavera antes de la primavera, cuando los «baby-boomers» melómanos, con grandes convicciones en el corazón y en el cuerpo, vieron pasar, uno detrás de otro, al (Bob) Dylan posterior a «Highway 61 Revisited» y a la (Joan) Baez anterior a Woodstock. Cuatro años antes, en 1962, había bastado una canción, Al vent (Al viento), para que Raimon, estudiante de Historia en la Universidad de Valencia, se viera catapultado a símbolo generacional de una España de adultos jóvenes -y, más particularmente, de una Cataluña- «buscando la luz, buscando la paz, buscando a Dios, al viento del mundo». Y había bastado un himno premonitorio, Diguem no (Digamos no), para que el nativo de Xativa, «nacido durante esos años de ruptura en que conocíamos la guerra civil sin haberla vivido», amante de los espirituales negros pero también de los iconos de la escritura catalana contemporánea (Salvador Espriu) y de la España medieval (Jordi de Sant Jordi, Anselm Turmeda …), encarnara a todos aquellos que habían «visto al miedo ser ley para todos» y «visto a la sangre, que sólo hace sangre, ser ley del mundo».

Durante cerca de 30 años, hasta la muerte del dictador Franco, Raimon zigzagueó entre conciertos prohibidos y sordas advertencias de las delegaciones provinciales del Ministerio de Información y Turismo, anfiteatros repletos de estudiantes y conciertos de apoyo, sin nunca ceder a la tentación del exilio que le ofrecían las giras por el exterior, «esa dimensión internacional que en un punto me salvó, cuando el franquismo quería exhibir en el exterior una dimensión más ‘liberal'». Tentación en la que podría haber caído, sin embargo, habida cuenta de las amistades tejidas por ejemplo con el cantante estadounidense Peter Seeger y ese estatuto de intérprete de «canciones comprometidas» en consonancia con el chileno Víctor Jara y en comunión con Ernesto Che Guevara. («Sobre la paz», canción de Raimon dedicada al Che).

Pero así como jamás perteneció a la «nueva canción catalana», Raimon tampoco quiso describirse nunca como un cantante de «canción de protesta», «ese género que quiso reducirse a una manera de hacer canción donde se está en contra, mientras que de lo que se trata, primero, es de lanzar un grito».

No me mueven al grito
ni pájaros ni flores.
Tú, tú que trabajas
de sol a sol.
Tú, tú que notas y vives
todo el miedo.
Tú me mueves al grito,
ni pájaros, ni flores.

Así como Monsieur Jourdain, de El burgués gentilhombre de Molière, hacía prosa sin saberlo, Raimon canta la opresión sin hacer de ello una razón de ser, así como se expresa en catalán -«porque le parece bello, porque le parece verdadero y porque Franco habla en castellano», decía la prensa en 1966-, sin mostrarse como cantor del regionalismo, del que siempre ve con desconfianza su «lado inflamatorio». Incluso en lo más duro de los años franquistas, de mayo de 1968 a octubre de 1972, cuando el Estado le prohibía organizar recitales, Raimon simplemente trató de «ser libre él mismo», construyéndose la fama del cantante no encasillable, sin más familia que la de sus recuerdos.

Raimon nunca olvidará el concierto que dio en 1976 en el Palacio de Deportes del Real de Madrid, en la única presentación -sobre las cuatro previstas inicialmente- que autorizó el Ministerio del Interior del Gobierno de transición de Adolfo Suárez. Hacía un año que había muerto Franco, pero su cadáver todavía se movía: «Era una de las primeras ocasiones en que la gente de la clandestinidad salía a la luz». Raimon, por su parte, entró en las sombras. «Al final de la dictadura, todos los que habían estado en contra, desde pintores a músicos, tuvieron que demostrar que eran artistas». Al finalizar los años setenta, la juventud es atrapada por la movida, una furiosa energía contracultural que brota de una sociedad «donde hay una especie de acuerdo en no hablar más del ayer. Era una manera de arreglárselas para que los franquistas no pagaran por su pasado ni la izquierda por sus errores.»

Raimon confiesa haber vivido sus años más difíciles durante los años ochenta. Con un conflicto generacional de fondo, la nueva cultura pop ibérica barre con todo lo que encuentra en su camino. Llega la hora de la hibernación para los iconos «arqueológicos» de ayer. A algunos se les dan medallas, a otros se los olvida.

Quisieran hacer de nosotros
un cucú de reloj.
Encerrados dentro de la caja
saldríamos para decir las horas.

Y si no nos diesen cuerda
pasarían los años y las cosas,
mientras nosotros siempre quietos
dentro de la caja quedaríamos.

En una de esas indirectas que sólo él sabía lanzar, el amigo Montalbán dijo una frase que todavía hoy resuena en las paredes de Casa Leopoldo: «Contra Franco vivíamos mejor». Raimon y Annalisa sonríen: «Era irónico, por supuesto; quería decir que teníamos más complicidad, que nos peleábamos menos entre nosotros».

Hora del postre. Crema catalana. Este año España se prepara para conmemorar los setenta años de Guernica. A todas luces, el muro de olvido de un país que hasta ahora nunca emprendió su trabajo de memoria empieza a agrietarse, gracias al trabajo de Emilio Silvia y Santiago Macia Pérez, autores de Las fosas del franquismo, ciudadanos de una generación que nació a finales de los años sesenta y que «vive el pasado y el presente de España sin complejos». Este mes, cuarenta años después, Raimon vuelve al Olympia (2). Y, con él, todo lo que hemos estado a punto de olvidar. Es hora, otra vez, de acordarse, como de esta canción traída del fondo de nuestra vida…

Tu compras un poquito,
yo compro un poquito,
aquél una pizca de nada;
a eso le llamarán después:
sociedad de consumo.

Tú trabajas bastante,
yo trabajo cuando puedo,
aquél trabaja todo el año,
y siempre se dice lo mismo:
sociedad de consumo.

Tú viajas muy poco,
yo viajo bastante,
aquel del pueblo no sale;
ah, ah, ah, ah:
sociedad de consumo.

Las tiendas bien llenas,
los bolsillos bien vacíos,
los tuyos, los míos, los suyos.
Pero es hora de saber
quién tiene los bolsillos llenos.

Notas:
(1) Célebre sala de conciertos de París.
(2) Raimon se presenta con su espectáculo «Chansons d’amour, Chansons de lutte. Cançons d’amor, Cançons de lluita», el martes 13 de junio, en el Olympia de París. Le Monde diplomatique participa en la organización del concierto.
* Periodista.

http://www.monde-diplomatique.es/isum/Main;jsessionid=930E201EDB113ABC87E3B99EDFBF43A1?ISUM_ID=Content&ISUM_SCR=externalServiceScr&ISUM_CIPH=sPdPx!gULKVhIIuiTEloD70Y7AIMeTBuv7FuXPxcmvWzdjN!s9citOI8n0gzBWwSXawwdTQyZo46BAISuGMsekMXULejjnzGvp3m6Hpom7OGSjsh
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